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Un motivo bastante frecuente entre las consultas que recibo, y que tienen como potencial paciente al hijo o hija del consultante, son las dificultades importantes para rendir académicamente. Además, podemos comprobar como una cantidad importante de estos padres consideran que su hijo está sobradamente capacitado para lograr mejores resultados, siendo a veces esta opinión respaldada por el profesorado encargado del menor.

Sin querer nunca generalizar, creo que sí podemos considerar que una amplia cantidad de esos niños y niñas efectivamente podrían obtener notas, si bien no perfectas sí mucho mejores. Cabe pues preguntarse que les ocurre y qué podemos hacer para ayudarles, ¿se trata de falta de motivación o hay algo más?

Por fortuna la psicología se lleva planteando desde sus inicios preguntas como la anterior y si bien ha concluido que la motivación es un factor extremadamente importante para llevar a buen término nuestras tareas y objetivos, no es ni mucho menos la única variable. Otra característica sería la presencia o no de la capacidad de cumplir dichos objetivos, pero por hoy me centraré en un factor que ha tendido a ser un tanto olvidado: la reflexividad o capacidad de reflexionar.

Cada persona es única, poseyendo miles de variables no sólo físicas sino también mentales que la diferencian de los demás y por tanto que condicionan cómo se relaciona con el mundo que le rodea. Estas características mentales configuran los llamados estilos cognitivos, que a su vez representan modos distintos de procesar y trabajar con la información que percibimos del ambiente en forma de estímulos.

Sin entrar aquí en detalle podemos decir que estas características hacen que la persona trabaje más o menos eficientemente. De estos estilos cognitivos, hoy me quiero centrar en la Reflexividad-Impulsividad o R-I, características referidas normalmente en pareja ya que una persona reflexiva no puede ser impulsiva y viceversa, al ser los polos opuestos de un mismo atributo. Por supuesto no se trata de de un fenómeno binario donde todo es o blanco o negro ya que en realidad cada persona poseerá un grado distinto de este atributo, más tendente hacia un polo u otro según el caso.

 

Pero, ¿qué es eso de la Reflexividad-Impulsividad?

Si bien esta variable supone un continuo entre dos polos, la capacidad de Reflexión máxima en un extremo y la Impulsividad incontrolable en el otro, esto no quiere decir que estemos hablando de una sola característica unitaria ya que podemos encontrar además todo un espectro intermedio entre los dos. Por otra parte, tampoco se trata de un atributo simple, pues la Reflexividad tiene varios efectos en la forma de pensar y actuar de la persona.

El primero de ellos sería la capacidad de gestionar el tiempo que precede a la emisión de una respuesta, denominándose dicho espacio de tiempo latencia temporal o demora de la respuesta. Esta característica se relaciona muy estrechamente con la adecuación o efectividad de la repuesta emitida, pues si el sujeto se toma un momento para reflexionar y analizar los datos de que dispone logrará reducir la incertidumbre al mínimo. Se entiende que es preferible una respuesta correcta rápida a una lenta, pero también debe tenerse en cuenta que según lo anterior para la mayoría de los sujetos lanzarse a responder sin tomarse ese momento de reflexión aumentará las probabilidades de emitir una respuesta fallida o incorrecta. Entiéndase además que esto es aplicable a decisiones cotidianas como elegir qué productos necesitamos al ir de compras, qué herramienta elegir para realizar alguna reparación casera y por supuesto cómo realizar correctamente un ejercicio académico concreto.

Otro aspecto importante de este estilo cognitivo es que afecta a la precisión de la respuesta, o lo que es lo mismo, lo acertada que esta es respecto a lo que se pedía. Podemos detectar diversos niveles de efectividad al responder, siendo el acierto lo ideal, encontrando en segundo lugar la respuesta adecuada pero incompleta (por ejemplo relatar los hechos de una batalla histórica sobre la que se preguntaba, pero de forma escueta), la adecuada no correcta (decir un año incorrecto cuando se preguntaba la fecha de un hecho) y por último la respuesta no adecuada y por tanto incorrecta (realizar una operación matemática incorrectamente desde la base al no haberse fijado en el símbolo que la misma indicaba, como realizar una suma en vez de una resta).

El tipo de respuesta emitida según la clasificación de calidad anterior dependerá, lógicamente, de la profundidad de nuestro análisis de los datos que se nos ofrecen para el ejercicio. Además hay que tener en cuenta que para realizar un buen análisis la mayor parte de los sujetos requieren dedicarle a este un tiempo significativo.

