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Si has llegado hasta aquí quizás sea porque has buscado qué son las fobias de impulsión, un concepto del que no se habla mucho fuera de los círculos especializados. Estas fobias de impulsión, aunque su engañoso nombre puedan hacer pensar que se tratan de un trastorno, en realidad son un síntoma, referido este a los pensamientos relativos a acciones que el sujeto no desea hacer, pero no pudiendo evitar visualizarse haciendo.

PHOBIE D'IMPULSION: LA PEUR DE BLESSER NOS ÊTRES AIMÉS OU NOUS-MÊMES

Eso sí, aunque es un término que no se usa a menudo, excepto en textos especializados, es relativamente frecuente, además de muy molesto para la persona que lo padece. Las personas aquejadas de estas fobias de impulsión se ven asaltadas por imágenes de sí mismas realizando acciones de las que, en realidad, no presentan interés alguno en realizar, siendo además estas a menudo peligrosas para sí o para quienes le rodean. Algunos ejemplos serían:

  • «Cogeré el jarrón y lo estrellaré contra la pared.»
  • «No pagaré el billete del tren.»
  • «Meteré la mano en el agua hirviendo.»
  • Cogeré el cuchillo y se lo clavaré a esta persona en el brazo.»

Aquí el problema, por supuesto, no es que el sujeto pueda realizar la acción en cualquier momento, pues estas son egodistónicas, es decir, se sienten como ajenas a sus propias intenciones y suele estar alejadas de su repertorio conductual. A menudo saben que no van a realizarlas, pero no poder evitar tener estos pensamientos es igualmente problemático. En otros casos, estas visiones son tan frecuentes que la persona acaba creyendo de verdad que terminará por llevarlas a cabo, aunque no tenga intención real de ello o incluso si le es imposible realizarlas por cualquier motivo (Ej: Pensar «le voy a disparar», sin tener acceso a pistola alguna).

En realidad, tener pensamientos como estos es algo que le puede suceder, bajo ciertas circunstancias, a cualquier persona padezca o no patología alguna. Por tanto, los pensamientos en sí no son patológicos, sino que lo es su reiteración y la incapacidad de abandonarlos, por lo que aumenta progresivamente la sensación de descontrol que siente el sujeto.

Al inicio, se presenta el pensamiento y este es percibido con extrañeza por quien lo padece, asustándose mucho y cuestionándose por qué lo ha experimentado. Si se repite, cada vez se convencerá más de que debe haber un motivo para tener estas ideas y por ello teniendo más y más miedo de sí mismo. En consecuencia, comenzará a pensar más y más en estas cuestiones, inclusive evitando los elementos temidos. Por ejemplo, si se imagina saltando por la ventana, quizás llegue a evitar situarse cerca de cualquier ventana e imaginándose saltando cada vez que vea una.

Quienes se ven aquejados por estas fobias de impulsión, incluso cuando tienen claro que no quieren realizar la acción imaginada, cuando se ven asaltados de forma insistente por estas ideas, desarrollan un miedo, ya no a la acción en sí, sino a perder el control de sus impulsos y ceder a estos pensamientos. Esto, por cierto, puede derivar en una necesidad de control de sus propios pensamientos que es, en cualquier caso, imposible. Podemos llegar a gestionar las emociones asociadas a los pensamientos o modificar estos hasta cierto punto, pero no podemos controlar la aparición de estas imágenes mentales. Por tanto, desear que dichas imágenes no aparezcan únicamente causa que frustración en el sujeto, aumentando progresivamente su sensación de descontrol. Eventualmente, no solo tendrá que enfrentar la idea temida, sino también otras asociadas como:

  • «¿Y si en realidad sí deseo hacerlo?»
  • «¿Por qué pienso en estas cosas?»
  • «No estoy bien.»
  • «Seguro que es porque soy mala persona.»
  • «Si lo pienso tanto, tarde o temprano sucederá.»

No es de extrañar entonces que, aunque es posible que el síntoma inicie a consecuencia de la ansiedad sentida por algún motivo, pueda causar un aumento de la ansiedad sentida, generando así un círculo vicioso, un bucle de rumiación metacognitiva de la que al sujeto le puede resultar difícil salir sin ayuda.

TOC : Vivre avec la phobie d'impulsion

Una primera ayuda externa es clarificar a la persona que sufre la fobia de impulsión que tener un pensamiento no implica necesariamente ir a realizar la acción imaginada. Que se realice o no, depende en realidad de sus deseos al respecto. Por tanto, si el sujeto sabe que no desea saltar por la ventana es que no lo hará, aunque no deje de imaginarse haciéndolo. Sin embargo, es muy probable que se necesite ayuda profesional, ya que este síntoma suele ser parte de un cuadro clínico de ansiedad grave, como un trastorno obsesivo-compulsivo, con lo que irá acompañado de otros síntomas que deberían ser abordados. Además del TOC, también puede presentarse en un trastorno de ansiedad generalizada, estrés postraumático y depresiones mayores, sobre todo si estas quedan cronificadas. Dentro de estos estados depresivos, se trata de un estado especialmente frecuente en casos de depresión post-parto, situación que lógicamente resultará muy desagradable y terrorífico para las madres, que sentirán el malestar referido más la culpabilidad sentida al ser su hijo/a el objeto de sus pensamientos agresivos. ¡Todo ello, peso a que no tiene ninguna intención real de hacerle daño, claro!

Otro consejo ante este tipo de situaciones: es importante normalizar

este tipo de sucesos, clarificar a la persona que a mucha gente le ha sucedido. Saber esto, si bien no causará que la fobia de impulsión desaparezca, si aliviará el malestar. Por supuesto, el tratamiento psicológico especializado será fundamental para solucionar el problema y mejorar la calidad de vida de la persona.

 

Referencias:

¿Qué es la fobia de impulsión? M. S. Humbert.

Delage, M., Dumouchel, A., Poirier, G., & Tristan, M. (1977). A clinical approach to the impulsion-phobia. Annales Médico-Psychologiques, 2(5), 821–838.

En general, cuando imaginamos un embarazo nos viene a la mente una imagen de alegría, un momento de felicidad y gozo en la vida de la futura madre, de su familia e incluso de sus amistades. Sin embargo, la realidad es que es un proceso complejo, no habiendo dos embarazos que sean iguales y en todo caso nunca están exentos de dificultades de diversa índole, las cuales con suerte no tendrán gravedad alguna pero que nunca se puede descartar que sí la tengan. Por supuesto, aquí nos centraremos en los efectos que esta situación puede tener en la psicología de la mujer embarazada y en especial en aquellos casos en los que por un motivo u otro esta sufre de un proceso de tipo depresivo.

La depresión en el embarazo: Etiología.

La mujer embarazada verá su fisiología alterada durante el embarazo, por lo que conforme pasen las semanas y al tiempo que su futuro hijo o hija va desarrollándose, su propio cuerpo deberá cambiar no solo para dejarle espacio, sino también para adaptar dicho lugar y que este tenga todas las condiciones idóneas para que dicho desarrollo sea correcto. Esto incluye multitud de variables, como destinar recursos como proteínas, sangre, oxígeno y hormonas varias hacia un punto del cuerpo donde normalmente no serían necesarias ¡y además en cantidades muy distintas a lo que sería habitual!

Pero la extrema complejidad de este proceso tiene efectos secundarios inevitables, aunque estos son distintos en cada mujer embarazada porque cada cuerpo interactúa de un modo un poco distinto con dichas variables: mareos, dolores, sofocos, cansancio, aumento del apetito, sangrado, hinchazón en las extremidades y un largo etc. A nivel psicológico la mujer puede llegar a verse sometida a un verdadero torrente emocional, otro efecto secundario de todos estos cambios de los que estamos hablando. Así pues, puede verse embargada de alegría y felicidad, pero también es normal que tenga momentos de apatía, confusión, miedo y estrés, sobre todo si percibe que algún elemento del embarazo no se está dando como debiera. Si estas sensaciones llegan a su límite puede llegar a generar incluso una depresión.

Cabe recordar que no todas las personas deprimidas padecen una depresión, clínicamente hablando, ni todos los procesos depresivos clínicamente significativos son igual de graves, pero el caso es que se calcula que más de un 20% de mujeres embarazadas padecerá síntomas de este tipo durante su embarazo. Este dato puede resultar alarmante, pero ya que en realidad se calcula que un cuarto de las mujeres sufrirá de este trastorno del ánimo a lo largo de su vida, no es para nada sorprendente que esto sea algo también común durante el embarazo, que como ya hemos dicho se trata de uno de los momentos más complejos que enfrentará jamás. Sin embargo, hay que tener claro que cuando este trastorno hace acto de presencia durante un embarazo sucede igual que cuando lo hace en un contexto distinto: es tratable y lo más probable es que la persona logre superar los síntomas que compongan su cuadro clínico.

Lo primero es tener claro que como cualquier otra depresión, las que se dan durante el embarazo son una reacción que puede tener o no un causa externa clara. Así pues, es más probable que se dé cuando existe algún elemento perturbador, como que el feto no se esté desarrollando correctamente, que la gestación no haya sido deseada o que el ambiente familiar esté cargado de tensión, entre otras posibilidades. Además, como ya hemos dicho, la depresión no deja de tener un componente biológico en el cual hay que tener muy en cuenta en este caso el cóctel hormonal al que se ve sometida la futura madre, pues dichas hormonas, aunque puedan estar destinada a ayudar al feto en su desarrollo, afectan también al funcionamiento habitual del cerebro. Y claro, si combinamos este hecho con una vulnerabilidad biológica de base y/o con alguna o varias de las situaciones difíciles ya mencionadas, la aparición de una depresión no es de extrañar.

