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Si has llegado hasta aquí quizás sea porque has buscado qué son las fobias de impulsión, un concepto del que no se habla mucho fuera de los círculos especializados. Estas fobias de impulsión, aunque su engañoso nombre puedan hacer pensar que se tratan de un trastorno, en realidad son un síntoma, referido este a los pensamientos relativos a acciones que el sujeto no desea hacer, pero no pudiendo evitar visualizarse haciendo.

PHOBIE D'IMPULSION: LA PEUR DE BLESSER NOS ÊTRES AIMÉS OU NOUS-MÊMES

Eso sí, aunque es un término que no se usa a menudo, excepto en textos especializados, es relativamente frecuente, además de muy molesto para la persona que lo padece. Las personas aquejadas de estas fobias de impulsión se ven asaltadas por imágenes de sí mismas realizando acciones de las que, en realidad, no presentan interés alguno en realizar, siendo además estas a menudo peligrosas para sí o para quienes le rodean. Algunos ejemplos serían:

  • «Cogeré el jarrón y lo estrellaré contra la pared.»
  • «No pagaré el billete del tren.»
  • «Meteré la mano en el agua hirviendo.»
  • Cogeré el cuchillo y se lo clavaré a esta persona en el brazo.»

Aquí el problema, por supuesto, no es que el sujeto pueda realizar la acción en cualquier momento, pues estas son egodistónicas, es decir, se sienten como ajenas a sus propias intenciones y suele estar alejadas de su repertorio conductual. A menudo saben que no van a realizarlas, pero no poder evitar tener estos pensamientos es igualmente problemático. En otros casos, estas visiones son tan frecuentes que la persona acaba creyendo de verdad que terminará por llevarlas a cabo, aunque no tenga intención real de ello o incluso si le es imposible realizarlas por cualquier motivo (Ej: Pensar «le voy a disparar», sin tener acceso a pistola alguna).

En realidad, tener pensamientos como estos es algo que le puede suceder, bajo ciertas circunstancias, a cualquier persona padezca o no patología alguna. Por tanto, los pensamientos en sí no son patológicos, sino que lo es su reiteración y la incapacidad de abandonarlos, por lo que aumenta progresivamente la sensación de descontrol que siente el sujeto.

Al inicio, se presenta el pensamiento y este es percibido con extrañeza por quien lo padece, asustándose mucho y cuestionándose por qué lo ha experimentado. Si se repite, cada vez se convencerá más de que debe haber un motivo para tener estas ideas y por ello teniendo más y más miedo de sí mismo. En consecuencia, comenzará a pensar más y más en estas cuestiones, inclusive evitando los elementos temidos. Por ejemplo, si se imagina saltando por la ventana, quizás llegue a evitar situarse cerca de cualquier ventana e imaginándose saltando cada vez que vea una.

Quienes se ven aquejados por estas fobias de impulsión, incluso cuando tienen claro que no quieren realizar la acción imaginada, cuando se ven asaltados de forma insistente por estas ideas, desarrollan un miedo, ya no a la acción en sí, sino a perder el control de sus impulsos y ceder a estos pensamientos. Esto, por cierto, puede derivar en una necesidad de control de sus propios pensamientos que es, en cualquier caso, imposible. Podemos llegar a gestionar las emociones asociadas a los pensamientos o modificar estos hasta cierto punto, pero no podemos controlar la aparición de estas imágenes mentales. Por tanto, desear que dichas imágenes no aparezcan únicamente causa que frustración en el sujeto, aumentando progresivamente su sensación de descontrol. Eventualmente, no solo tendrá que enfrentar la idea temida, sino también otras asociadas como:

  • «¿Y si en realidad sí deseo hacerlo?»
  • «¿Por qué pienso en estas cosas?»
  • «No estoy bien.»
  • «Seguro que es porque soy mala persona.»
  • «Si lo pienso tanto, tarde o temprano sucederá.»

No es de extrañar entonces que, aunque es posible que el síntoma inicie a consecuencia de la ansiedad sentida por algún motivo, pueda causar un aumento de la ansiedad sentida, generando así un círculo vicioso, un bucle de rumiación metacognitiva de la que al sujeto le puede resultar difícil salir sin ayuda.

TOC : Vivre avec la phobie d'impulsion

Una primera ayuda externa es clarificar a la persona que sufre la fobia de impulsión que tener un pensamiento no implica necesariamente ir a realizar la acción imaginada. Que se realice o no, depende en realidad de sus deseos al respecto. Por tanto, si el sujeto sabe que no desea saltar por la ventana es que no lo hará, aunque no deje de imaginarse haciéndolo. Sin embargo, es muy probable que se necesite ayuda profesional, ya que este síntoma suele ser parte de un cuadro clínico de ansiedad grave, como un trastorno obsesivo-compulsivo, con lo que irá acompañado de otros síntomas que deberían ser abordados. Además del TOC, también puede presentarse en un trastorno de ansiedad generalizada, estrés postraumático y depresiones mayores, sobre todo si estas quedan cronificadas. Dentro de estos estados depresivos, se trata de un estado especialmente frecuente en casos de depresión post-parto, situación que lógicamente resultará muy desagradable y terrorífico para las madres, que sentirán el malestar referido más la culpabilidad sentida al ser su hijo/a el objeto de sus pensamientos agresivos. ¡Todo ello, peso a que no tiene ninguna intención real de hacerle daño, claro!

Otro consejo ante este tipo de situaciones: es importante normalizar

este tipo de sucesos, clarificar a la persona que a mucha gente le ha sucedido. Saber esto, si bien no causará que la fobia de impulsión desaparezca, si aliviará el malestar. Por supuesto, el tratamiento psicológico especializado será fundamental para solucionar el problema y mejorar la calidad de vida de la persona.

 

Referencias:

¿Qué es la fobia de impulsión? M. S. Humbert.

Delage, M., Dumouchel, A., Poirier, G., & Tristan, M. (1977). A clinical approach to the impulsion-phobia. Annales Médico-Psychologiques, 2(5), 821–838.

En general, cuando imaginamos un embarazo nos viene a la mente una imagen de alegría, un momento de felicidad y gozo en la vida de la futura madre, de su familia e incluso de sus amistades. Sin embargo, la realidad es que es un proceso complejo, no habiendo dos embarazos que sean iguales y en todo caso nunca están exentos de dificultades de diversa índole, las cuales con suerte no tendrán gravedad alguna pero que nunca se puede descartar que sí la tengan. Por supuesto, aquí nos centraremos en los efectos que esta situación puede tener en la psicología de la mujer embarazada y en especial en aquellos casos en los que por un motivo u otro esta sufre de un proceso de tipo depresivo.

La depresión en el embarazo: Etiología.

La mujer embarazada verá su fisiología alterada durante el embarazo, por lo que conforme pasen las semanas y al tiempo que su futuro hijo o hija va desarrollándose, su propio cuerpo deberá cambiar no solo para dejarle espacio, sino también para adaptar dicho lugar y que este tenga todas las condiciones idóneas para que dicho desarrollo sea correcto. Esto incluye multitud de variables, como destinar recursos como proteínas, sangre, oxígeno y hormonas varias hacia un punto del cuerpo donde normalmente no serían necesarias ¡y además en cantidades muy distintas a lo que sería habitual!

Pero la extrema complejidad de este proceso tiene efectos secundarios inevitables, aunque estos son distintos en cada mujer embarazada porque cada cuerpo interactúa de un modo un poco distinto con dichas variables: mareos, dolores, sofocos, cansancio, aumento del apetito, sangrado, hinchazón en las extremidades y un largo etc. A nivel psicológico la mujer puede llegar a verse sometida a un verdadero torrente emocional, otro efecto secundario de todos estos cambios de los que estamos hablando. Así pues, puede verse embargada de alegría y felicidad, pero también es normal que tenga momentos de apatía, confusión, miedo y estrés, sobre todo si percibe que algún elemento del embarazo no se está dando como debiera. Si estas sensaciones llegan a su límite puede llegar a generar incluso una depresión.

Cabe recordar que no todas las personas deprimidas padecen una depresión, clínicamente hablando, ni todos los procesos depresivos clínicamente significativos son igual de graves, pero el caso es que se calcula que más de un 20% de mujeres embarazadas padecerá síntomas de este tipo durante su embarazo. Este dato puede resultar alarmante, pero ya que en realidad se calcula que un cuarto de las mujeres sufrirá de este trastorno del ánimo a lo largo de su vida, no es para nada sorprendente que esto sea algo también común durante el embarazo, que como ya hemos dicho se trata de uno de los momentos más complejos que enfrentará jamás. Sin embargo, hay que tener claro que cuando este trastorno hace acto de presencia durante un embarazo sucede igual que cuando lo hace en un contexto distinto: es tratable y lo más probable es que la persona logre superar los síntomas que compongan su cuadro clínico.

Lo primero es tener claro que como cualquier otra depresión, las que se dan durante el embarazo son una reacción que puede tener o no un causa externa clara. Así pues, es más probable que se dé cuando existe algún elemento perturbador, como que el feto no se esté desarrollando correctamente, que la gestación no haya sido deseada o que el ambiente familiar esté cargado de tensión, entre otras posibilidades. Además, como ya hemos dicho, la depresión no deja de tener un componente biológico en el cual hay que tener muy en cuenta en este caso el cóctel hormonal al que se ve sometida la futura madre, pues dichas hormonas, aunque puedan estar destinada a ayudar al feto en su desarrollo, afectan también al funcionamiento habitual del cerebro. Y claro, si combinamos este hecho con una vulnerabilidad biológica de base y/o con alguna o varias de las situaciones difíciles ya mencionadas, la aparición de una depresión no es de extrañar.

Algunos de los elementos (factores de depresión) que pueden propiciar la aparición de dicho trastorno en estos casos serían:

  • Historial familiar de depresión u otros trastornos del ánimo.
  • Historial personal de depresión u otros trastornos del ánimo.
  • Haberse sometido a algún tratamiento de fertilidad, sobre todo si este se ha prolongado en el tiempo: Esto es así pues a mayor esfuerzo invertido en este proyecto de vida, más probable es que la mujer perciba que necesita que la gestión salga bien, además de haber podido llegar a este punto habiendo acumulado ya varios eventos traumáticos relacionados con este hecho.
  • Haber sufrido abortos previamente: Por motivos similares al anterior punto, aumentando por ello la vulnerabilidad de la persona.
  • Problemas y complicaciones durante la gestación.
  • Relación de pareja o familiar problemática.
  • Gestación no deseada.
  • Otros eventos vitales estresantes: Problemas económicos, separaciones, ambiente inestable, etc.
  • Haber sido en el pasado víctimas de abusos o haber padecido traumas relacionados o no con un embarazo.

Síntomas.

Deberíamos plantearnos si la persona ha entrado en un episodio depresivo si lleva al menos un par de semanas sintiendo varios de estos síntomas, con una intensidad tal que ha alterado su normal funcionamiento más allá de lo esperable debido a las restricciones físicas que imponga su propia situación como gestante. A mayor número e intensidad de ellos, más probable es que estemos ante una depresión y además más grave será esta.

  • Estado de ánimo deprimido la mayor parte del día: Este es uno de los síntomas principales y por estará presente en la mayoría de los casos, consistiendo en una tristeza persistente, una desesperanza de tal intensidad que impide a la persona vivir su vida con normalidad.
  • Anhedonia: Pérdida de interés o del placer al realizar aquellas actividades que antes sí disfrutaba. Se trata del segundo síntoma principal, debiendo estar presente o bien este o el anterior para considerar el cuadro como de depresión.
  • Dificultades de concentración.
  • Alteración del ciclo de sueño previo: Ya sea durmiendo en exceso o apareciendo insomnio, ya sea este de conciliación o por despertares que interrumpen el sueño impidiendo el descanso.
  • Ideación de muerte: Pudiendo consistir estos pensamientos en ideas suicidas, de hacerse daño o incluso de hacer daño a los demás.
  • Ansiedad: Nerviosismo, hipervigilancia, agitación continuada, etc.
  • Sentirme culpable o inútil sin estar estas ideas justificadas: Por ejemplo, si la mujer se siente mal por no poder hacer todo lo que hacía previamente al embarazo a pesar de que nadie la esté criticando por ello.
  • Alteración de los hábitos alimentarios: Pudiendo comer más que antes o menos, llegando en ambos casos a modificar sustancialmente el peso de la persona, su dieta, los momentos o situaciones en que come, etc.

Consecuencias de la depresión durante el embarazo.

Como ya hemos comentado antes, la depresión es un trastorno tratable y que si es abordado convenientemente puede superarse de modo satisfactorio, siendo entonces sus consecuencias mínimas. En cambio una depresión no tratada tiene como efectos más notables y directos la alteración conductual en la persona a causa de la desaparición de la motivación general y en concreto aquella que se refiere al autocuidado. Una embarazada que no se siente con fuerza para nada, que se siente desesperanzada y que no le ve sentido a nada será probable que se alimente peor, que apenas se mueva e incluso que inicie, mantenga o aumente la ingesta de alcohol, tabaco u otros tóxicos. De hecho, en casos extremos podría llegar a darse en ella un comportamiento suicida.

