Listado de la etiqueta: Psicología del desarrollo

En general, cuando imaginamos un embarazo nos viene a la mente una imagen de alegría, un momento de felicidad y gozo en la vida de la futura madre, de su familia e incluso de sus amistades. Sin embargo, la realidad es que es un proceso complejo, no habiendo dos embarazos que sean iguales y en todo caso nunca están exentos de dificultades de diversa índole, las cuales con suerte no tendrán gravedad alguna pero que nunca se puede descartar que sí la tengan. Por supuesto, aquí nos centraremos en los efectos que esta situación puede tener en la psicología de la mujer embarazada y en especial en aquellos casos en los que por un motivo u otro esta sufre de un proceso de tipo depresivo.

La depresión en el embarazo: Etiología.

La mujer embarazada verá su fisiología alterada durante el embarazo, por lo que conforme pasen las semanas y al tiempo que su futuro hijo o hija va desarrollándose, su propio cuerpo deberá cambiar no solo para dejarle espacio, sino también para adaptar dicho lugar y que este tenga todas las condiciones idóneas para que dicho desarrollo sea correcto. Esto incluye multitud de variables, como destinar recursos como proteínas, sangre, oxígeno y hormonas varias hacia un punto del cuerpo donde normalmente no serían necesarias ¡y además en cantidades muy distintas a lo que sería habitual!

Pero la extrema complejidad de este proceso tiene efectos secundarios inevitables, aunque estos son distintos en cada mujer embarazada porque cada cuerpo interactúa de un modo un poco distinto con dichas variables: mareos, dolores, sofocos, cansancio, aumento del apetito, sangrado, hinchazón en las extremidades y un largo etc. A nivel psicológico la mujer puede llegar a verse sometida a un verdadero torrente emocional, otro efecto secundario de todos estos cambios de los que estamos hablando. Así pues, puede verse embargada de alegría y felicidad, pero también es normal que tenga momentos de apatía, confusión, miedo y estrés, sobre todo si percibe que algún elemento del embarazo no se está dando como debiera. Si estas sensaciones llegan a su límite puede llegar a generar incluso una depresión.

Cabe recordar que no todas las personas deprimidas padecen una depresión, clínicamente hablando, ni todos los procesos depresivos clínicamente significativos son igual de graves, pero el caso es que se calcula que más de un 20% de mujeres embarazadas padecerá síntomas de este tipo durante su embarazo. Este dato puede resultar alarmante, pero ya que en realidad se calcula que un cuarto de las mujeres sufrirá de este trastorno del ánimo a lo largo de su vida, no es para nada sorprendente que esto sea algo también común durante el embarazo, que como ya hemos dicho se trata de uno de los momentos más complejos que enfrentará jamás. Sin embargo, hay que tener claro que cuando este trastorno hace acto de presencia durante un embarazo sucede igual que cuando lo hace en un contexto distinto: es tratable y lo más probable es que la persona logre superar los síntomas que compongan su cuadro clínico.

Lo primero es tener claro que como cualquier otra depresión, las que se dan durante el embarazo son una reacción que puede tener o no un causa externa clara. Así pues, es más probable que se dé cuando existe algún elemento perturbador, como que el feto no se esté desarrollando correctamente, que la gestación no haya sido deseada o que el ambiente familiar esté cargado de tensión, entre otras posibilidades. Además, como ya hemos dicho, la depresión no deja de tener un componente biológico en el cual hay que tener muy en cuenta en este caso el cóctel hormonal al que se ve sometida la futura madre, pues dichas hormonas, aunque puedan estar destinada a ayudar al feto en su desarrollo, afectan también al funcionamiento habitual del cerebro. Y claro, si combinamos este hecho con una vulnerabilidad biológica de base y/o con alguna o varias de las situaciones difíciles ya mencionadas, la aparición de una depresión no es de extrañar.

Algunos de los elementos (factores de depresión) que pueden propiciar la aparición de dicho trastorno en estos casos serían:

  • Historial familiar de depresión u otros trastornos del ánimo.
  • Historial personal de depresión u otros trastornos del ánimo.
  • Haberse sometido a algún tratamiento de fertilidad, sobre todo si este se ha prolongado en el tiempo: Esto es así pues a mayor esfuerzo invertido en este proyecto de vida, más probable es que la mujer perciba que necesita que la gestión salga bien, además de haber podido llegar a este punto habiendo acumulado ya varios eventos traumáticos relacionados con este hecho.
  • Haber sufrido abortos previamente: Por motivos similares al anterior punto, aumentando por ello la vulnerabilidad de la persona.
  • Problemas y complicaciones durante la gestación.
  • Relación de pareja o familiar problemática.
  • Gestación no deseada.
  • Otros eventos vitales estresantes: Problemas económicos, separaciones, ambiente inestable, etc.
  • Haber sido en el pasado víctimas de abusos o haber padecido traumas relacionados o no con un embarazo.

Síntomas.

Deberíamos plantearnos si la persona ha entrado en un episodio depresivo si lleva al menos un par de semanas sintiendo varios de estos síntomas, con una intensidad tal que ha alterado su normal funcionamiento más allá de lo esperable debido a las restricciones físicas que imponga su propia situación como gestante. A mayor número e intensidad de ellos, más probable es que estemos ante una depresión y además más grave será esta.

  • Estado de ánimo deprimido la mayor parte del día: Este es uno de los síntomas principales y por estará presente en la mayoría de los casos, consistiendo en una tristeza persistente, una desesperanza de tal intensidad que impide a la persona vivir su vida con normalidad.
  • Anhedonia: Pérdida de interés o del placer al realizar aquellas actividades que antes sí disfrutaba. Se trata del segundo síntoma principal, debiendo estar presente o bien este o el anterior para considerar el cuadro como de depresión.
  • Dificultades de concentración.
  • Alteración del ciclo de sueño previo: Ya sea durmiendo en exceso o apareciendo insomnio, ya sea este de conciliación o por despertares que interrumpen el sueño impidiendo el descanso.
  • Ideación de muerte: Pudiendo consistir estos pensamientos en ideas suicidas, de hacerse daño o incluso de hacer daño a los demás.
  • Ansiedad: Nerviosismo, hipervigilancia, agitación continuada, etc.
  • Sentirme culpable o inútil sin estar estas ideas justificadas: Por ejemplo, si la mujer se siente mal por no poder hacer todo lo que hacía previamente al embarazo a pesar de que nadie la esté criticando por ello.
  • Alteración de los hábitos alimentarios: Pudiendo comer más que antes o menos, llegando en ambos casos a modificar sustancialmente el peso de la persona, su dieta, los momentos o situaciones en que come, etc.

Consecuencias de la depresión durante el embarazo.

Como ya hemos comentado antes, la depresión es un trastorno tratable y que si es abordado convenientemente puede superarse de modo satisfactorio, siendo entonces sus consecuencias mínimas. En cambio una depresión no tratada tiene como efectos más notables y directos la alteración conductual en la persona a causa de la desaparición de la motivación general y en concreto aquella que se refiere al autocuidado. Una embarazada que no se siente con fuerza para nada, que se siente desesperanzada y que no le ve sentido a nada será probable que se alimente peor, que apenas se mueva e incluso que inicie, mantenga o aumente la ingesta de alcohol, tabaco u otros tóxicos. De hecho, en casos extremos podría llegar a darse en ella un comportamiento suicida.

Todo ello, lógicamente, afectará no solamente a su salud sino también a la del feto y posteriormente bebé, causando abortos, nacimientos prematuros, desarrollo lento o alterado, bajo peso al nacer, etc. Se ha observado incluso que estos recién nacidos muestran con frecuencia un comportamiento alterado, pudiendo mostrarse más inatentos y agitados o bien menos activos. Por suerte, si el trastorno se trata a tiempo y correctamente, es poco probable que aparezcan estos problemas.

Tratamiento.

Si detecta que usted o una mujer embarazada que conozca pudiera estar padeciendo de depresión, es importante actuar rápido. Incluso en caso de duda será preferible consultar a un profesional debido a lo importante que es la actuación preventiva en estos casos, siendo una actuación preventiva a tiempo muy efectiva para evitar que el problema se agrave y sea luego más difícil de tratar.

Ante una depresión, el tratamiento de elección suele ser una combinación de fármacos específicos y psicoterapia. No obstante, puesto que la mujer embarazada debe cuidar de no alterar si puede su organismo con fármacos que puedan afectar el normal desarrollo del feto al pasar a este a través de la placenta, este parte del tratamiento debería ser consultada con el/la ginecólogo/a. En todo caso, se considera que ciertos enfoque psicoterapéuticos son operativos por sí mismos, logrando obtener una alta tasa de éxito si se aplican correctamente.

Por supuesto, existen además una serie de estrategias generales que pueden ayudar a paliar los efectos más generales de una depresión leve, además de prevenir que estas se recrudezcan y se tornen en una versión más grave del trasfondo. Estas son:

  • Realiza ejercicio moderado de forma habitual: Siempre adaptándolo al estado físico de la embarazada y siendo en todo caso ligero, siendo el objetivo que su cuerpo genere la cantidad suficiente de ciertas sustancias (Ej: serotonina) para generarle sensación de bienestar.
  • Alimentarse bien: La dieta que siga es especialmente importante en esta situación, pues en el embarazo además es habitual tener más hambre de lo habitual o sufrir antojos. Se recomienda siempre seguir un régimen sano y variable, con preferencia en este caso por las ingestas de menor cuantía pero más frecuentes, evitando la cafeína, la ingesta excesiva de azúcares, los carbohidratos procesados, los aditivos, etc. En cambio, el pescado azul, rico en Omega 3, favorece tanto al desarrollo del bebé como puede proteger del ánimo depresivo. En cualquier caso, si duda ante cierto alimento consulte a su ginecólogo/a o matrona.
  • Descansar lo suficiente: Dormir menos de lo necesario afecta notablemente no solo al cuerpo sino también a la mente, produciendo desánimo y malhumor, así como eventualmente los síntomas ya comentados que componen la depresión, por lo que es necesario tener un horario de sueño lo más regular posible. Si lo necesita, establezca un horario a tal efecto, estipulando a qué hora debería acostarse y despertarse cada día/noche e intentando seguirlo siempre que pueda.
  • Contar lo que nos sucede y buscar apoyo: Intentar enfrentar una depresión en solitario es muy, muy difícil, por lo que es recomendable siempre contar lo que no está sucediendo y cómo nos sentimos a aquellas personas en quienes confiamos. No solo nos podrán aconsejar sino que su comprensión puede ser fundamental en el camino a la recuperación.
Por supuesto, no hay que olvidar los casos en que la madre empieza a sufrir la depresión tras haber dado a luz, situación similar a la aquí comentada pero que merece que la abordemos en detalle en su propia entrada más adelante.

Bibliografía:

9 meses desde dentro: Una guía diferente del embarazo para descubrir lo que siente tu hijo desde las primeras semanas de vida, de Carme Escales Jiménez y Eduard Gratacós Solsona.

Fertilidad y salud mental.

Hace poco empecé a ver la miniserie de Netflix llamada Behind her eyes. Sin ser mi intención comentar acerca de su calidad o si me gustó más o menos, la saco a colación porque el diálogo de una de las escenas me hizo pensar en un tema que suele causar mucha confusión: ¿Qué diferencia a los terrores nocturnos de las pesadillas? ¿No son lo mismo? ¿Son unos más preocupantes que las otras?

El diálogo en cuestión ocurre en el segundo episodio y es el que sigue:
«Adele: ¿Lo has hablado con un médico?
Louise: De pequeña… Pero dijo que se pasarían con la edad. Al final me acabé acostumbrando. Aunque mis novios no, y cuando intentaban despertarme, les pegaba y me echaba a llorar. Corta bastante el rollo. El médico decía que si los recordaba, no eran terrores nocturnos, así que seguí con mi vida. ¿No queda otra, no?
A: Se equivocaba.
L: ¿Qué?
A: Recordar terrores nocturnos. Es poco común, pero sí pasa.»

Y bien, ¿Cuánto hay de verdad y cuánto de ficción en esta conversación? Efectivamente, los terrores nocturnos son algo distinto a las pesadillas, pero recordar o no la experiencia no es lo único que los distingue. Los terrores, entre otras cosas, pueden llegar a causar más problemas a la persona que los sufre ya que el afectado puede reaccionar con cierta violencia si se le intenta despertar, creándole esto gran confusión y desconcierto. En todo caso, el médico que atendió a Louise no debía haber actualizado sus estudios porque en esto Adele lleva razón: recordar lo que soñamos durante un terror nocturno no es lo habitual, pero sí puede suceder. Además, las pesadillas (igual que el resto de sueños) pueden o no recordarse dependiendo de múltiples factores, por lo que recordar o no la experiencia no sería una característica que nos vaya a ayudar siempre a distinguir unas de otras.