Algunos de los elementos (factores de depresión) que pueden propiciar la aparición de dicho trastorno en estos casos serían:

  • Historial familiar de depresión u otros trastornos del ánimo.
  • Historial personal de depresión u otros trastornos del ánimo.
  • Haberse sometido a algún tratamiento de fertilidad, sobre todo si este se ha prolongado en el tiempo: Esto es así pues a mayor esfuerzo invertido en este proyecto de vida, más probable es que la mujer perciba que necesita que la gestión salga bien, además de haber podido llegar a este punto habiendo acumulado ya varios eventos traumáticos relacionados con este hecho.
  • Haber sufrido abortos previamente: Por motivos similares al anterior punto, aumentando por ello la vulnerabilidad de la persona.
  • Problemas y complicaciones durante la gestación.
  • Relación de pareja o familiar problemática.
  • Gestación no deseada.
  • Otros eventos vitales estresantes: Problemas económicos, separaciones, ambiente inestable, etc.
  • Haber sido en el pasado víctimas de abusos o haber padecido traumas relacionados o no con un embarazo.

Síntomas.

Deberíamos plantearnos si la persona ha entrado en un episodio depresivo si lleva al menos un par de semanas sintiendo varios de estos síntomas, con una intensidad tal que ha alterado su normal funcionamiento más allá de lo esperable debido a las restricciones físicas que imponga su propia situación como gestante. A mayor número e intensidad de ellos, más probable es que estemos ante una depresión y además más grave será esta.

  • Estado de ánimo deprimido la mayor parte del día: Este es uno de los síntomas principales y por estará presente en la mayoría de los casos, consistiendo en una tristeza persistente, una desesperanza de tal intensidad que impide a la persona vivir su vida con normalidad.
  • Anhedonia: Pérdida de interés o del placer al realizar aquellas actividades que antes sí disfrutaba. Se trata del segundo síntoma principal, debiendo estar presente o bien este o el anterior para considerar el cuadro como de depresión.
  • Dificultades de concentración.
  • Alteración del ciclo de sueño previo: Ya sea durmiendo en exceso o apareciendo insomnio, ya sea este de conciliación o por despertares que interrumpen el sueño impidiendo el descanso.
  • Ideación de muerte: Pudiendo consistir estos pensamientos en ideas suicidas, de hacerse daño o incluso de hacer daño a los demás.
  • Ansiedad: Nerviosismo, hipervigilancia, agitación continuada, etc.
  • Sentirme culpable o inútil sin estar estas ideas justificadas: Por ejemplo, si la mujer se siente mal por no poder hacer todo lo que hacía previamente al embarazo a pesar de que nadie la esté criticando por ello.
  • Alteración de los hábitos alimentarios: Pudiendo comer más que antes o menos, llegando en ambos casos a modificar sustancialmente el peso de la persona, su dieta, los momentos o situaciones en que come, etc.

Consecuencias de la depresión durante el embarazo.

Como ya hemos comentado antes, la depresión es un trastorno tratable y que si es abordado convenientemente puede superarse de modo satisfactorio, siendo entonces sus consecuencias mínimas. En cambio una depresión no tratada tiene como efectos más notables y directos la alteración conductual en la persona a causa de la desaparición de la motivación general y en concreto aquella que se refiere al autocuidado. Una embarazada que no se siente con fuerza para nada, que se siente desesperanzada y que no le ve sentido a nada será probable que se alimente peor, que apenas se mueva e incluso que inicie, mantenga o aumente la ingesta de alcohol, tabaco u otros tóxicos. De hecho, en casos extremos podría llegar a darse en ella un comportamiento suicida.

Todo ello, lógicamente, afectará no solamente a su salud sino también a la del feto y posteriormente bebé, causando abortos, nacimientos prematuros, desarrollo lento o alterado, bajo peso al nacer, etc. Se ha observado incluso que estos recién nacidos muestran con frecuencia un comportamiento alterado, pudiendo mostrarse más inatentos y agitados o bien menos activos. Por suerte, si el trastorno se trata a tiempo y correctamente, es poco probable que aparezcan estos problemas.

Tratamiento.

Si detecta que usted o una mujer embarazada que conozca pudiera estar padeciendo de depresión, es importante actuar rápido. Incluso en caso de duda será preferible consultar a un profesional debido a lo importante que es la actuación preventiva en estos casos, siendo una actuación preventiva a tiempo muy efectiva para evitar que el problema se agrave y sea luego más difícil de tratar.

Ante una depresión, el tratamiento de elección suele ser una combinación de fármacos específicos y psicoterapia. No obstante, puesto que la mujer embarazada debe cuidar de no alterar si puede su organismo con fármacos que puedan afectar el normal desarrollo del feto al pasar a este a través de la placenta, este parte del tratamiento debería ser consultada con el/la ginecólogo/a. En todo caso, se considera que ciertos enfoque psicoterapéuticos son operativos por sí mismos, logrando obtener una alta tasa de éxito si se aplican correctamente.

Por supuesto, existen además una serie de estrategias generales que pueden ayudar a paliar los efectos más generales de una depresión leve, además de prevenir que estas se recrudezcan y se tornen en una versión más grave del trasfondo. Estas son:

  • Realiza ejercicio moderado de forma habitual: Siempre adaptándolo al estado físico de la embarazada y siendo en todo caso ligero, siendo el objetivo que su cuerpo genere la cantidad suficiente de ciertas sustancias (Ej: serotonina) para generarle sensación de bienestar.
  • Alimentarse bien: La dieta que siga es especialmente importante en esta situación, pues en el embarazo además es habitual tener más hambre de lo habitual o sufrir antojos. Se recomienda siempre seguir un régimen sano y variable, con preferencia en este caso por las ingestas de menor cuantía pero más frecuentes, evitando la cafeína, la ingesta excesiva de azúcares, los carbohidratos procesados, los aditivos, etc. En cambio, el pescado azul, rico en Omega 3, favorece tanto al desarrollo del bebé como puede proteger del ánimo depresivo. En cualquier caso, si duda ante cierto alimento consulte a su ginecólogo/a o matrona.
  • Descansar lo suficiente: Dormir menos de lo necesario afecta notablemente no solo al cuerpo sino también a la mente, produciendo desánimo y malhumor, así como eventualmente los síntomas ya comentados que componen la depresión, por lo que es necesario tener un horario de sueño lo más regular posible. Si lo necesita, establezca un horario a tal efecto, estipulando a qué hora debería acostarse y despertarse cada día/noche e intentando seguirlo siempre que pueda.
  • Contar lo que nos sucede y buscar apoyo: Intentar enfrentar una depresión en solitario es muy, muy difícil, por lo que es recomendable siempre contar lo que no está sucediendo y cómo nos sentimos a aquellas personas en quienes confiamos. No solo nos podrán aconsejar sino que su comprensión puede ser fundamental en el camino a la recuperación.
Por supuesto, no hay que olvidar los casos en que la madre empieza a sufrir la depresión tras haber dado a luz, situación similar a la aquí comentada pero que merece que la abordemos en detalle en su propia entrada más adelante.

Bibliografía:

9 meses desde dentro: Una guía diferente del embarazo para descubrir lo que siente tu hijo desde las primeras semanas de vida, de Carme Escales Jiménez y Eduard Gratacós Solsona.

Fertilidad y salud mental.

Bienvenidos y bienvenidas a esta segunda parte de la guía del perito psicólogo, en la que hablaremos sobre la cámara Gesell. Esta habitación, pues eso es de lo que se trata la susodicha cámara, tiene múltiples usos en psicología, por lo que con suerte los y las peritos que pudieran leer esto ya estarán al menos algo familiarizados con ella. En todo caso, decir que se trata de una estancia acondicionada para permitir a observadores externos a la misma, percibir lo que sucede dentro de ella sin que aquellos en su interior puedan verlos. Efectivamente, es una de esas habitaciones que tanto vemos en las ficciones policíacas, por lo que no os extrañará cuando os diga que presenta diversos usos en el ámbito de la criminología.

Por tanto, se compone de dos secciones diferenciados, separados por el famoso vidrio de visión unilateral, estando ambas comunicadas por equipos de audio y video para la grabación de lo que allí sucede y para poder comunicarse entre una estancia y otra. Su inventor, Arnold Gesell, la ideó para mejorar la manera en que se observaba a los niños y niñas durante experimentos psicológicos, pues la presencia de un investigador afecta notablemente la conducta de los sujetos (ej: sesgos de actuación, nervios, expectativas, etc.). En cuanto a su uso en el ámbito jurídico, no solo se usa para separar acusado de testigo, sino también para mejorar el análisis de la conducta de los sospechosos en interrogatorios y a la hora de tomar la declaración a menores, así como para analizar su testimonio, siendo este último caso el que más comúnmente se puede encontrar el psicólogo forense. No obstante, también se usa la cámara Gesell en medicina, educación, estudios de marketing y otras muchas disciplinas.

La Cámara Gesell y el testimonio de menores

Así pues, tenemos una habitación partida en dos segmentos completamente separados, creando dos ambientes que serán muy distintos. El primero de ellos estará destinado al menor, que estará solo con el psicólogo o psicóloga, por lo que idealmente contendrá además de mesa y sillas, lápices y hojas para dibujar y decoración que cree un ambiente en el que el niño se sienta lo más seguro posible. El segundo espacio, separado por el vidrio, es muy distinto. Desde él observarán su señoría, el fiscal, los letrados de ambas partes y a veces algún familiar del niño.

Una vez todos estén ya en su lugar, dará inicio la entrevista, realizada por el profesional en psicología, que deberá intentar obtener del menor toda la información relevante al caso. Como ya hemos comentado en innumerables ocasiones, dicha información puede ser tan traumática para el menor que el simple hecho de expresar los sucesos puede resultar harto doloroso, pero al tiempo son datos necesarios para esclarecer el caso. Por ello, se crea en estos casos un conflicto, en que hay que intentar esclarecer si el testimonio es o no verdadero, intentando siempre causar el menor daño posible al menor. Por ello, era inevitable que se terminara creando un protocolo de uso en estos casos, de ahí que será únicamente el psicólogo quien hable con el menor, evitándole tener que hablar con muchas personas desconocidas que le atosigarían y le harían sentir inseguro y amenazado. Además, se presupone que el psicólogo dispone de los conocimientos necesarios para hablar con el menor, introducir los temas sin causar trauma o minimizando este, preguntar sin introducir sesgos en las preguntas, etc.