Por tanto y teniendo en cuenta que los sujetos impulsivos dedican poco tiempo a analizar los datos que se les facilitan, no estarán atendiendo a las claves del ejercicio y actuarán con premura, buscando terminar rápido en lugar de estudiar qué estrategia seguir para obtener el resultado más eficiente. De todo ello derivará el uso de estrategias poco efectivas para resolver dichos ejercicios, que redundarán en una mayor cantidad de errores y respuestas incorrectas.

Los sujetos más reflexivos, por su parte, tenderán habitualmente a realizar un mejor análisis de la información, permaneciendo atentos a los enunciados y a los datos que estos ofrecen, meditando acerca de que estrategia será la mejor a seguir en base a ellos. Se podría decir que emplean más tiempo en realizar el ejercicio, pero como se equivocarán menos y no tendrán que repetirlo hasta encontrar la solución, podemos afirmar que si tomamos para el cómputo el tiempo total empleado hasta emitir la respuesta correcta, el tiempo total utilizado será paradójicamente menor.

En resumen, no es de extrañar que el estilo cognitivo R-I tenga mucho que ver con la educación del sujeto, en el sentido de que afecta directamente a su rendimiento académico, y con esto no me refiero solamente a obtener mejores calificaciones sino también a asimilar mejor la información que se les transmite, aprendiendo por tanto más y mejor los sujetos reflexivos que los impulsivos.

Así mismo, la R-I se relaciona con la capacidad atencional de la persona, tendiendo los reflexivos a poseer mejor capacidad de atención selectiva y sostenida, es decir que discriminan mejor qué estímulos son importantes pudiendo centrar sus esfuerzos en ellos y no en las distracciones, pudiendo además prolongar esta atención durante más tiempo si es necesario, por ejemplo ante un ejercicio extenso. Además, también influye en la capacidad para controlar los propios movimientos corporales, siendo más fácil para los reflexivos inhibirlos cuando saben que deben estar quietos para realizar una tarea (como sería el caso de la mayor parte de los ejercicios académicos).

Por último también es reseñable que la variable R-I afecta a otras características del sujeto, como la capacidad para el autocontrol, el uso del lenguaje para regular la propia conducta, el correcto uso de las diversas destrezas metacognitivas, la resolución de problemas, los rasgos de personalidad, el desarrollo intelectual y por supuesto, el aprendizaje en general. En todo lo dicho resulta más beneficioso ser reflexivo que impulsivo.

¿Se puede incrementar la reflexividad?

Teniendo clara la importancia de la posición que adopta el sujeto en el eje R-I, cabría preguntarse si dicha variable es estable o si puede ser modificada de alguna manera, ya que en el segundo caso podríamos mejorar muchos aspectos de la vida de la persona en cuestión. Si nos centramos nuevamente en los menores, encontramos que podrían mejorar además su rendimiento académico, en algunos casos por mucho.

Y es que cualquier educador podrá referir una larga ristra de casos de alumnos con bajo rendimiento cuyas dificultades parecen tener origen en su falta de atención o impulsividad. Estos aspectos junto a la ya antes mencionada dificultad para regular la propia conducta y mantener la calma forman la triada de síntomas que constituyen el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad. Hoy no me centraré en estos casos pero quería mencionarlos para clarificar que todo lo que aquí se explica, si bien no hablo específicamente de los afectados por este trastorno, es igualmente aplicable a ellos.

Presenten TDAH o simplemente sean niños especialmente impulsivos, hablaríamos de alumnos que a veces no contestan o lo hacen con respuestas inadecuadas a tal punto que resulta evidente que no han entendido o escuchado la pregunta. Sucede con estos mismos alumnos que si se les reformula la pregunta o se les plantea en otro momento resulta que realmente sí conocen la respuesta a la misma, demostrando pues que poseen un nivel intelectual y conocimientos suficientes para desenvolverse en el ámbito académico.

Entonces, ¿qué les sucede a estos alumnos? La respuesta muchas veces es que no logran detenerse a pensar en qué se les ha pedido, qué deben hacer, por lo que emiten una contestación incorrecta o incluso no responden, pudiendo llegar a ignorar que se les había planteado una pregunta siquiera (por ejemplo, no leyendo la segunda parte de un ejercicio).