En todo caso, ambos fenómenos son relativamente inofensivos y comunes, sobre todo en niños y niñas, siendo más infrecuentes en adultos. Sin ir más lejos, la inmensa mayoría de los padres y madres serían capaces de recordar alguna ocasión en que tuvieran que ir a consolar a su hijo/a cuando este se despertó aterrado en mitad de la noche. Ante este tipo de sucesos, no es extraño que digan que sufren de pesadillas o de terrores nocturnos, usando ambos términos de forma indistinta, pero como ya he comentado ambos términos se refieren a fenómenos distintos.

Una forma sencilla de distinguirlos es la propia intensidad del suceso. Si logramos tranquilizar a la persona con relativa facilidad probablemente se tratara de una pesadilla, mientras que si costó mucho consolarlo y hacerle entender que lo experimentado había sido un sueño, es más probable que estuviéramos ante un terror nocturno.

Por así decirlo, el terror nocturno es muy similar a la pesadilla, pero genera un miedo más potente, más intenso, percibiéndose como una experiencia más real. Además sus efectos son más vistosos y espectaculares para un observador. Es por esto que pueden llegar a asustar bastante a los padres de los niños que lo sufren, así como a los convivientes de los adultos que también puedan padecerlos. Sin embargo, más allá del susto que nos podemos llevar, hay que clarificar que por norma general no son indicativo de ningún problema médico, ni deberían preocuparnos demasiado.

En todo caso, ambos fenómenos pertenecen a la categoría de trastornos que conocemos como parasomnias, que serían los trastornos del sueño que no lo modifican por cantidad, sino que lo hacen alterando su normal funcionamiento. Otras parasomnias serían el sonambulismo, el bruxismo nocturno y la enuresis nocturna, por ejemplo, todas ellas alteraciones asociadas a conductas anormales durante el sueño.

¿Por qué suceden?

Como vemos, ambos fenómenos son distintos y esto es así porque sus naturalezas y origen son igualmente diferentes. Para entender sus diferencias cabe hablar primero, de forma resumida, sobre cómo funciona el sueño humano. A lo largo de una noche, pasamos por diversos ciclos de sueño, dividiéndose cada uno en diferentes fases. Cada una se asocia a un tipo y nivel de actividad cerebral distinto, produciendo en nosotros efectos también diferentes. La primera división que realizamos es entre las fases NMOR o NREM (fases sin movimientos rápidos oculares o non-rapid eye movement en inglés) y la fase MOR o REM (Fase de movimientos rápidos oculares o de rapid eye movement, en inglés). Estos acrónimos se refieren a los movimientos que hacemos con los ojos durante la fase REM, que serían perfectamente visibles a través de los párpados para un observador, y que son por completo normales. Estos movimientos, simplificando mucho el asunto, se dan por ser esta la fase en que el cerebro está más activo, «más despierto», por así decirlo. Es por eso mismo que es en la fase MOR cuando ocurren la mayor parte de nuestros sueños, incluidas las pesadillas.

La segunda división corresponde a las fases NMOR, ya que de estas no hay una sino cuatro distintas, durante las cuales nuestra mente debería permanecer mucho más inactiva. Para que nos hagamos una idea, si nos despertamos en estas fases lo hacemos mucho más desorientados y nos puede costar recordar dónde estamos y qué estábamos haciendo. Es en estas fases cuando ocurren los terrores nocturnos, los cuales si nos ponemos quisquillosos no serían técnicamente sueños, sino reacciones de miedo intenso que se dan en la transición entre fases y, sobre todo, al pasar de la cuarta fase NREM a la fase REM, es decir, de la fase de sueño más profundo a la de sueño más ligero (y aquella donde suelen darse los sueños). Si todo marcha bien, la transición se dará con suavidad, pero si por cualquier motivo el sujeto la realiza en estado de agitación o miedo, se producirá el terror nocturno.

Los movimientos oculares rápidos ocurren únicamente en la fase REM o MOR, a la cual dan nombre, y son completamente normales.

Las diferentes características de las fases causan que las pesadillas se den más bien entrada la noche o incluso ya llegando la madrugada, despertándose el sujeto asustado por la pesadilla, mientras que los terrores serían más frecuentes cuando lleva solo dos o tres horas durmiendo, no soliendo despertarse solo y si lo hace lo hace muy confuso, desorientado y presa de un intenso miedo que le impide distinguir el sueño de la realidad.

Características

Además de lo ya dicho, durante los terrores el sujeto puede realizar conductas que no se dan durante un sueño normal, siquiera durante las pesadillas, como ponerse en pie, sentarse en la cama, llorar o empezar a gritar expresando el intenso miedo que está sufriendo. Como ante cualquier otra reacción de miedo, su tasa cardíaca y ritmo respiratorio pueden aumentar, así como podrían experimentar sudoración, mover sus extremidades para defenderse de un peligro inexistente o incluso tener los ojos abiertos (aunque en realidad sigan durmiendo). No en vano es un fenómeno íntimamente relacionado con el sonambulismo.

Estos episodios, además, se pueden presentar de forma aislada bien de forma reiterada, con varios episodios antes de que el trastorno desaparezca por completo. En cualquier caso, la tendencia es a que desaparezcan espontáneamente con el paso del tiempo, al ir madurando el sistema nervioso central del sujeto con la edad, por lo que de cara a nuestros hijos lo mejor es restarles importancia, para que al menos no se preocupen en exceso por el suceso y que entiendan que, al fin y al cabo, no se trata más que de sueños, aunque los vivan de forma especialmente vívida.
Y al respecto de lo otro que explica el personaje de Adele en la serie, sería cierto: A diferencia de las pesadillas, que se pueden recordar con relativa facilidad, al día siguiente suele ser complicado recordar los terrores nocturnos, ya que el sujeto estaba profundamente dormido cuando los vivió, así que le resulta muy complicado rescatar alguna imagen mental de su memoria. No obstante, si fue despertado o si el miedo fue tan intenso que despertó él solo, fragmentos del terror nocturno pueden llegar a fijarse en la memoria del sujeto, pudiendo ser recordados después, normalmente como escenas borrosas.

La causa

Cabe preguntarse, si en las fases NMOR nuestro sistema nervioso central o SNC se supone inactivo, ¿Cómo es que se producen estas ensoñaciones? De hecho, la propia pregunta ya da una pista de la respuesta, y es que los terrores nocturnos están provocados por una hiperactivación anómala del sistema nervioso central mientras dormimos. Esto puede ocurrir por muchas causas, la mayoría no patológicas y siendo la más probable la propia inmadurez del SNC, lo que explicaría que estos fenómenos aparezcan más en los infantes. Además, parece existir un fuerte componente genético, pues la mayoría (hasta un 80% según algunos estudios) de los niños y niñas que sufren de terrores nocturnos tendrían algún pariente que también los experimentó en algún momento, o bien que sufrió sonambulismo (el cuál, como ya se ha dicho, es una condición relacionada que se da en las mismas fases y bajo condiciones semejantes). Otras condiciones que podrían inducir la aparición de los terrores serían:
·Cansancio extremo.
·Enfermedades que afecten al SNC.
·Sufrir de estrés.
·Consumo de medicamentos un otras sustancias que alteren el normal funcionamiento del SNC.
·Dormir en un entorno distinto al habitual.
·En general, situaciones que propicien que el sueño sea más ligero de lo normal.

Como vemos, los terrores, si bien no son por sí mismos patológicos, sí son causados por estados de alteración, mientras que las pesadillas serían simplemente sueños con un componente negativo. Es por esto que la mayoría hemos tenido más de una vez pesadillas, pero sin embargo menos del 6% de niños ha padecido terrores nocturnos. En cualquier caso, estos se dan sobre todo entre los cuatro y los doce años de edad, disminuyendo su frecuencia conforme aumenta la edad.

«El sueño de la razón produce monstruos», por Francisco de Goya.

Cómo actuar ante un terror nocturno

Por todo lo dicho, estos eventos pueden causarnos alarma cuando no estamos acostumbrados a ellos. Los padres y madres suelen sentirse impotentes cuando suceden, ya que hay realmente poco que podamos hacer, y el sujeto afectado es de hecho resistente a ser despertado, aunque pueda parecer físicamente muy activo (gritos, movimientos, etc.) por lo que resulta una escena escalofriante de contemplar. En todo caso, lo mejor que podemos hacer ante los terrores nocturnos es sencillamente esperar a que pasen, vigilando a quien lo sufre para evitar que se haga daño. Lo más habitual es que pasados unos minutos (entre uno y diez) se calmen y prosigan su sueño como si tal cosa, sin recordar nada al día siguiente. Por tanto, lo más habitual en estos casos es que lo pasen peor quienes conviven con el sujeto, que él mismo.

Aún así, muchos se preguntarán si no podemos despertar a la persona para terminar antes con el episodio. La respuesta en general sería negativa, pues suele ser muy difícil despertarlos y, incluso si lo logramos, lo único que lograremos será que el pánico permanezca cuando despierte, por lo que lo hará desorientado, confundido y aterrorizado, costándole tranquilizarse y retomar el sueño. Forzar el despertar es, pues, la peor de las opciones. No nos aporta en general ninguna ventaja, pero sí bastantes perjuicios.

Otra pregunta usual es cuál es el tratamiento de este trastorno. La respuesta es, quizás, decepcionante, ya que la cruda realidad es que no existe ninguno que sea realmente efectivo, más allá de reducir las condiciones que contribuyen a su aparición y que ya se han comentado previamente. Por ello, deberíamos buscar reducir el estrés en el día a día del niño, establecer una rutina previa al sueño que favorezca la relajación (evitando actividades o alimentos que produzcan el efecto contrario), intentar evitar que se agote antes de ir a dormir y dejar que descanse suficiente. Si es necesario, se puede realizar un estudio del sueño de la persona afectada para luego aconsejarle ajustes en su rutina que le puedan ayudar a mejorar la calidad del mismo.

Si los terrores son muy frecuentes y se mantienen en el tiempo, sería necesaria una evaluación exhaustiva para determinar si existe alguna alteración neurológica que los estuviera causando de forma secundaria. También, si cuando estos suceden manifiesta un comportamiento agresivo o difícil de controlar (por lo que se pone a sí mismo/a o a quienes le rodean en peligro) o bien si le afectan notoriamente causándole cansancio o somnolencia, podría llegar a ser necesario intervenir para mitigar su aparición. Si tras evaluar la situación el especialista lo considera pertinente, podría implementarse un tratamiento basado en la técnica de los despertares programados, si bien esta se reserva para casos concretos en que se juzga que puede ser útil para reducir la aparición de los terrores nocturnos.

 

Fuentes:

Terrores nocturnos, del Rady Children’s, Hospital de San Diego.

Las pesadillas, por E. Pearl.

Terrores nocturnos, por E. Pearl.

Miedos del sueño (terrores nocturnos), de la Clínica Mayo.

Pesadillas y terrores nocturnos: diferencias y similitudes, por Natala Montoya Nasser.

 

Como ya he comentado en otras ocasiones, el TDAH (Trastorno por Déficit de atención con o sin Hiperactividad) es una de las consultas más recurrentes en padres y madres que perciben como problemático el comportamiento de sus hijos. De las pautas que estos pueden llevar a cabo en casa ya he hablado previamente, pero resulta evidente que el TDAH puede alterar intensamente la vida del menor en otros contextos, en especial el escolar. Por ello es igualmente importante que los y las docentes estén informados sobre cómo mejor proceder cuando entre su alumnado hay uno o más niños diagnosticados de TDAH, razón por la cual este será el primero de una serie de artículos al respecto.

Antes que nada quizás resulte conveniente recordar que el que un niño se muestre inquieto o se distraiga fácilmente no es sinónimo de TDAH, ya que el trastorno es una condición con implicaciones mucho más graves y diversas, debiendo ser diagnosticado por un especialista. Lo primero y esencial, es tener claro que los síntomas que componen el cuadro no desaparecerán, no «se curan», si bien si se pueden reducir y minimizar. Por ello debemos trabajar en todos los contextos posibles sobre las dificultades que el TDAH provoca a cada niño y niña, siendo especialmente importante el trabajo coordinado entre la familia y la escuela, pues a menudo la conducta del menor es muy distinta en cada uno de estos contextos.

Lo siguiente será tener en cuenta que, aunque cada niño con TDAH se ve afectado de un modo un tanto distinto (por ejemplo, los hay con mayor afectación de la atención que impulsividad, debiendo tenerse en cuenta además variables de personalidad y del ambiente), no debemos comparar unos con otros. Así pues, un niño concreto con TDAH quizás no tenga casi problemas en clase, mientras que otro sí presente diversas alteraciones, interrumpiendo la clase, teniendo dificultades para hacer los deberes, etc. No debemos caer en el error de que el primero se porta mejor que el segundo «a pesar de que ambos tienen TDAH», pues sus circunstancias pueden ser muy distintas, pese al diagnóstico común.