Para lograrlo, la psicóloga realizará una entrevista semiestructurada como la que se usa normalmente en este tipo de casos, como si se tratase de una evaluación sin estar en la cámara. No obstante, la diferencia más importante es que esto se hará para recabar la mayoría de los datos del caso, los sucesos en general, pero los actores presentes en la estancia tras el espejo se comunicarán a partir de cierto momento, y por turnos, con la psicóloga. Lo harán a través de un teléfono, walkie, auriculares, etc., mediante los que le irán transmitiendo las preguntas que deseen que responda el menor. Así, cada una de las partes y su señoría transmitirán sus cuestiones y la psicóloga tendrá que reformularlas para esclarecer esos puntos del testimonio del menor.

Para el psicólogo, por tanto, la diferencia fundamental es que se va a saber observado durante todo su trabajo. Recomiendo recordar que si estamos convenientemente formados no vamos a tener ningún problema en realizar el trabajo, que en realidad es muy similar a una evaluación forense fuera de la cámara. La diferencia, claro está, son las preguntas que vamos a tener que formular por petición de terceros y que, lamentablemente, no tendrán tan en cuenta como nosotros el bienestar emocional del menor, sino que buscan exclusivamente esclarecer aspectos confusos del testimonio o incluso a veces desacreditarlos, buscando que se contradiga.

De nuevo, el sistema trata de lidiar con esta contradicción, pues por una parte se busca que el testimonio sea lo más completo y detallado posible, pero al tiempo la propia cámara Gesell pretende preservar el bienestar del declarante, evitando su revictimización dentro de lo posible. Nótese que si el proceso se hace correctamente, estaremos aunando en un mismo contexto las preguntas del perito, de los letrados de ambas partes y del juez, por lo que el menor ya no debería tener que enfrentar nuevas declaraciones en un futuro. No obstante, esto no siempre es así e incluso a veces se usa la cámara Gesell con menores que ya declararon ante el psicólogo en el pasado. Ya sabemos que el sistema jurídico, como todo en esta vida, no es perfecto.

Evitando la revictimización

Como sabemos, existen diversos factores que causan esa victimización secundaria de la que venimos hablando, en el ámbito del sistema jurídico-penal. Si, como evaluadores, queremos evitar ese sufrimiento innecesario en los menores, deberemos tener claros estos factores, para evitarlos. Así, encontramos:

  • Priorizar la búsqueda de la realidad del suceso, olvidando a la víctima y la atención que necesita, por lo que se despersonaliza el trato a la misma.
  • Falta de ajuste en la información relativa a los avances del caso, en los casos en que la víctima tenga edad apropiada.
  • Falta de un entorno agradable, de intimidad y protección, a la hora de declarar.
  • Exceso de tecnicismos jurídicos.
  • Falta de información sobre los roles jurídicos de los implicados.
  • Lentitud del proceso judicial e interferencia, a veces reiterada, con la recuperación y readaptación de la víctima.
  • Exigir la repetición del testimonio, ponerlo en entredicho y generar sentimientos de culpabilidad.

Por tanto, si lo que queremos es evitar, en la medida de lo posible, el efecto de estos factores en el declarante, el psicólogo deberá ejercer su función teniéndolos en cuenta. Por ello, nuestra actuación debe ir guiada por una serie de principios paliativos, que son aplicables tanto cuando actuamos en la cámara Gesell como en una evaluación pericial cualquiera:

  • Nunca olvidar a la víctima, dándole espacio para que piense sus respuestas, pueda admitir duda o falta de recuerdo sin recibir reproches, pueda realizar las preguntas que le vengan a la mente, etc.
  • Generar un entorno lo más agradable posible, que favorezca que el sujeto se relaje y esté a gusto. La cámara Gesell, si se aplica correctamente, presentará un ambiente ya dedicado a ello.
  • Responder a todas las preguntas que tenga la persona, siempre que esté en nuestra mano, o bien redirigirla a quien pueda respondérselas.
  • Evitar tecnicismos jurídicos que únicamente entorpecerían la comunicación. En la cámara, cuando los observadores al otro lado del espejo nos transmitan una pregunta cargada de estos tecnicismos, deberemos reformularla de tal forma que el o la declarante vaya a entendernos a la perfección.
  • Explicar quienes somos, para qué es la reunión, sobre qué se va a hablar y porqué, respondiendo a las dudas y aclarando los puntos que no se hayan entendido.
  • Cuando se nos designe un caso, realizar nuestra parte lo más pronto posible, para no entorpecer el avance del caso, que ya será de por sí bastante lento.
  • Realizar nuestra parte del trabajo lo mejor posible, de manera que disminuyamos la probabilidad de que sea necesaria una nueva declaración.

Nunca debemos olvidar, que incluso en casos en que es el propio declarante quien inició el proceso legal mediante denuncia, la declaración y demás evaluaciones son un proceso durísimo para la persona evaluada, más todavía si se trata de menores de edad. Por ello, debemos siempre intentar dar lo mejor de nosotros en estas intervenciones, realizando nuestra labor lo mejor posible, evitando así daños innecesarios en la persona. En cuanto a la cámara Gesell, es una herramienta más de las muchas que llegaremos a usar en nuestra carrera profesional, y una que cada vez se usa más en nuestra país, habiéndose instalado varias en años recientes tanto en la Comunitat Valenciana, como en otras partes de España. Esperemos que eso signifique que nuestro sistema judicial (y los medios que nos proporcionan para realizar nuestro trabajo y evitar daños innecesarios en la víctima) sigue mejorando día tras día.

 

Fuentes:

Arnold Gesell.

Cámara Gesell: ¿Qué es y para qué se usa en psicología? por Alicia Fernández Parra.

Cámara Gesell: ¿Qué es, para qué sirve y por qué se llama así? por Fernando Marcelo Martínez.

La cámara Gesell en la investigación de delitos sexuales, por Mariela Zanetta Magi.

Guía de buena práctica psicológica en el tratamiento judicial de los niños abusados sexualmente, por E. Echeburúa y I. J. Subijana.

Cámara Gesell: Una Herramienta para reducir la victimización secundaria en menores víctimas de delitos sexuales, por A. Del Águila Blanes.

 

Hace poco empecé a ver la miniserie de Netflix llamada Behind her eyes. Sin ser mi intención comentar acerca de su calidad o si me gustó más o menos, la saco a colación porque el diálogo de una de las escenas me hizo pensar en un tema que suele causar mucha confusión: ¿Qué diferencia a los terrores nocturnos de las pesadillas? ¿No son lo mismo? ¿Son unos más preocupantes que las otras?

El diálogo en cuestión ocurre en el segundo episodio y es el que sigue:
«Adele: ¿Lo has hablado con un médico?
Louise: De pequeña… Pero dijo que se pasarían con la edad. Al final me acabé acostumbrando. Aunque mis novios no, y cuando intentaban despertarme, les pegaba y me echaba a llorar. Corta bastante el rollo. El médico decía que si los recordaba, no eran terrores nocturnos, así que seguí con mi vida. ¿No queda otra, no?
A: Se equivocaba.
L: ¿Qué?
A: Recordar terrores nocturnos. Es poco común, pero sí pasa.»

Y bien, ¿Cuánto hay de verdad y cuánto de ficción en esta conversación? Efectivamente, los terrores nocturnos son algo distinto a las pesadillas, pero recordar o no la experiencia no es lo único que los distingue. Los terrores, entre otras cosas, pueden llegar a causar más problemas a la persona que los sufre ya que el afectado puede reaccionar con cierta violencia si se le intenta despertar, creándole esto gran confusión y desconcierto. En todo caso, el médico que atendió a Louise no debía haber actualizado sus estudios porque en esto Adele lleva razón: recordar lo que soñamos durante un terror nocturno no es lo habitual, pero sí puede suceder. Además, las pesadillas (igual que el resto de sueños) pueden o no recordarse dependiendo de múltiples factores, por lo que recordar o no la experiencia no sería una característica que nos vaya a ayudar siempre a distinguir unas de otras.


En todo caso, ambos fenómenos son relativamente inofensivos y comunes, sobre todo en niños y niñas, siendo más infrecuentes en adultos. Sin ir más lejos, la inmensa mayoría de los padres y madres serían capaces de recordar alguna ocasión en que tuvieran que ir a consolar a su hijo/a cuando este se despertó aterrado en mitad de la noche. Ante este tipo de sucesos, no es extraño que digan que sufren de pesadillas o de terrores nocturnos, usando ambos términos de forma indistinta, pero como ya he comentado ambos términos se refieren a fenómenos distintos.

Una forma sencilla de distinguirlos es la propia intensidad del suceso. Si logramos tranquilizar a la persona con relativa facilidad probablemente se tratara de una pesadilla, mientras que si costó mucho consolarlo y hacerle entender que lo experimentado había sido un sueño, es más probable que estuviéramos ante un terror nocturno.

Por así decirlo, el terror nocturno es muy similar a la pesadilla, pero genera un miedo más potente, más intenso, percibiéndose como una experiencia más real. Además sus efectos son más vistosos y espectaculares para un observador. Es por esto que pueden llegar a asustar bastante a los padres de los niños que lo sufren, así como a los convivientes de los adultos que también puedan padecerlos. Sin embargo, más allá del susto que nos podemos llevar, hay que clarificar que por norma general no son indicativo de ningún problema médico, ni deberían preocuparnos demasiado.

En todo caso, ambos fenómenos pertenecen a la categoría de trastornos que conocemos como parasomnias, que serían los trastornos del sueño que no lo modifican por cantidad, sino que lo hacen alterando su normal funcionamiento. Otras parasomnias serían el sonambulismo, el bruxismo nocturno y la enuresis nocturna, por ejemplo, todas ellas alteraciones asociadas a conductas anormales durante el sueño.

¿Por qué suceden?

