Archivos Forenses. Changeling parte 1: Christine Collins contra la ineficacia policial.

Changeling es una película interesante por muchos motivos. Lo es, entre otras cosas, como obra audiovisual en sí, pero también por la forma en que ilustra todo lo siguiente:

  • Lo que es una investigación policial y aquello que sucede cuando esta no se lleva a cabo de forma eficiente.
  • Los efectos psicológicos que sufren quienes no solo son víctimas de un crimen sino que además no se les cree cuando declaran haberlo vivido.
  • Cómo a veces se prioriza dar por cerrado un caso en vez de resolverlo realmente.
  • El uso que, lamentablemente, se ha dado a veces a las instituciones psiquiátricas, como método de represión en lugar de recurso sanitario.
  • La importancia que puede tener un juicio, si este se realiza correctamente, como herramienta restitutoria, no solo a nivel individual sino también social.
  • Además de otros muchos aspectos interesantes a nivel psicológico y jurídico, y todo ello a través de la narración de un caso real.

Por eso me dispongo a realizar una revisión de esta historia, clarificando aquellos puntos que no me parece que la película logre reflejar certeramente, y dividiendo el análisis en tres partes. No es de extrañar, por tanto, que de aquí en adelante vayamos a hablar de cada detalle de Changeling (El intercambio, en España, y El sustituto en hispanoamérica), de su trama y de su final. Para empezar, hoy hablaremos del inicio del caso y de como el abuso de poder por parte del cuerpo de policía puede empeorar el estado de una víctima, en vez de mejorarlo.

Los Ángeles, 1928

Christine Collins era madre soltera en una época en que serlo era aún más complicado que a día de hoy. Vivía junto a su hijo Walter en la ciudad de Los Ángeles, trabajando en una centralita telefónica, por lo que a veces este se quedaba solo en casa hasta que ella regresaba. Como veremos más adelante, esto no era ni mucho menos porque no se preocupara por él, así que no es de extrañar su reacción cuando regresó a casa y descubrió que su hijo había desaparecido. Llamó a la policía y denunció la desaparición, ante lo cual se le dijo que enviarían a alguien pasadas veinticuatro horas si no había aparecido aún.

Lo suyo sería sentir alivio cuando la investigación policial se inicia formalmente, y más todavía cuando pasados cinco meses esta concluye con la aparición del menor. La entrega del mismo a su madre se hace ante la prensa, de manos del capitán encargado del caso, J. J. Jones. Sin embargo, lo que debería ser un final feliz se convierte en el inicio de una auténtica pesadilla, pues la Sra. Collins aseguró que aquel no era su hijo, aunque se le pareciera. Jones achacó su reacción a la tensión sufrida y dio el caso por concluido. Y a pesar de que Christine insistió en sus afirmaciones, como el muchacho afirmaba ser su hijo, el policía se desembarazó de ella una y otra vez, cuestionando sus capacidades como madre y su cordura.

Antes de proseguir explicando los sucesos que componen esta historia, me gustaría matizar alguna diferencia entre la persona de Christine Collins en la película y en la realidad, ya que si bien no hay nada que reprochar a la actuación de Angelina Jolie en la misma, su reacción cuando le es entregado su falso hijo fue algo distinta en la vida real. En la película, ella le comenta al capitán que ese no es su hijo, a lo que este responde que debido al trauma sufrido ella no lo puede recordar con claridad, y lo cual ella inicialmente acepta, aunque reticentemente. La realidad es que la verdadera Sra. Collins no era ni mucho menos una mujer que fuera a aceptar aquella clase de respuesta, sino que el policía tuvo que insistir y asegurarle que, si una vez en casa y habiéndose calmado y asimilado el shock sufrido, no reconocía aun al niño como su hijo, estudiarían entonces su caso.

Volviendo a nuestra historia, y como es de suponer, Jones no estaba dispuesto a aceptar su error (si es que se trataba de un error y no de algo más grave), ya que la resolución del caso le había servido para acallar las habladurías sobre la criminalidad descontrolada que habitaba la ciudad, y por ello se aseguró de que la prensa tomara nota de esta emotiva historia. Admitir que la Sra. Collins tenía razón le hubiera valido no solo las críticas de estos últimos, sino posiblemente un despido. Por ello, para evitar el bochorno, centró sus esfuerzos, en vez de en resolver el caso, en anular cada uno de los argumentos que Christine presenta, en intimidarla, criticarla, insinuar que realmente no quiere ser madre, y en amenazarla de forma sistemática.