Con ello en mente vemos necesario replantearnos la programación didáctica y efectuar las adaptaciones convenientes, teniendo en cuenta que en general:

  • En el TDAH de tipo inatento el problema principal suele ser la tendencia a distraerse, por lo que presenta dificultades para entender la lección, utilizar la agenda o realizar ejercicios largos.
  • En el TDAH impulsivo tenderá a interrumpir, pudiendo presentar problemas para respetar el turno de palabra, inclusive cuando el docente está explicando la materia.
  • El tipo hiperactivo, por su parte, presenta como principal dificultad la necesidad continuada de moverse, con lo que no pocas veces se levantan de la silla en mitad de la clase, sin motivo aparente.

Otro consejo general, que comparten con cualquier otro niño con cualesquiera condiciones médicas o psicológicas, es que hay que evitar que sus compañeros lo dejen de lado debido a su problema, así como que lo hagan objeto de burla y mofa. Debemos tratar, por supuesto, de no presentar al niño delante de sus compañeros etiquetándolo, evitando siempre marcarlo como distinto del resto. Resulta mucho más conveniente que, cuando se tenga que hacer mención a ello, nos refiramos al TDAH como una característica del menor, en la misma manera en que cada otro niño tendrá sus propias peculiaridades.

Adaptando el aula.

Además de lo dicho, existen actuaciones concretas para llevar a cabo en el aula, adaptándolas eso sí a las características del menor, a su edad y curso lectivo.

  • Uso de mapas conceptuales: Un aspecto común a estos niños es que suelen trabajar mejor con la información visual, por lo que esta forma de resumir los contenidos explicados les puede ayudar mucho a reforzar su aprendizaje al integrarlos mejor.
  • Dividir las tareas complejas: Presentan especiales problemas con los ejercicios complejos (en cuanto a su extensión, no necesariamente por su dificultad), debido a que pueden perder el hilo de lo que estaban haciendo. Dividirlos en subtareas más sencillas les facilitará el afrontarlos.
  • Cuando sea posible, emplear temáticas que sea de su interés: En aquellas tareas donde podamos asignar individualmente temáticas distintas que abordar, buscaremos ofrecerle que las realice en base a aquellas que le sean especialmente motivadoras, ya que estas lograrán más fácilmente captar su atención.
  • Supervisar su aprendizaje: Cuando nos sea factible, es conveniente comprobar que han entendido la explicación. Además, esto es extensible a tareas secundarias al aprendizaje, como el uso de la agenda, que es otro punto en el que suelen fallar mucho. Por ello, conviene revisar si ha apuntado lo que debe y ayudarle si no es el caso, hasta que coja la costumbre y lo haga solo.
  • Darle tiempo: Algunos de los errores comentados pueden obedecer a que sus distracciones les hacen perder el tiempo, con lo que cuando este llega al límite dado para un tarea, se encuentran con que no la han completado. Idealmente les daremos algo más de tiempo cuando haga falta, pero como esto no siempre es posible, puede ser más útil ir dando avisos conforme avance el tiempo para que así retome la actividad.
  • Generar un aula tranquila: El lugar de trabajo debe ser tranquilo, con lo que  buscaremos emplazar al alumno en la zona de clase que más libre de distracciones esté (por ejemplo, lejos de las ventanas o de otros niños y niñas especialmente activos).
  • Clima de confianza: Los niños con TDAH cometen de media más errores en sus ejercicios al poner poca atención al escuchar la explicación del temario y durante la ejecución de la propia tarea. Por ello necesitamos que en clase los niños puedan preguntar toda duda que tengan, generando un ambiente en que se entiendan los errores como una oportunidad de aprender y no como un fracaso. Esta confianza debe hacerse extensible a los propios compañeros del niño, por lo que fomentaremos la colaboración y ayuda entre ellos también.
  • Evaluación continua: Puesto que las fluctuaciones en el rendimiento de estos niños pueden ser mayores que en el resto, será especialmente importante en su caso realizar una verdadera evaluación continua, que tenga en cuenta su esfuerzo y los resultados de aprendizaje relativos. Métodos apropiados para evaluarlos son, entre otros, las listas de control, los diarios de campo, las escalas de estimación, la observación sistemática y los registros anecdóticos.
  • Metodología participativa: Además de lo dicho, involucrar al niño en su aprendizaje haciéndole partícipe del mismo en la medida en que se pueda, resulta especialmente fructífero en niños con TDAH, ya que además de ser más estimulante y motivador, puede evitar que se distraigan tan a menudo.

TDAH y motivación.

Y es que tan importante es facilitar la adaptación del niño a las tareas y a la evaluación, como motivarlo respecto a su educación. El planteamiento es simple: Ante las tareas para las que no estamos motivados nos cuesta más centrarnos, disminuyendo nuestra atención y aumentando la fatiga con mayor velocidad. En cambio, si estamos motivados, nuestras energías se mantienen más tiempo, nos mantenemos más centrados en nuestro objetivo y en los pasos a dar para alcanzarlo. Esto no es distinto para los niños y niñas con TDAH, solo que en su caso la falta de motivación les afecta todavía más. Esto es así porque poseen menor capacidad atencional, por lo que la fatiga y la desmotivación le afecta más todavía.

Por ello no es de extrañar que cuando los niños con TDAH se encuentran con un ambiente educativo poco propicio, acaben sintiéndose a disgusto en clase y rehuyendo sus deberes escolares. Así pues, en su caso será especialmente importante fomentar dicha motivación todo lo que podamos. En este sentido lo que debemos hacer no es distinto de lo que haríamos con cualquier otro niño: Felicitarle cuando realice los ejercicios, no ponerlo en evidencia delante de sus compañeros, adaptando los ejercicios cuando sea posible, animarle a que termine los ejercicios, celebrar las buenas notas y evitar dramatizar los fracasos, transmitiendo siempre un mensaje positivo y de superación, no coercitivo ni punitivo. Todo ello además, redundará en una mejor autoestima por parte del niño.

Hiperactividad en el aula.

Por último quedará el cómo abordar el exceso de conductas motoras en niños con mayor hiperactividad. Para ello buscaremos, por una parte, fomentar un ambiente calmado en el aula y por otra fomentar en el niño el control de sus impulsos. Para lo primero puede ser necesario dedicar unos minutos a relajarnos tras aquellas actividades que hayan requerido al menor moverse, levantarse del asiento o interactuar con elementos del aula o compañeros, o bien al entrar a clase tras educación física, el recreo o al llegar al colegio.

En cuanto a las diversas estrategias que podemos emplear para incrementar el control de los impulsos del niño, así como para extinguir conductas que no sean apropiadas en el aula, serán el tema del que hablaré en la siguiente entrada, pues merecen tratarse en detalle.

En cualquier caso, podemos concluir que un docente con un alumno con TDAH en clase deberá necesariamente comprender las necesidades especiales de dicho alumno y adaptarla a este, aunque esto nunca debe implicar un perjuicio para el resto del alumnado. Se trata de tener en cuenta las características y recursos de cada uno para potenciar sus ventajas y ayudarles a superar sus dificultades. A veces puede ser complicado, pero solo con este objetivo en mente podremos ayudarles a que se comprometan con su propio aprendizaje.

El confinamiento debido al coronavirus (Covid-19) sigue vigente en España y en otras muchas naciones del mundo, de forma más o menos estricta según las circunstancias personales de cada uno. Esta particular situación nos puede ser difícil de sobrellevar a los adultos, ya no digamos a los más peques de la casa. Lo esperable es que las quejas vayan creciendo en muchos casos si no les ayudamos a entender, sin alarmismos, la gravedad de la situación y la necesidad de las medidas que estamos tomando.

Adaptar el mensaje

Como ya comentamos en anteriores entradas, lo que buscamos es aportar a los pequeños la información necesaria para que entiendan que sucede a su alrededor, qué pueden esperar y qué deben hacer, sin por ello abrumarles con datos innecesarios. En general, no es buena idea ignorar los miedos o dudas que puedan tener, quitándoles importancia o respondiendo con fórmulas como «son cosas de mayores», las cuales les causarán más inquietud que otra cosa. Al fin y al cabo, hay que pensar que ya llevan suficiente tiempo viviendo esta situación como para sentirse parte de ella, con lo que no podemos apartarlos del asunto sin más.

No obstante, tampoco podemos responder a sus preguntas acerca del coronavirus tal y como lo haríamos con un adulto, sino que deberemos adaptar el mensaje a la edad y conocimientos del niño. Se trata de informarlo buscando siempre que, mediante la comprensión, se sientan más confiados y seguros ante la situación. Uno podría preguntarse si estas explicaciones son necesarias, pero es que en caso de no tenerlas lo más probable es que recurrieran a fuentes alternativas de información. El ser humano por naturaleza necesita entender su entorno para poder gestionarlo y los niños y niñas no son una excepción a ello, por lo que si no obtienen respuestas a sus preguntas o bien estas son ambiguas o poco convincentes, las buscarán en otro lado, como buscando por internet, a través de sus amistades o bien mediante su propia imaginación. Estos últimos procesos, por cierto, no son exclusivos de los menores y son uno de los pilares de la proliferación actual de bulos respecto al Covid-19 que estamos viviendo estos días.

Volviendo al tema que nos ocupa, según la edad del menor podríamos usar desde explicaciones similares a las que utilizamos entre adultos (para preadolescentes, por ejemplo) a gráficas, analogías, cuentos o dibujos (para los niños más pequeños).

Sinceridad y límites

Aún con todo, no queremos saturarlos con información innecesaria. Se trata pues, no solo de adaptar la forma en que se les informa, sino también lo que se les dice (el contenido del mensaje) y en qué momento. Para evitar dicha saturación, deberemos normalizar el tema lo máximo posible, dejando claro que pueden preguntar siempre que lo deseen. De esta manera nos aseguramos que nuestra explicación no se limite a un único episodio que dejaría sin resolver las dudas que de seguro irán surgiendo más adelante. Debemos evitar pues, que el coronavirus acabe convirtiéndose en un tabú en nuestra casa.

En este sentido, puesto que lo que buscamos en todo momento es fomentar su confianza, deberemos ser todo lo sinceros posible. Así, si nos preguntan algo que no sabemos, deberíamos ser honestos y responder en consecuencia. Eso sí ¡hay que evitar deprimirse por ello! Si no sabemos algo, siempre es buen momento para buscar las respuestas juntos. Puede ser un ejercicio didáctico y a la vez servirá para unirnos más. Si, en cambio, es una pregunta de la cual no hay forma de saber la respuesta segura (por ejemplo «¿cuándo podremos salir?» o «¿Iremos este verano al pueblo de los abuelos como todos los años?»), lo mejor será decir claramente que no lo sabemos, pero explicando el motivo. Así, aunque no resuelvan su duda, tendrán alguna clase de respuesta, lo cual puede minimizar la ansiedad que les causaría la incerteza absoluta que tendrían en caso contrario.

Tema a parte serían los enfermos y/o fallecidos, ya que hablar de ello abiertamente delante de los pequeños puede hacerles entrar en pánico, tanto por sus vidas como por las de sus seres queridos. En este aspecto, será mejor limitar la información y datos a los que consideremos justos y necesarios, según nuestro caso particular.

Informar, actuar

Lo mejor de mantenerlos informados no es solo que eliminaremos la incertidumbre, sino que les daremos la oportunidad de participar activamente en su propia protección y en la de sus queridos. Al fin y al cabo, saber que están manteniéndose en casa no solo para protegerse, sino para ayudar a salvar vidas tanto de conocidos como de desconocidos, puede ser una gran motivación para ellos.

De igual manera, hay que hacerles partícipes del resto de actos necesarios para mantenernos protegidos, como lavarse las manos con frecuencia y realizar el resto de actos preventivos que las autoridades sanitarias indiquen. Si llevamos a cabo todo lo dicho, tendrán motivos de sobra y la información necesaria para hacerlo. ¡Piensa que el aprendizaje de este tipo de conductas les resultará útil, no solo durante estos días, sino también en un futuro!

Algunos consejos para que adopten estas conductas son:

  • Para los niños pequeños, instaurar la costumbre mediante canciones o juegos. Recordemos que no se trata solo de lavarse las manos, sino de hacerlo concienzudamente.
  • Al toser, debemos hacerlo sobre el codo, cubriéndonos boca y nariz, o bien utilizando un pañuelo que desecharemos al momento. Para entender la importancia de ello, podemos hacer referencia al hecho que la gente en la calle está usando mascarilla por este mismo motivo. Si es necesario, podríamos compararlo con un escudo o técnica secreta que nos sirve para defendernos del coronavirus (así como de otros virus y enfermedades).
  • Por idénticas razones, explicar porqué debemos evitar tocarnos los ojos, nariz, boca y pelo, sobre todo si hemos de salir de casa por cualquier motivo. De nuevo, podemos ilustrar dicha necesidad con el hecho que la gente está usando guantes en la calle y en su trabajo, ¡aunque debemos hacer énfasis en que no por llevarlos podemos tocarnos! Para lograrlo, podemos hacer que sea un juego («¡Quien se toque la cara con las manos, pierde!»).
  • En relación a lo anterior, explicar que por idénticos motivos no podemos tocar el móvil con las manos sucias y que en todo caso deberíamos limpiarlo antes de usarlo de nuevo, pues su superficie podría también ir recogiendo estos «bichitos».
  • Para incrementar la implicación de los niños y niñas en todo lo anterior, debemos predicar con el ejemplo. Los adultos en casa son el principal referente de los menores, por lo que es especialmente importante, tanto por ellos como por nosotros, que sigamos las normas de higiene estrictamente. Si las realizamos nosotros y les pedimos que nos imiten, será mucho más probable que las interioricen y entiendan cuan importantes son.