Todo ello, lógicamente, afectará no solamente a su salud sino también a la del feto y posteriormente bebé, causando abortos, nacimientos prematuros, desarrollo lento o alterado, bajo peso al nacer, etc. Se ha observado incluso que estos recién nacidos muestran con frecuencia un comportamiento alterado, pudiendo mostrarse más inatentos y agitados o bien menos activos. Por suerte, si el trastorno se trata a tiempo y correctamente, es poco probable que aparezcan estos problemas.

Tratamiento.

Si detecta que usted o una mujer embarazada que conozca pudiera estar padeciendo de depresión, es importante actuar rápido. Incluso en caso de duda será preferible consultar a un profesional debido a lo importante que es la actuación preventiva en estos casos, siendo una actuación preventiva a tiempo muy efectiva para evitar que el problema se agrave y sea luego más difícil de tratar.

Ante una depresión, el tratamiento de elección suele ser una combinación de fármacos específicos y psicoterapia. No obstante, puesto que la mujer embarazada debe cuidar de no alterar si puede su organismo con fármacos que puedan afectar el normal desarrollo del feto al pasar a este a través de la placenta, este parte del tratamiento debería ser consultada con el/la ginecólogo/a. En todo caso, se considera que ciertos enfoque psicoterapéuticos son operativos por sí mismos, logrando obtener una alta tasa de éxito si se aplican correctamente.

Por supuesto, existen además una serie de estrategias generales que pueden ayudar a paliar los efectos más generales de una depresión leve, además de prevenir que estas se recrudezcan y se tornen en una versión más grave del trasfondo. Estas son:

  • Realiza ejercicio moderado de forma habitual: Siempre adaptándolo al estado físico de la embarazada y siendo en todo caso ligero, siendo el objetivo que su cuerpo genere la cantidad suficiente de ciertas sustancias (Ej: serotonina) para generarle sensación de bienestar.
  • Alimentarse bien: La dieta que siga es especialmente importante en esta situación, pues en el embarazo además es habitual tener más hambre de lo habitual o sufrir antojos. Se recomienda siempre seguir un régimen sano y variable, con preferencia en este caso por las ingestas de menor cuantía pero más frecuentes, evitando la cafeína, la ingesta excesiva de azúcares, los carbohidratos procesados, los aditivos, etc. En cambio, el pescado azul, rico en Omega 3, favorece tanto al desarrollo del bebé como puede proteger del ánimo depresivo. En cualquier caso, si duda ante cierto alimento consulte a su ginecólogo/a o matrona.
  • Descansar lo suficiente: Dormir menos de lo necesario afecta notablemente no solo al cuerpo sino también a la mente, produciendo desánimo y malhumor, así como eventualmente los síntomas ya comentados que componen la depresión, por lo que es necesario tener un horario de sueño lo más regular posible. Si lo necesita, establezca un horario a tal efecto, estipulando a qué hora debería acostarse y despertarse cada día/noche e intentando seguirlo siempre que pueda.
  • Contar lo que nos sucede y buscar apoyo: Intentar enfrentar una depresión en solitario es muy, muy difícil, por lo que es recomendable siempre contar lo que no está sucediendo y cómo nos sentimos a aquellas personas en quienes confiamos. No solo nos podrán aconsejar sino que su comprensión puede ser fundamental en el camino a la recuperación.
Por supuesto, no hay que olvidar los casos en que la madre empieza a sufrir la depresión tras haber dado a luz, situación similar a la aquí comentada pero que merece que la abordemos en detalle en su propia entrada más adelante.

Bibliografía:

9 meses desde dentro: Una guía diferente del embarazo para descubrir lo que siente tu hijo desde las primeras semanas de vida, de Carme Escales Jiménez y Eduard Gratacós Solsona.

Fertilidad y salud mental.

Hace poco empecé a ver la miniserie de Netflix llamada Behind her eyes. Sin ser mi intención comentar acerca de su calidad o si me gustó más o menos, la saco a colación porque el diálogo de una de las escenas me hizo pensar en un tema que suele causar mucha confusión: ¿Qué diferencia a los terrores nocturnos de las pesadillas? ¿No son lo mismo? ¿Son unos más preocupantes que las otras?

El diálogo en cuestión ocurre en el segundo episodio y es el que sigue:
«Adele: ¿Lo has hablado con un médico?
Louise: De pequeña… Pero dijo que se pasarían con la edad. Al final me acabé acostumbrando. Aunque mis novios no, y cuando intentaban despertarme, les pegaba y me echaba a llorar. Corta bastante el rollo. El médico decía que si los recordaba, no eran terrores nocturnos, así que seguí con mi vida. ¿No queda otra, no?
A: Se equivocaba.
L: ¿Qué?
A: Recordar terrores nocturnos. Es poco común, pero sí pasa.»

Y bien, ¿Cuánto hay de verdad y cuánto de ficción en esta conversación? Efectivamente, los terrores nocturnos son algo distinto a las pesadillas, pero recordar o no la experiencia no es lo único que los distingue. Los terrores, entre otras cosas, pueden llegar a causar más problemas a la persona que los sufre ya que el afectado puede reaccionar con cierta violencia si se le intenta despertar, creándole esto gran confusión y desconcierto. En todo caso, el médico que atendió a Louise no debía haber actualizado sus estudios porque en esto Adele lleva razón: recordar lo que soñamos durante un terror nocturno no es lo habitual, pero sí puede suceder. Además, las pesadillas (igual que el resto de sueños) pueden o no recordarse dependiendo de múltiples factores, por lo que recordar o no la experiencia no sería una característica que nos vaya a ayudar siempre a distinguir unas de otras.


En todo caso, ambos fenómenos son relativamente inofensivos y comunes, sobre todo en niños y niñas, siendo más infrecuentes en adultos. Sin ir más lejos, la inmensa mayoría de los padres y madres serían capaces de recordar alguna ocasión en que tuvieran que ir a consolar a su hijo/a cuando este se despertó aterrado en mitad de la noche. Ante este tipo de sucesos, no es extraño que digan que sufren de pesadillas o de terrores nocturnos, usando ambos términos de forma indistinta, pero como ya he comentado ambos términos se refieren a fenómenos distintos.

Una forma sencilla de distinguirlos es la propia intensidad del suceso. Si logramos tranquilizar a la persona con relativa facilidad probablemente se tratara de una pesadilla, mientras que si costó mucho consolarlo y hacerle entender que lo experimentado había sido un sueño, es más probable que estuviéramos ante un terror nocturno.

Por así decirlo, el terror nocturno es muy similar a la pesadilla, pero genera un miedo más potente, más intenso, percibiéndose como una experiencia más real. Además sus efectos son más vistosos y espectaculares para un observador. Es por esto que pueden llegar a asustar bastante a los padres de los niños que lo sufren, así como a los convivientes de los adultos que también puedan padecerlos. Sin embargo, más allá del susto que nos podemos llevar, hay que clarificar que por norma general no son indicativo de ningún problema médico, ni deberían preocuparnos demasiado.

En todo caso, ambos fenómenos pertenecen a la categoría de trastornos que conocemos como parasomnias, que serían los trastornos del sueño que no lo modifican por cantidad, sino que lo hacen alterando su normal funcionamiento. Otras parasomnias serían el sonambulismo, el bruxismo nocturno y la enuresis nocturna, por ejemplo, todas ellas alteraciones asociadas a conductas anormales durante el sueño.

¿Por qué suceden?

Como vemos, ambos fenómenos son distintos y esto es así porque sus naturalezas y origen son igualmente diferentes. Para entender sus diferencias cabe hablar primero, de forma resumida, sobre cómo funciona el sueño humano. A lo largo de una noche, pasamos por diversos ciclos de sueño, dividiéndose cada uno en diferentes fases. Cada una se asocia a un tipo y nivel de actividad cerebral distinto, produciendo en nosotros efectos también diferentes. La primera división que realizamos es entre las fases NMOR o NREM (fases sin movimientos rápidos oculares o non-rapid eye movement en inglés) y la fase MOR o REM (Fase de movimientos rápidos oculares o de rapid eye movement, en inglés). Estos acrónimos se refieren a los movimientos que hacemos con los ojos durante la fase REM, que serían perfectamente visibles a través de los párpados para un observador, y que son por completo normales. Estos movimientos, simplificando mucho el asunto, se dan por ser esta la fase en que el cerebro está más activo, «más despierto», por así decirlo. Es por eso mismo que es en la fase MOR cuando ocurren la mayor parte de nuestros sueños, incluidas las pesadillas.

La segunda división corresponde a las fases NMOR, ya que de estas no hay una sino cuatro distintas, durante las cuales nuestra mente debería permanecer mucho más inactiva. Para que nos hagamos una idea, si nos despertamos en estas fases lo hacemos mucho más desorientados y nos puede costar recordar dónde estamos y qué estábamos haciendo. Es en estas fases cuando ocurren los terrores nocturnos, los cuales si nos ponemos quisquillosos no serían técnicamente sueños, sino reacciones de miedo intenso que se dan en la transición entre fases y, sobre todo, al pasar de la cuarta fase NREM a la fase REM, es decir, de la fase de sueño más profundo a la de sueño más ligero (y aquella donde suelen darse los sueños). Si todo marcha bien, la transición se dará con suavidad, pero si por cualquier motivo el sujeto la realiza en estado de agitación o miedo, se producirá el terror nocturno.

Los movimientos oculares rápidos ocurren únicamente en la fase REM o MOR, a la cual dan nombre, y son completamente normales.

Las diferentes características de las fases causan que las pesadillas se den más bien entrada la noche o incluso ya llegando la madrugada, despertándose el sujeto asustado por la pesadilla, mientras que los terrores serían más frecuentes cuando lleva solo dos o tres horas durmiendo, no soliendo despertarse solo y si lo hace lo hace muy confuso, desorientado y presa de un intenso miedo que le impide distinguir el sueño de la realidad.

Características

Además de lo ya dicho, durante los terrores el sujeto puede realizar conductas que no se dan durante un sueño normal, siquiera durante las pesadillas, como ponerse en pie, sentarse en la cama, llorar o empezar a gritar expresando el intenso miedo que está sufriendo. Como ante cualquier otra reacción de miedo, su tasa cardíaca y ritmo respiratorio pueden aumentar, así como podrían experimentar sudoración, mover sus extremidades para defenderse de un peligro inexistente o incluso tener los ojos abiertos (aunque en realidad sigan durmiendo). No en vano es un fenómeno íntimamente relacionado con el sonambulismo.

Estos episodios, además, se pueden presentar de forma aislada bien de forma reiterada, con varios episodios antes de que el trastorno desaparezca por completo. En cualquier caso, la tendencia es a que desaparezcan espontáneamente con el paso del tiempo, al ir madurando el sistema nervioso central del sujeto con la edad, por lo que de cara a nuestros hijos lo mejor es restarles importancia, para que al menos no se preocupen en exceso por el suceso y que entiendan que, al fin y al cabo, no se trata más que de sueños, aunque los vivan de forma especialmente vívida.
Y al respecto de lo otro que explica el personaje de Adele en la serie, sería cierto: A diferencia de las pesadillas, que se pueden recordar con relativa facilidad, al día siguiente suele ser complicado recordar los terrores nocturnos, ya que el sujeto estaba profundamente dormido cuando los vivió, así que le resulta muy complicado rescatar alguna imagen mental de su memoria. No obstante, si fue despertado o si el miedo fue tan intenso que despertó él solo, fragmentos del terror nocturno pueden llegar a fijarse en la memoria del sujeto, pudiendo ser recordados después, normalmente como escenas borrosas.

La causa

Cabe preguntarse, si en las fases NMOR nuestro sistema nervioso central o SNC se supone inactivo, ¿Cómo es que se producen estas ensoñaciones? De hecho, la propia pregunta ya da una pista de la respuesta, y es que los terrores nocturnos están provocados por una hiperactivación anómala del sistema nervioso central mientras dormimos. Esto puede ocurrir por muchas causas, la mayoría no patológicas y siendo la más probable la propia inmadurez del SNC, lo que explicaría que estos fenómenos aparezcan más en los infantes. Además, parece existir un fuerte componente genético, pues la mayoría (hasta un 80% según algunos estudios) de los niños y niñas que sufren de terrores nocturnos tendrían algún pariente que también los experimentó en algún momento, o bien que sufrió sonambulismo (el cuál, como ya se ha dicho, es una condición relacionada que se da en las mismas fases y bajo condiciones semejantes). Otras condiciones que podrían inducir la aparición de los terrores serían:
·Cansancio extremo.
·Enfermedades que afecten al SNC.
·Sufrir de estrés.
·Consumo de medicamentos un otras sustancias que alteren el normal funcionamiento del SNC.
·Dormir en un entorno distinto al habitual.
·En general, situaciones que propicien que el sueño sea más ligero de lo normal.

Como vemos, los terrores, si bien no son por sí mismos patológicos, sí son causados por estados de alteración, mientras que las pesadillas serían simplemente sueños con un componente negativo. Es por esto que la mayoría hemos tenido más de una vez pesadillas, pero sin embargo menos del 6% de niños ha padecido terrores nocturnos. En cualquier caso, estos se dan sobre todo entre los cuatro y los doce años de edad, disminuyendo su frecuencia conforme aumenta la edad.

«El sueño de la razón produce monstruos», por Francisco de Goya.