Como resultado, a Christine no le quedó otra que callar… de momento . En realidad, y a espaldas de la policía, realizó su propia investigación para certificar que el problema no estaba en su cabeza, sino que ese niño no era Walter. Con facilidad, determinó que el niño no era tan alto como debería, y que además estaba circuncidado, cuando su hijo nunca lo estuvo. Además, lo llevó al dentista, quien certificó que su dentadura no correspondía con la de Walter, y ante su maestra, quien no tuvo dificultades en confirmar que el niño, fuera quien fuera, no era Walter. Y no solo eso, sino que mediante la ayuda de Gustav A. Briegleb, un influyente reverendo que se posicionó contra la policía de Los Ángeles, Christine consiguió hacer llegar su historia (la verdadera) hasta la prensa.

Llegados a este punto, el capitán de la policía tomó medidas drásticas. ¿Reabrió el caso? No, claro que no. Envió a la mujer, sin precisarse evaluación previa alguna, a un hospital psiquiátrico. Mediante esta jugada, no solo se desembarazó de Collins sino que a partir de ahí pudo «demostrar» ante la prensa que él tenía razón y la mujer no, pues su encierro en el hospital certificaría que estaba afectada de algún tipo de trastorno. Esta trampa le sirvió a Jones precisamente porque en esta época no era tan extraño que la policía enviara al manicomio a quien considerara peligroso sin requerirse evaluación previa, basando esta urgencia precisamente en dicha peligrosidad, valorada únicamente por ellos. Una vez dentro del hospital psiquiátrico, las personas en cuestión tenían dos opciones: Admitir que estaban equivocadas en su conducta y fingir que iban mejorando o bien persistir en ella y sufrir un maltrato sanitario que acabaría por producir en ellas los síntomas que en este lugar deberían haber curado.

Si parece extraño, algo sin pies ni cabeza, y un castigo inhumano, es porque lo es. Dedicaré la segunda entrada a este punto, pues merece tiempo para desarrollarlo. De momento quedémonos con que la Sra. Collins tuvo la suerte de haber mediatizado su caso justo antes de ser encerrada, y también de tener simpatizantes con suficiente influencia como para hacer ruido. El resultado es que Christine logró salir de allí relativamente indemne y pronto. Lamentablemente, no todo el mundo tuvo esa suerte, pero como ya he dicho, de ello hablaremos más adelante.

Su puesta en libertad acabó por encender más los ánimos, al ser una confirmación ante el público de que la madre de Walter no sufría ninguna alteración mental que le impidiera saber quien era su hijo. Así, empiezan una serie de manifestaciones que, gracias a una buena dosis de suerte y a otro policía que investigaba otro caso, llevan a que se unan los puntos y que se inicie un juicio para valorar el porqué de los actos de J. J. Jones. El juicio debió ser duro para el policía, sí, pero también lo fue para la propia Christine. Y es que un proceso judicial siempre es un mal trago, teniendo que revivir lo sufrido y explicarlo una y otra vez delante de quienes sabemos que van a valorar si lo que decimos es cierto o no, poniendo nuestro testimonio en tela de juicio. La diferencia es que Jones se lo buscó, por querer manipular la verdad en su beneficio, sin tener en cuenta todo el daño que causaría, y asumiendo que Christine sería débil y claudicaría, mientras que ella no se rindió y luchó para que la verdad saliera a la luz. Pero lo peor es que mientras esto sucedía, ella ya era consciente de que debido a la ineficacia policial quizás ya nunca encontraría a su hijo. Porque quienes debían ocuparse de encontrarlo prefirieron esforzarse en desacreditarla y en apuntarse méritos que nunca se habían ganado.