Parte 1

Parte 3 (Próximamente)

El estado de alarma sigue, con todo lo que ello implica. Por ello, sigo ofreciendo todos mis servicios también en modalidad telemática mediante videoconferencia. Además, y con motivo de la cuarentena por el coronavirus, atenderé consultas breves relativas al efecto psicológico de la misma vía e-mail o mediante el formulario de contacto, de forma gratuita. Tened paciencia y ¡mucho ánimo a todos y todas!

La mayoría, sino todos, hemos sufrido alguna vez la falta de motivación. No es de extrañar por tanto que los más jóvenes también puedan verse afectados por ella y es de hecho uno de los motivos de consulta más comunes. Hoy nos ocuparemos de como lidiar con este tipo de situaciones, pero antes será mejor empezar concretando a qué nos referimos cuando hablamos de motivación.

 

¿Qué es la motivación?

Por motivación nos referimos a un estado mental que nos impulsa hacia un objetivo concreto, para el cual diremos que estamos motivados. Se trataría pues de una fuerza que nos impele a elegir, mantener y dirigir nuestras conductas hacia la consecución de la mencionada meta. En este sentido podemos encontrar motivaciones básicas y comunes a todos, como serían las relativas a las necesidades primarias y secundarias (alimento, bebida, seguridad, por ejemplo), pero a veces necesitamos estar motivados a metas más difusas, como serían los objetivos académicos.

Alimentarse es una de las necesidades básicas.

Estemos hablando de unas u otras la motivación humana se regirá por ciertos principios generales, los cuales nos servirán para aumentar o disminuir la motivación cuando ello sea necesario. Uno de ellos es el referido a las fases motivacionales o fases del ciclo motivacional. Dicho ciclo se divide en Homeóstasis, Aparición, Necesidad, Tensión, Activación y Satisfacción.

El concepto de homeóstasis es en realidad el que define como un organismo vivo es capaz de autoregularse para mantener un equilibrio que necesita para sobrevivir. Este principio se refiere por ejemplo a los procesos químicos que se dan en nuestro cuerpo, pero también a nuestros estados mentales (fijémonos por ejemplo que aunque somos capaces de sentir grandes alegrías y penas, en general tendemos a permanecer en un estado de calma emocional).

Sin embargo, el ciclo no se inicia realmente hasta que aparece un estímulo que genera una necesidad o que bien que el organismo interpreta que le servirá para recuperar la homeóstasis perdida. Así por ejemplo, si tenemos hambre buscaremos comida, pero igualmente cierto es que al presentarnos un plato de aspecto delicioso es este mismo el que nos genera dicha hambre.

Llegados a este punto, el individuo recibe señales de su organismo, indicándole que tiene un necesidad que se traduce en un deseo respecto del objeto necesitado. Esta necesidad provoca un estado de tensión físico y mental que se mantendrá mientras esté insatisfecha y que impulsa al sujeto a su consecución mediante conductas emitidas para rebajar la tensión logrando la meta marcada. Dichas conductas conforman el comportamiento, que será mantenido mientras exista la motivación, no necesariamente siendo este fijo pues muchas veces vamos variando nuestras conductas hasta que logramos nuestro fin, por ejemplo probando diversos métodos, refinando nuestras estrategias, etc.

El ser humano lleva milenios perfeccionando las conductas que le sirven para cubrir sus necesidades.

Finalmente, si todo va bien el sujeto logra la satisfacción que le otorga el lograr su meta, retorna al estado de equilibrio buscado hasta que este se vea alterado nuevamente. Al satisfacerse el sujeto habrá librado la tensión acumulada, pero ¿qué ocurre si esta tensión se sigue acumulando al no lograrse la meta?

Y es que este ciclo no puede prolongarse eternamente. Si la necesidad no se satisface al pasar cierto tiempo (que variará según el tipo de necesidad y otros factores) el sujeto podría acabar padeciendo efectos adversos, como por ejemplo presentar reacciones emocionales intensas y negativas, ansiedad, aislamiento o efectos fisiológicos como insomnio, problemas de circulación o digestivos. También podría comportarse de forma aparentemente ilógica o agresiva, así como perder el interés y mostrarse apático. Esta sería la llamada frustración.

 

¿Cómo podemos gestionarla?

Teniendo en mente lo anterior ya sabríamos que existen ciertos factores que afectan a nuestra motivación, por lo que cabría plantearse si podemos hacer algo para aumentarla. Por supuesto, lo que sigue no son ni mucho menos fórmulas mágicas, pero padres, madres y tutores que vean necesario trabajar la motivación de los menores a su cargo deberían tener todo esto en cuenta.

Lo primero que debemos de entender es que una diferencia fundamental entre niños y adultos es que los primeros no son plenamente responsables y conscientes de sus acciones, cosa que irá cambiando con la edad. Hasta que llegue ese momento, recae en buena parte sobre los padres el enseñarles el valor del esfuerzo y la perseverancia, no obstante también tendremos que educarles (y puede que aprender nosotros mismos) para que tengan expectativas adecuadas.

Y es que si imponemos unas metas demasiado elevadas, cuando estas no se alcancen el sujeto sufrirá una gran frustración, pues si se había creado una buena motivación al respecto, la tensión generada en consecuencia no podrá ser liberada convenientemente. Y cuando digo «imponemos» no me refiero solo a cuando se le exige el cumplimiento de una meta literalmente impuesta, sino también cuando sin darnos cuenta les hacemos creer que lo lograrán aun sin tener nosotros una base fundamentada para ello. Si un niño ha suspendido los dos primeros trimestres de una asignatura, debemos alentarlo a aprobar, pero no sería buena idea hacerle creer que sacará un diez en el tercero, pues lo que sucedería en este caso es que si aprueba con menos nota en vez de alegrarse se sentirá decepcionado. Además, cuando marcamos metas realistas, si luego las sobrepasamos con creces (por ejemplo si el niño del ejemplo saca finalmente un diez) ¡la alegría será mayúscula!

Vemos pues la importancia de fijarse metas adecuadas. Por ello, podemos ayudar a los más pequeños a establecerse objetivos en momentos puntuales como podría ser el principio de un curso lectivo. Para ello, cuanto más concretas sean estas mejor, pues así evitaremos equívocos en cuanto a su consecución. Por la misma razón, idealmente estas deberían ser mensurables, como sería el caso de obtener una nota concreta o emitir una acción dada una cantidad determinada de veces cada cierto tiempo.

Por otra parte, un problema con el que nos encontramos con cierta asiduidad es que los menores no acaban de entender la importancia que pueden tener ciertas metas. Por ello, será importante tomarnos un momento (o los que hagan falta) para explicarles por qué es importante lograrlas.

Además de elogiar el esfuerzo, es importante animarlos. Esto es así porque, si bien los elogios tienen a remarcar la alegría cuando vemos el resultado tras un esfuerzo, las palabras de aliento ayudan reforzar dicho esfuerzo en el mismo momento en que este se está produciendo. ¡La combinación de ambas es una de las mejores herramientas de las que disponemos a la hora de motivar a los jóvenes!

Por supuesto, y siempre adaptándonos a la edad y características del menor, será necesario implicarnos en su aprendizaje, participar en él. Si nosotros no mostramos interés en estas actividades, difícilmente podremos lograr que lo sientan ellos. No se trata de sentarse junta a ellos para hacer los deberes cuando sea necesario, sino también extender dicha actitud positiva frente al aprendizaje yendo a museos, bibliotecas y parques naturales, buscando siempre fomentar el aspecto educativo de estos entornos, pero sin olvidarnos de hacerlo de manera que se lo pasen lo mejor posible, asociando así sensaciones agradables al aprendizaje.

Aprendizaje y recompensas

A pesar de lo dicho, cada individuo es distinto a los demás, no pudiéndose encontrar dos personas que piensen o sienta igual a la otra en todo. Esto es debido a que nuestras personalidades son resultado de un cúmulo enorme de factores sumados, algunos de los cuales los poseemos desde que nacemos, pero muchos otros teniendo que ver con nuestro contexto y experiencias. Esto es importante si queremos entender a los demás, inclusive si pretendemos motivarlos, pues podemos encontrar que lo que a uno le motiva muchísimo en otro no produce más que indiferencia o incluso rechazo. Por ejemplo, prometer a un joven que lo llevaremos a cierto partido importante de fútbol si cumple con sus obligaciones podría favorecer mucho dicho cumplimiento, mientras que en el caso de otro quizás lo visualice más como un castigo que otra cosa. Por ello es importantísimo tener bien claros los gustos y preferencias de la persona en cuestión, debiendo evitar imponer los nuestros ya que a veces lo hacemos de forma inconsciente.

También entra aquí en juego la probabilidad percibida de obtener dicha recompensa, ya que el esfuerzo tiende a ser mayor cuando el sujeto prevé que este tiene grandes probabilidades de producir la recompensa. Esto implica varias cosas, siendo la primera que si un niño o niña percibe cierta asignatura o tarea como muy complicada o inalcanzable, por muy grande que sea la recompensa puede que no se esfuerce al entender que dicho esfuerzo no se traducirá finalmente en el premio asociado (de ahí lo que decíamos de marcarse metas plausibles). Por otra parte, si cuando prometemos un premio no siempre lo cumplimos, podrían empezar a percibir que no merece la pena esforzarse pues no necesariamente conseguirán el premio prometido, al depender este de otros factores fuera de su alcance, como la voluntad última del progenitor, cuestiones económicas, etc. Por ello siempre recomiendo ser consecuente con los premios y castigos, aplicándolos de forma sistemática y sin excepciones, de forma que el sujeto asocie las acciones que queremos reforzar con la recompensa, y las que queremos que evite con el castigo al que las hemos emparejado.

 

Aprendizaje social

Como vemos, la motivación del individuo no se ve influida solo por la propia voluntad de este, sino también por multitud de factores externos a él. En concreto vemos la importancia que tiene en ello el entorno social. Algunos autores han concreta el mecanismo por el que este aprendizaje sucede en los siguientes pasos: Estímulo, Respuesta, Enseñanza social, Recompensa-Castigo, Análisis del resultado.

El ciclo del aprendizaje social empieza pues también al aparecer el estímulo, actuando el sujeto en cuestión ante esta aparición. Es decir, que emitirá una respuesta ante dicho estímulo. Sin embargo, este tipo de aprendizaje difiere del que se deriva de la propia experiencia en que tras esa acción se dará la intervención de un segundo individuo el cual tendrá más o menos influencia en el primero según la relación que medie entre ambos. Así, los padres, madres y el profesorado suelen ser figuras de referencia muy importantes para los menores y por ello podrán influir más que otros en su comportamiento.

Y es que su papel será el de enseñar al menor, tutelarle, juzgando su comportamiento, la acción emitida e informándole de si ha sido adecuada o no, y en su caso como podría mejorarla. A esto lo llamamos enseñanza social. Si embargo, para modificar el comportamiento del sujeto, la sociedad, mediante los sujetos encargados de ello como los que ya hemos mencionado, recompensará los comportamientos positivos y castigará los negativos. Este sistema  de recompensa-castigo es normalmente aplicado tanto en el hogar familiar, como en clase e incluso en la sociedad en general, derivándose de él el conjunto de normas sociales que imperan en ella y la vertebran.

En general, las recompensas tenderán a aumentar la probabilidad de que la conducta premiada se dé en el futuro, siendo pues reforzada. Si se llega a un punto en que el sujeto suele emitir respuestas semejantes ante situaciones análogas, diremos que el comportamiento ha sido aprendido. Para que esto suceda el sujeto analizará los resultados, evaluando tanto los que son consecuencia directa como los derivados de esta estructura social.

Cabe comentar, respecto al castigo, que este es en general menos efectivo que la recompensa. Por ello, si bien aporta un valor añadido al aprendizaje, se recomienda que este vaya acompañado de recompensas cuando se emitan las conductas que deseamos que el sujeto emita, pues el mero castigo indica al sujeto que conductas debe evitar, pero no ofrece posibilidades de ampliar su repertorio conductual y por tanto no da alternativas a esas conductas.

 

¿Cómo motivar?