Cómo actuar ante un terror nocturno

Por todo lo dicho, estos eventos pueden causarnos alarma cuando no estamos acostumbrados a ellos. Los padres y madres suelen sentirse impotentes cuando suceden, ya que hay realmente poco que podamos hacer, y el sujeto afectado es de hecho resistente a ser despertado, aunque pueda parecer físicamente muy activo (gritos, movimientos, etc.) por lo que resulta una escena escalofriante de contemplar. En todo caso, lo mejor que podemos hacer ante los terrores nocturnos es sencillamente esperar a que pasen, vigilando a quien lo sufre para evitar que se haga daño. Lo más habitual es que pasados unos minutos (entre uno y diez) se calmen y prosigan su sueño como si tal cosa, sin recordar nada al día siguiente. Por tanto, lo más habitual en estos casos es que lo pasen peor quienes conviven con el sujeto, que él mismo.

Aún así, muchos se preguntarán si no podemos despertar a la persona para terminar antes con el episodio. La respuesta en general sería negativa, pues suele ser muy difícil despertarlos y, incluso si lo logramos, lo único que lograremos será que el pánico permanezca cuando despierte, por lo que lo hará desorientado, confundido y aterrorizado, costándole tranquilizarse y retomar el sueño. Forzar el despertar es, pues, la peor de las opciones. No nos aporta en general ninguna ventaja, pero sí bastantes perjuicios.

Otra pregunta usual es cuál es el tratamiento de este trastorno. La respuesta es, quizás, decepcionante, ya que la cruda realidad es que no existe ninguno que sea realmente efectivo, más allá de reducir las condiciones que contribuyen a su aparición y que ya se han comentado previamente. Por ello, deberíamos buscar reducir el estrés en el día a día del niño, establecer una rutina previa al sueño que favorezca la relajación (evitando actividades o alimentos que produzcan el efecto contrario), intentar evitar que se agote antes de ir a dormir y dejar que descanse suficiente. Si es necesario, se puede realizar un estudio del sueño de la persona afectada para luego aconsejarle ajustes en su rutina que le puedan ayudar a mejorar la calidad del mismo.

Si los terrores son muy frecuentes y se mantienen en el tiempo, sería necesaria una evaluación exhaustiva para determinar si existe alguna alteración neurológica que los estuviera causando de forma secundaria. También, si cuando estos suceden manifiesta un comportamiento agresivo o difícil de controlar (por lo que se pone a sí mismo/a o a quienes le rodean en peligro) o bien si le afectan notoriamente causándole cansancio o somnolencia, podría llegar a ser necesario intervenir para mitigar su aparición. Si tras evaluar la situación el especialista lo considera pertinente, podría implementarse un tratamiento basado en la técnica de los despertares programados, si bien esta se reserva para casos concretos en que se juzga que puede ser útil para reducir la aparición de los terrores nocturnos.

 

Fuentes:

Terrores nocturnos, del Rady Children’s, Hospital de San Diego.

Las pesadillas, por E. Pearl.

Terrores nocturnos, por E. Pearl.

Miedos del sueño (terrores nocturnos), de la Clínica Mayo.

Pesadillas y terrores nocturnos: diferencias y similitudes, por Natala Montoya Nasser.

 

Aunque a veces pueda resultar sorprendente, en muchos casos gran parte del malestar en nuestras vidas viene causado por una falta de control de nuestras propias conductas y actitudes. Las técnicas y el entrenamiento en autocontrol tiene precisamente como objetivo principal, proporcionarnos las herramientas necesarias para abordar este tipo de problemáticas y los conflictos que de ellas se derivan. Y es que en dichos casos, si la persona logra modificar y ganar control de sus hábitos y de su estilo de vida, mejorará seguro la calidad de esta. Es por ello que dichas técnicas se han venido usando en todo tipo de trastornos médicos y psicológicos, así como de forma preventiva y en casos en que no encontramos ningún problema estrictamente patológico.

¿Qué es el autocontrol?

Decía Rotter que la conducta se da siempre en relación a las expectativas que el sujeto que la emite asigna previamente a los posibles resultados de esta, así como del grado de control que tiene sobre la conducta en sí. Esto viene a decir que actuamos en base a lo que esperamos que suceda tras nuestras acciones, pero también que nuestra percepción de control sobre cada conducta afecta a las probabilidades de que esta se de.

Por su parte, autores como Mischel y Staub consideraban que el autocontrol se trataría de la habilidad de posponer la gratificación inmediata en favor de una más lejana temporalmente, pero valorada como más gratificante. Se trata del clásico ejemplo en que un niño pequeño suele elegir una chocolatina al instante antes que un paquete entero de chocolate que le daríamos más adelante. Niños y niñas más mayores, en cambio, pueden plantearse que la segunda opción es más beneficiosa y que para obtenerla solamente han de resistir sus ganas de elegir la primera (han de autocontrolarse). Además de lo dicho, es destacable que esta habilidad parece estar estrechamente relacionada con la percepción de autoeficacia de cada uno: A mayor autocontrol, más eficaces, capaces y habilidosos nos percibimos (y por ello, más satisfechos con nuestra persona).

Kanfer, más adelante, dividió esta habilidad en tres subprocesos:

  • Autorregistro: El sujeto debe ser consciente de las consecuencias de sus acciones como paso previo al resto.
  • Autoevaluación: Pero no se trata solo de que sea consciente de ellas, sino de valorarlas en relación a la acción realizada. Así, conductas con consecuencias positivas tenderán a ser repetidas, mientras que las que producen resultados negativos tenderán a desestimarse en un futuro.
  • Autorrefuerzo: Finalmente, el sujeto debe ser capaz de relacionar las consecuencias citadas a las acciones, generalizándolas a otros contextos, pudiendo así integrarlas en su repertorio conductual.

El autocontrol es, en todo caso, una habilidad susceptible de ser entrenada, pudiendo ser aprendida y refinada. Debemos entenderla como un continuo dimensional a través del cual cada persona puede ser situada, desde quienes no tienen ningún autocontrol, hasta los que presentan un dominio absoluto de esta habilidad, y entre ellos personas con diferentes grados de autocontrol.

Entrenamiento en autocontrol.

Citamos de nuevo a Kanfer, que además de lo dicho identificó dos estrategias distintas de autocontrol: la decisional y la prolongada. La primera trata de evitar los estímulos discriminativos que se asocian a la conducta que se quiere controlar. Se sigue la lógica de que si se evitan estos estímulos, no se disparará la conducta asociada. En cuanto al autocontrol prolongado, se trata de algo más complejo, ya que se refiere al uso de estrategias de afrontamiento (esto es, el sujeto enfrenta el problema en vez de simplemente evitarlo).

Normalmente las técnicas de autocontrol se presentan en el contexto de un entrenamiento más amplio, cuyo objetivo es mejorar la mencionada habilidad de forma global. En él, tras establecer los objetivos específicos aplicables al caso en cuestión, se eligen que técnicas son más apropiadas para este y se aplican, primero entrenándolas en un contexto simulado y luego ya en uno real. Tras ello, solo queda evaluar la ejecución de las mismas para decidir si hay que entrenarlas todavía más o si el sujeto ya está preparado para afrontar sus problemas de control por sí mismo.

Hay que tener en cuenta que estos programas no buscan en ningún caso eliminar problemas de conducta aislados y/o puntuales, sino que el sujeto internalice las técnicas enseñadas en su repertorio conductual, lo que le permitirá problemas futuros similares que le pudieran surgir.

Técnicas de autocontrol.

En cuanto a las diversas técnicas que podemos emplear al buscar esta mejoría, las podemos dividir en dos grandes grupos: las de control estimular o ambiental, y las de programación conductual. Como su nombre indica, las primeras buscan actuar sobre el ambiente del sujeto, adaptándolo para mejorar las probabilidades de que se dé una respuesta autocontrolada, mientras que el segundo grupo pretende manipular las propias consecuencias de las conductas. Se puede argumentar además la existencia de un tercer grupo, referido a las técnicas que buscarían mejorar la motivación del sujeto en relación a mantener una conducta controlada: serían pues, técnicas facilitadoras de la conducta. En este tercer grupo podemos encontrar:

  • Autoobservación y autorregistro: El sujeto observa sus propias conductas y toma nota de ellas, aumentando así el conocimiento sobre sí mismo, las conductas que suele emitir y las consecuencias de estas.
  • Tareas intersesiones (tareas para casa): Sirven para practicar lo aprendido, reforzar conocimientos y aumentar la motivación.
  • Contratos conductuales: Se trata de formalizar los detalles y objetivos de la intervención, así como las obligaciones de cada cual en este proceso. Sirve para que el cliente sepa qué debe hacer, qué se espera de él/ella y como debe gestionarse mediante el uso de normas y reglas que buscarán generarle nuevas pautas conductuales. Nunca es forzado, sino que dimana de la voluntad de cambio de la persona, siendo el terapeuta únicamente un orientador, además del testigo del compromiso.
  • Respuestas alternativas: Se trata de entrenar el uso de conductas que interfieren en la aparición de otras (las que queremos evitar).

En cuanto a las técnicas de planificación ambiental (también llamadas de control estimular), son las que identifican y modifican los elementos antecedentes a la conducta que buscamos cambiar. La lógica subyacente es que al alterar el contexto favorecemos la desaparición o aparición de las conductas seleccionadas. En este grupo encontramos:

  • Control de estímulos: Sin más, se trata de cambiar los estímulos que precipitan la conducta. Sin estímulo, se presupone la menor aparición de la conducta problema. En este apartado incluiríamos la restricción física, la presentación y/o eliminación de estímulos discriminativos, el uso de estímulos que dificulten la emisión de la conducta, la modificación de la configuración física y/o social del ambiente, el fortalecimiento de indicios y la modificación de las condiciones físicas o fisiológicas del propio sujeto.
  • Estrategias cognitivas: Establecer nuevas autoverbalizaciones que guíen al sujeto hacia los objetivos perseguidos. Entre estas encontramos la detección y detención del pensamiento o las autoinstrucciones, entre otros.
  • Contratos de contingencias: Un acuerdo por escrito sobre lo que deseamos cambiar y en qué condiciones.
  • Entrenamiento en respuestas incompatibles: Instauración de conductas que impiden la aparición de las que se quieren evitar, al ser incompatibles entre ellas.

Por último, las técnicas de programación conductal son aquellas que buscan reestructurar las consecuencias derivadas de la conducta a evitar, una vez ya ejecutada esta:

  • Autorrefuerzo: El sujeto se administra a sí mismo, contingentemente a la emisión de la conducta correcta, un reforzador previamente definido. Este debería ser primero continuo e inmediato, pasando luego a ser demorado e intermitente.
  • Autocastigo: Como la restricción de actividades agradables, multas o la práctica negativa. No se recomienda su uso sin reforzamiento positivo y el entrenamiento en nuevos hábitos.

El confinamiento debido al coronavirus (Covid-19) sigue vigente en España y en otras muchas naciones del mundo, de forma más o menos estricta según las circunstancias personales de cada uno. Esta particular situación nos puede ser difícil de sobrellevar a los adultos, ya no digamos a los más peques de la casa. Lo esperable es que las quejas vayan creciendo en muchos casos si no les ayudamos a entender, sin alarmismos, la gravedad de la situación y la necesidad de las medidas que estamos tomando.

Adaptar el mensaje

Como ya comentamos en anteriores entradas, lo que buscamos es aportar a los pequeños la información necesaria para que entiendan que sucede a su alrededor, qué pueden esperar y qué deben hacer, sin por ello abrumarles con datos innecesarios. En general, no es buena idea ignorar los miedos o dudas que puedan tener, quitándoles importancia o respondiendo con fórmulas como «son cosas de mayores», las cuales les causarán más inquietud que otra cosa. Al fin y al cabo, hay que pensar que ya llevan suficiente tiempo viviendo esta situación como para sentirse parte de ella, con lo que no podemos apartarlos del asunto sin más.

No obstante, tampoco podemos responder a sus preguntas acerca del coronavirus tal y como lo haríamos con un adulto, sino que deberemos adaptar el mensaje a la edad y conocimientos del niño. Se trata de informarlo buscando siempre que, mediante la comprensión, se sientan más confiados y seguros ante la situación. Uno podría preguntarse si estas explicaciones son necesarias, pero es que en caso de no tenerlas lo más probable es que recurrieran a fuentes alternativas de información. El ser humano por naturaleza necesita entender su entorno para poder gestionarlo y los niños y niñas no son una excepción a ello, por lo que si no obtienen respuestas a sus preguntas o bien estas son ambiguas o poco convincentes, las buscarán en otro lado, como buscando por internet, a través de sus amistades o bien mediante su propia imaginación. Estos últimos procesos, por cierto, no son exclusivos de los menores y son uno de los pilares de la proliferación actual de bulos respecto al Covid-19 que estamos viviendo estos días.

Volviendo al tema que nos ocupa, según la edad del menor podríamos usar desde explicaciones similares a las que utilizamos entre adultos (para preadolescentes, por ejemplo) a gráficas, analogías, cuentos o dibujos (para los niños más pequeños).