Como vemos, ambos fenómenos son distintos y esto es así porque sus naturalezas y origen son igualmente diferentes. Para entender sus diferencias cabe hablar primero, de forma resumida, sobre cómo funciona el sueño humano. A lo largo de una noche, pasamos por diversos ciclos de sueño, dividiéndose cada uno en diferentes fases. Cada una se asocia a un tipo y nivel de actividad cerebral distinto, produciendo en nosotros efectos también diferentes. La primera división que realizamos es entre las fases NMOR o NREM (fases sin movimientos rápidos oculares o non-rapid eye movement en inglés) y la fase MOR o REM (Fase de movimientos rápidos oculares o de rapid eye movement, en inglés). Estos acrónimos se refieren a los movimientos que hacemos con los ojos durante la fase REM, que serían perfectamente visibles a través de los párpados para un observador, y que son por completo normales. Estos movimientos, simplificando mucho el asunto, se dan por ser esta la fase en que el cerebro está más activo, «más despierto», por así decirlo. Es por eso mismo que es en la fase MOR cuando ocurren la mayor parte de nuestros sueños, incluidas las pesadillas.

La segunda división corresponde a las fases NMOR, ya que de estas no hay una sino cuatro distintas, durante las cuales nuestra mente debería permanecer mucho más inactiva. Para que nos hagamos una idea, si nos despertamos en estas fases lo hacemos mucho más desorientados y nos puede costar recordar dónde estamos y qué estábamos haciendo. Es en estas fases cuando ocurren los terrores nocturnos, los cuales si nos ponemos quisquillosos no serían técnicamente sueños, sino reacciones de miedo intenso que se dan en la transición entre fases y, sobre todo, al pasar de la cuarta fase NREM a la fase REM, es decir, de la fase de sueño más profundo a la de sueño más ligero (y aquella donde suelen darse los sueños). Si todo marcha bien, la transición se dará con suavidad, pero si por cualquier motivo el sujeto la realiza en estado de agitación o miedo, se producirá el terror nocturno.

Los movimientos oculares rápidos ocurren únicamente en la fase REM o MOR, a la cual dan nombre, y son completamente normales.

Las diferentes características de las fases causan que las pesadillas se den más bien entrada la noche o incluso ya llegando la madrugada, despertándose el sujeto asustado por la pesadilla, mientras que los terrores serían más frecuentes cuando lleva solo dos o tres horas durmiendo, no soliendo despertarse solo y si lo hace lo hace muy confuso, desorientado y presa de un intenso miedo que le impide distinguir el sueño de la realidad.

Características

Además de lo ya dicho, durante los terrores el sujeto puede realizar conductas que no se dan durante un sueño normal, siquiera durante las pesadillas, como ponerse en pie, sentarse en la cama, llorar o empezar a gritar expresando el intenso miedo que está sufriendo. Como ante cualquier otra reacción de miedo, su tasa cardíaca y ritmo respiratorio pueden aumentar, así como podrían experimentar sudoración, mover sus extremidades para defenderse de un peligro inexistente o incluso tener los ojos abiertos (aunque en realidad sigan durmiendo). No en vano es un fenómeno íntimamente relacionado con el sonambulismo.

Estos episodios, además, se pueden presentar de forma aislada bien de forma reiterada, con varios episodios antes de que el trastorno desaparezca por completo. En cualquier caso, la tendencia es a que desaparezcan espontáneamente con el paso del tiempo, al ir madurando el sistema nervioso central del sujeto con la edad, por lo que de cara a nuestros hijos lo mejor es restarles importancia, para que al menos no se preocupen en exceso por el suceso y que entiendan que, al fin y al cabo, no se trata más que de sueños, aunque los vivan de forma especialmente vívida.
Y al respecto de lo otro que explica el personaje de Adele en la serie, sería cierto: A diferencia de las pesadillas, que se pueden recordar con relativa facilidad, al día siguiente suele ser complicado recordar los terrores nocturnos, ya que el sujeto estaba profundamente dormido cuando los vivió, así que le resulta muy complicado rescatar alguna imagen mental de su memoria. No obstante, si fue despertado o si el miedo fue tan intenso que despertó él solo, fragmentos del terror nocturno pueden llegar a fijarse en la memoria del sujeto, pudiendo ser recordados después, normalmente como escenas borrosas.

La causa

Cabe preguntarse, si en las fases NMOR nuestro sistema nervioso central o SNC se supone inactivo, ¿Cómo es que se producen estas ensoñaciones? De hecho, la propia pregunta ya da una pista de la respuesta, y es que los terrores nocturnos están provocados por una hiperactivación anómala del sistema nervioso central mientras dormimos. Esto puede ocurrir por muchas causas, la mayoría no patológicas y siendo la más probable la propia inmadurez del SNC, lo que explicaría que estos fenómenos aparezcan más en los infantes. Además, parece existir un fuerte componente genético, pues la mayoría (hasta un 80% según algunos estudios) de los niños y niñas que sufren de terrores nocturnos tendrían algún pariente que también los experimentó en algún momento, o bien que sufrió sonambulismo (el cuál, como ya se ha dicho, es una condición relacionada que se da en las mismas fases y bajo condiciones semejantes). Otras condiciones que podrían inducir la aparición de los terrores serían:
·Cansancio extremo.
·Enfermedades que afecten al SNC.
·Sufrir de estrés.
·Consumo de medicamentos un otras sustancias que alteren el normal funcionamiento del SNC.
·Dormir en un entorno distinto al habitual.
·En general, situaciones que propicien que el sueño sea más ligero de lo normal.

Como vemos, los terrores, si bien no son por sí mismos patológicos, sí son causados por estados de alteración, mientras que las pesadillas serían simplemente sueños con un componente negativo. Es por esto que la mayoría hemos tenido más de una vez pesadillas, pero sin embargo menos del 6% de niños ha padecido terrores nocturnos. En cualquier caso, estos se dan sobre todo entre los cuatro y los doce años de edad, disminuyendo su frecuencia conforme aumenta la edad.

«El sueño de la razón produce monstruos», por Francisco de Goya.

Cómo actuar ante un terror nocturno

Por todo lo dicho, estos eventos pueden causarnos alarma cuando no estamos acostumbrados a ellos. Los padres y madres suelen sentirse impotentes cuando suceden, ya que hay realmente poco que podamos hacer, y el sujeto afectado es de hecho resistente a ser despertado, aunque pueda parecer físicamente muy activo (gritos, movimientos, etc.) por lo que resulta una escena escalofriante de contemplar. En todo caso, lo mejor que podemos hacer ante los terrores nocturnos es sencillamente esperar a que pasen, vigilando a quien lo sufre para evitar que se haga daño. Lo más habitual es que pasados unos minutos (entre uno y diez) se calmen y prosigan su sueño como si tal cosa, sin recordar nada al día siguiente. Por tanto, lo más habitual en estos casos es que lo pasen peor quienes conviven con el sujeto, que él mismo.

Aún así, muchos se preguntarán si no podemos despertar a la persona para terminar antes con el episodio. La respuesta en general sería negativa, pues suele ser muy difícil despertarlos y, incluso si lo logramos, lo único que lograremos será que el pánico permanezca cuando despierte, por lo que lo hará desorientado, confundido y aterrorizado, costándole tranquilizarse y retomar el sueño. Forzar el despertar es, pues, la peor de las opciones. No nos aporta en general ninguna ventaja, pero sí bastantes perjuicios.

Otra pregunta usual es cuál es el tratamiento de este trastorno. La respuesta es, quizás, decepcionante, ya que la cruda realidad es que no existe ninguno que sea realmente efectivo, más allá de reducir las condiciones que contribuyen a su aparición y que ya se han comentado previamente. Por ello, deberíamos buscar reducir el estrés en el día a día del niño, establecer una rutina previa al sueño que favorezca la relajación (evitando actividades o alimentos que produzcan el efecto contrario), intentar evitar que se agote antes de ir a dormir y dejar que descanse suficiente. Si es necesario, se puede realizar un estudio del sueño de la persona afectada para luego aconsejarle ajustes en su rutina que le puedan ayudar a mejorar la calidad del mismo.

Si los terrores son muy frecuentes y se mantienen en el tiempo, sería necesaria una evaluación exhaustiva para determinar si existe alguna alteración neurológica que los estuviera causando de forma secundaria. También, si cuando estos suceden manifiesta un comportamiento agresivo o difícil de controlar (por lo que se pone a sí mismo/a o a quienes le rodean en peligro) o bien si le afectan notoriamente causándole cansancio o somnolencia, podría llegar a ser necesario intervenir para mitigar su aparición. Si tras evaluar la situación el especialista lo considera pertinente, podría implementarse un tratamiento basado en la técnica de los despertares programados, si bien esta se reserva para casos concretos en que se juzga que puede ser útil para reducir la aparición de los terrores nocturnos.

 

Fuentes:

Terrores nocturnos, del Rady Children’s, Hospital de San Diego.

Las pesadillas, por E. Pearl.

Terrores nocturnos, por E. Pearl.

Miedos del sueño (terrores nocturnos), de la Clínica Mayo.

Pesadillas y terrores nocturnos: diferencias y similitudes, por Natala Montoya Nasser.

 

El confinamiento debido al coronavirus (Covid-19) sigue vigente en España y en otras muchas naciones del mundo, de forma más o menos estricta según las circunstancias personales de cada uno. Esta particular situación nos puede ser difícil de sobrellevar a los adultos, ya no digamos a los más peques de la casa. Lo esperable es que las quejas vayan creciendo en muchos casos si no les ayudamos a entender, sin alarmismos, la gravedad de la situación y la necesidad de las medidas que estamos tomando.

Adaptar el mensaje

Como ya comentamos en anteriores entradas, lo que buscamos es aportar a los pequeños la información necesaria para que entiendan que sucede a su alrededor, qué pueden esperar y qué deben hacer, sin por ello abrumarles con datos innecesarios. En general, no es buena idea ignorar los miedos o dudas que puedan tener, quitándoles importancia o respondiendo con fórmulas como «son cosas de mayores», las cuales les causarán más inquietud que otra cosa. Al fin y al cabo, hay que pensar que ya llevan suficiente tiempo viviendo esta situación como para sentirse parte de ella, con lo que no podemos apartarlos del asunto sin más.