Teniendo en cuenta todo lo anterior, queda claro que la motivación es necesaria cuando se requiere cambiar la conducta de un sujeto. Los menores no son ni muchos menos una excepción, con lo cual deberemos motivarlos para que se involucren en dicho proceso de cambio. Para ello, deberemos cuidar la forma en que nos comunicamos con ellos, pues las reprimendas continuadas y desaforadas merman su autoestima, aumentando la tensión en la relación y funcionando como castigo, que como hemos visto sirve para restringir el repertorio conductual sin ofrecer alternativas. Deberemos evitar pues mensajes como estos:

  • «Siempre haces igual»: Se recalca no solo una mala acción, sino la presunción de que el menor no va a cambiar y por lo tanto no existe esta opción.
  • «Eres desordenado/un desastre/un vago/un mentiroso»: Igualmente, afirmaciones como esta definen categóricamente al individuo, que asumirá que es tal y como le dicen y por tanto se comportará en consonancia.
  • «¿Por qué no aprendes de tu hermano?»: Cuando los comparamos con sus hermanos, con sus compañeros de clase o en general con otras personas, minamos su autoestima en tanto que les estamos diciendo a grandes rasgos que son menos válidos o capaces que ellos.
  • «Nunca llegarás a nada / Así no llegarás a nada»: Un mensaje de desesperanza que aporta bien poco.
  • «Me tienes harto/a»: Expresa rechazo, no por la acción emitida, sino por la persona que recibe el mensaje.
  • «Cada día te portas peor»: Sea cierto o no, mensajes como este implícitamente dan a entender que el menor es menos apreciado, menos querido y menos valorado, cada día que pasa.
  • «¿Cuándo vas a aprender?»: Pregunta normalmente emitida en tono de desprecio, siendo en realidad una afirmación oculta que envía el mensaje de que el niño no puede mejorar ni se espera que lo haga.

Como vemos, la forma en la que hablamos afecta y mucho a quien recibe este mensaje. Para evitar el efecto negativo de las frases anteriores, podemos emplear en su lugar algunas más semejantes a las siguientes:

  • Sé que tu intención es buena.
  • Sé que eres capaz.
  • Tranquilo/a, mejorarás.
  • Confío en ti.
  • Si necesitas algo, pídelo y te ayudaré en lo que pueda.
  • ¡Que bueno/a eres!
  • Lo harás muy bien.
  • Estoy orgulloso/a de ti.
  • No te preocupas, poco a poco te va saliendo mejor.
  • Ya sé que crees que no se te da bien hacer esto, pero tienes otras muchas cualidades.
  • Sabemos que fue sin querer.
  • ¡Felicidades!
  • Sabía que lo lograrías.
  • ¡Tú puedes!

Y recuerda que si necesitas consejo al respecto, si buscas ayuda profesional o si simplemente consideras que tu hija/o necesita clases particulares especializadas, no dudes en contactarme.

 

Fuentes:

El siguiente texto en cursiva es una adaptación del artículo «The Narcissistic Father» (El padre narcisista), publicado en Psychology Today por Mark Banschick, publicada originalmente en nuestra antigua web.

«La mitad del daño que se hace en este mundo es producido por gente que quiere sentirse importante. No buscan necesariamente dañar a los demás, pero cuando lo hacen no les importa, ya que o bien no se dan ni cuenta o bien lo justifican para mantener la valoración positiva que hacen de sí mismos» T.S. Eliot.

Es probable que antaño pensaras  que cuando tuvieras veintitantos y sobre todo cuando llegaras a la treintena de años ya habrías alcanzado cierta cantidad de éxito en tu vida. Tu carrera laboral estaría en marcha, tendrías tu domicilio, una relación estable y alguno de tus otros deseos y objetivos  ya cumplidos.

Sin embargo, en la mayoría de casos seguro que muchos de estos proyectos vitales están lejos de satisfacerse. Esto por supuesto afecta a la confianza que tienes en ti mismo y puede que si miras atrás y piensas en tu infancia te venga a la mente tu padre, una persona llena de confianza, exitosa, popular, con amigos y trabajo, que nunca dudaba de sí mismo, no como tu.

Cuando acudía a un evento social, tu padre conocía a todo el mundo, todos le prestaban atención y casi toda la acción parecía girar a su alrededor. Si lo pensamos ¿es posible que tanta confianza pudiera llegar a ser arrogancia? Si lo anterior coincide con tu caso es posible que fueras criado por un padre (o madre) con rasgos de personalidad narcisistas. Si este es tu caso, ¿cómo puede que te afectase?

Cada familia es un caso concreto y por tanto cada una forma una estructura social con sus propias reglas, secretos y patrones de conducta. Como dicha estructura es la única que conocemos en nuestra infancia tendemos a actuar, no siempre de forma consciente, como si todas las madres y padres estuvieran hechos con el mismo molde que los nuestros y es por ello que cuando oímos de progenitores muy distintos a los nuestros, pensamos que es porque en general son distintos a la media. Esto es, tendemos a pensar en nuestros padres como la norma general. Por eso, si creciste con un padre narcisista, posiblemente nunca lo supiste y en su lugar siempre asumiste que todos los padres se comportaban y pensaban de forma similar.

Para saber si realmente conocemos a alguien con una personalidad narcisista, expliquemos que distingue a estos individuos del resto, y en concreto cuando ejercen su rol de padre:

  • Centrados sobre todo en sí mismos, vanidosos: Se ven y hablan de sí mismos como si fueran importantes, se creen superiores y por tanto capaces de logros que los demás no.
  • Usan a la gente en su propio beneficio: Utilizan a los demás aprovechándose de ellos, pudiendo contactar con cada uno solo cuando le conviene, ignorándolos después. En general, consideran que los demás deberían ayudarles y ofrecerles lo que piden, esté este pensamiento justificado o no.
  • Son carismáticos: En general, atraen la atención e incluso la admiración de la gente, saboreando además esa atención. Les encanta ser el centro de las miradas, pues de hecho creen que lo merecen.
  • Fantasean en exceso: En este caso no hablamos de una imaginación como los demás, sino de personas tendentes a fantasear acerca de sus éxitos, prestigio y capacidades. Además, a menudo exageran sus logros, de forma tan natural que hasta ellos mismos se los creen y en consecuencia sus metas son poco realistas.
  • No se toman bien las críticas: Las críticas les hieren en exceso, incluso las justificadas y que intentan no ofenderles, por lo que suelen reaccionar mal ante ellas, ignorando a quienes las emiten, eliminándolos de sus vidas o incluso tratando de devolverles el daño, según casos.
  • Cuando se enfadan dan miedo: No necesariamente son personas violentas, pero cuando se enfadan expresan de forma muy evidente este disgusto, ya sea con gritos, insultos, o algunos de ellos llegando incluso a agredir a quien les ha contrariado.
  • Son distantes y poco empáticos: Lo anterior es debido a que, independientemente de lo emocionales que son, tienen problemas para usar la empatía, mostrándose en general indiferentes ante los sentimientos ajenos. Como dijimos, no necesariamente desean el mal ajeno, y puede que hasta cierto punto se preocupen de quienes le rodean, pero desde luego no es su punto fuerte al estar tan centrados en sí mismos.
  • Buscan constantemente la gratificación y aprobación social: A pesar de su ego desmedido, necesitan saber que los demás les valoran igual que ellos mismos. Es por ello que los padres narcisistas pasan más tiempo sin su familia que otros padres. Además, fácilmente valoren más la opinión de personas externas a la familia, sobre todo cuanto más influyentes las consideren, que lo que piensen de él sus hijos.
  • Siempre hacen lo que les gusta: Como dijimos, los narcisistas tienen problemas para ponerse en la piel de los demás, y es por ello que cuando han de realizar actividades con otros tenderán a proponer actividades que les gusten a ellos mismos. Esta actitud incluye sus interacciones con sus propios hijos, y cuando estos les pidan jugar con ellos el padre normalmente intentará que el niño juegue a alguna cosa que a él le gusta, asumiendo que al niño «lógicamente» también le gustará.
  • Les gusta presumir de sus allegados casi tanto como de sí mismos: Esto incluye sobre todo a sus hijos, ya que sobre ellos pueden permitirse cierto control que con los demás no. Por tanto, si estos resultan tener cualidades sobre las que presumir, las magnificarán, mientras que si tienen defectos tenderán a no mencionarlos o incluso negar su existencia, al menos frente a los demás ya que la actitud en familia puede ser muy distinta. 
  • Es difícil conseguir de ellos lo que (emocionalmente) necesitamos: Este aspecto es especialmente importante al ejercer su rol de padre o madre, pues aunque cumplan con sus obligaciones a nivel material, no suelen hacerlo en otros niveles más sutiles. Por ejemplo,  su hijo/a requerirá su atención y afecto pero solo atenderá dichas necesidades de forma esporádica y seguramente cuando al propio padre le venga bien.

Puede que las características antes mencionadas te suenen de algo, puede que no. Hay que tener en cuenta que un individuo con personalidad narcisista no suele poseer todos los rasgos descritos, aunque sí presentará la mayoría. Por otra parte nos podemos encontrar con sujetos que muestren unas pocas de estas características y en este caso hablaríamos de alguien con rasgos narcisistas, no de un desorden de personalidad en sí mismo.

El problema inherente a la clasificación de los trastornos de personalidad

Para lo mayoría de la gente la palabra narcisista no significa exactamente lo mismo que para los psicólogos y además como hemos visto podríamos encontrar rasgos narcisistas en muchos de nosotros, pero no hay que preocuparse pues esto es bastante normal y dista mucho de llegar a ser un trastorno de personalidad.

El término narcisista, entendido como un trastorno en sí y aunque útil desde el punto de vista clínico,  no está exento de controversia. En realidad, como muchos diagnósticos psicológicos,  es una clasificación un tanto arbitraria y responde más a su utilidad a la hora de organizar nuestro conocimiento al respecto de este tipo de casos que a descripciones reales de individuos concretos y es por ello que los rasgos antes descritos no son una lista que el sujeto debe cumplir para recibir el diagnóstico y si más bien unos criterios acumulativos, de modo que si se reúne cierta cantidad de ellos podrá ser diagnosticado.

Por supuesto, como todos los trastornos psicológicos, los rasgos descritos han de ser expresados con una intensidad y/o en una forma tal que cause algún perjuicio al individuo. Según el DSM-V, una personalidad narcisista se define por ser un patrón de personalidad tendente a «grandiosidad, necesidad de admiración y falta de empatía». 

Buscan ser admirados, y consideran tener más derechos que los demás debido a que se creen más importantes, son abusivos, faltos de empatía, sienten fácilmente celos cuando otros logran lo que ellos no y además son arrogantes. Otra característica típica es la falta de respeto a los límites sociales, debido a sus dificultades para darse cuenta de las necesidades ajenas.

Teniendo todo esto en cuenta, volvamos al tema que nos ocupaba, que es cómo puede afectar un padre narcisista a sus hijos e hijas.

El padre narcisista

Un padre narcisista podría causar daño psicológico a sus hijos, por ejemplo, mostrándose indiferentes a los lazos entre ambos, manipulando a sus hijos para obtener su afecto e ignorando las necesidades de estos en favor de las suyas propias. Además, puesto que la imagen que proyectan hacia los demás es tan importante para ellos, exigen la perfección en sus hijos para así poder incluirlos en esa imagen perfecta que muestran al resto, pues consideran a sus hijos como sus logros. Esto puede causar en el hijo una presión continua por mejorar en todo lo que hace, piensa o dice. Teniendo en cuenta la falta de comprensión que tiene un menor respecto a un adulto, este no se dará cuenta de lo que sucede y o bien intente cumplir los deseos de su padre, lo cual muchas veces será imposible y le costará gran sufrimiento, o bien elegirá eventualmente ignorar las exigencias paternas, con lo que igualmente sufrirá el mencionado daño psicológico y la relación padre-hijo quedará perjudicada.

Veamos algunas de las formas en que un padre narcisista puede afectar a su hijo o hija:

Los hijos/as de padres narcisistas, normalmente refieren no sentirse satisfechos con sus necesidades de atención por parte del padre, lo cual puede agravarse si tienen hermanos con los que tendrán que competir. De pequeños pueden recibir halagos del padre, pero conforme crecen estos desaparecen o bien siguen siendo igual de superficiales (lo cual es más probable en el caso de las niñas), por lo que cada vez demuestran ser más insuficientes. Lógicamente esto puede afectar el desarrollo de su personalidad hasta llegar a la adultez, siendo la distancia paternofilial un tema que causa preocupación y desasosiego, de modo que posiblemente busquen el éxito para obtener la aprobación paterna, aunque esto por supuesto no la garantiza.

Puesto que con un padre así nunca será suficiente, las relaciones sociales y familiares que posteriormente se desarrollen se verán ciertamente condicionadas. Al crecer, estas personas pueden verse más afectadas cuando sean rechazadas por otros, podrían sentirse demasiado ansiosas ante compromisos y por tanto evitarlos, o buscar tan desesperadamente el éxito que nunca tengan suficiente. Adoptar para sí mismas la personalidad narcisista es también otra de las posibilidades, con las evidentes consecuencias negativas que ello comporta.

Además, si el niño tiende a compararse con la figura paterna posiblemente no sentirá jamás que pueda alcanzarlo. La comparación será todavía más evidente si el padre compite directamente con el hijo o si se posiciona como modelo a seguir e imitar.