Sinceridad y límites

Aún con todo, no queremos saturarlos con información innecesaria. Se trata pues, no solo de adaptar la forma en que se les informa, sino también lo que se les dice (el contenido del mensaje) y en qué momento. Para evitar dicha saturación, deberemos normalizar el tema lo máximo posible, dejando claro que pueden preguntar siempre que lo deseen. De esta manera nos aseguramos que nuestra explicación no se limite a un único episodio que dejaría sin resolver las dudas que de seguro irán surgiendo más adelante. Debemos evitar pues, que el coronavirus acabe convirtiéndose en un tabú en nuestra casa.

En este sentido, puesto que lo que buscamos en todo momento es fomentar su confianza, deberemos ser todo lo sinceros posible. Así, si nos preguntan algo que no sabemos, deberíamos ser honestos y responder en consecuencia. Eso sí ¡hay que evitar deprimirse por ello! Si no sabemos algo, siempre es buen momento para buscar las respuestas juntos. Puede ser un ejercicio didáctico y a la vez servirá para unirnos más. Si, en cambio, es una pregunta de la cual no hay forma de saber la respuesta segura (por ejemplo «¿cuándo podremos salir?» o «¿Iremos este verano al pueblo de los abuelos como todos los años?»), lo mejor será decir claramente que no lo sabemos, pero explicando el motivo. Así, aunque no resuelvan su duda, tendrán alguna clase de respuesta, lo cual puede minimizar la ansiedad que les causaría la incerteza absoluta que tendrían en caso contrario.

Tema a parte serían los enfermos y/o fallecidos, ya que hablar de ello abiertamente delante de los pequeños puede hacerles entrar en pánico, tanto por sus vidas como por las de sus seres queridos. En este aspecto, será mejor limitar la información y datos a los que consideremos justos y necesarios, según nuestro caso particular.

Informar, actuar

Lo mejor de mantenerlos informados no es solo que eliminaremos la incertidumbre, sino que les daremos la oportunidad de participar activamente en su propia protección y en la de sus queridos. Al fin y al cabo, saber que están manteniéndose en casa no solo para protegerse, sino para ayudar a salvar vidas tanto de conocidos como de desconocidos, puede ser una gran motivación para ellos.

De igual manera, hay que hacerles partícipes del resto de actos necesarios para mantenernos protegidos, como lavarse las manos con frecuencia y realizar el resto de actos preventivos que las autoridades sanitarias indiquen. Si llevamos a cabo todo lo dicho, tendrán motivos de sobra y la información necesaria para hacerlo. ¡Piensa que el aprendizaje de este tipo de conductas les resultará útil, no solo durante estos días, sino también en un futuro!

Algunos consejos para que adopten estas conductas son:

  • Para los niños pequeños, instaurar la costumbre mediante canciones o juegos. Recordemos que no se trata solo de lavarse las manos, sino de hacerlo concienzudamente.
  • Al toser, debemos hacerlo sobre el codo, cubriéndonos boca y nariz, o bien utilizando un pañuelo que desecharemos al momento. Para entender la importancia de ello, podemos hacer referencia al hecho que la gente en la calle está usando mascarilla por este mismo motivo. Si es necesario, podríamos compararlo con un escudo o técnica secreta que nos sirve para defendernos del coronavirus (así como de otros virus y enfermedades).
  • Por idénticas razones, explicar porqué debemos evitar tocarnos los ojos, nariz, boca y pelo, sobre todo si hemos de salir de casa por cualquier motivo. De nuevo, podemos ilustrar dicha necesidad con el hecho que la gente está usando guantes en la calle y en su trabajo, ¡aunque debemos hacer énfasis en que no por llevarlos podemos tocarnos! Para lograrlo, podemos hacer que sea un juego («¡Quien se toque la cara con las manos, pierde!»).
  • En relación a lo anterior, explicar que por idénticos motivos no podemos tocar el móvil con las manos sucias y que en todo caso deberíamos limpiarlo antes de usarlo de nuevo, pues su superficie podría también ir recogiendo estos «bichitos».
  • Para incrementar la implicación de los niños y niñas en todo lo anterior, debemos predicar con el ejemplo. Los adultos en casa son el principal referente de los menores, por lo que es especialmente importante, tanto por ellos como por nosotros, que sigamos las normas de higiene estrictamente. Si las realizamos nosotros y les pedimos que nos imiten, será mucho más probable que las interioricen y entiendan cuan importantes son.

Parte 1

Parte 3 (Próximamente)

El estado de alarma sigue, con todo lo que ello implica. Por ello, sigo ofreciendo todos mis servicios también en modalidad telemática mediante videoconferencia. Además, y con motivo de la cuarentena por el coronavirus, atenderé consultas breves relativas al efecto psicológico de la misma vía e-mail o mediante el formulario de contacto, de forma gratuita. Tened paciencia y ¡mucho ánimo a todos y todas!

Últimamente las vidas de todos se han visto trastocadas a causa del brote de covid-19 (coronavirus) y las de los niños y niñas no iban a ser menos. De hecho, las suyas pueden llegar a verse todavía más afectadas debido a que no están en posición de entender todo lo que está pasando a su alrededor. No nos engañemos, si nos puede costar a nosotros asimilarlo, ¿cómo no les va a costar a ellos?

Por eso es importante que, en la medida en que podamos, les ayudemos a entender lo que está sucediendo para así mitigar la ansiedad y el estrés que ello les pueda producir.Hablamos sobre todo de niños mayores de cuatro años y hasta llegada la adolescencia o un poco antes, ya que los más pequeños que este rango no están capacitados para entender algo tan grande como lo que nos está sucediendo y probablemente no sea siquiera necesario. Por su parte, los más mayores ya poseen inteligencia y compresión del mundo suficientes como para poder entender lo que estamos viviendo, aunque sea con nuestra ayuda e información. Fuera como fuese, deberemos adaptar todo lo que sigue a nuestro caso, pues cada niño es al igual que cada adulto, distinto.

En primer lugar, conviene tener claro qué información merece la pena recalcar al niño y cual no. Así pues, informaciones de las que no estemos seguros (todo lo que no venga de fuentes oficiales sin ser antes contrastado con estas) deberán ser desechadas en este sentido. Lo mismo vale para informaciones que intuyamos que pueden cambiar (como la fecha aproximada en que esto terminará). En general, la información que debemos transmitirle al menor es aquella que le pueda ser útil para protegerse contra el covid-19, así como para sobrellevar mejor la cuarentena y los efectos psicológicos de esta, además de aquella que nos pida activamente (si lo consideramos oportuno y siempre elaborada de tal manera que la pueda entender).

¿Qué es el Coronavirus?

Así, un punto central de nuestra explicación debería ser «Qué es el coronavirus», remitiendo al niño a sus clases de ciencias naturales (normalmente relacionan lo aprendido en el colegio con información fiable, lo cual nos servirá para afianzar su entendimiento al respecto al enlazar conceptos) y a los conceptos que estuviera dando este año en dicha asignatura. Niños mayores podrán entender conceptos más complejos como lo que es un virus, mientras que con otros más pequeños podemos comparar el Covid-19 con otras enfermedades que les sean más cercanas como resfriados, gripes, «tener calentura», «tener mocos» y explicar que es algo similar pero más grave. Una vez entendido que el causante de todo esto es «el bichito de marras», podremos hacerles entender la importancia de cuidar nuestra higiene, más que nunca.

Un aspecto a recalcar en aquellos niños en los que veamos una preocupación al respecto que pueda convertirse en ansiedad e incluso miedo, es que el coronavirus no puede moverse por sí mismo, por lo que estando en casa es como mejor estamos protegidos contra él. Mediante este razonamiento, le decimos al pequeño que no tiene nada que temer y que su casa sigue siendo un lugar seguro, pero que deberá tener paciencia (como todos) hasta poder salir de nuevo. Además, esta información nos servirá luego para ayudarlos a entender por qué no están yendo a clase, por qué no pueden salir y cualquier otro detalle que les perturbe respecto a nuestra situación actual.

Primer paso: Informarse

Como decía, para informar a nuestros hijos debemos antes informarnos nosotros. Una vez comprendamos toda la situación y los aspectos que la condicionan, podremos usar dicha información para explicarles lo que sea necesario. Si no realizamos este primer paso, o nos informamos de fuentes con escasa fiabilidad (ej: mensajes de Whatsapp), nuestra información y visión del asunto será cambiante y confusa, al igual que la que les transmitamos a ellos. El problema es que los niños y niñas pequeños son mucho más sensibles que nosotros a esa incerteza, afectándoles más a nivel psicológico.

Una vez estemos informados (como ya se ha dicho, preferentemente por canales oficiales) podremos empezar a aclararles las dudas que puedan tener, buscando siempre transmitirles seguridad y calma. Por ello, conviene buscar un momento en que nosotros mismos estemos calmados, para no transmitirles justo lo contrario sin querer.

Segundo paso: Informar

Mejor acercarnos nosotros y explicarles en líneas general lo que sucede, pues si esperamos a que lo pregunten, lo que puede pasar es que se lo estén preguntando pero no formulen dichas cuestiones en voz alta, por miedo o vergüenza, acumulando poco a poco ansiedad hasta que esta sea insostenible. Como muchos sabemos, la imaginación suele ser peor que la realidad, más aún sí hablamos de la imaginación desbordada de los más pequeños.

Además, mejor que la conversación sea precisamente eso, un diálogo y no un monólogo. Si convertimos la explicación en una clase magistral seguro que al niño le quedan muchas dudas y además se le generan otras que tal vez siquiera tenía. Mejor será darle pie a que hable y pregunte, para así poder responder y corregir información errónea que tenga, que haya malinterpretado o que se esté imaginando.

Aunque parezca extraño, para generar esa sensación de tranquilidad, es mejor ser sinceros. Si el niño entiende el peligro que implica el virus, estará más motivado a realizar las conductas de protección que le hemos enseñado (quedarse en casa, lavarse las manos, no abrazar en seguida a quién entra en casa, etc.). Aún así, hay que evitar a toda costa el catastrofismo, que es lo que podría hacerles sentir pánico. Se trata de ser sinceros, no fatalistas.

Según la edad y si lo preguntan, podemos informarles con más o menos detalle sobre los síntomas que causa el Covid-19, recalcando que la mayor parte de la gente se recupera al padecerlo y que en buena parte lo hacemos para proteger a nuestros mayores. De esta manera el niño sigue teniendo una motivación para actuar contra el virus, pero no se sentirá directamente en peligro, lo que posiblemente le generaría mucha más tensión emocional.

En caso de niños que por algún motivo se sientan en peligro personalmente, se aconseja no ignorar estos miedos. Se les puede recordar los síntomas (si no los tienen) y que incluso si sufrieran el coronavirus no les sucedería nada, pues serían atendido por médicos. También puede ser útil hacerles saber que se está trabajando en una vacuna y que seguramente esté disponible pronto.

Espero que todo ello os ayude a calmar los ánimos en casa y mantener el bienestar de toda la familia. Sé que la actual es una situación que merece ser tratada en detalle, por lo que a lo largo de los próximos días publicaré más textos relativos al Covid-19, incluida la segunda parte de este. Por otra parte, sabed que desde la semana pasada ofrezco todos mis servicios también en modalidad telemática mediante videoconferencia. Además, y con motivo de la cuarentena por el coronavirus, atenderé consultas breves relativas al efecto psicológico de la misma vía e-mail o mediante el formulario de contacto, de forma gratuita. Tened paciencia y ¡mucho ánimo a todos y todas!

Parte 2

La mayoría, sino todos, hemos sufrido alguna vez la falta de motivación. No es de extrañar por tanto que los más jóvenes también puedan verse afectados por ella y es de hecho uno de los motivos de consulta más comunes. Hoy nos ocuparemos de como lidiar con este tipo de situaciones, pero antes será mejor empezar concretando a qué nos referimos cuando hablamos de motivación.

 

¿Qué es la motivación?

Por motivación nos referimos a un estado mental que nos impulsa hacia un objetivo concreto, para el cual diremos que estamos motivados. Se trataría pues de una fuerza que nos impele a elegir, mantener y dirigir nuestras conductas hacia la consecución de la mencionada meta. En este sentido podemos encontrar motivaciones básicas y comunes a todos, como serían las relativas a las necesidades primarias y secundarias (alimento, bebida, seguridad, por ejemplo), pero a veces necesitamos estar motivados a metas más difusas, como serían los objetivos académicos.

Alimentarse es una de las necesidades básicas.

Estemos hablando de unas u otras la motivación humana se regirá por ciertos principios generales, los cuales nos servirán para aumentar o disminuir la motivación cuando ello sea necesario. Uno de ellos es el referido a las fases motivacionales o fases del ciclo motivacional. Dicho ciclo se divide en Homeóstasis, Aparición, Necesidad, Tensión, Activación y Satisfacción.

El concepto de homeóstasis es en realidad el que define como un organismo vivo es capaz de autoregularse para mantener un equilibrio que necesita para sobrevivir. Este principio se refiere por ejemplo a los procesos químicos que se dan en nuestro cuerpo, pero también a nuestros estados mentales (fijémonos por ejemplo que aunque somos capaces de sentir grandes alegrías y penas, en general tendemos a permanecer en un estado de calma emocional).

Sin embargo, el ciclo no se inicia realmente hasta que aparece un estímulo que genera una necesidad o que bien que el organismo interpreta que le servirá para recuperar la homeóstasis perdida. Así por ejemplo, si tenemos hambre buscaremos comida, pero igualmente cierto es que al presentarnos un plato de aspecto delicioso es este mismo el que nos genera dicha hambre.