Ante lo anterior, la reacción más natural por parte del educador y también por parte de los padres suele ser explicarles que deben fijarse más, ser más cuidadosos y atender a lo que se les pide. Son pues, consejos generales que si bien pueden tener cierto efecto positivo, carecen de concreción suficiente como para ser significativamente efectivos en la mayoría de casos.

No obstante, esto no implica que no se pueda mejorar la reflexividad, si bien sí serán necesarias herramientas diseñadas específicamente para tal efecto, respaldadas además por estudios científicos que las avalen. La realidad es que si se usan este tipo de técnicas de forma sistemática se puede enseñar a ser más reflexivos a los alumnos, de la misma forma en que se les puede enseñar matemáticas o lengua, por ejemplo. Además, una vez realizado este aprendizaje estos mismos alumnos mejorarán su rendimiento general al poder aprovechar mejor su capacidad intelectiva, sus conocimientos y sus destrezas.

¿Cómo podemos mejorar la reflexividad?

Podemos encontrar múltiples estudios que respaldan todo lo dicho, pero el referente que nos resultará más cercano son las investigaciones llevadas a cabo por B. Gargallo et Cols. Sin entrar en detalles al respecto (podréis encontrar enlaces a estas investigaciones al final del texto, en el apartado «Fuentes»), Gargallo diseñó un programa para aumentar la atención y la reflexividad (el PIAR-R), consistente en fichas de ejercicios de diversa índole que en lugar de buscar que el alumno asimile ciertos conocimientos, lo que buscan es ofrecerles nuevas formas de contemplar la realización de ejercicios. El objetivo es otorgarles nuevas estrategias al respecto y favorecer que ganen consciencia sobre la mejoría en las respuestas que se da cuando se toman un momento para integrar las instrucciones y los datos ofrecidos.

Además, se comprobó que las mejoras obtenidas perduran en el tiempo, con lo que no estaríamos ante una mejora temporal. Igualmente, se constató que estas nuevas habilidades se traducen a su vez en un aumento de las calificaciones académicas. El programa en cuestión es de uso muy sencillo y no requiere de conocimientos específicos por parte del educador o psicopedagogo que lo administre.

Este y otros programas similares consisten en una serie de fichas de ejercicios, pensados para ser aplicados a lo largo de varias semanas y que van aumentando su dificultad, en el sentido de que exigen al alumno cada vez más reflexividad y concentración, pero no conocimientos previos de ningún tipo. Se trata de actividades dinámicas, que usan además el juego o el dibujo para que el niño no se aburra al realizarlas. Además, a estas se les sumará el uso de diversas técnicas y estrategias relacionadas:

  • Demora forzada: Los alumnos han de esperar obligatoriamente antes de responder al ejercicio, por lo que no pueden terminar rápido aunque quieran. Se busca con esto que ante la imposibilidad de acabar al momento, usen ese tiempo para estudiar los datos y repasar lo que se les pide.
  • Análisis de detalles: Se trata de enseñar al sujeto un procedimiento consistente en una serie de pasos ideados para integrar toda la información existente y poder aplicarlo eficientemente. Una vez aprendido el procedimiento se puede aplicar en los ejercicios futuros, disminuyendo las probabilidades de emitir respuestas inadecuadas o sesgadas.
  • Autoinstrucciones: Consisten en verbalizaciones internas cuya intención es favorecer el autoncontrol del sujeto.
  • Modelado participativo: Se trata de dar ejemplo al alumno sobre cómo actuar ante ciertas situaciones o ejercicios, realizándolos antes el educador o responsable del niño o niña.
  • Entrenamiento en solución de problemas: Basado en el planteamiento de problemas imaginarios, no necesariamente académicos, planteando diversas soluciones y analizando cada una de ellas, sus consecuencias, coste y riesgos. De esta forma se promueve que ante un problema no se elija una solución inmediata si no que antes el sujeto se plantee el mejor curso de acción.
  • Reforzamiento: Se refuerzan las conductas que queremos se produzcan de nuevo en un futuro, sobre todo utilizando reforzadores sociales, como la aprobación, dar ánimos, reconocer el esfuerzo, etc. También se pueden usar recompensas materiales, por ejemplo utilizando programas de puntos.

Aunando todo lo anterior, podremos aumentar suficiente la capacidad para la reflexión, lo que redundará en una notable mejora en su rendimiento académico y en otros ámbitos de su vida igualmente importantes. Si tienes interés en este tipo de entrenamiento educativo, alguna duda al respecto o te gustaría obtener más información al respecto, no dudes en dejar un comentario o concertar una cita informativa.