Como naturalmente un niño no puede vencer a su padre en casi ninguna circunstancia que implique una competición, cuando finalmente el niño sea adulto habrá interiorizado la idea de que su padre es categóricamente mejor que él en todo. Aun así, es posible que el menor (y también cuando ya sea adulto) intente lograr el éxito en cualquier ámbito de su vida para así conseguir la atención paterna y algo que se parezca a un atisbo de orgullo por parte del progenitor. No obstante, por mucho éxito que logre, un padre narcisista no mostrará generalmente ese orgullo, aunque a veces pueda sentirlo, y esto afectará gravemente a la relación entre ambos.

Insistimos en que una de las peores posibilidades es que el hijo acabe imitando el patrón de conducta y personalidad del padre y se convierta a su vez en un narcisista, compensando la falta de amor recibido mediante un gran amor propio, que aun así necesitará de la aprobación externa continua.

Por tanto, ¿cómo podemos enfrentar esta situación cuando creemos que nuestra infancia fue afectada de un modo similar al descrito?

  • Acude a terapia: Este puede que sea un consejo obvio, pero puede ayudarnos a entender lo que nos pasa, cómo nos afecta nuestro padre y cómo, si es posible, podemos reencontrarnos con él aceptando que su peculiar forma de ser no nos debe afectar más, disfrutando de su presencia sin sentirnos empequeñecer.
  • Acepta a tu padre: Puede que sea arrogante y que su necesidad de atención constante pueda llegar a ser exasperante, pero la mejor opción es aceptarlo. No me refiero con esto a permitirle que nos dañe sin consecuencias, pero es mejor pensar en él como un padre al que podemos querer a pesar de sus defectos. Si le negamos el poder de dañarnos, ya solo queda aprovechar lo que pueda ofrecernos. Lo cual nos lleva al siguiente punto.
  • No dejes que te haga daño: Cuando interactuemos con él y tenga, por ejemplo, un arranque de ira, puedes simplemente marcharte, no sin antes dejar claro que lo haces porque esa situación no es constructiva ni te aporta nada. Deja que sea su problema, no el tuyo.
  • Corta los lazos: Por supuesto no es la solución preferible, pero en aquellos casos en que el padre sea especialmente peligroso o presente una actitud exageradamente nociva sí puede ser la mejor opción. Cuando llegamos a adultos, nosotros decidimos y no hay motivo para permitirle que nos convierta en víctima de sus comportamientos abusivos.
  • Limitar su influencia: La larga sombra del padre narcisista nos puede influir más de lo que pensamos, pudiendo llegar el hijo a identificarse con el patrón de conducta social que presente el progenitor. Por otra parte puede que el hijo/a desarrolle un carácter ansioso, pues ha aprendido que no puede confiar en que los demás le presten atención cuando lo necesite. Por eso, hay que intentar a toda costa evitar esa influencia.
  • Ten expectativas realistas: No esperes que tu relación con la persona narcisista se base en el respeto mutuo y el afecto recíproco. Ellos son egoístas por naturaleza y no suelen postergar sus necesidades para atender las ajenas. Como adulto, debes aprender a entender la situación y como decíamos no dejar que te afecte, en la medida de lo posible. Para esto es indispensable mantener unas expectativas realistas, de modo que sepamos qué podemos esperar y qué no de esa persona.
  • Aprende cómo tratarlo: Cuando necesitas algo de una persona narcisista, convéncelo de que obtendrá algún beneficio con ello. No se trata de mentirle, pero estará más a favor de tu causa si además de lo que tú puedas obtener él también sea participe de ese éxito.
  • No dejes que sus juicios nublen el tuyo: O lo que es lo mismo, no dejes que sus críticas te hagan pensar que eres menos importante de lo que eres realmente. En relación a esto, puede que no te interese confiarles cierta información o compartir con ellos tus éxitos a la espera de su reconocimiento. Si sabes que seguramente no recibirás el trato que mereces, busca apoyo en alguien en quién sí confíes.
  • El conformismo es una opción: Puede parecer un mal apaño pero en estos casos no debemos descartarlo, pues al interactuar con un padre narcisista del cual no queremos alejarnos permanentemente, puede ser más fácil y requerir menos esfuerzo aceptar sus deseos si creemos que la discusión no nos será útil en este caso concreto. Ojo, no digo que debamos acatar sus órdenes en general, pero sí que en algunas ocasiones podemos valorar la situación y si no nos afecta negativamente, simplemente seguirle la corriente.
  • El enfrentamiento también es una opción: En general los narcisistas se suelen salir con la suya porque los demás se lo permiten, aunque sea por su pasividad. Lógicamente, si estamos decididos a impedir esto deberemos mantener firme nuestra postura ante ellos y además expresarles que su actitud nos resulta inaceptable. Fácilmente esto provoque una reacción negativa por su parte, quizás su enfado, pero llegados a ese punto no hay que dejar que nos afecte y hemos de recordar que como adultos podemos comprender mejor la situación y a nuestro padre, siendo por tanto menos vulnerables a sus actos. Recordemos eso sí, que los narcisistas odian las críticas.
  • Compadécete de él: Sí, su arrogancia no facilita que simpaticemos con él, pero si lo piensas un momento, alguien que necesita cumplidos, atención y la aprobación de los demás de forma continua, en realidad bien merece que nos compadezcamos de él, pues también sufre por ello. Esta es una buena forma de mejorar la relación con un padre narcisista, pues hasta cierto punto nos puede valer la pena, aunque a él le cueste entender nuestra nueva actitud. Al fin y al cabo él no tiene más remedio que convivir con sí mismo, mientras que nosotros siempre tenemos la opción de salir de la habitación.

Dicho lo anterior, aunque es difícil lidiar con un padre narcisista sin verse afectado, seguro que también te has encontrado a lo largo de tu vida con otras personas que también te han influido, y en su caso para mejor. En concreto puede que en tu propia familia puedas encontrar individuos con los que te sientas más identificado o con los que simplemente tienes una mejor relación, como puede ser tu madre, hermano/a o abuelo/a. También podemos encontrar personas afines en las que confiar en amistades o en otros contextos, como pueden ser profesores, entrenadores, terapeutas, compañeros de trabajo, etc. 

Por supuesto, es importante en estos casos tener claro nuestra propia valía. Nuestra grandeza no depende de nuestros éxitos, ya que existen muchas más cosas en la vida. Hay ahí fuera grandes hombres y mujeres de los que nunca oiremos hablar pues el mundo no reconoce sus talentos, pero no por eso son menos importantes.

Un último apunte

A todo lo anterior, añadiremos un aspecto del padre narcisista relacionado con nuestra especialidad. En los casos de guarda y custodia de menores, normalmente nos encontramos con un padre y una madre que luchan por dicha custodia y que se enfrentan en un procedimiento judicial, pues por las razones que fuere no han conseguido llegar a un acuerdo sobre cómo repartirse el tiempo que pasan sus hijos menores en común con cada uno.

Dejando de lado casos en que alguno de los dos progenitores incumple gravemente su rol como tal, sea agrediendo o abusando del menor o simplemente siendo negligente con los cuidados que debería proporcionarle, nos encontraremos a dos personas que creen por igual que están capacitados para ser padres y habitualmente, que el otro progenitor no.

Incluso en los casos en que la motivación es la adecuada, podemos encontrarnos con que uno de estos padres no cuida adecuadamente al menor pero además no reconoce sus faltas. No pocos veces nos encontramos un padre que está verdadera y genuinamente convencido de que ejerce su papel de forma estupenda e inmejorable, añadiendo que además la prueba está en que sus hijos le adoran, aunque luego comprobamos a través de esos mismo hijos y mediante otro tipo de pruebas que esa persona descuida notablemente los cuidados que los menores necesitan.

En este tipo de casos, no es raro que los menores en cuestión tengan cubiertas sus necesidades físicas (alimento, vivienda, ropa e incluso caprichos) pero que luego no compartan tiempo de ocio con el progenitor y que este no escuche ni se interese por lo que les ocurre a estos, ni por como se sienten. El resultado es un padre que cree que lo está haciendo todo perfecto y merece (¿os suena?) elogios al respecto, mostrándose sorprendido cuando otros no interpretan la situación igual que él y aún más cuando son los propios menores los que refieren no sentirse queridos por el progenitor.

El resultado en estos casos es que los niños sienten cada vez menos apego al romperse la unión familiar, pues les resulta imposible no comparar el trato recibido por ambos padres. Si hay un padre narcisista, llevará las de perder y poco a poco la relación padre-hijo irá dañándose, algo que en muchas ocasiones el adulto recrimina al menor y achaca a que el otro progenitor le está adoctrinando en su contra. Como decía el texto de Banschick hacia el final, compadeceos del narcisista, pues su conducta y actitud le conducen con toda probabilidad a la soledad.

 

Un niño o una niña, quizás un adolescente, está mirando la pantalla de su móvil o tableta. No sería una situación preocupante si no fuera porque parece estar siempre igual, incapaz de no comprobar los whatsapps recibidos o entrar en Instagram cada pocos minutos. Esta situación y otras muy similares, son desgraciadamente familiares para muchos padres cuyos hijos pasan una cantidad de tiempo excesivo utilizando este tipo de dispositivos. El resultado es que estos menores ven el mundo a través de sus aparatos y esto les puede afectar en el modo en que desarrollan sus relaciones, pudiendo llegar a manejarse mejor en el medio digital que en el que hay fuera de las pantallas.

Estos niños y niñas pueden de hecho padecer dificultades a la hora de desarrollar habilidades sociales básicas que en otros tiempos se hubieran dado por sentadas, como la capacidad para mantener el contacto visual cuando hablan con los demás o la capacidad para interpretar correctamente el lenguaje corporal de sus interlocutores.

Si bien la tecnología digital por sí misma no es perjudicial y de hecho puede llegar a ser un elemento muy positivo, sí es cierto que debe mantenerse un control sobre el uso que hace el menor (y nosotros mismos) de los medios digitales. Y sí, debemos tener en cuenta el tiempo que pasamos nosotros mismos delante de las pantallas pues los padres, madres, cuidadores y demás figuras de referencia suelen ser los principales responsables de controlar el consumo digital de los más pequeños de la casa.

A las nuevas generaciones se les llama nativos digitales precisamente porque crecen rodeados de pantallas.

Especialistas en la materia, como Cris Rowan, terapeuta pediátrica, los niños y niñas aprenden sobre cómo deben comportarse en su entorno mayormente observado a los adultos que les rodean y más concretamente a sus padres. Por ello, si les ven usando el móvil mientras comen o mientras el niño intenta decirles algo, interiorizará que ese tipo de comportamientos son válidos y admisibles, por lo que los replicará luego. Además, los pequeños pueden llegar a tener una excelente memoria cuando se trata de justificar mentalmente comportamientos que se les pide que detengan. Así que ¿por qué va a parar de jugar a la consola una niña para cenar cuando se lo dice su padre, si este deja siempre la televisión puesta durante la propia cena? Para evitar este tipo de conflictos, recomendamos buscar siempre la coherencia entre nuestras acciones y demandas.

Si lo que buscamos es que el menor aprenda a desconectar del ocio digital, deberemos marcar ciertas normas, como establecer  momentos concretos del día en que ningún miembro de la familia pueda acceder a las pantallas. Además, durante estos ratos, pero no solo en ellos, podemos realizar diversas actividades en forma de juegos que nos ayudarán a fomentar en los pequeños el desarrollo de sus habilidades sociales.

Lenguaje corporal

Una de dichas habilidades es la interpretación del lenguaje corporal de quienes nos rodean, del cual se obtiene gran parte de la información que usamos para interactuar con ellos, incluso sin que muchas veces  seamos del todo conscientes. Para practicar esta capacidad, es buena idea hablar con ellos para que nos cuenten qué les sucede a los personajes de los dibujos que estén viendo, del juego que están jugando, de un tebeo, etc. Nótese que incluso los personajes animados poseen un lenguaje corporal análogo al nuestro, mediante el cual los animadores nos hacen entender cómo se sienten estos.

Si al niño le cuesta, podemos ayudarle preguntándole como el personaje en cuestión se mueve, mira, tiembla, etc. En momentos de juego, podemos idear actividades de mímica en los que los participantes deban utilizar este lenguaje mediante gestos, miradas y demás para expresar un sentimiento, estado de ánimo, necesidad, etc. Las primeras veces empezaremos por lo básico, señalando una estancia o un objeto, indicando que queremos entrar allí o que nos den esa cosa. Luego ya podemos ir complicando los desafíos hasta crear pequeñas historias que adivinar, animando a los pequeños a que hagan lo mismo luego. Por ejemplo, si cogemos su mochila, nos la ponemos y caminamos sonriendo, estaremos diciendo que vamos al cole con alegría.