Llegados a este punto, el individuo recibe señales de su organismo, indicándole que tiene un necesidad que se traduce en un deseo respecto del objeto necesitado. Esta necesidad provoca un estado de tensión físico y mental que se mantendrá mientras esté insatisfecha y que impulsa al sujeto a su consecución mediante conductas emitidas para rebajar la tensión logrando la meta marcada. Dichas conductas conforman el comportamiento, que será mantenido mientras exista la motivación, no necesariamente siendo este fijo pues muchas veces vamos variando nuestras conductas hasta que logramos nuestro fin, por ejemplo probando diversos métodos, refinando nuestras estrategias, etc.

El ser humano lleva milenios perfeccionando las conductas que le sirven para cubrir sus necesidades.

Finalmente, si todo va bien el sujeto logra la satisfacción que le otorga el lograr su meta, retorna al estado de equilibrio buscado hasta que este se vea alterado nuevamente. Al satisfacerse el sujeto habrá librado la tensión acumulada, pero ¿qué ocurre si esta tensión se sigue acumulando al no lograrse la meta?

Y es que este ciclo no puede prolongarse eternamente. Si la necesidad no se satisface al pasar cierto tiempo (que variará según el tipo de necesidad y otros factores) el sujeto podría acabar padeciendo efectos adversos, como por ejemplo presentar reacciones emocionales intensas y negativas, ansiedad, aislamiento o efectos fisiológicos como insomnio, problemas de circulación o digestivos. También podría comportarse de forma aparentemente ilógica o agresiva, así como perder el interés y mostrarse apático. Esta sería la llamada frustración.

 

¿Cómo podemos gestionarla?

Teniendo en mente lo anterior ya sabríamos que existen ciertos factores que afectan a nuestra motivación, por lo que cabría plantearse si podemos hacer algo para aumentarla. Por supuesto, lo que sigue no son ni mucho menos fórmulas mágicas, pero padres, madres y tutores que vean necesario trabajar la motivación de los menores a su cargo deberían tener todo esto en cuenta.

Lo primero que debemos de entender es que una diferencia fundamental entre niños y adultos es que los primeros no son plenamente responsables y conscientes de sus acciones, cosa que irá cambiando con la edad. Hasta que llegue ese momento, recae en buena parte sobre los padres el enseñarles el valor del esfuerzo y la perseverancia, no obstante también tendremos que educarles (y puede que aprender nosotros mismos) para que tengan expectativas adecuadas.

Y es que si imponemos unas metas demasiado elevadas, cuando estas no se alcancen el sujeto sufrirá una gran frustración, pues si se había creado una buena motivación al respecto, la tensión generada en consecuencia no podrá ser liberada convenientemente. Y cuando digo «imponemos» no me refiero solo a cuando se le exige el cumplimiento de una meta literalmente impuesta, sino también cuando sin darnos cuenta les hacemos creer que lo lograrán aun sin tener nosotros una base fundamentada para ello. Si un niño ha suspendido los dos primeros trimestres de una asignatura, debemos alentarlo a aprobar, pero no sería buena idea hacerle creer que sacará un diez en el tercero, pues lo que sucedería en este caso es que si aprueba con menos nota en vez de alegrarse se sentirá decepcionado. Además, cuando marcamos metas realistas, si luego las sobrepasamos con creces (por ejemplo si el niño del ejemplo saca finalmente un diez) ¡la alegría será mayúscula!

Vemos pues la importancia de fijarse metas adecuadas. Por ello, podemos ayudar a los más pequeños a establecerse objetivos en momentos puntuales como podría ser el principio de un curso lectivo. Para ello, cuanto más concretas sean estas mejor, pues así evitaremos equívocos en cuanto a su consecución. Por la misma razón, idealmente estas deberían ser mensurables, como sería el caso de obtener una nota concreta o emitir una acción dada una cantidad determinada de veces cada cierto tiempo.

Por otra parte, un problema con el que nos encontramos con cierta asiduidad es que los menores no acaban de entender la importancia que pueden tener ciertas metas. Por ello, será importante tomarnos un momento (o los que hagan falta) para explicarles por qué es importante lograrlas.

Además de elogiar el esfuerzo, es importante animarlos. Esto es así porque, si bien los elogios tienen a remarcar la alegría cuando vemos el resultado tras un esfuerzo, las palabras de aliento ayudan reforzar dicho esfuerzo en el mismo momento en que este se está produciendo. ¡La combinación de ambas es una de las mejores herramientas de las que disponemos a la hora de motivar a los jóvenes!

Por supuesto, y siempre adaptándonos a la edad y características del menor, será necesario implicarnos en su aprendizaje, participar en él. Si nosotros no mostramos interés en estas actividades, difícilmente podremos lograr que lo sientan ellos. No se trata de sentarse junta a ellos para hacer los deberes cuando sea necesario, sino también extender dicha actitud positiva frente al aprendizaje yendo a museos, bibliotecas y parques naturales, buscando siempre fomentar el aspecto educativo de estos entornos, pero sin olvidarnos de hacerlo de manera que se lo pasen lo mejor posible, asociando así sensaciones agradables al aprendizaje.

Aprendizaje y recompensas

A pesar de lo dicho, cada individuo es distinto a los demás, no pudiéndose encontrar dos personas que piensen o sienta igual a la otra en todo. Esto es debido a que nuestras personalidades son resultado de un cúmulo enorme de factores sumados, algunos de los cuales los poseemos desde que nacemos, pero muchos otros teniendo que ver con nuestro contexto y experiencias. Esto es importante si queremos entender a los demás, inclusive si pretendemos motivarlos, pues podemos encontrar que lo que a uno le motiva muchísimo en otro no produce más que indiferencia o incluso rechazo. Por ejemplo, prometer a un joven que lo llevaremos a cierto partido importante de fútbol si cumple con sus obligaciones podría favorecer mucho dicho cumplimiento, mientras que en el caso de otro quizás lo visualice más como un castigo que otra cosa. Por ello es importantísimo tener bien claros los gustos y preferencias de la persona en cuestión, debiendo evitar imponer los nuestros ya que a veces lo hacemos de forma inconsciente.

También entra aquí en juego la probabilidad percibida de obtener dicha recompensa, ya que el esfuerzo tiende a ser mayor cuando el sujeto prevé que este tiene grandes probabilidades de producir la recompensa. Esto implica varias cosas, siendo la primera que si un niño o niña percibe cierta asignatura o tarea como muy complicada o inalcanzable, por muy grande que sea la recompensa puede que no se esfuerce al entender que dicho esfuerzo no se traducirá finalmente en el premio asociado (de ahí lo que decíamos de marcarse metas plausibles). Por otra parte, si cuando prometemos un premio no siempre lo cumplimos, podrían empezar a percibir que no merece la pena esforzarse pues no necesariamente conseguirán el premio prometido, al depender este de otros factores fuera de su alcance, como la voluntad última del progenitor, cuestiones económicas, etc. Por ello siempre recomiendo ser consecuente con los premios y castigos, aplicándolos de forma sistemática y sin excepciones, de forma que el sujeto asocie las acciones que queremos reforzar con la recompensa, y las que queremos que evite con el castigo al que las hemos emparejado.

 

Aprendizaje social

Como vemos, la motivación del individuo no se ve influida solo por la propia voluntad de este, sino también por multitud de factores externos a él. En concreto vemos la importancia que tiene en ello el entorno social. Algunos autores han concreta el mecanismo por el que este aprendizaje sucede en los siguientes pasos: Estímulo, Respuesta, Enseñanza social, Recompensa-Castigo, Análisis del resultado.

El ciclo del aprendizaje social empieza pues también al aparecer el estímulo, actuando el sujeto en cuestión ante esta aparición. Es decir, que emitirá una respuesta ante dicho estímulo. Sin embargo, este tipo de aprendizaje difiere del que se deriva de la propia experiencia en que tras esa acción se dará la intervención de un segundo individuo el cual tendrá más o menos influencia en el primero según la relación que medie entre ambos. Así, los padres, madres y el profesorado suelen ser figuras de referencia muy importantes para los menores y por ello podrán influir más que otros en su comportamiento.

Y es que su papel será el de enseñar al menor, tutelarle, juzgando su comportamiento, la acción emitida e informándole de si ha sido adecuada o no, y en su caso como podría mejorarla. A esto lo llamamos enseñanza social. Si embargo, para modificar el comportamiento del sujeto, la sociedad, mediante los sujetos encargados de ello como los que ya hemos mencionado, recompensará los comportamientos positivos y castigará los negativos. Este sistema  de recompensa-castigo es normalmente aplicado tanto en el hogar familiar, como en clase e incluso en la sociedad en general, derivándose de él el conjunto de normas sociales que imperan en ella y la vertebran.

En general, las recompensas tenderán a aumentar la probabilidad de que la conducta premiada se dé en el futuro, siendo pues reforzada. Si se llega a un punto en que el sujeto suele emitir respuestas semejantes ante situaciones análogas, diremos que el comportamiento ha sido aprendido. Para que esto suceda el sujeto analizará los resultados, evaluando tanto los que son consecuencia directa como los derivados de esta estructura social.

Cabe comentar, respecto al castigo, que este es en general menos efectivo que la recompensa. Por ello, si bien aporta un valor añadido al aprendizaje, se recomienda que este vaya acompañado de recompensas cuando se emitan las conductas que deseamos que el sujeto emita, pues el mero castigo indica al sujeto que conductas debe evitar, pero no ofrece posibilidades de ampliar su repertorio conductual y por tanto no da alternativas a esas conductas.

 

¿Cómo motivar?

Teniendo en cuenta todo lo anterior, queda claro que la motivación es necesaria cuando se requiere cambiar la conducta de un sujeto. Los menores no son ni muchos menos una excepción, con lo cual deberemos motivarlos para que se involucren en dicho proceso de cambio. Para ello, deberemos cuidar la forma en que nos comunicamos con ellos, pues las reprimendas continuadas y desaforadas merman su autoestima, aumentando la tensión en la relación y funcionando como castigo, que como hemos visto sirve para restringir el repertorio conductual sin ofrecer alternativas. Deberemos evitar pues mensajes como estos:

  • «Siempre haces igual»: Se recalca no solo una mala acción, sino la presunción de que el menor no va a cambiar y por lo tanto no existe esta opción.
  • «Eres desordenado/un desastre/un vago/un mentiroso»: Igualmente, afirmaciones como esta definen categóricamente al individuo, que asumirá que es tal y como le dicen y por tanto se comportará en consonancia.
  • «¿Por qué no aprendes de tu hermano?»: Cuando los comparamos con sus hermanos, con sus compañeros de clase o en general con otras personas, minamos su autoestima en tanto que les estamos diciendo a grandes rasgos que son menos válidos o capaces que ellos.
  • «Nunca llegarás a nada / Así no llegarás a nada»: Un mensaje de desesperanza que aporta bien poco.
  • «Me tienes harto/a»: Expresa rechazo, no por la acción emitida, sino por la persona que recibe el mensaje.
  • «Cada día te portas peor»: Sea cierto o no, mensajes como este implícitamente dan a entender que el menor es menos apreciado, menos querido y menos valorado, cada día que pasa.
  • «¿Cuándo vas a aprender?»: Pregunta normalmente emitida en tono de desprecio, siendo en realidad una afirmación oculta que envía el mensaje de que el niño no puede mejorar ni se espera que lo haga.

Como vemos, la forma en la que hablamos afecta y mucho a quien recibe este mensaje. Para evitar el efecto negativo de las frases anteriores, podemos emplear en su lugar algunas más semejantes a las siguientes:

  • Sé que tu intención es buena.
  • Sé que eres capaz.
  • Tranquilo/a, mejorarás.
  • Confío en ti.
  • Si necesitas algo, pídelo y te ayudaré en lo que pueda.
  • ¡Que bueno/a eres!
  • Lo harás muy bien.
  • Estoy orgulloso/a de ti.
  • No te preocupas, poco a poco te va saliendo mejor.
  • Ya sé que crees que no se te da bien hacer esto, pero tienes otras muchas cualidades.
  • Sabemos que fue sin querer.
  • ¡Felicidades!
  • Sabía que lo lograrías.
  • ¡Tú puedes!

Y recuerda que si necesitas consejo al respecto, si buscas ayuda profesional o si simplemente consideras que tu hija/o necesita clases particulares especializadas, no dudes en contactarme.

 

Fuentes:

Se acerca, una vez más, el día en que los ciudadanos de España harán valer su derecho al voto a fin de elegir quienes les representarán durante cuatro años, en principio. Puesto que cuatro años no es poco tiempo, hay mucha gente que no para de darle vueltas al asunto, intentando averiguar qué partido se ajusta más a sus intereses o cómo hacer que su voto sea un “voto útil”. Otros en cambio tiene muy claro a quién irá dirigido el suyo, siendo muy difícil que cambien su decisión de aquí a entonces. Aun así, a día de hoy vemos que, independientemente de las inclinaciones políticas de cada uno, existen gran variedad de partidos a los que votar, por lo que los resultados son más imprevisibles que nunca. Cabe preguntarse pues, qué causa estas variaciones en el voto entre individuos y porqué estas son tan esquivas de predecir de cara a los resultados definitivos. Hoy vengo a hablar de la psicología del votante y de las estrategias empleadas por los candidatos a fin de aprovecharla.