 

Fuentes:

El estilo cognitivo R-I en el 2º ciclo de educación primaria: diferencias entre los sistemas de clasificación e implicaciones educativas..Por F.D. Fernández y F.J. Hinojo.

El estilo cognitivo R-I: su modificabilidad en la práctica educativa, un programa de intervención. Por Gargallo y Castillejo.

La depresión es uno de los trastornos psicológicos más conocidos y uno de los principales motivos de consulta, pues resulta relativamente común entre la población actual. Sin embargo, el conocimiento popular no es el mismo que el clínico y es por ello que muchas veces no se sabe identificar el problema correctamente ni tratarlo a tiempo. La siguiente pretende ser una guía introductoria que pueda ayudar a paliar dicho problema, ofreciendo información general respecto a este trastorno, contrastada y útil.

¿Qué es la depresión?

La depresión, como ahora veremos, es un enemigo silencioso que entra en nuestras vidas poco a poco y sin avisar, de modo que cuando se apodera del día a día de la persona esta puede no darse cuenta hasta que ya es demasiado tarde. Sus síntomas más habituales son un estado general de tristeza, acompañado con apatía, incapacidad para disfrutar y algunos efectos somáticos que pueden ser confundidos con otras patologías y con los que hay que estar por tanto muy atentos (por ejemplo, el cansancio o el dolor).

Podemos dividir estos síntomas en cuatro categorías: cognitivos, afectivos, conductuales o motores y somáticos. Los tres se relacionan y vertebran alrededor de lo que suele ser llamada la Triada depresiva, es decir pensamientos negativos respecto a uno mismo, el mundo que nos rodea y el futuro que nos espera. El individuo se sentirá mal consigo mismo, percibirá el mundo como un lugar hostil del que puede esperar poco o nada y por tanto intuirá que su futuro no va a mejorar y posiblemente empeore, lo cual le producirá aún más desánimo y propiciará que no haga nada por cambiar su situación al sentir que nada importa.

Tipos de trastornos depresivos

El DSM-V, el Manual diagnóstico y estadístico de trastornos mentales, aúna varias patologías con características similares en un grupo llamado “Trastornos depresivos” y los define como aquellos que afectan a la normal regulación del estado de ánimo. Incluye la depresión mayor y la distimia entre otros y aunque no es conveniente ahora ahondar en los detalles que los diferencian, hay que decir que todos ellos comparten como característica la presencia de un ánimo triste, apático o irritable, así como cambios somáticos y cognitivos que afectan al individuo en su normal funcionamiento diario, diferenciándose unos de otros en su duración, gravedad, persistencia y origen.

Posiblemente el más conocido y el que quizás tenga en mente el lector es el Trastorno de depresión mayor, el cual podría ser resumido como un estado de tristeza muy intenso que se prolonga en el tiempo de forma no adaptativa. El manual ofrece una lista de síntomas a buscar que indicarían la presencia de este trastorno:

  1. Cinco o más de los siguientes durante al menos dos semanas (requiriéndose la presencia del número 1 o el número 2):

    1. Estado de ánimo deprimido la mayor parte del día, sentimientos de tristeza y desesperanza.

    2. Pérdida de interés por casi todas las actividades durante la mayor parte del día o bien del placer que antes se obtenía de ellas.

    3. Modificación importante del peso corporal sin hacer dieta o sin mediar trastorno médico o medicación, o pérdida de apetito casi todos los días.

    4. Dificultades generales para dormir o ganas de dormir continuamente.

    5. Agitación o inmovilidad la mayor parte de los días, observada por los demás no siendo válida pues la simple sensación subjetiva informada por el paciente.

    6. Fatiga o pérdida de energía.

    7. Sentimientos de inutilidad o culpabilidad excesiva o inapropiada, pudiendo llegar a ser delirante.

    8. Pérdida de la capacidad para pensar, concentrarse o decidir.

    9. Pensamientos de muerte recurrentes, ideas suicidas aun sin un plan determinado, intentos de suicidio o elaboración de un plan concreto para ello.

  2. Los anteriores síntomas causan malestar significativo, deterioro social o laboral y afectan a otras áreas del normal funcionamiento de la persona.

  3. Los síntomas no pueden atribuirse a efectos de alguna sustancia o afección médica.

  4. Los síntomas no se explican mejor por un trastorno esquizoafectivo, esquizofrenia, esquizofreniforme, psicótico o cualquier otro. Esta distinción debe ser realizada por un especialista que pueda descartar este tipo de problemas.