No obstante, tampoco podemos responder a sus preguntas acerca del coronavirus tal y como lo haríamos con un adulto, sino que deberemos adaptar el mensaje a la edad y conocimientos del niño. Se trata de informarlo buscando siempre que, mediante la comprensión, se sientan más confiados y seguros ante la situación. Uno podría preguntarse si estas explicaciones son necesarias, pero es que en caso de no tenerlas lo más probable es que recurrieran a fuentes alternativas de información. El ser humano por naturaleza necesita entender su entorno para poder gestionarlo y los niños y niñas no son una excepción a ello, por lo que si no obtienen respuestas a sus preguntas o bien estas son ambiguas o poco convincentes, las buscarán en otro lado, como buscando por internet, a través de sus amistades o bien mediante su propia imaginación. Estos últimos procesos, por cierto, no son exclusivos de los menores y son uno de los pilares de la proliferación actual de bulos respecto al Covid-19 que estamos viviendo estos días.

Volviendo al tema que nos ocupa, según la edad del menor podríamos usar desde explicaciones similares a las que utilizamos entre adultos (para preadolescentes, por ejemplo) a gráficas, analogías, cuentos o dibujos (para los niños más pequeños).

Sinceridad y límites

Aún con todo, no queremos saturarlos con información innecesaria. Se trata pues, no solo de adaptar la forma en que se les informa, sino también lo que se les dice (el contenido del mensaje) y en qué momento. Para evitar dicha saturación, deberemos normalizar el tema lo máximo posible, dejando claro que pueden preguntar siempre que lo deseen. De esta manera nos aseguramos que nuestra explicación no se limite a un único episodio que dejaría sin resolver las dudas que de seguro irán surgiendo más adelante. Debemos evitar pues, que el coronavirus acabe convirtiéndose en un tabú en nuestra casa.

En este sentido, puesto que lo que buscamos en todo momento es fomentar su confianza, deberemos ser todo lo sinceros posible. Así, si nos preguntan algo que no sabemos, deberíamos ser honestos y responder en consecuencia. Eso sí ¡hay que evitar deprimirse por ello! Si no sabemos algo, siempre es buen momento para buscar las respuestas juntos. Puede ser un ejercicio didáctico y a la vez servirá para unirnos más. Si, en cambio, es una pregunta de la cual no hay forma de saber la respuesta segura (por ejemplo «¿cuándo podremos salir?» o «¿Iremos este verano al pueblo de los abuelos como todos los años?»), lo mejor será decir claramente que no lo sabemos, pero explicando el motivo. Así, aunque no resuelvan su duda, tendrán alguna clase de respuesta, lo cual puede minimizar la ansiedad que les causaría la incerteza absoluta que tendrían en caso contrario.

Tema a parte serían los enfermos y/o fallecidos, ya que hablar de ello abiertamente delante de los pequeños puede hacerles entrar en pánico, tanto por sus vidas como por las de sus seres queridos. En este aspecto, será mejor limitar la información y datos a los que consideremos justos y necesarios, según nuestro caso particular.

Informar, actuar

Lo mejor de mantenerlos informados no es solo que eliminaremos la incertidumbre, sino que les daremos la oportunidad de participar activamente en su propia protección y en la de sus queridos. Al fin y al cabo, saber que están manteniéndose en casa no solo para protegerse, sino para ayudar a salvar vidas tanto de conocidos como de desconocidos, puede ser una gran motivación para ellos.

De igual manera, hay que hacerles partícipes del resto de actos necesarios para mantenernos protegidos, como lavarse las manos con frecuencia y realizar el resto de actos preventivos que las autoridades sanitarias indiquen. Si llevamos a cabo todo lo dicho, tendrán motivos de sobra y la información necesaria para hacerlo. ¡Piensa que el aprendizaje de este tipo de conductas les resultará útil, no solo durante estos días, sino también en un futuro!

Algunos consejos para que adopten estas conductas son:

  • Para los niños pequeños, instaurar la costumbre mediante canciones o juegos. Recordemos que no se trata solo de lavarse las manos, sino de hacerlo concienzudamente.
  • Al toser, debemos hacerlo sobre el codo, cubriéndonos boca y nariz, o bien utilizando un pañuelo que desecharemos al momento. Para entender la importancia de ello, podemos hacer referencia al hecho que la gente en la calle está usando mascarilla por este mismo motivo. Si es necesario, podríamos compararlo con un escudo o técnica secreta que nos sirve para defendernos del coronavirus (así como de otros virus y enfermedades).
  • Por idénticas razones, explicar porqué debemos evitar tocarnos los ojos, nariz, boca y pelo, sobre todo si hemos de salir de casa por cualquier motivo. De nuevo, podemos ilustrar dicha necesidad con el hecho que la gente está usando guantes en la calle y en su trabajo, ¡aunque debemos hacer énfasis en que no por llevarlos podemos tocarnos! Para lograrlo, podemos hacer que sea un juego («¡Quien se toque la cara con las manos, pierde!»).
  • En relación a lo anterior, explicar que por idénticos motivos no podemos tocar el móvil con las manos sucias y que en todo caso deberíamos limpiarlo antes de usarlo de nuevo, pues su superficie podría también ir recogiendo estos «bichitos».
  • Para incrementar la implicación de los niños y niñas en todo lo anterior, debemos predicar con el ejemplo. Los adultos en casa son el principal referente de los menores, por lo que es especialmente importante, tanto por ellos como por nosotros, que sigamos las normas de higiene estrictamente. Si las realizamos nosotros y les pedimos que nos imiten, será mucho más probable que las interioricen y entiendan cuan importantes son.

Parte 1

Parte 3 (Próximamente)

El estado de alarma sigue, con todo lo que ello implica. Por ello, sigo ofreciendo todos mis servicios también en modalidad telemática mediante videoconferencia. Además, y con motivo de la cuarentena por el coronavirus, atenderé consultas breves relativas al efecto psicológico de la misma vía e-mail o mediante el formulario de contacto, de forma gratuita. Tened paciencia y ¡mucho ánimo a todos y todas!

Últimamente las vidas de todos se han visto trastocadas a causa del brote de covid-19 (coronavirus) y las de los niños y niñas no iban a ser menos. De hecho, las suyas pueden llegar a verse todavía más afectadas debido a que no están en posición de entender todo lo que está pasando a su alrededor. No nos engañemos, si nos puede costar a nosotros asimilarlo, ¿cómo no les va a costar a ellos?

Por eso es importante que, en la medida en que podamos, les ayudemos a entender lo que está sucediendo para así mitigar la ansiedad y el estrés que ello les pueda producir.Hablamos sobre todo de niños mayores de cuatro años y hasta llegada la adolescencia o un poco antes, ya que los más pequeños que este rango no están capacitados para entender algo tan grande como lo que nos está sucediendo y probablemente no sea siquiera necesario. Por su parte, los más mayores ya poseen inteligencia y compresión del mundo suficientes como para poder entender lo que estamos viviendo, aunque sea con nuestra ayuda e información. Fuera como fuese, deberemos adaptar todo lo que sigue a nuestro caso, pues cada niño es al igual que cada adulto, distinto.

En primer lugar, conviene tener claro qué información merece la pena recalcar al niño y cual no. Así pues, informaciones de las que no estemos seguros (todo lo que no venga de fuentes oficiales sin ser antes contrastado con estas) deberán ser desechadas en este sentido. Lo mismo vale para informaciones que intuyamos que pueden cambiar (como la fecha aproximada en que esto terminará). En general, la información que debemos transmitirle al menor es aquella que le pueda ser útil para protegerse contra el covid-19, así como para sobrellevar mejor la cuarentena y los efectos psicológicos de esta, además de aquella que nos pida activamente (si lo consideramos oportuno y siempre elaborada de tal manera que la pueda entender).

¿Qué es el Coronavirus?

Así, un punto central de nuestra explicación debería ser «Qué es el coronavirus», remitiendo al niño a sus clases de ciencias naturales (normalmente relacionan lo aprendido en el colegio con información fiable, lo cual nos servirá para afianzar su entendimiento al respecto al enlazar conceptos) y a los conceptos que estuviera dando este año en dicha asignatura. Niños mayores podrán entender conceptos más complejos como lo que es un virus, mientras que con otros más pequeños podemos comparar el Covid-19 con otras enfermedades que les sean más cercanas como resfriados, gripes, «tener calentura», «tener mocos» y explicar que es algo similar pero más grave. Una vez entendido que el causante de todo esto es «el bichito de marras», podremos hacerles entender la importancia de cuidar nuestra higiene, más que nunca.

Un aspecto a recalcar en aquellos niños en los que veamos una preocupación al respecto que pueda convertirse en ansiedad e incluso miedo, es que el coronavirus no puede moverse por sí mismo, por lo que estando en casa es como mejor estamos protegidos contra él. Mediante este razonamiento, le decimos al pequeño que no tiene nada que temer y que su casa sigue siendo un lugar seguro, pero que deberá tener paciencia (como todos) hasta poder salir de nuevo. Además, esta información nos servirá luego para ayudarlos a entender por qué no están yendo a clase, por qué no pueden salir y cualquier otro detalle que les perturbe respecto a nuestra situación actual.

Primer paso: Informarse

Como decía, para informar a nuestros hijos debemos antes informarnos nosotros. Una vez comprendamos toda la situación y los aspectos que la condicionan, podremos usar dicha información para explicarles lo que sea necesario. Si no realizamos este primer paso, o nos informamos de fuentes con escasa fiabilidad (ej: mensajes de Whatsapp), nuestra información y visión del asunto será cambiante y confusa, al igual que la que les transmitamos a ellos. El problema es que los niños y niñas pequeños son mucho más sensibles que nosotros a esa incerteza, afectándoles más a nivel psicológico.