Y es que preguntarse por qué votamos como lo hacemos equivale en cierta manera a preguntarse cuáles son las estrategias de persuasión de los propios políticos, pues estos, actuando conforme a sus objetivos últimos y siendo asesorados, lo que finalmente buscan siempre es que se les vote. Hay que aclarar esto, pues no pretendo aquí realizar un análisis sobre qué partido es mejor o peor, ya que hay gente mucho más cualificada para ello. Lo que aquí quiero hacer ver es que cada uno de los potenciales candidatos utiliza, aunque no siempre sea evidente, estrategias similares, aplicadas eso sí de un modo afín a su ideario.

Estrategias de persuasión

No todos tenemos la misma capacidad de persuasión y esto es debido a varios factores, algunos de los cuales podemos controlar, mientras que otros no tanto. Por eso lo partidos no eligen siempre al candidato más capaz para gobernar, sino el que lo es para persuadir, para convencer. Para ello, uno de los aspectos a tener en cuenta es el atractivo de dicho candidato.

Si hablamos del atractivo de una persona, probablemente nos vengan a la cabeza sus rasgos físicos y en concreto una buena presencia, unos rasgos agradables, pero el atractivo de un individuo no se limita solo a esto. Así pues, a lo anterior hay que añadir la capacidad para evocar familiaridad, parecido, al potencial votante. Y es que cuanto más nos veamos reflejados en el candidato, más probable es que lo relacionemos con nuestro ideario y por ello más fácil será que lo votemos.

En este apartado encontramos la razón de que cada candidato elija una u otra vestimenta e incluso su peinado, pero también el modo en que expresa sus ideas, el rango de edad de los actuales candidatos (que en general, tienden a intentar dar una imagen de renovación, de cambio respecto a los anteriores gobernantes, independientemente de sus ideas y propuestas). El caso más evidente es quizás el de Pablo Iglesias, quien manifestaba comprar su ropa en Alcampo, apelando así a la humildad, si bien sus rivales en aquel entonces utilizaban precisamente este hecho para desprestigiarlo ante el electorado, apelando pues a diferentes sectores de este.

En relación a lo anterior encontraríamos pues la semejanza con el votante, importantísima hasta el punto que cada candidato tiende a parecerse a aquellos quienes desea que le voten, siendo difícil a veces distinguir hasta que punto dicha semejanza forma parte de su verdadera persona y hasta donde de un personaje ideado para apelar a determinados sectores del electorado. En todo caso, resulta relativamente sencillo ver a qué sectores intenta acercarse cada uno. Así, el líder de Podemos viste con ropa que podría llevar casi cualquiera, sin usar corbatas ni chaquetas, siendo también su icónica coleta otro elemento que le hace destacar frente a sus oponentes.

Por su parte, Albert Rivera también rompe, hasta cierto punto, con la imagen estereotípica del político promedio, alternando la vestimenta típica con otra más distendida, apelando igualmente a aquellos que están hartos de la política que ha venido haciéndose en España desde hace años, pero alejándose a un tiempo del movimiento de izquierdas surgido del 15M que sí ha querido heredar Podemos.

Estos intentos por conseguir que el votante, sobre todo el que aún está indeciso, se sienta identificado, no es una estrategia que se aplique solamente a los propios candidatos, sino que incluso los propios partidos en su conjunto lo emplean, empezando por sus nombres. No es baladí que el PSOE enarbole como bandera de sus políticas y propuestas que es el partido «socialista y obrero», el partido de los trabajadores (como lo es la inmensa mayoría del electorado). Tampoco es casualidad que el PP sea el partido popular (el del pueblo, vaya), ni lo es el nombre de partidos de más reciente creación como Ciudadanos (apelando este al 100% de la población votante) o Podemos, rebautizado como Unidas Podemos, que no solo intenta aprovechar la semejanza sino en su caso también apela a los deseos de muchos de que el sistema político cambie, así como al cada vez más presente movimiento feminista, siendo por tanto a la vez una suerte de eslogan.

El mensajero y el mensaje

Por supuesto, para que todo esto funcione se debe tener en cuenta no solo las características del candidato, sino también las del votante al que se apela, para así poder adaptar y refinar el mensaje y la forma en que este es entregado. Una de estas características a tener en cuenta es la edad, dato importantísimo si quieren que el mensaje llegue a cuanta más gente posible y conecte con ellos. Por tanto, no nos extrañará ver que la edad media de los candidatos ha bajado notablemente respecto a anteriores candidatos, poseyendo los actuales una apariencia más jovial, mostrando en general una actitud más distendida. Esto, además de en todo lo ya dicho, influye también en los referentes usados por varios candidatos en los últimos tiempos: Star Wars, el Señor de los Anillos, Juego de Tronos, etc. Todo ello apela al lenguaje audiovisual, capaz de conectar más fácilmente con nuevas generaciones, que no necesariamente relacionan la capacidad de gestión política con trajes encorsetados y sobria seriedad.

Además de en la forma en que se entregará el mensaje, la edad también afecta en lo que dicho mensaje debería contener para convencer a los potenciales votantes. No es, por supuesto, una ley escrita en piedra ni que pueda aplicarse a todos, pero sí hay estudios psicológicos que nos indican que los humanos tendemos a desarrollar un pensamientos más conservador conforme envejecemos, al menos respecto a las ideas que teníamos cuando éramos más jóvenes. Esto explica porqué cada nueva generación desarrolla ideas que a la anterior le suelen parecer alocadas, excesivas y trasnochadas, pero también porqué la edad del votante promedio es más elevada en los partidos más clásicos que en los de nueva creación, circunstancia de la que todos ellos son conscientes.

La emoción no es cosa menor

Hasta ahora hemos hablado de diversos factores los cuales intervienen en los procesos de persuasión, pero si no añadiéramos un elemento más al cóctel estos serían extremadamente mecánicos y por ello mucho más predecibles de lo que en realidad son. Dicho elemento no es otro que las emociones, pues el ser humano no es una criatura meramente racional ni mucho menos (por suerte).

Y es que solo hay que ver un discurso, casi cualquiera nos vale, de cualquiera de los candidatos para ver que apelan continuamente a la emocionalidad del electorado. Ya no es solo que mencionen temas sensibles como el feminismo, la inmigración o el independentismo (y el miedo o la simpatía que todo ello pueda generar) de forma continuada, sino que lo hacen con exaltación: «Haremos historia», «España es una nación digna», «hay esperanza», «el presidente golpista», «traidor a nuestra nación», «un futuro mejor» y un largo etc. Cierto es que unos partidos tienden más a utilizar mensajes positivos, esperanzadores, mientras que otros usan más el alarmismo y la defensividad contra amenazas ficticias o reales, pero en ambos casos se está jugando con dos caras de una misma moneda, que es la emoción que sentimos ante la exposición de ciertas ideas.

Este es quizás el aspecto más negativo, más recriminable, de las estrategias empleadas por nuestros políticos, puesto que no solo suman la emoción a su discurso, sino que fundamentan este en ellas, ignorando muchas veces los datos en favor de la energía emocional. Buscan, por tanto, que actuemos impulsivamente, llevados por el calor del momento. Como políticos, resulta lógico que actúen así para ganar votos, pues está demostrado que la mayor parte de los votantes no atiende tanto a los datos como a la simpatía que le infunde el candidato y como concuerdan las palabras de este con sus ideas y creencias. Por tanto, no buscamos tanto la verdad como a alguien que aparentemente hable dándonos la razón, confirmando nuestra forma de pensar, aunque lo que diga no sea necesariamente verdad.

Recordemos, las emociones básicas son el miedo, la alegría, la tristeza, la ira, el asco y la sorpresa, y todas ellas juegan un papel, mayor o menor, en el discurso de los candidatos. Sin embargo, los expertos en persuasión dividen las estrategias en dos grupos, las que usan la ruta central y las que usan la periférica. La primera se refiere a los argumentos, al mensaje, mientras que la segunda habla de elementos periféricos a este, como son las emociones implicadas. Este segundo grupo llega con más fuerza e impacto al receptor, pero también lo agota antes, pudiendo hacer que se canse de escuchar siempre lo mismo. Y en buena parte esto explica porque la intención de voto nunca acaba de cuadrar del todo con los resultados finales. Se trata de una carrera de fondo, pero en los días previos a la votación todos los candidatos echan los restos e intentan lograr cuantos más votos mejor aprovechando esa impulsividad.

En el debate, Albert Rivera intentaba no tanto dar un mensaje sino dar una impresión concreta sobre él y sus oponentes.

No me lo creo

Todo lo mencionado acaba encauzándose a un mismo objetivo, parecer más creíble que los demás, inspirar más confianza. La cuestión es simple: Igual que no dejaríamos a nuestros hijos al cuidado de cualquiera, no nos puede dar igual quien gestione nuestro país. Pero nótese que no he dicho «ser más creíble» sino «parecer más creíble», ya que puesto que nadie puede ver el futuro, lo único que podemos hacer es escoger en quien depositar nuestra confianza y votarle. Esto también explica porque los candidatos se afanan no solo en crearse una imagen, sino también en destruir la de los demás, sobre todo la de sus principales competidores. Saben que muchos votantes desconfían de los políticos en general, por lo que les resulta útil generar desconfianza respecto a sus adversarios para que estos votos dubitativos puedan acabar recayendo sobre ellos en el último momento.

Así pues la credibilidad es clave y cada candidato hace todo lo posible por mejorar su reputación de cara a los votantes. No se trata ya de ser simpático, cercano, sino también alguien en quien podemos confiar. Cada cual apelará a varias estrategias en este sentido, como sacar a colación datos de la gestión ejercida previamente por el partido, compararse con otros referentes políticos o éticos u ofrecer propuestas específicas en su programa.

En conclusión, ¿podemos saber cómo concluirán las presentes elecciones? Difícilmente, pero ser conscientes de las mencionadas estrategias puede ayudarnos a centrarnos en los argumentos de cada candidato a la hora de ejercer nuestro derecho a voto en las mejores condiciones posibles.

El siguiente texto en cursiva es una adaptación del artículo «The Narcissistic Father» (El padre narcisista), publicado en Psychology Today por Mark Banschick, publicada originalmente en nuestra antigua web.

«La mitad del daño que se hace en este mundo es producido por gente que quiere sentirse importante. No buscan necesariamente dañar a los demás, pero cuando lo hacen no les importa, ya que o bien no se dan ni cuenta o bien lo justifican para mantener la valoración positiva que hacen de sí mismos» T.S. Eliot.

Es probable que antaño pensaras  que cuando tuvieras veintitantos y sobre todo cuando llegaras a la treintena de años ya habrías alcanzado cierta cantidad de éxito en tu vida. Tu carrera laboral estaría en marcha, tendrías tu domicilio, una relación estable y alguno de tus otros deseos y objetivos  ya cumplidos.

Sin embargo, en la mayoría de casos seguro que muchos de estos proyectos vitales están lejos de satisfacerse. Esto por supuesto afecta a la confianza que tienes en ti mismo y puede que si miras atrás y piensas en tu infancia te venga a la mente tu padre, una persona llena de confianza, exitosa, popular, con amigos y trabajo, que nunca dudaba de sí mismo, no como tu.

Cuando acudía a un evento social, tu padre conocía a todo el mundo, todos le prestaban atención y casi toda la acción parecía girar a su alrededor. Si lo pensamos ¿es posible que tanta confianza pudiera llegar a ser arrogancia? Si lo anterior coincide con tu caso es posible que fueras criado por un padre (o madre) con rasgos de personalidad narcisistas. Si este es tu caso, ¿cómo puede que te afectase?

Cada familia es un caso concreto y por tanto cada una forma una estructura social con sus propias reglas, secretos y patrones de conducta. Como dicha estructura es la única que conocemos en nuestra infancia tendemos a actuar, no siempre de forma consciente, como si todas las madres y padres estuvieran hechos con el mismo molde que los nuestros y es por ello que cuando oímos de progenitores muy distintos a los nuestros, pensamos que es porque en general son distintos a la media. Esto es, tendemos a pensar en nuestros padres como la norma general. Por eso, si creciste con un padre narcisista, posiblemente nunca lo supiste y en su lugar siempre asumiste que todos los padres se comportaban y pensaban de forma similar.