El ritmo de la conversación

Resulta habitual que los niños y niñas esperen que los actos comunicativos sean breves y concisos, aunque al buscar dicha brevedad a veces omitan información importante, siendo esta expectativa contraproducente no solo cuando ellos tienen que comunicarnos algo, sino también cuando somos nosotros quienes tenemos algo que decirles (y ellos pierden la paciencia).

Estas desavenencias producen a veces numerosos conflictos, por lo que conviene tener en mente que en un diálogo nunca deberíamos buscar someter al otro a nuestro punto de vista (aunque consideremos que como adultos tenemos la razón), sino lograr que cada uno escuche al otro, piense en lo dicho y podamos mejorar con ello la situación.

Sin embargo, la conversación es, al igual que las demás habilidades sociales, una capacidad que se debe practicar para aprenderla y mejorarla. Para ello un buen momento es la hora de comer, ya que es una situación en la que todos pueden intervenir turnándose, compartiendo sus pensamientos, sus experiencias del día, etc. No obstante, este no es ni mucho menos el único momento en que podemos practicarla. Por ejemplo, podemos diseñar actividades expresamente pensadas para ello, como utilizar un micrófono que los participantes puedan ir pasándose cuando les toca hablar, evitando así que se pueda interrumpir al otro cuando habla. Mediante este sistema podríamos jugar, por ejemplo, a «Preguntas estrafalarias», donde cada uno deberá responder a preguntas divertidas que los demás le hagan. Hay que tener presente que incluso actividades como estas ayudarán a los niños a practicar inadvertidamente su capacidad de escuchar y de comunicarse, al tiempo que se ejercita la empatía.

Otro forma de practicar la comunicación y concretamente el plano emocional de la conversación sería el juego Ikonikus, en el cual los jugadores se hacen preguntas acerca de situaciones hipotéticas y cómo se sentirían en ellas, debiendo responder ayudándose de unas cartas con símbolos simples. Aquí la gracia es que al vernos obligados a usar dichos símbolos, debemos comunicar nuestros sentimientos de una forma alternativa a la que estamos acostumbrados. Habitualmente, por ejemplo, siempre usamos palabras semejantes para expresar nuestro enfado, pero así quizás encontremos otros modos de hacernos entender en esos momentos, al tiempo que nos forzamos a imaginar como se sienten los demás en dichas situaciones.

Contacto visual

Relacionado con todo lo anterior estaría la capacidad para mantener el contacto visual, la cual tendemos a dar por hecho más que ninguna otra, si bien luego puede pasar que nos sintamos muy mal cuando el niño o niña no nos devuelve la mirada siquiera cuando está hablándonos (o nosotros a él/ella). Un juego, clásico entre los clásicos, que nos ayudará a la hora de practicar esto, es el concurso de miradas (es decir, batirnos en duelo con el pequeño por ver quien aguanta más sosteniendo la mirada).

Este juego facilita que se sientan cómodos con la conducta de mantener el contacto visual, aprendiendo además a identificar las emociones en la expresión ajena (cuando uno está a punto de ceder ante la mirada del otro, solemos antes mostrarlo en nuestro rostro). Para evitar que los niños sientan que todo el ejercicio gira en torno a ellos (revelando que se trata de algo más que un juego, lo que podría crearles rechazo) resultaría conveniente que estos duelos de miradas se realicen entre varias personas, no siendo siempre alguien contra él. Por ejemplo se puede organizar un pequeño torneo en el que participen todos los miembros de casa por rondas.

Dejar que se comuniquen por sí mismos

En suma, sucede con demasiada frecuencia que asumimos que nuestros hijos e hijas desarrollarán automáticamente sus aptitudes y habilidades sociales, cuando la realidad es que si durante su infancia no se practican podría surgir un déficit en este sentido más adelante. A todo lo anterior, hay que añadir que en la sociedad actual, siempre con prisas y con el tiempo justo, tendemos muchas veces a hacer las veces de relaciones públicas de los pequeños. Esto, que tiene sentido en ocasiones, no lo tiene tanto en otras.

Así, no son pocos los padres y madres que organizan con quién, cuando y cómo quedan sus hijos incluso aunque sea para jugar, piden por ellos la comida en el restaurante, las chucherías en el quiosco, cuentan lo que les sucede cuando van al pediatra, etc. Si bien haciendo esto evitamos posibles errores en la comunicación y al mismo tiempo resolvemos la situación rápidamente, con ello desperdiciamos una oportunidad ideal para que sean los pequeños quienes se comuniquen. Siempre teniendo en cuenta su edad, supervisándolos en lo que haga falta, les podemos pedir que digan ellos mismos lo que necesitan/quieren.

Imaginemos, por ejemplo, que nos encontramos en la mesa de un restaurante y llega el camarero para que pidamos la comida. En este caso, en lugar de preguntarle al niño que nos diga que quiere y decírselo nosotros al camarero (o directamente decidir por él), podemos pedirle que se lo diga él mismo.

Si el menor presenta dificultades para hablar ante desconocidos, evitarle esta clase de situaciones solamente hará que agravar su nerviosismo, por lo que dejarle que poco a poco se enfrente a ello le ayudará a aumentar su confianza y superar el problema. Si este es el caso, deberemos empezar por lo fácil (decirle que salude al dependiente de la tienda de juguetes, por ejemplo) e iremos aumentando la dificultad del encuentro poco a poco, hasta llegar a la comunicación completa.

En todo caso, recordemos que lograr que la infancia de nuestros hijos no sea una basada en la hiperconexión digital será una labor del día a día, no de un par de intervenciones. Predicar con el ejemplo y actuar con paciencia será fundamental para lograr este objetivo.

 

Fuentes:

Infancia Virtual, de Cris Rowan

Como socializar a niños hiperconectados, en SerPadres.com

SocialSKLZ: Como dar a tus niños las habilidades que necesitan para desenvolverse en el mundo moderno, por Faye de Muyshondt

Otros:

Juego Ikonikus

En nuestro blog hablamos mucho sobre el TDAH y de hecho otras veces ya hemos comentado diversos aspectos y características de esta afección, inclusive algunos tratamientos. Si bien entre los tratamientos de 1ª elección encontramos las terapias de conducta, la realidad es que son muchos los niños y niñas que reciben tratamiento farmacológico, siendo el metilfenidato uno de los más usados. A veces incluso se usan dichos tratamientos sin un complemento psicológico que les aporte estrategias a ellos y a sus cuidadores para poder aprovechar mejor los beneficios de dicha medicación.

Todos sabemos que los fármacos, si bien resultan de gran ayuda cuando son usados correctamente, suelen conllevar una serie de efectos secundarios que merece tener muy en cuenta, debiendo evaluarse para cada caso particular la relación coste/beneficio de cada opción, eligiéndose el tratamiento más adecuado disponible.

En todo caso, como decíamos uno de los fármacos de uso más frecuente para tratar el TDAH es el metilfenidato, por lo que consideramos interesante hablar de sus características según las últimas investigaciones.

Eventos adversos no graves

Este apartado se refiere a alteraciones nocivas pero que no ponen directamente en peligro la salud del menor, como puedan ser las alteraciones del sueño, la disminución del apetito, las cefaleas, los dolores abdominales y, paradójicamente, el nerviosismo: Estos son algunos de los efectos negativos más comunes (afectando de un 10% a un 15% de los niños y niñas tratados), si bien ninguno de ellos implica un riesgo directo o grave para la salud del menor. Hay que tener en cuenta que estos efectos suelen ser leves y causados por cambios en la dosis o en el horario en que se toma la medicación.

En cuanto a la falta de apetito, debe vigilarse si esta llega a estar tan presente que produce descenso del peso, en cuyo caso merecería la pena aumentar la ingesta en la merienda y cena, al ser el desayuno y la comida las ingestas tendentes a ser más ligeras por haber tomado recientemente la medicación. Discutible es el uso de batidos, barritas o suplemento vitanímicos como sustitutivos, siendo en los países desarrollados muy extraño que un menor sufra de hipovitaminosis y por tanto sirviendo más como efecto placebo para los padres que no como un remedio real. No se recomienda usar medicamentos que estimulen el apetito, ya que suelen contener antihistamínicos o derivados de neurolépticos que podrían producir somnolencia y producir rigidez muscular, así como aumentar la falta de atención.

En relación a lo anterior, no se han identificado alteraciones neurohormonales que pudieran asociarse a alteraciones en el crecimiento, si bien sí que se ha encontrado cierto retraso en el crecimiento asociado al TDAH en sí mismo (no a ningún tratamiento). Estos retrasos se normalizan en la adolescencia del menor, por lo que los niños y niñas afectados por el TDAH crecen más lentamente pero finalmente logrando una talla promedio.

En cuando al nerviosismo, se debe al llamado efecto rebote que producen los fármacos de vida media corta, consistiéndo en la exacerbación o empeoramiento de los síntomas pasadas de tres a cinco horas tras tomar la dosis. Se puede paliar distribuyendo la dosis a lo largo del día, añadiendo una dosis baja tras terminar la jornada lectiva, o bien utilizando metilfenidato en su forma de liberación prolongada o clonidina (un agonista α-adrenérgico).

Las alteraciones del sueño normalmente toman la forma de insomnio de conciliación, para el cual también se puede hacer uso de la clonidina, antihistamínicos suaves o benzodiazepinas, siempre según el criterio del especialista que lleve el caso.

Eventos adversos graves

No son pocos quienes opinan que los peligros de estos medicamentos son demasiado importantes como para considerar siquiera usarlos, creyendo que la probabilidad de eventos adversos graves es demasiado elevada. Estos eventos se definen como aquellos que pueden causar un daño fatal o irreversible al sujeto que los toma, como sería el caso de las arritmias o incluso el riesgo de infarto. Dicha preocupación es compresible, pero es necesario atender a los datos de los que disponemos y no solamente a «lo que se dice».

Ciertamente, existe cierta alarma social en relación a la salud cardíaca de los menores que toman estimulantes como el metilfenidato o las anfetaminas, la cual se origina en el año 2005, cuando el Sistema de Salud Canadiense retiró de las farmacias el Adderall (un compuesto de anfetaminas que no se vende en Europa) por una supuesta implicación en varios casos de muerte súbita, si bien tras ello se investigó lo sucedido y se determinó que no estaban relacionados con el uso del medicamento y de hecho fue aprobado nuevamente al poco tiempo.

En suma, la retirada del Adderall fue precipitada y no se basó en ninguna evidencia, sembrando el pánico entre padres y médicos injustificadamente. Tras la investigación pertinente, se concluyó que las tasas de muerte súbita en niños que toman el medicamento son idénticas a las de población general de niños, por lo que no altera las probabilidades de estos sucesos.

Lamentablemente, la alarma creada y la desinformación que llevó a ella creó preocupación y miedos que aún hoy están muy presentes. Hay que decir que hoy día aún se realizan investigaciones al respecto, por lo que cada vez tenemos más datos que nos aseguran lo seguro que es usar estos medicamentos. Para que nos hagamos una idea, estadísticamente el riesgo para la vida del menor es treinta veces menor en el caso del uso de metilfenidato que si se sube a un coche.

Otro tema que suele preocupar a padres y madres es si a largo plazo sus hijos podrían desarrollar problemas de abuso de sustancias, argumentando normalmente que estos puedan ver como normal y/o aceptable la ingesta de químicos. Existen varios estudios al respecto y todo parece indicar que los adolescentes tratados con estimulantes como el metilfenidato tienden a tener menos problemas en este sentido que aquellos que no reciben tratamiento.

Aspectos positivos

Para terminar, y aunque los desarrollaremos en más detalle en futuras entradas, como aspectos positivos el metilfenidato mejora los síntomas principales del TDAH, así como el comportamiento general y la calidad de vida, aunque la magnitud de estos efectos es variable entre sujetos. La investigación ha demostrado que el metilfenidato resulta eficaz (alrededor del 70% de éxito), siéndolo todavía más cuando se usa en un plan terapéutico mayor (incluyendo intervenciones psicosociales), permitiendo a los niños y niñas estar sentados y concentrados en el aula y disminuyendo el rechazo que sufren por parte de sus compañeros.
La evidencia en cambio apunta a que un TDAH no tratado podría desembocar en fracaso escolar, abuso de sustancias y aumento del riesgo de verse envueltos en problemas con la ley. Como vemos, serían estos problemas con cierto componente social, que hacen pensar que los síntomas no tratados pueden crear desarraigo social en el sujeto, siendo este el origen de los problemas posteriores.
Con todo lo dicho hasta este momento, podemos afirmar que el tratamiento con metilfenidato aporta beneficios, mientras que los efectos secundarios adversos que pueden surgir son controlables, siguiendo siempre las pautas del especialista.

Nota del Editor: Pese a los consejos previamente apuntados, si tú o tus hijos tenéis prescrito algún psicofármaco, no dejéis de tomarlo ni modifiquéis las tomas sin consultar antes al especialista que lo recetó. El TDAH es un trastorno sobre el que cada día aprendemos más y los tratamientos habitualmente usados tienen en cuenta los datos disponibles y buscan siempre la mejor relación coste/beneficio para el paciente. Si temes estar sufriendo algún efecto adverso, comunícaselo para que realice, en su caso, las comprobaciones pertinentes.