Una vez estemos informados (como ya se ha dicho, preferentemente por canales oficiales) podremos empezar a aclararles las dudas que puedan tener, buscando siempre transmitirles seguridad y calma. Por ello, conviene buscar un momento en que nosotros mismos estemos calmados, para no transmitirles justo lo contrario sin querer.

Segundo paso: Informar

Mejor acercarnos nosotros y explicarles en líneas general lo que sucede, pues si esperamos a que lo pregunten, lo que puede pasar es que se lo estén preguntando pero no formulen dichas cuestiones en voz alta, por miedo o vergüenza, acumulando poco a poco ansiedad hasta que esta sea insostenible. Como muchos sabemos, la imaginación suele ser peor que la realidad, más aún sí hablamos de la imaginación desbordada de los más pequeños.

Además, mejor que la conversación sea precisamente eso, un diálogo y no un monólogo. Si convertimos la explicación en una clase magistral seguro que al niño le quedan muchas dudas y además se le generan otras que tal vez siquiera tenía. Mejor será darle pie a que hable y pregunte, para así poder responder y corregir información errónea que tenga, que haya malinterpretado o que se esté imaginando.

Aunque parezca extraño, para generar esa sensación de tranquilidad, es mejor ser sinceros. Si el niño entiende el peligro que implica el virus, estará más motivado a realizar las conductas de protección que le hemos enseñado (quedarse en casa, lavarse las manos, no abrazar en seguida a quién entra en casa, etc.). Aún así, hay que evitar a toda costa el catastrofismo, que es lo que podría hacerles sentir pánico. Se trata de ser sinceros, no fatalistas.

Según la edad y si lo preguntan, podemos informarles con más o menos detalle sobre los síntomas que causa el Covid-19, recalcando que la mayor parte de la gente se recupera al padecerlo y que en buena parte lo hacemos para proteger a nuestros mayores. De esta manera el niño sigue teniendo una motivación para actuar contra el virus, pero no se sentirá directamente en peligro, lo que posiblemente le generaría mucha más tensión emocional.

En caso de niños que por algún motivo se sientan en peligro personalmente, se aconseja no ignorar estos miedos. Se les puede recordar los síntomas (si no los tienen) y que incluso si sufrieran el coronavirus no les sucedería nada, pues serían atendido por médicos. También puede ser útil hacerles saber que se está trabajando en una vacuna y que seguramente esté disponible pronto.

Espero que todo ello os ayude a calmar los ánimos en casa y mantener el bienestar de toda la familia. Sé que la actual es una situación que merece ser tratada en detalle, por lo que a lo largo de los próximos días publicaré más textos relativos al Covid-19, incluida la segunda parte de este. Por otra parte, sabed que desde la semana pasada ofrezco todos mis servicios también en modalidad telemática mediante videoconferencia. Además, y con motivo de la cuarentena por el coronavirus, atenderé consultas breves relativas al efecto psicológico de la misma vía e-mail o mediante el formulario de contacto, de forma gratuita. Tened paciencia y ¡mucho ánimo a todos y todas!

Parte 2

Si has llegado a esta página, probablemente haya sido buscando un psicólogo en Xátiva o alrededores (o quizás simplemente buscando una consulta de psicología en internet). Si es así, en esta web podrás encontrar los servicios que ofrezco, cómo trabajo y cuáles son mis especialidades.

Sin embargo, puede que ya hayas acudido a otros/as terapeutas que no te funcionaron o no lograron ayudarte a superar tus problemas. Aunque esto no siempre es así, a veces ocurre porque algunos terapeutas utilizan técnicas que nunca se ha probado empíricamente que funcionen. Y e que es muy importante, por el bien del paciente y su salud, que se empleen técnicas de eficacia contrastada y no aquellas que por experiencia propia o recomendación nos parece que den resultado.

La psicología es algo más que aplicar el saber popular y aconsejar al paciente, aunque a muchos se les olvide. Así pues, podemos decir que el sustantivo “psicología” y su adjetivo “psicológico” no significan lo mismo fuera y dentro de la disciplina psicológica como ciencia. Lo mismo sucede con palabras relacionadas como “inconsciente”, “conducta”, “pensamiento” o “mental”, siendo términos que poseen significados muy específicos dentro de dicha disciplina.

Dicha confusión tiene dos efectos curiosamente contrarios, pero que se complementan dañando ambos a la imagen de psicólogos y psicólogas. Por una parte, confieren a la psicología y a todo lo relacionado con ella una imagen de falsa ciencia, de escasa coherencia como saber (aunque en realidad se define como la ciencia que busca explicar científicamente los procesos tras la conducta humana). Por otra, la confusión permite que muchas pseudoterapias y bulos semejantes se disfracen de forma más o menos convincente mediante el uso de términos y expresiones como “psico-“, “de la mente” o “cognitivo”.

Ahora bien, según su definición, psicología es solo aquello que busca explicar, predecir y modificar nuestras conductas, nuestros comportamientos (inclusive nuestros pensamientos) empleando los conocimientos y datos que hemos ido acumulando desde el inicio de la disciplina como ciencia, esto es, desde que los psicólogos emplean la metodología científica y por ello solo trabaja con elementos operativizables (objetivables, que pueden ser estudiados objetivamente).

A este respecto existe una clara diferencia entre la psicología de estar por casa y la científica y es que la primera tiende a separar “lo físico” de “lo mental”, cuando la realidad es que nuestra mente funciona siempre en relación al contexto que nos rodea, interactuando con los demás y con las circunstancias que nos toque vivir.

De forma paralela se tiende a percibir una diferencia entre aquello que es biológico y lo que es psicológico, entendiendo algunos a la neurología (por ejemplo) como una ciencia verdadera y no a la psicología. Curiosamente, en la carrera de psicología hay varias asignaturas como Neuropsicología, Neurociencias, Método científico, Fisiología, Psicometría, Psicoestadística, etc.

Cierto es que existe una barrera que aún no hemos logrado sortear entre las Neurociencias y la Psicología, pero cada día estamos más cerca de lograrlo. Dicha barrera consiste en que las primeras son capaces de localizar procesos cerebrales y de otras partes del sistema nervioso que producen fenómenos concretos de nuestra conducta (por ejemplo, cómo procesamos la información que captan nuestros sentidos o porqué ciertas sustancias nos resultan adictivas), pero no logran establecer cómo dichos procesos logran la experiencia subjetiva que llamamos mente, el “yo” que autopercibimos. Por su parte, la psicología es capaz de comprender cómo le afectan diversos factores a esa experiencia subjetiva y como esta condiciona nuestros comportamientos, pero tampoco llega a saber por ahora como ello se relaciona con nuestras estructuras cerebrales por completo. Entre ambas pues, hay por ahora una pregunta sin respuesta.

Sin embargo, el que una trabaje con elementos más tangibles, físicos, no la convierte en más científica que la otra. La conducta parte de una base biológica, que también es estudiada desde la psicología, pues sin ella es igualmente imposible entender la forma en que nos relacionamos con el medio.

La línea entre lo orgánico y lo psicológico queda pues desdibujada, de tan relacionados como están. Esto resultará evidente para cualquiera que haya sufrido alguna vez de estrés o ansiedad, por ejemplo. Cuando uno sufre de estrés, no solo siente un malestar psicológico, sino también (y esto es muchas veces lo que hace sonar las alarmas) síntomas físicos como la caída de pelo, alteraciones estomacales, cutáneas, del sueño e incluso bajadas en nuestras defensas, entre otros. Por eso mismo es que en los casos en que el paciente sufre una enfermedad médica que se prevé de larga duración se aconseja recibir ayuda psicológica, pues lo último que necesita es deprimirse y añadir síntomas a los que ya sufrirá de por sí.

“Pero tal o cual terapia me funcionó/ le funcionó a alguien de mi confianza” pensarán muchos y precisamente este es el pensamiento que perpetúa la existencia de las pseudoterapias, tanto aquellas que se disfrazan de psicología como las que se disfrazan de medicina.

La gente lega (aquellos que no poseen conocimientos específicos en la materia), tienden a explicar los problemas sufridos en base a las propias experiencias previas, tanto las vividas en primera persona como las presenciadas en su entorno o las que conoce porque “todo el mundo sabe que” (saber popular). Si bien estas explicaciones y los consejos que de ellas deriven pueden tener algo de razón y servir como ayuda para salir del bache, lo cierto es que nos la jugamos cada vez que las empleamos pues pueden llegar a crear más perjuicio que beneficio, ya que no siempre van a ser ciertas y aunque lo sean no tienen porqué aplicarse igual a todos los casos, pues repetimos que las circunstancias de cada cual son únicas e intransferibles.

Las causas que originen y mantengan en el tiempo los problemas psicológicos de una persona pueden variar mucho entre individuos, aunque dichos problemas se parezcan entre ellos. Por eso, cada caso requiere una especial atención para que la terapia se adapte a él, pero también en líneas generales deben evitarse aquellas técnicas de las que no se haya probado nunca su eficacia, pues pueden resultar inocuas (si existe mejora es por un mero efecto placebo) o incluso dañinas.

Por eso es importante que el psicólogo analice el caso buscando explicar la génesis del problema mediante los procesos de aprendizaje y otros mecanismos psicológicos experimentalmente demostrados a través de investigaciones consolidadas. Después, se emplearán las técnicas que sepamos que a ciencia cierta (nunca mejor dicho) que funcionan mejor para ese tipo de problemas y en relación a las características del paciente y su contexto. Nuevamente, usaremos los ya mencionados procesos de aprendizaje, pero esta vez de forma activa, buscando no solo solucionar el problema sino también la mejora personal.

Con todo ello, espero haber ayudado a discernir entre lo que es y no es psicología y como esta está presente en ciertas formas de terapia, pero no en otras. De todos modos y a forma de ayuda final, puesto que para alguien ajeno a la profesión puede resultar complicado distinguir entre las psicoterapias validadas científicamente y las que solamente aparentan serlo, adjunto una lista de pseudoterapias, puesto que se trata de métodos que en ningún caso funcionan ni producen un efecto mayor que el mero azar o el del placebo, pudiendo incluso llegar a ser perjudiciales para el afectado. Ten en cuenta que la lista no es ni mucho menos exhaustiva, pues continuamente aparecen nuevas.