Para saber si realmente conocemos a alguien con una personalidad narcisista, expliquemos que distingue a estos individuos del resto, y en concreto cuando ejercen su rol de padre:

  • Centrados sobre todo en sí mismos, vanidosos: Se ven y hablan de sí mismos como si fueran importantes, se creen superiores y por tanto capaces de logros que los demás no.
  • Usan a la gente en su propio beneficio: Utilizan a los demás aprovechándose de ellos, pudiendo contactar con cada uno solo cuando le conviene, ignorándolos después. En general, consideran que los demás deberían ayudarles y ofrecerles lo que piden, esté este pensamiento justificado o no.
  • Son carismáticos: En general, atraen la atención e incluso la admiración de la gente, saboreando además esa atención. Les encanta ser el centro de las miradas, pues de hecho creen que lo merecen.
  • Fantasean en exceso: En este caso no hablamos de una imaginación como los demás, sino de personas tendentes a fantasear acerca de sus éxitos, prestigio y capacidades. Además, a menudo exageran sus logros, de forma tan natural que hasta ellos mismos se los creen y en consecuencia sus metas son poco realistas.
  • No se toman bien las críticas: Las críticas les hieren en exceso, incluso las justificadas y que intentan no ofenderles, por lo que suelen reaccionar mal ante ellas, ignorando a quienes las emiten, eliminándolos de sus vidas o incluso tratando de devolverles el daño, según casos.
  • Cuando se enfadan dan miedo: No necesariamente son personas violentas, pero cuando se enfadan expresan de forma muy evidente este disgusto, ya sea con gritos, insultos, o algunos de ellos llegando incluso a agredir a quien les ha contrariado.
  • Son distantes y poco empáticos: Lo anterior es debido a que, independientemente de lo emocionales que son, tienen problemas para usar la empatía, mostrándose en general indiferentes ante los sentimientos ajenos. Como dijimos, no necesariamente desean el mal ajeno, y puede que hasta cierto punto se preocupen de quienes le rodean, pero desde luego no es su punto fuerte al estar tan centrados en sí mismos.
  • Buscan constantemente la gratificación y aprobación social: A pesar de su ego desmedido, necesitan saber que los demás les valoran igual que ellos mismos. Es por ello que los padres narcisistas pasan más tiempo sin su familia que otros padres. Además, fácilmente valoren más la opinión de personas externas a la familia, sobre todo cuanto más influyentes las consideren, que lo que piensen de él sus hijos.
  • Siempre hacen lo que les gusta: Como dijimos, los narcisistas tienen problemas para ponerse en la piel de los demás, y es por ello que cuando han de realizar actividades con otros tenderán a proponer actividades que les gusten a ellos mismos. Esta actitud incluye sus interacciones con sus propios hijos, y cuando estos les pidan jugar con ellos el padre normalmente intentará que el niño juegue a alguna cosa que a él le gusta, asumiendo que al niño «lógicamente» también le gustará.
  • Les gusta presumir de sus allegados casi tanto como de sí mismos: Esto incluye sobre todo a sus hijos, ya que sobre ellos pueden permitirse cierto control que con los demás no. Por tanto, si estos resultan tener cualidades sobre las que presumir, las magnificarán, mientras que si tienen defectos tenderán a no mencionarlos o incluso negar su existencia, al menos frente a los demás ya que la actitud en familia puede ser muy distinta. 
  • Es difícil conseguir de ellos lo que (emocionalmente) necesitamos: Este aspecto es especialmente importante al ejercer su rol de padre o madre, pues aunque cumplan con sus obligaciones a nivel material, no suelen hacerlo en otros niveles más sutiles. Por ejemplo,  su hijo/a requerirá su atención y afecto pero solo atenderá dichas necesidades de forma esporádica y seguramente cuando al propio padre le venga bien.

Puede que las características antes mencionadas te suenen de algo, puede que no. Hay que tener en cuenta que un individuo con personalidad narcisista no suele poseer todos los rasgos descritos, aunque sí presentará la mayoría. Por otra parte nos podemos encontrar con sujetos que muestren unas pocas de estas características y en este caso hablaríamos de alguien con rasgos narcisistas, no de un desorden de personalidad en sí mismo.

El problema inherente a la clasificación de los trastornos de personalidad

Para lo mayoría de la gente la palabra narcisista no significa exactamente lo mismo que para los psicólogos y además como hemos visto podríamos encontrar rasgos narcisistas en muchos de nosotros, pero no hay que preocuparse pues esto es bastante normal y dista mucho de llegar a ser un trastorno de personalidad.

El término narcisista, entendido como un trastorno en sí y aunque útil desde el punto de vista clínico,  no está exento de controversia. En realidad, como muchos diagnósticos psicológicos,  es una clasificación un tanto arbitraria y responde más a su utilidad a la hora de organizar nuestro conocimiento al respecto de este tipo de casos que a descripciones reales de individuos concretos y es por ello que los rasgos antes descritos no son una lista que el sujeto debe cumplir para recibir el diagnóstico y si más bien unos criterios acumulativos, de modo que si se reúne cierta cantidad de ellos podrá ser diagnosticado.

Por supuesto, como todos los trastornos psicológicos, los rasgos descritos han de ser expresados con una intensidad y/o en una forma tal que cause algún perjuicio al individuo. Según el DSM-V, una personalidad narcisista se define por ser un patrón de personalidad tendente a «grandiosidad, necesidad de admiración y falta de empatía». 

Buscan ser admirados, y consideran tener más derechos que los demás debido a que se creen más importantes, son abusivos, faltos de empatía, sienten fácilmente celos cuando otros logran lo que ellos no y además son arrogantes. Otra característica típica es la falta de respeto a los límites sociales, debido a sus dificultades para darse cuenta de las necesidades ajenas.

Teniendo todo esto en cuenta, volvamos al tema que nos ocupaba, que es cómo puede afectar un padre narcisista a sus hijos e hijas.

El padre narcisista

Un padre narcisista podría causar daño psicológico a sus hijos, por ejemplo, mostrándose indiferentes a los lazos entre ambos, manipulando a sus hijos para obtener su afecto e ignorando las necesidades de estos en favor de las suyas propias. Además, puesto que la imagen que proyectan hacia los demás es tan importante para ellos, exigen la perfección en sus hijos para así poder incluirlos en esa imagen perfecta que muestran al resto, pues consideran a sus hijos como sus logros. Esto puede causar en el hijo una presión continua por mejorar en todo lo que hace, piensa o dice. Teniendo en cuenta la falta de comprensión que tiene un menor respecto a un adulto, este no se dará cuenta de lo que sucede y o bien intente cumplir los deseos de su padre, lo cual muchas veces será imposible y le costará gran sufrimiento, o bien elegirá eventualmente ignorar las exigencias paternas, con lo que igualmente sufrirá el mencionado daño psicológico y la relación padre-hijo quedará perjudicada.

Veamos algunas de las formas en que un padre narcisista puede afectar a su hijo o hija:

Los hijos/as de padres narcisistas, normalmente refieren no sentirse satisfechos con sus necesidades de atención por parte del padre, lo cual puede agravarse si tienen hermanos con los que tendrán que competir. De pequeños pueden recibir halagos del padre, pero conforme crecen estos desaparecen o bien siguen siendo igual de superficiales (lo cual es más probable en el caso de las niñas), por lo que cada vez demuestran ser más insuficientes. Lógicamente esto puede afectar el desarrollo de su personalidad hasta llegar a la adultez, siendo la distancia paternofilial un tema que causa preocupación y desasosiego, de modo que posiblemente busquen el éxito para obtener la aprobación paterna, aunque esto por supuesto no la garantiza.

Puesto que con un padre así nunca será suficiente, las relaciones sociales y familiares que posteriormente se desarrollen se verán ciertamente condicionadas. Al crecer, estas personas pueden verse más afectadas cuando sean rechazadas por otros, podrían sentirse demasiado ansiosas ante compromisos y por tanto evitarlos, o buscar tan desesperadamente el éxito que nunca tengan suficiente. Adoptar para sí mismas la personalidad narcisista es también otra de las posibilidades, con las evidentes consecuencias negativas que ello comporta.

Además, si el niño tiende a compararse con la figura paterna posiblemente no sentirá jamás que pueda alcanzarlo. La comparación será todavía más evidente si el padre compite directamente con el hijo o si se posiciona como modelo a seguir e imitar.

Como naturalmente un niño no puede vencer a su padre en casi ninguna circunstancia que implique una competición, cuando finalmente el niño sea adulto habrá interiorizado la idea de que su padre es categóricamente mejor que él en todo. Aun así, es posible que el menor (y también cuando ya sea adulto) intente lograr el éxito en cualquier ámbito de su vida para así conseguir la atención paterna y algo que se parezca a un atisbo de orgullo por parte del progenitor. No obstante, por mucho éxito que logre, un padre narcisista no mostrará generalmente ese orgullo, aunque a veces pueda sentirlo, y esto afectará gravemente a la relación entre ambos.

Insistimos en que una de las peores posibilidades es que el hijo acabe imitando el patrón de conducta y personalidad del padre y se convierta a su vez en un narcisista, compensando la falta de amor recibido mediante un gran amor propio, que aun así necesitará de la aprobación externa continua.

Por tanto, ¿cómo podemos enfrentar esta situación cuando creemos que nuestra infancia fue afectada de un modo similar al descrito?

  • Acude a terapia: Este puede que sea un consejo obvio, pero puede ayudarnos a entender lo que nos pasa, cómo nos afecta nuestro padre y cómo, si es posible, podemos reencontrarnos con él aceptando que su peculiar forma de ser no nos debe afectar más, disfrutando de su presencia sin sentirnos empequeñecer.
  • Acepta a tu padre: Puede que sea arrogante y que su necesidad de atención constante pueda llegar a ser exasperante, pero la mejor opción es aceptarlo. No me refiero con esto a permitirle que nos dañe sin consecuencias, pero es mejor pensar en él como un padre al que podemos querer a pesar de sus defectos. Si le negamos el poder de dañarnos, ya solo queda aprovechar lo que pueda ofrecernos. Lo cual nos lleva al siguiente punto.
  • No dejes que te haga daño: Cuando interactuemos con él y tenga, por ejemplo, un arranque de ira, puedes simplemente marcharte, no sin antes dejar claro que lo haces porque esa situación no es constructiva ni te aporta nada. Deja que sea su problema, no el tuyo.
  • Corta los lazos: Por supuesto no es la solución preferible, pero en aquellos casos en que el padre sea especialmente peligroso o presente una actitud exageradamente nociva sí puede ser la mejor opción. Cuando llegamos a adultos, nosotros decidimos y no hay motivo para permitirle que nos convierta en víctima de sus comportamientos abusivos.
  • Limitar su influencia: La larga sombra del padre narcisista nos puede influir más de lo que pensamos, pudiendo llegar el hijo a identificarse con el patrón de conducta social que presente el progenitor. Por otra parte puede que el hijo/a desarrolle un carácter ansioso, pues ha aprendido que no puede confiar en que los demás le presten atención cuando lo necesite. Por eso, hay que intentar a toda costa evitar esa influencia.
  • Ten expectativas realistas: No esperes que tu relación con la persona narcisista se base en el respeto mutuo y el afecto recíproco. Ellos son egoístas por naturaleza y no suelen postergar sus necesidades para atender las ajenas. Como adulto, debes aprender a entender la situación y como decíamos no dejar que te afecte, en la medida de lo posible. Para esto es indispensable mantener unas expectativas realistas, de modo que sepamos qué podemos esperar y qué no de esa persona.
  • Aprende cómo tratarlo: Cuando necesitas algo de una persona narcisista, convéncelo de que obtendrá algún beneficio con ello. No se trata de mentirle, pero estará más a favor de tu causa si además de lo que tú puedas obtener él también sea participe de ese éxito.
  • No dejes que sus juicios nublen el tuyo: O lo que es lo mismo, no dejes que sus críticas te hagan pensar que eres menos importante de lo que eres realmente. En relación a esto, puede que no te interese confiarles cierta información o compartir con ellos tus éxitos a la espera de su reconocimiento. Si sabes que seguramente no recibirás el trato que mereces, busca apoyo en alguien en quién sí confíes.
  • El conformismo es una opción: Puede parecer un mal apaño pero en estos casos no debemos descartarlo, pues al interactuar con un padre narcisista del cual no queremos alejarnos permanentemente, puede ser más fácil y requerir menos esfuerzo aceptar sus deseos si creemos que la discusión no nos será útil en este caso concreto. Ojo, no digo que debamos acatar sus órdenes en general, pero sí que en algunas ocasiones podemos valorar la situación y si no nos afecta negativamente, simplemente seguirle la corriente.
  • El enfrentamiento también es una opción: En general los narcisistas se suelen salir con la suya porque los demás se lo permiten, aunque sea por su pasividad. Lógicamente, si estamos decididos a impedir esto deberemos mantener firme nuestra postura ante ellos y además expresarles que su actitud nos resulta inaceptable. Fácilmente esto provoque una reacción negativa por su parte, quizás su enfado, pero llegados a ese punto no hay que dejar que nos afecte y hemos de recordar que como adultos podemos comprender mejor la situación y a nuestro padre, siendo por tanto menos vulnerables a sus actos. Recordemos eso sí, que los narcisistas odian las críticas.
  • Compadécete de él: Sí, su arrogancia no facilita que simpaticemos con él, pero si lo piensas un momento, alguien que necesita cumplidos, atención y la aprobación de los demás de forma continua, en realidad bien merece que nos compadezcamos de él, pues también sufre por ello. Esta es una buena forma de mejorar la relación con un padre narcisista, pues hasta cierto punto nos puede valer la pena, aunque a él le cueste entender nuestra nueva actitud. Al fin y al cabo él no tiene más remedio que convivir con sí mismo, mientras que nosotros siempre tenemos la opción de salir de la habitación.

Dicho lo anterior, aunque es difícil lidiar con un padre narcisista sin verse afectado, seguro que también te has encontrado a lo largo de tu vida con otras personas que también te han influido, y en su caso para mejor. En concreto puede que en tu propia familia puedas encontrar individuos con los que te sientas más identificado o con los que simplemente tienes una mejor relación, como puede ser tu madre, hermano/a o abuelo/a. También podemos encontrar personas afines en las que confiar en amistades o en otros contextos, como pueden ser profesores, entrenadores, terapeutas, compañeros de trabajo, etc. 