  5. No haber sufrido nunca episodios maníacos o hipomaníacos, aunque este punto no se aplica si dichos episodios pudieron ser originados por el consumo de sustancias o por una afección médica.

Diagnóstico

En base a los anteriores síntomas se debe emitir diagnóstico. No obstante, resulta notable que la lista de síntomas no tiene en cuenta el posible origen y causas del trastorno, careciendo pues de contexto.

Para dotar al diagnóstico de dicho contexto, de un marco teórico desde el cual analizar lo que le sucede a la persona se emplea el análisis funcional, consistente en definir el problema mediante sus elementos contextuales, los antecedentes personales y sociales sean estos próximos en el tiempo o del pasado, así como las consecuencias que todo ello tiene en el sujeto.

Para realizarlo se debe tener en mente una teoría validada que respalde el análisis y el futuro tratamiento, si bien todas tendrán varios elementos en común como considerar como punto central del trastorno la emoción llamada tristeza. Dicha emoción se origina ante una pérdida, ya sea esta material, emocional, social o del tipo que sea, que afecta al sujeto empezando este a sentirse triste, una reacción no voluntaria cuya función es la de pedir ayuda a quienes nos rodean. El problema viene cuando por algún motivo esta reacción emocional se prolonga en el tiempo demasiado o alcanza una intensidad que impide a la persona actuar normalmente y recuperar su ritmo de vida normal, convirtiéndose en patológica y dando lugar a la depresión.

Por supuesto, el problema es bastante más complicado que esto y habría que tener en cuenta la bioquímica humana y cómo esta se ve afectada por el proceso depresivo, creando un bucle en su cuerpo que le impide salir de la situación, pues ese desajuste tiende a perpetuar el estado de ánimo negativo y apático. Sin entrar en detalles, me gustaría explicar que la depresión debe entenderse al mismo tiempo como una alteración de nuestro cuerpo, pero también de nuestra mente y es precisamente esta una de las clave para superar el problema, como veremos más adelante.

Teorías acerca de la depresión

Existen diversas teorías que explican los procesos depresivos de las cuales mencionaré las principales y las que considero que aportan más a la hora de comprender este tipo de trastornos. En primer lugar tenemos la teoría conductual, que considera como el origen de la depresión la falta de refuerzos, es decir que la persona ha aprendido que sus acciones no reciben el premio que espera, por lo que actuar es inútil. El problema es que al dejar de actuar, recibe cada vez menos refuerzos y por tanto la depresión se acrecenta y perpetúa. Siguiendo este razonamiento encontramos que el tratamiento debería consistir en reemprender la actividad buscando la recompensa de nuevo y una vez se logre recibir reforzamiento nuevamente se romperá el círculo de inactividad y pasividad, el sujeto se sentirá mejor y volverá poco a poco a su ritmo de vida normal.

Por ello es muy importante la forma de plantear el problema a la persona y cuando este nos diga que no quiere hacer nada porque no le apetece y que lo hará cuando tenga ganas, hay que hacerle ver que ha de hacer justo lo contrario. No esperar sino actuar y en cuanto las actividades le proporcionen el ansiado refuerzo es cuándo empezará a sentirse mejor.

Otra teoría de importancia capital para entender los trastornos depresivos es la cognitiva, la cual interpreta que son resultado de la propia forma de pensar del paciente, afectada por lo que llamamos distorsiones cognitivas. Estas distorsiones consisten en la percepción errónea de la realidad de forma generalmente negativa. Este sesgo hace al sujeto valorar negativamente su contexto, su futuro y a sí mismo/a.

Por tanto es muy importante saber reconocer este tipo de pensamientos negativos espontáneos, analizarlos y procurar cambiarlos por otros más racionales y objetivos. Es buena idea por ejemplo hacerle saber al sujeto que cuanto más piense acerca de un tema, en realidad cada vez tenderá a dedicarle menos esfuerzo cognitivo y automatizará esas ideas, generalizando su aplicación a otros contextos similares y estableciendo un filtro depresivo que le hará verlo todo más negativamente.

Si en cambio el sujeto entiende cómo funcionan sus pensamientos automáticos estará más preparado para analizarlos de forma racional, aunque en muchas ocasiones será complicado cambiarlos y además evitar que retornen. Es por ello que la batalla contra la depresión puede ser difícil, aunque desde luego no imposible de vencer.