  • Acupresión: Curar mediante masajes, presionando zonas del cuerpo.
  • Acupuntura: Emplear agujas que se clavan en zonas concretas del cuerpo.
  • Aromaterapia: El uso de aceites a fin de sanar enfermedades y dolencias, aplicados no solo por vía respiratoria sino también por vía tópica e interna, es decir, a través de la piel, oral, anal y vaginalmente.
  • Auriculoterapia: Medicina Tradicional China en la que se estimulan puntos específicos del pabellón auricular y la oreja para generar un efectos en el organismo.
  • Bioneuroemoción: Presupone que toda enfermedad tiene su origen en la inestabilidad emocional, por lo que la medicina no sería nunca necesaria.
  • Brainspotting: Curación de las dolencias psicológicas mediante el… ¿movimiento de los ojos?
  • Cirugía psíquica: Tal cual, se trata de operar quirúrgicamente de forma telepática.
  • Constelaciones familiares: Se busca la mejora en la vida en base a que los humanos tendríamos un entendimiento inconsciente de las relaciones sociales y familiares.
  • Cristaloterapia: Curar mediante cristales.
  • Cromoterapia: Sanar mediante luces de colores aplicadas sobre la persona.
  • Dieta macrobiótica: Comer según los preceptos del Ying y el Yang.
  • EMDR (Desensibilización por medio de movimientos oculares): Busca curar los traumas estimulando los hemisferios cerebrales.
  • Flores de Bach: Curar las dolencias psíquicas mediante agua de flores y productos similares.
  • Hidroterapia: Curar mediante el agua.
  • Hipnoterapia o terapia hipnótica: Busca provocara un trance en el paciente.
  • Homeopatía: Basada en el principio de que el agua tendría memoria, pudiendo así adquirir propiedades de sustancias curativas.
  • Hoʻoponopono o ho-o-pono-pono: Curación tradicional de origen hawaiano.
  • Iridología o Iriodología: Considera que el ojo se divide en partes que se corresponden con partes del cuerpo.
  • Medicina holística: Considera que el cuerpo humano posee por sí mismo la capacidad de curar toda enfermedad, si se activa de forma correcta.
  • Método Dorn: Escuela específica del quiromasaje.
  • Microinmunoterapia: Se busca modular la respuesta inmunitaria del propio organismo.
  • Naturopatía: Sustituye los medicamentos del tratamiento por remedios naturales, considerando que los hay para todas las dolencias, inclusive las más graves.
  • Nueva medicina germánica: Similar a la Bioneuroemoción.
  • Oligoterapia: Curar con pequeñas dosis de minerales.
  • Orinoterapia: Sanar al ingerir la propia orina. De verdad.
  • Ozonoterapia: Curación mediante la inserción de ozono en diversas partes del cuerpo.
  • Programación Neurolinguística (PNL o NLP): Sanar y mejorar mediante el uso del lenguaje.
  • Psicoanálisis: Curación explorando un teórico inconsciente de donde proceden los problemas de la persona.
  • Psicobiodescodificación: Ver Bioneuroemoción.
  • Psicología positiva: Terapia centrada en los aspectos positivos más que en los negativos.
  • Psicología transpersonal: Psicología a la que se suma espiritualidad.
  • Psicomagia: Psicología y magia. Nada que añadir.
  • Quiropráctica o quiropraxia: Curar y diagnosticar enfermedades diversas mediante masajes y presiones.
  • Reflexología: Similar pero solamente tocando los pies (o a veces las manos, nariz, orejas…).
  • Reiki: Similar, pero siquiera necesitaría tocar al paciente. Medicina por Wi-Fi, vaya.
  • Sanación enteogénica: Llamada también sanación psicodélica, es decir, que usa sustancias alucinógenas.
  • Sanación por arquetipos: Derivado del psicoanálisis al que añadimos un componente espiritual o chamánico.
  • Sanación cuántica: Curar en base a que la intención de un sujeto mueve el mundo subatómico.
  • Sanación pránica: Asume que el cuerpo humano posee un campo energético útil en medicina.
  • Shiatsu: Más masajes curativos, esta vez japoneses.
  • Sofrología o Sofrología Caycediana: Pretende tratar problemas psicológicos mediante la práctica de técnicas budistas y yoga, que buscan relajar al sujeto. Aunque se disfrace de medicina y/o psicología sus practicantes no pertenecen necesariamente a dichas ramas y sus técnicas no poseen respaldo científico alguno.
  • Sonoterapia: Curar mediante sonidos.
  • Talasoterapia: Método curativo que usa el clima y los baños marinos.
  • Técnica de liberación emocional (EFT): Derivada de la acupuntura y el shiatsu.
  • Técnica metamórfica: Más masajes.
  • Terapia Bioenergética: Se basa en que la tensión psíquica es la base de todo nuestro sufrimiento.
  • Terapia Biomagnética: Cura hasta las enfermedades más graves con imanes.
  • Terapia de las megavitaminas: Emplea vitaminas como si fuera lo único necesario para curar la dolencia.
  • Terapia de las ventosas: Curar con ventosas.
  • Terapia de vidas pasadas: Creen en que nuestras encarnaciones previas nos afectan actualmente.
  • Terapia Gerson: Dieta que considera poder curar enfermedades como el cáncer o las demencias.
  • Terapia Gestalt: Psicoterapias con influencias variadas, entre las que se encuentra el psicoanálisis.
  • Terapia Humanista: Híbrido de psicología y filosofía.
  • Terapia neural: Usa cierta sustancias anestésica como medicamento.
  • Terapia ortomolecular: Usa sustancias naturales como vitaminas y enzimas como medicamento.
  • Terapia quelante: Emplea agentes quelantes para eliminar los metales pesados del cuerpo.
  • Terapia radiónica: Utiliza las ondas de radio.
  • Terapia Zonal: Ver reflexología.
  • Thetahealing: Terapia energética creada por una coach espiritual.
  • Toque terapeútico: Imposición de manos curativa similar al Reiki.
  • Vegetoterapia caracteroanalítica: Otra derivada del psicoanálisis.

Si crees que necesitas ayuda de un profesional evita a cualquiera que se anuncie con las palabras anteriores pues son, en el mejor de los casos, un timo, y en el peor una amenaza a tu salud. Discúlpenme si he ofendido las creencias de alguien, pero considero que la salud de las personas es un tema serio con el que no deberíamos jugárnosla. Ten en cuenta que si has sido afectado por alguna de ellas, puedes denunciar el caso y solicitar una evaluación de los daños causados, tanto físicos como psicológicos.

Y recuerda además que, si te encuentras por la zona de Xátiva o alrededores, puedes contactar conmigo. Y en el caso de que necesites un especialista distinto por las características de tu problema, me comprometo a ayudarte a buscar uno que emplee métodos fiables que te puedan ayudar a superarlo.

Última actualización: 05/06/2019.

 

Cristian García Castells

Colegiado nºCV13551

c/ Av. Corts Valencianes (Adexa), Xátiva, CP: 46800 (Solicitar cita previa).

Tel. 690 76 05 57 (respondo llamadas y Whatsapp).

E-Mail: cgcastells@gmail.com

 

 

Padecer pensamientos intrusivos es algo muy molesto, que puede llegar a causar gran sufrimiento. Molesto por una parte porque estos pensamientos tienden a ser negativos, alterando nuestra percepción del mundo y de nosotros mismos, y por otra porque crean sensación de impotencia e indefensión en quienes los sufren, muchas veces al parecer que estos pensamientos son incontrolables.

Pero ¿Qué son los pensamientos intrusivos?

En psicología llamamos pensamientos intrusivos a aquellas ideaciones que nos vienen a la mente sin nosotros desearlo. Es un fenómeno que tanto las personas sanas como aquellas que sufren algún trastorno pueden sufrir, pero son conocidos por ser uno de los síntomas principales de los trastornos de ansiedad, donde suelen tomar la forma de preocupaciones o miedos, tengan estos fundamento o no. Están presentes en este y otros tipo de problemas psicológicos, pero en todo caso afectarán más al sujeto cuando más recurrentes sean.

Para quien no ha sufrido esta problemática nunca puede resultar un tanto extraño que alguien no pueda controlar sus propios pensamientos, pero en realidad esto es habitual y nos pasa a todos en nuestro día a día. Para entenderlo, debemos comprender antes que nuestra mente es una máquina de crear ideas, cuya finalidad es crear respuestas con las que adaptarnos a las diversas situaciones que debemos enfrentar. Así, si generamos más ideas, es más probable que demos con una respuesta óptima a nuestros problemas.

Esta máquina nunca cesa en su funcionamiento, creando contenidos de todo tipo que pueden versar sobre cualquier tema (salud propia o de seres queridos, relaciones sentimentales, conflictos laborales y un largo etcétera). Pero entonces, si todos tenemos pensamientos sobre estos temas, ¿por qué para algunas personas resultan un problema?

Las investigaciones al respecto dejan claro que el elemento diferenciador no es el contenido, sino el significado que se le atribuye a este.  Así, un pensamiento interpretado como extraño o desagradable será desechado si no se le da importancia, si el sujeto considera que no es importante. En este caso el pensamiento no tendría mayores consecuencias, pero si se le da importancia al pensamiento, por ejemplo dándole un significado catastrofista («debe pasarme algo grave», «estos pensamientos no son normales») lo estaremos interpretando como una amenaza y esto es lo que activa la ansiedad. Una vez entramos en esta dinámica, la propia tensión sufrida facilita el pensar que cualquiera de estas preocupaciones puede tener una base real («me he imaginado que mi padre parecía estar enfermo pero, ¿efectivamente puede pasar, verdad?») con lo cual el pensamiento es validado por el sujeto y aumentan las posibilidades de que este surja de nuevo en el futuro, aumentando esta probabilidad con el paso del tiempo si no se hace algo al respecto.