Fuentes:

Methylphenidate for attention deficit hyperactivity disorder (ADHD) in children and adolescents – assessment of adverse events in non-randomised studies, por Jakob Storebø, Nadia Pedersen, Erica Ramstad, Maja Lærke Kielsholm, Signe Sofie Nielsen, Helle B Krogh, Carlos R Moreira-Maia, Frederik L Magnusson, Mathilde Holmskov, Trine Gerner, Maria Skoog, Susanne Rosendal, Camilla Groth, Donna Gillies, Kirsten Buch Rasmussen, Dorothy Gauci, Morris Zwi, Richard Kirubakaran, Sasja J Håkonsen, Lise Aagaard, Erik Simonsen, Christian Gluud.

O su resumen en castellano AQUÍ.

El trastorno de déficit de atención/hiperactividad en la consulta del pediatra. Algunas sugerencias. Por J.Artigas Pallarés.

Metilfenidato para el TDAH en niños y adolescentes: un análisis de sus efectos. Por Mauro Colombo.

Guía de Práctica Clínica sobre las Intervenciones Terapéuticas en el Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH).

Como dije en anteriores entradas, el TDAH es un trastorno complejo del que aún estamos aprendiendo día a día, lo que en parte explica toda la desinformación y confusiones que hay al respecto. Por ello quisiera hacer un repaso a los principales modelos explicativos y si anteriormente hablé del modelo de Barkley, hoy lo haré del de Brown, un modelo explicativo centrado en la afectación de las capacidades cognitivas complejas.

Brown considera que hay seis funciones ejecutivas afectadas: Activación, Concentración, Esfuerzo, Emoción, Memoria y Acción, las cuales le sirven al individuo para poder desenvolverse día a día. Mediante estos elementos, el profesor Thomas Brown pretende explicar por ejemplo por qué un niño con TDAH parecer ser capaz de ver la tele o jugar a la consola sin problemas, pero sí padece ante tareas más complejas. Veamos.

La Activación es la capacidad de empezar una tarea, priorizándola por encima de otras, capacidad bastante afectada en los niños y niñas que padecen TDAH, quienes por su edad nos parece a veces que ya deberían saber distinguir la importancia de ciertas actividades (como hacer los deberes o estudiar). Al no realizarse la activación correctamente, se posponen las tareas, dejándolas para más adelante, solo realizándolas cuando el plazo está a punto de terminarse o cuando se vuelven muy urgentes, a veces siquiera eso.

Es por ello que luego deben llevarlas a cabo atropelladamente, con prisas y cometiendo errores en el proceso, que seguramente no hubieran hecho de realizarla con previsión. Lo peor es que estos niños y niñas se pueden acostumbrar a este ritmo de trabajo, siendo para ellos habitual no hacer el trabajo en el momento y luego tener que hacerlo a toda prisa, no aprendiendo a dosificar sus esfuerzos.

La Concentración por otra parte, es la capacidad de mantenerse la atención centrada en una tarea, función igualmente alterada en los sujetos que padecen TDAH. Tanto niños como adultos se distraerán muy fácilmente con cualquier estímulo ajeno a la tarea en cuestión (música, la vibración del móvil o incluso sus propios pensamientos, entre otros). Por ello dan la impresión de quedarse soñando despiertos con asiduidad.

El Esfuerzo es la función requerida cuando el sujeto debe permanecer procesando y trabajando con la información cuando empiezan a agotarse. Los afectados por TDAH suelen acabar sin problema proyectos de corta duración o que les motiven mucho, manifestando grandes dificultades cuando la tarea a realizar requiere un trabajo sostenido en el tiempo. Esto se relaciona con las dos funciones antes mencionadas, pues al tardar en activarse, empiezan más tarde, al tiempo que se cansan más pronto que otros debido a las dificultades para concentrarse, lo que les causa un mayor agotamiento y desgaste, requiriendo pues mayor esfuerzo para terminar el trabajo.

Por otra parte estaría la Emoción, término referido efectivamente a la capacidad para gestionar las propias emociones, que también suele estar afectada en quienes padecen TDAH, si bien este síntoma parece ser menos conocido que los otros. Sobre todo en los menores, quienes suelen tener bastantes dificultades para lidiar con sus frustraciones y sus emociones, positivas y negativas. En este sentido el menor parecerá más inmadura que sus pares, manifestando conductas y actitudes que normalmente se asocian con niños de menor edad. Cuando estos niños y niñas sienten rabia, por ejemplo, parece que les sea imposible atender o pensar en otra cosa, no logrando calmarse hasta que tras un rato se les pasa.

Por ello podemos describir a estos niños como más sensibles a los problemas emocionales, reaccionando más acaloradamente a las discusiones, reprimendas, preocupaciones y demás, agravando esto sus dificultades atencionales. Si cuando estamos preocupados, tristes o enfadados nos cuesta más concentrarnos, en el caso del TDAH este efecto es todavía mayor.

En quinto lugar el modelo lista como función afectada a la Memoria, ya que si bien su memoria a largo plazo está en perfectas condiciones, estos sujetos pueden ver afectada su capacidad para recordar qué se les ha dicho hace unos instantes, qué tenían que hacer o incluso lo que iban a decir ellos mismos. Esto sucede por las dificultades para mantener las ideas en mente, pues cualquier distracción hace que cambien el foco atencional, sustituyendo la idea que se tenía por otro pensamiento no relacionado. Así mismo, manifiestan problemas para recordar información ya memorizada, pero pueden acordarse de esos mismos datos cuando no los necesitan. Podemos decir que memorizan la información, pero que a la hora de recuperarla de la memoria padecen dificultades, una vez más por los problemas de concentración.

Vemos que cada función se relaciona con las demás, pero aún queda una, la llamada Acción, referida al poder regular las propias acciones. Cuando imaginamos un niño que padece TDAH, no es difícil imaginar que le cueste contenerse en sus conductas, pero esta afectación aparece incluso en los niños que no poseen este síntoma. Esto es debido a la impulsividad, síntoma que les impele a manifestar una conducta nada más se presenta esta en su mente, sin reflexionar sobre su conveniencia. Además, presentan problemas para contextualizar dichas acciones, pudiendo tener dificultades para percibir los sentimientos ajenos en un primer momento, no porque no los entienda sino porque no atienden a las claves que los indican. Con todo ello sumado, los niños con TDAH suelen actuar y luego tener además dificultades para rectificar dicha acción si esta resultó ser poco oportuna.

Así mismo, sufren problemas para regular el ritmo de sus acciones, pudiendo saltar de una a otra, dejándolas a medio hacer (incluso aquellas que les gustan), no pudiendo disminuir su ritmo cuando la tarea requiere ir con cuidado o acelerarlo si deben terminarla a tiempo.

Este modelo resulta interesante para explicar la sintomatología del TDAH, ya que la gran mayoría de afectados, niños y adultos, por este trastorno, sufren problemas en las seis funciones mencionadas de forma crónica, sufriendo por ello afectación en su día a día.

 

Fuentes:

Modelos explicativos de las FFEE en el TDAH, en Fundación CADAH

Modelo del Trastorno de Déficit de Atención desarrollado por el Dr. Brown

Attention Deficit Disorder: The Unfocused Mind in Children and Adults, por Thomas E. Brown.

Manual de Diagnóstico y Tratamiento de TDAH. Por Soutullo y Díez.

Rusell Barkley es un psicólogo nortemaericano referente en el estudio del TDAH. Tras décadas de estudio ha desarrollado un modelo explicativo que nos puede ayudar a entender mejor en qué consiste y cómo funciona este trastorno.

En dicho modelo se desarrollan varios conceptos que lo vertebran, siendo el primero la capacidad para la Inhibición de la respuesta, que engloba los procesos referidos a la habilidad para no responder ante un determinado estímulo, vital para interactuar correctamente con nuestro medio. A su vez podemos dividir esta capacidad en tres distintas:

  • Inhibición de la respuesta automática: Esto es, el poder crear a propósito un retraso antes de emitir la respuesta, no cediendo al primer impulso. Los niños y niñas afectados por TDAH tienen dificultades en este sentido y es por ello que muchas veces hacen y dicen lo primero que se les cruza por la cabeza.
  • Interrupción de la respuesta ya iniciada: Igualmente, a veces debemos detener una acción ya empezada cuando esta no está dando los resultados deseados. Para ello hay que evaluar los resultados que estamos obteniendo, cambiando de respuesta si la actual no resulta eficaz. Una vez más, esto resulta difícil para los afectos por el déficit de atención, por lo que pueden presentar dificultades para corregir sus errores, empecinándose en sus acciones y opiniones.
  • Protección de la acción: Se refiere a cuando nuestra conducta, que tiene un objetivo final, se ve interferida por elementos externos como puede ser una distracción. Para superar estos obstáculos se requiere mantener la evaluación sobre la acción, de modo que se percibe rápidamente cuando el elemento distractorio la está dificultando. Según este modelo, quienes sufren de TDAH presentan dificultades para terminar tareas prolongadas o complejas precisamente por esto, ya que cualquier elemento puede interrumpir la acción, dificultando además el retomarla.

Los dispositivos móviles, fuente ilimitada de distracciones.

Si lo aplicamos a un caso concreto y mundano, un niño que deba estudiar deberá antes superar su primer impulso (no estudiar, probablemente), tener en mente la conducta alternativa a ese primer impulso y darse cuenta de que esa alternativa es mejor opción (mejor me pongo a estudiar) y empezar a hacerlo. Incluso llegados a este punto, que ya puede suponer un esfuerzo, deberá mantenerlo durante el tiempo requerido, ignorando distracciones y manteniendo sus acciones enfocadas al objetivo final, que será saberse la materia.

Por otra parte encontramos que es igualmente importante el autocontrol, que se refiere a la capacidad para ser consciente de las consecuencias de nuestros actos en todo momento, ajustando la propia conducta para que dichas consecuencias sean las apropiadas. Como vemos, implica que para, por ejemplo, no golpear a un compañero de clase que le está molestando, un niño no solo debe saber y entender porqué no debe hacerlo, sino ser capaz de controlar su conducta y elegir emitir otra, como pedirle por favor que pare, decírselo al maestro, etc.

Funciones ejecutivas

El modelo relaciona estas capacidades directamente con cuatro funciones ejecutivas, procesos cognitivos relacionados entre otras cosas con la toma de decisiones. La primera sería la memoria de trabajo no verbal, que es la capacidad de recordar elementos anteriormente percibidos, para luego trabajar mentalmente con estos elementos, prediciendo futuras situaciones relacionadas. Por ejemplo, se utiliza este mecanismo para deducir, en base a nuestras experiencias, qué pasará si saltamos desde determinada altura.

Por otra parte, también tenemos la memoria de trabajo verbal, que implica el uso del lenguaje sin emitir conductas de habla, es decir hablándose a sí mismo mentalmente. Este lenguaje interior nos permite reflexionar y autocorregirnos, siendo la base de la conducta moral y además fundamental para resolver problemas y decidir cómo actuar. En los casos de TDAH se encuentra un retraso en el desarrollo de estas habilidades por lo que un niño con este trastorno podría parecer que se comporta como si tuviera algunos años menos.

Igualmente importante es la Autorregulación del humor, de la motivación, la activación y la intensidad de la emoción. Esta función implica que la persona es capaz de controlar hasta cierto punto su respuesta emocional ante una situación, decidiendo pues si quiere mantenerla, suprimirla o si la guarda para sí mismo. Los afectados por TDAH padecen dificultades para retrasar la respuesta emocional inicial, por lo que con frecuencia sufre de explosiones afectivas ante las situaciones que le resulten frustrantes. Además, esto implica que también tendrá dificultades para automotivarse ante una tarea que no le resulte agradable, por lo que le costará más esforzarse hasta finalizarla.

Por último, encontramos la función de Reconstrucción mental, capacidad referida al poder combinar mentalmente varias acciones creando conductas más complejas, por lo que se puede elegir la mejor forma de abordar un problema, buscando nuevas formas de actuar ante él.

Opino que lo más interesante del modelo de Barkley es lo bien que muestra que la afectación del TDAH no se limita solo a sus aspectos más obvios, como la falta de atención o la agitación constante, sino que afecta al sujeto de un modo bastante más sutil que puede pasar desapercibido pero no por eso es menos relevante. Por ello debería ser tenido muy en cuenta tanto a la hora de realizar un tratamiento, como al interactuar con estos niños ya sea en clase o en casa.

 

Fuentes:

ADHD and the Nature of Self-Control. Por Russell A. Barkley.

Tomar El Control Del TDAH En La Edad Adulta. Por Rusell A. Barkley.

Niños hiperactivos: Cómo comprender y atender sus necesidades especiales. Por Rusell A. Barkley.

Manual de Diagnóstico y Tratamiento de TDAH. Por Soutullo y Díez.