El resultado del juicio fue que la Corte de California condenó no solo a Jones sino también a su superior el comandante Davis, por negligencia y corrupción. Además a partir de esto se investigó el caso de varias mujeres encerradas en el hospital psiquiátrico por motivos similares al de Christine, siendo liberadas mediante orden judicial. Y aunque podemos considerar esto una victoria, solo lo es a medias, ya que el tiempo perdido en la búsqueda del niño fue inmenso, y una vez se investigó realmente el asunto ya era demasiado tarde. De hecho, simultáneamente a este juicio se celebró otro en el que se enjuiciaba a Gordon Stewart Northcott, caso del cual me ocuparé también más adelante, pero del que por ahora nos bastará decir que se trataba de un asesino en serie que escogía como víctimas a niños y que entre sus víctimas quizás pudo encontrarse el mismo Walter.

El mundo al revés

El destino de Walter es incierto, pero en todo caso su madre jamás logró encontrarlo, aunque se dice que nunca desistió en su empeño de hallarlo. Por tanto, no es una historia con final feliz, pero aun así es una de la que hay mucho que aprender. Y es que, las autoridades y la sociedad necesitan saber cómo influyen en las víctimas de un delito, pues aunque su cometido debería ser aliviar el sufrimiento de las víctimas, minimizarlo y evitar que este se prolongue más de lo necesario, la incompetencia (o en este caso, la negligencia pura y dura) pueden llevar a que el efecto producido en ellas sea justo el contrario.

De esta manera, quienes deben proteger y ayudar a las víctimas, pueden terminar dañándolas más si cabe, aumentando su sensación de desprotección ante un mundo hostil. Al fin y al cabo ¿Qué ayuda cabe esperar, si incluso quienes han de protegernos nos causan dolor? A decir verdad, hay que reconocer que tanto el sistema sanitario actual como los diversos mecanismos jurídicos han avanzado mucho en esta y otras áreas en las sociedades occidentales en los últimos años, aunque igualmente cierto es que queda un largo trecho por recorrer en este sentido.

Porque, sí, esto no solo se aplica al papel de la policía, sino también al de los diversos especialistas sanitarios que deben atender a las víctimas. El caso es extrapolable incluso a aquellas personas que sufren no por ser víctimas sino por padecer una enfermedad o trastorno concretos, ya que si en estos casos la persona que les atiende ignora su sufrimiento, le resta importancia o los trata negligentemente, lo esperable no es que mejore su situación, sino todo lo contrario.

Imaginemos lo siguiente. Hay un incendio en una casa. Dentro, una persona está atrapada, rodeada por el fuego. De entre las llamas, surge la imponente figura de un bombero, pero entonces, en vez se ayudarle, procede a pisotearle y luego se marcha sin más. Estoy bastante seguro que esta escena no figura en el imaginario de la mayoría. Un bombero que nos haga daño en vez de ayudarnos en momentos de necesidad resulta algo inconcebible. Entonces, ¿por qué buena parte del imaginario colectivo percibe que la corrupción es algo esperable y más o menos habitual entre las fuerzas del orden y en los diversos figurantes del proceso jurídico? ¿Por qué tanta gente desconfía de los tratamientos que les propone su médico? ¿O por qué percibimos que las personas que necesitan estar en una residencia por uno u otro motivo no estarán bien atendidas?

La respuesta es sencilla, pero dolorosa. Todos hemos oído de casos semejantes, y aunque un análisis detallado de la situación evidencia que estos no son la norma, también demuestra que existen, y solo por eso ya influyen en nuestra percepción colectiva de estos asuntos. Arrastramos pues, un largo pasado de negligencias y maltratos, y para poder superarlo no queda otra más que todos seamos conscientes de la gravedad de este tipo de actos y actuemos, cada uno en la medida en que pueda, para ponerles fin. Y esta responsabilidad no puede recaer solo en la sociedad y en denuncias individuales, claro está, sino que a de nacer de los propios profesionales, quienes tenemos un gran impacto en las vidas de las personas con las que trabajamos. Al fin y al cabo, cualquier acto judicial que cause más daño a las víctimas en vez de aliviarlo no es justicia. Y justicia es tanto lo que queremos y como lo que necesitamos.

Parte 2: Próximamente.

Parte 3: Próximamente.​

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