Por supuesto, es importante en estos casos tener claro nuestra propia valía. Nuestra grandeza no depende de nuestros éxitos, ya que existen muchas más cosas en la vida. Hay ahí fuera grandes hombres y mujeres de los que nunca oiremos hablar pues el mundo no reconoce sus talentos, pero no por eso son menos importantes.

Un último apunte

A todo lo anterior, añadiremos un aspecto del padre narcisista relacionado con nuestra especialidad. En los casos de guarda y custodia de menores, normalmente nos encontramos con un padre y una madre que luchan por dicha custodia y que se enfrentan en un procedimiento judicial, pues por las razones que fuere no han conseguido llegar a un acuerdo sobre cómo repartirse el tiempo que pasan sus hijos menores en común con cada uno.

Dejando de lado casos en que alguno de los dos progenitores incumple gravemente su rol como tal, sea agrediendo o abusando del menor o simplemente siendo negligente con los cuidados que debería proporcionarle, nos encontraremos a dos personas que creen por igual que están capacitados para ser padres y habitualmente, que el otro progenitor no.

Incluso en los casos en que la motivación es la adecuada, podemos encontrarnos con que uno de estos padres no cuida adecuadamente al menor pero además no reconoce sus faltas. No pocos veces nos encontramos un padre que está verdadera y genuinamente convencido de que ejerce su papel de forma estupenda e inmejorable, añadiendo que además la prueba está en que sus hijos le adoran, aunque luego comprobamos a través de esos mismo hijos y mediante otro tipo de pruebas que esa persona descuida notablemente los cuidados que los menores necesitan.

En este tipo de casos, no es raro que los menores en cuestión tengan cubiertas sus necesidades físicas (alimento, vivienda, ropa e incluso caprichos) pero que luego no compartan tiempo de ocio con el progenitor y que este no escuche ni se interese por lo que les ocurre a estos, ni por como se sienten. El resultado es un padre que cree que lo está haciendo todo perfecto y merece (¿os suena?) elogios al respecto, mostrándose sorprendido cuando otros no interpretan la situación igual que él y aún más cuando son los propios menores los que refieren no sentirse queridos por el progenitor.

El resultado en estos casos es que los niños sienten cada vez menos apego al romperse la unión familiar, pues les resulta imposible no comparar el trato recibido por ambos padres. Si hay un padre narcisista, llevará las de perder y poco a poco la relación padre-hijo irá dañándose, algo que en muchas ocasiones el adulto recrimina al menor y achaca a que el otro progenitor le está adoctrinando en su contra. Como decía el texto de Banschick hacia el final, compadeceos del narcisista, pues su conducta y actitud le conducen con toda probabilidad a la soledad.

 

Padecer pensamientos intrusivos es algo muy molesto, que puede llegar a causar gran sufrimiento. Molesto por una parte porque estos pensamientos tienden a ser negativos, alterando nuestra percepción del mundo y de nosotros mismos, y por otra porque crean sensación de impotencia e indefensión en quienes los sufren, muchas veces al parecer que estos pensamientos son incontrolables.

Pero ¿Qué son los pensamientos intrusivos?

En psicología llamamos pensamientos intrusivos a aquellas ideaciones que nos vienen a la mente sin nosotros desearlo. Es un fenómeno que tanto las personas sanas como aquellas que sufren algún trastorno pueden sufrir, pero son conocidos por ser uno de los síntomas principales de los trastornos de ansiedad, donde suelen tomar la forma de preocupaciones o miedos, tengan estos fundamento o no. Están presentes en este y otros tipo de problemas psicológicos, pero en todo caso afectarán más al sujeto cuando más recurrentes sean.

Para quien no ha sufrido esta problemática nunca puede resultar un tanto extraño que alguien no pueda controlar sus propios pensamientos, pero en realidad esto es habitual y nos pasa a todos en nuestro día a día. Para entenderlo, debemos comprender antes que nuestra mente es una máquina de crear ideas, cuya finalidad es crear respuestas con las que adaptarnos a las diversas situaciones que debemos enfrentar. Así, si generamos más ideas, es más probable que demos con una respuesta óptima a nuestros problemas.

Esta máquina nunca cesa en su funcionamiento, creando contenidos de todo tipo que pueden versar sobre cualquier tema (salud propia o de seres queridos, relaciones sentimentales, conflictos laborales y un largo etcétera). Pero entonces, si todos tenemos pensamientos sobre estos temas, ¿por qué para algunas personas resultan un problema?

Las investigaciones al respecto dejan claro que el elemento diferenciador no es el contenido, sino el significado que se le atribuye a este.  Así, un pensamiento interpretado como extraño o desagradable será desechado si no se le da importancia, si el sujeto considera que no es importante. En este caso el pensamiento no tendría mayores consecuencias, pero si se le da importancia al pensamiento, por ejemplo dándole un significado catastrofista («debe pasarme algo grave», «estos pensamientos no son normales») lo estaremos interpretando como una amenaza y esto es lo que activa la ansiedad. Una vez entramos en esta dinámica, la propia tensión sufrida facilita el pensar que cualquiera de estas preocupaciones puede tener una base real («me he imaginado que mi padre parecía estar enfermo pero, ¿efectivamente puede pasar, verdad?») con lo cual el pensamiento es validado por el sujeto y aumentan las posibilidades de que este surja de nuevo en el futuro, aumentando esta probabilidad con el paso del tiempo si no se hace algo al respecto.

Estos significados nocivos que sirven de combustible a la aparición reiterada de los pensamientos intrusivos pueden tomar varias formas, siendo las más comunes:

  • Valoración moral negativa: Considerar que al tener el pensamiento se debe ser mala persona, creer que en realidad se desea el daño y/o sufrimiento ajeno.
  • Considerarlos síntoma de alteraciones psicológicas: Interpretar que algo no anda bien en nosotros, que padecemos un trastorno o que nuestras capacidades cognitivas se desvanecen (temor a la demencia).

En todo caso, son interpretaciones erróneas que únicamente sirven como catalizador del pensamiento intrusivo y la ansiedad asociada. En suma, cuanto más nos inquieta el pensamiento, más nos esforzamos en que desaparezca pero más fuerte se hace, pues la mente reacciona de un modo paradójico (al intentar no pensar en algo, pensamos en ello). Es como el famoso ejemplo en el que alguien dice «No pienses en un elefante» y al momento nos descubrimos pensando en el elefante para acto seguido intentar no pensar en él, aunque por supuesto ya hemos fracasado.

De lo anterior se concluye que el método menos efectivo para no pensar en algo es intentar evitarlo. Si ya resulta casi imposible con el ejemplo del elefante, que a priori no debería tener ninguna carga emocional específica, lo será más todavía con pensamientos en los que estamos implicados personalmente. Al experimentar una ansiedad cada vez mayor y empecinarnos en intentar evitar dichos pensamientos podemos desarrollar otros síntomas relacionados y trastornos de ansiedad específicos, todo ello según diversos factores de vulnerabilidad, como las propias características de personalidad de la persona.

Una de estas consecuencias serían las obsesiones, pensamientos e impulsos incontrolables y reiterados que aparecen en ciertas situaciones a pesar de los esfuerzos del sujeto por evitarlos. Se trata por tanto de pensamientos intrusivos ya asentados en la mente de la persona. Por supuesto, estas ideaciones causarán sufrimiento en el sujeto afectado, pudiendo este reaccionar intentando sustituirlos mediante acciones compensatorias a las que denominamos manías o compulsiones en terminología psicológica.

¿Cómo podemos gestionar los pensamientos intrusivos?

Por ahora nos bastará con saber que es importante saber reaccionar frente a los pensamientos intrusivos, minimizando su efecto y su influjo. Así pues, ¿cómo debemos reaccionar cuando surgen?

En primer lugar, deberíamos evitar:

  • Pensar que un pensamiento es una amenaza o problema por sí mismo: Cuanto más lo dramaticemos, más nos implicamos emocionalmente y más efecto negativo tendrá, aumentando además la probabilidad de reaparecer. Recuerda que un pensamiento es solo es eso, un pensamiento. Todos padecemos pensamientos extraños de cuando en cuanto, no siendo algo de lo que preocuparse por sí mismo.
  • Evitar situaciones, contextos o elementos que temamos que puedan disparar estos pensamientos: Si empezamos a evitarlos, estaremos dando validez a esos pensamientos y además nos limitaremos, perjudicando gravemente nuestra calidad de vida.
  • Hablar en exceso sobre estos pensamientos con los demás: Buscar su apoyo o consejos puede ser beneficioso, pero si se hace en exceso resultará en realidad en un perjuicio. Y es que este desahogo no deja de ser temporal, reforzando la sensación de que no podemos solucionarlo nosotros solos, afectando a nuestra autoestima y aumentando la dependencia interpersonal.
  • Realizar acciones o rituales que nos hagan sentir menos ansiosos o temerosos: Estas son las manías o compulsiones que antes mencionábamos y al igual que el anterior punto, no soluciona el problema, afecta a la calidad de vida del sujeto y en realidad supone agravar el problema en lugar de solucionarlo.
  • Intentar dejar de tener el pensamiento: Recordemos, al intentar activamente de no pensar en algo, en lugar de apartar de nuestra mente la idea lo que sucederá es que el pensamiento se fortalecerá.

En lugar de ello, lo que haremos es:

  • No dar al pensamiento mayor importancia: Como ya hemos dicho, estos pensamientos son algo normal que le sucede en mayor o menor medida al todo el mundo, convirtiéndose en problema cuando nos obsesionamos con ellos.
  • Exponernos a las situaciones o contextos que evoquen los pensamientos molestos: Por ejemplo, si sabemos que ir a comprar dispara en nosotros pensamientos o temores que nos producen malestar, es buena idea mentalizarse e ir a comprar. Una vez allí, posiblemente aparezca el pensamiento intrusivo pero podemos seguir con la actividad programada y al terminar, comprobar que el pensamiento simplemente nos puede haber producido malestar y nada más. Se trata pues de habituarse a estas situaciones y una vez más no darle importancia al pensamiento negativo.
  • Realizar ejercicio diariamente: Nuestra mente en realidad es producto de nuestro cuerpo y se ve afectada por el estado de este. Los pensamientos que esta produce son más manejables si hemos liberado energía, al estar más relajados. Esto reduce la intensidad de los pensamientos y aumenta las probabilidades de gestionarlos correctamente.
  • Dejar de dar rienda suelta a nuestros rituales o manías (si los tenemos): Si ya has adquirido compulsiones que te alivian en tu ansiedad, es mejor dejar de realizarlas cuanto antes. Lo normal será que durante un tiempo te sientas peor, más ansioso, pero tras esta primera fase la ansiedad terminará por disminuir hasta que te acostumbres a tu ausencia y desaparezca. Recuerda que los rituales no son más que un parche que te pone trabas en tu vida y no soluciona el problema. Tu objetivo debe ser en cambio aceptar la situación hasta que esta poco a poco deje de afectarte tanto.
  • Dedica un tiempo concreto a preocuparte: Si llevas ya un tiempo sufriendo estos pensamientos, es ciertamente difícil aprender a evitarlos de la noche a la mañana. Por ello puede ser buena idea establecer en un horario diario un espacio de quince minutos, siempre a la misma hora, para poder centrarnos en esta preocupación y analizar qué hay de verdad o no en ella, intentando ser siempre objetivos. Pondremos una alarma o cronómetro y en cuanto suene debemos asumir que ya le hemos dedicado al tema el tiempo necesario, dejándolo estar hasta el día siguiente. Así, cuando durante el día nos asalte el pensamiento, evitamos esa incomodidad que sentimos al intentar simplemente ignorarlo, pues sabemos que lo que estamos haciendo es postergar el pensar en ello, pero que le vamos a dedicar nuestro tiempo más adelante.
  • Concienciarte de que no necesitas enfrentarte a los pensamientos negativos: Como ya hemos reiterado, la mayoría de las personas tienen este tipo de pensamientos de cuando en cuando, pero simplemente los desechan y los dejan pasar. Un pensamiento solo es eso mismo, un pensamiento, no un indicativo de una realidad presente o futura, por lo que cuanto mayor nuestra aceptación de los mismos como algo normal y sin importancia, menor será la probabilidad de que se perpetúe su aparición.

Por supuesto, si aun siguiendo estos consejos no nos vemos capaces de superar la situación y consideramos que está afectando a nuestra calidad de vida, sería recomendable visitar a un profesional de la salud mental que estudie nuestra situación, las características única de nuestro caso y nos dé consejos específicos y adaptados para poder pensar de un modo más saludable.

 

REFERENCIAS

Pensamientos intrusivos, por Elena Miro.

​Pensamientos intrusivos: por qué aparecen y cómo gestionarlos, por Esther Cabezas Gutiérrez

La paradoja del procesamiento irónico o el problema del oso blanco.

Manual de psicopatología y trastornos psicológicos, por V. E. Caballo, I. C. Salazar y J. Carrobles.

Manual para el tratamiento cognitivo-conductual de los trastornos psicológicos, por V. E. Caballo.