Una distorsión cognitiva bastante habitual sería la indefensión aprendida, término que indica una sensación de desesperanza tal que el sujeto no actúa ni intenta resolver sus problemas, pues piensa que nada de lo que haga saldrá bien ni servirá de nada. Como vemos, enlaza con la teoría conductual.

Por último, no puedo olvidar las teorías de cariz biológico, centradas en los desequilibrios en nuestro organismo que propician la aparición de la depresión y su mantenimiento. Mediante estudios enmarcados en estas teorías sabemos cómo nos afecta biológicamente la inactividad y los estados depresivos o de apatía, así como también cómo superarlos. Y es que esta química funciona en dos sentidos, pues si un cambio en los neurotransmisores nos produce esas sensaciones y nos lleva a la inactividad, cosa que afecta todavía más a nuestra química interna, también es cierto que si empezamos a movernos, a realizar actividades y recuperamos nuestros refuerzos sociales y materiales, romperemos la cadena y recompondremos nuestro equilibrio interno. Por supuesto, otros aportes al respecto serían los fármacos antidepresivos, de los que hablaré en otra ocasión.

Como vemos, aunque cada teoría se centrar en unos elementos concretos, nada impide combinarlas y analizar cada caso individualmente teniendo todo esto en cuenta, pero centrándonos en el paciente en particular, su contexto y vivencias.

Tratamiento

Así pues, según el tipo de problema, las características de la persona y su situación, se podrá abordar el trastorno con un tratamiento u otro, según el especialista considere más adecuado. Existen tratamientos farmacológicos y otros más centrados en los síntomas conductuales, pero hoy me centraré en el tipo de psicoterapia más popular al ser la que ha demostrado obtener mejores resultados, la terapia cognitiva-conductual, que además es la que uso habitualmente junto con ciertas aportaciones de la psicoterapia interpersonal.

Este tipo de tratamiento propone varios objetivos agrupados en dos grupos:

  • Aprender a evaluar las situaciones y sucesos de forma realista y objetiva, no sesgada ni negativa.

    • Aprender a tener en cuenta todos los datos disponibles y no solo aquellos que confirmen las ideas sesgadas.

    • Saber formular explicaciones alternativas a las automáticas, más racionales.

    • Uso de experimentos conductuales, es decir, implementar nuevos comportamientos que generen nuevas oportunidades y resultados distintos a los que se venían produciendo, buscando así una mejora en cuanto a la resolución de problemas y la interacción social.

  • Recuperar y mejorar las relaciones sociales, eliminando los déficits al respecto:

    • Entrenar en habilidades sociales para evitar el sufrimiento excesivo no adaptativo en las relaciones propias.

    • Mejorar el autoconcepto y la autopercepción, es decir, la forma en que el sujeto se ve a sí mismo y los atributos que considera tener.

    • Aprender a asumir las pérdidas, ya sean amistades, familiares o simples pérdidas materiales por importantes que puedan parecer.

    • Eliminar el déficit interpersonal, que en la depresión suele tomar forma de aislamiento social.

    • Cambiar la conducta pasiva o agresiva por una más asertiva. La asertividad consiste en la defensa de los propios intereses y opiniones, respetando al interlocutor y lo que intenta comunicarnos, mejorando pues el entendimiento entre ambas partes y la relación.

Para cumplirlos, el psicoterapeuta utilizará diversas técnicas de tipo conductual y cognitivo, siendo empleadas las primeras generalmente al principio del tratamiento a fin de que el sujeto recupere su normal funcionamiento cuanto antes mejor, y las segundas se van agregando poco a poco para evitar nuevas distorsiones cognitivas e ideaciones depresivas (pensamientos negativos y automáticos). En suma se trata de ayudar al paciente a recuperar su vida y luego darle herramientas para que la preserve, evitando así recaídas.

Algunas de estas técnicas son la programación de actividades y el compromiso de cumplirlas, el entrenamiento en asertividad, la observación y registro del pensamiento propio, la práctica cognitiva, modificación de la autopercepción y autoconcepto, así como el aprendizaje e información respecto a la relación entre depresión, pensamiento, sentimiento, sensación y conducta. Cada una de estas técnicas tiene su utilidad y se utilizarán o no según el caso concreto. Para no dilatar el texto, las explicaré en futuras entradas.

Bibliografía:

DSM-5. Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales.

La Depresión, por J.A. García Higuera.

Terapia cognitiva de Beck para la depresión, por Elia Roca