Estos significados nocivos que sirven de combustible a la aparición reiterada de los pensamientos intrusivos pueden tomar varias formas, siendo las más comunes:

  • Valoración moral negativa: Considerar que al tener el pensamiento se debe ser mala persona, creer que en realidad se desea el daño y/o sufrimiento ajeno.
  • Considerarlos síntoma de alteraciones psicológicas: Interpretar que algo no anda bien en nosotros, que padecemos un trastorno o que nuestras capacidades cognitivas se desvanecen (temor a la demencia).

En todo caso, son interpretaciones erróneas que únicamente sirven como catalizador del pensamiento intrusivo y la ansiedad asociada. En suma, cuanto más nos inquieta el pensamiento, más nos esforzamos en que desaparezca pero más fuerte se hace, pues la mente reacciona de un modo paradójico (al intentar no pensar en algo, pensamos en ello). Es como el famoso ejemplo en el que alguien dice «No pienses en un elefante» y al momento nos descubrimos pensando en el elefante para acto seguido intentar no pensar en él, aunque por supuesto ya hemos fracasado.

De lo anterior se concluye que el método menos efectivo para no pensar en algo es intentar evitarlo. Si ya resulta casi imposible con el ejemplo del elefante, que a priori no debería tener ninguna carga emocional específica, lo será más todavía con pensamientos en los que estamos implicados personalmente. Al experimentar una ansiedad cada vez mayor y empecinarnos en intentar evitar dichos pensamientos podemos desarrollar otros síntomas relacionados y trastornos de ansiedad específicos, todo ello según diversos factores de vulnerabilidad, como las propias características de personalidad de la persona.

Una de estas consecuencias serían las obsesiones, pensamientos e impulsos incontrolables y reiterados que aparecen en ciertas situaciones a pesar de los esfuerzos del sujeto por evitarlos. Se trata por tanto de pensamientos intrusivos ya asentados en la mente de la persona. Por supuesto, estas ideaciones causarán sufrimiento en el sujeto afectado, pudiendo este reaccionar intentando sustituirlos mediante acciones compensatorias a las que denominamos manías o compulsiones en terminología psicológica.

¿Cómo podemos gestionar los pensamientos intrusivos?

Por ahora nos bastará con saber que es importante saber reaccionar frente a los pensamientos intrusivos, minimizando su efecto y su influjo. Así pues, ¿cómo debemos reaccionar cuando surgen?

En primer lugar, deberíamos evitar:

  • Pensar que un pensamiento es una amenaza o problema por sí mismo: Cuanto más lo dramaticemos, más nos implicamos emocionalmente y más efecto negativo tendrá, aumentando además la probabilidad de reaparecer. Recuerda que un pensamiento es solo es eso, un pensamiento. Todos padecemos pensamientos extraños de cuando en cuanto, no siendo algo de lo que preocuparse por sí mismo.
  • Evitar situaciones, contextos o elementos que temamos que puedan disparar estos pensamientos: Si empezamos a evitarlos, estaremos dando validez a esos pensamientos y además nos limitaremos, perjudicando gravemente nuestra calidad de vida.
  • Hablar en exceso sobre estos pensamientos con los demás: Buscar su apoyo o consejos puede ser beneficioso, pero si se hace en exceso resultará en realidad en un perjuicio. Y es que este desahogo no deja de ser temporal, reforzando la sensación de que no podemos solucionarlo nosotros solos, afectando a nuestra autoestima y aumentando la dependencia interpersonal.
  • Realizar acciones o rituales que nos hagan sentir menos ansiosos o temerosos: Estas son las manías o compulsiones que antes mencionábamos y al igual que el anterior punto, no soluciona el problema, afecta a la calidad de vida del sujeto y en realidad supone agravar el problema en lugar de solucionarlo.
  • Intentar dejar de tener el pensamiento: Recordemos, al intentar activamente de no pensar en algo, en lugar de apartar de nuestra mente la idea lo que sucederá es que el pensamiento se fortalecerá.

En lugar de ello, lo que haremos es:

  • No dar al pensamiento mayor importancia: Como ya hemos dicho, estos pensamientos son algo normal que le sucede en mayor o menor medida al todo el mundo, convirtiéndose en problema cuando nos obsesionamos con ellos.
  • Exponernos a las situaciones o contextos que evoquen los pensamientos molestos: Por ejemplo, si sabemos que ir a comprar dispara en nosotros pensamientos o temores que nos producen malestar, es buena idea mentalizarse e ir a comprar. Una vez allí, posiblemente aparezca el pensamiento intrusivo pero podemos seguir con la actividad programada y al terminar, comprobar que el pensamiento simplemente nos puede haber producido malestar y nada más. Se trata pues de habituarse a estas situaciones y una vez más no darle importancia al pensamiento negativo.
  • Realizar ejercicio diariamente: Nuestra mente en realidad es producto de nuestro cuerpo y se ve afectada por el estado de este. Los pensamientos que esta produce son más manejables si hemos liberado energía, al estar más relajados. Esto reduce la intensidad de los pensamientos y aumenta las probabilidades de gestionarlos correctamente.
  • Dejar de dar rienda suelta a nuestros rituales o manías (si los tenemos): Si ya has adquirido compulsiones que te alivian en tu ansiedad, es mejor dejar de realizarlas cuanto antes. Lo normal será que durante un tiempo te sientas peor, más ansioso, pero tras esta primera fase la ansiedad terminará por disminuir hasta que te acostumbres a tu ausencia y desaparezca. Recuerda que los rituales no son más que un parche que te pone trabas en tu vida y no soluciona el problema. Tu objetivo debe ser en cambio aceptar la situación hasta que esta poco a poco deje de afectarte tanto.
  • Dedica un tiempo concreto a preocuparte: Si llevas ya un tiempo sufriendo estos pensamientos, es ciertamente difícil aprender a evitarlos de la noche a la mañana. Por ello puede ser buena idea establecer en un horario diario un espacio de quince minutos, siempre a la misma hora, para poder centrarnos en esta preocupación y analizar qué hay de verdad o no en ella, intentando ser siempre objetivos. Pondremos una alarma o cronómetro y en cuanto suene debemos asumir que ya le hemos dedicado al tema el tiempo necesario, dejándolo estar hasta el día siguiente. Así, cuando durante el día nos asalte el pensamiento, evitamos esa incomodidad que sentimos al intentar simplemente ignorarlo, pues sabemos que lo que estamos haciendo es postergar el pensar en ello, pero que le vamos a dedicar nuestro tiempo más adelante.
  • Concienciarte de que no necesitas enfrentarte a los pensamientos negativos: Como ya hemos reiterado, la mayoría de las personas tienen este tipo de pensamientos de cuando en cuando, pero simplemente los desechan y los dejan pasar. Un pensamiento solo es eso mismo, un pensamiento, no un indicativo de una realidad presente o futura, por lo que cuanto mayor nuestra aceptación de los mismos como algo normal y sin importancia, menor será la probabilidad de que se perpetúe su aparición.

Por supuesto, si aun siguiendo estos consejos no nos vemos capaces de superar la situación y consideramos que está afectando a nuestra calidad de vida, sería recomendable visitar a un profesional de la salud mental que estudie nuestra situación, las características única de nuestro caso y nos dé consejos específicos y adaptados para poder pensar de un modo más saludable.

 

REFERENCIAS

Pensamientos intrusivos, por Elena Miro.

​Pensamientos intrusivos: por qué aparecen y cómo gestionarlos, por Esther Cabezas Gutiérrez

La paradoja del procesamiento irónico o el problema del oso blanco.

Manual de psicopatología y trastornos psicológicos, por V. E. Caballo, I. C. Salazar y J. Carrobles.

Manual para el tratamiento cognitivo-conductual de los trastornos psicológicos, por V. E. Caballo.

Entre los padres que vienen a consulta para obtener ayuda o apoyo con hijos que padecen Trastorno por Déficit de Atención con o sin Hiperactividad, una preocupación habitual es que estos niños tienden a mostrar dificultades en cuanto a la expresión de las emociones propias y la identificación de las emociones ajenas. Y es que los problemas de tipo emocional en los niños con TDAH son relativamente frecuentes.

Puesto que la correcta percepción de las emociones es vital para desarrollar las propias habilidades sociales, será necesario corregir este déficit, ya que afectará al menor no solo en sus relaciones interpersonales, sino también en su rendimiento escolar y en otras esferas vitales.

Si tomamos en consideración las diversas investigaciones acerca de este tema encontraremos que la mayoría de ellas indican que los afectados por TDAH sufren de este tipo de déficit en menor o mayor medida, según casos. Revisando la bibliografía encontramos que se ve afectado especialmente el reconocimiento de la ira y el miedo, seguidos del asco y sorpresa, y quedando como menos afectadas el resto de emociones existentes. Por tanto el principal foco de problemas en este sentido es el reconocimiento de las emociones negativas.

Para compensar este déficit emocional es necesario que los niños sean educados teniendo en cuenta esta circunstancia, pues se trata de habilidades que pueden ser entrenadas, para lo cual se requerirá un trabajo diario y seguimiento por parte de los padres, y posiblemente un tratamiento psicoeducativo que lo tenga en cuenta. Para ello pueden ser especialmente útiles programas de educación emocional que utilicen el juego terapéutico mediante herramientas apropiadas como por ejemplo el LEGO Education Build Me Emotions, juguetes con los que representar escenas con carga emocional, o incluso otras desarrolladas específicamente su uso psicoeducativo (como el PIAAR-R). Otros elementos útiles son los paneles de emociones, o las herramientas audiovisuales como vídeos o películas sobre los que se puede charlar después o durante su visualización, comentando las emociones de los diversos personajes y analizando junto al niño porqué se sienten así.

Mediante dichas herramientas buscaremos alcanzar objetivos concretos, ordenados desde el más básico hasta el más complejo. Podemos empezar por ejemplo por que el niño descubra o conozca mejor las diversas emociones que tanto él como los demás pueden sentir: Alegría, tristeza, sorpresa, miedo, asco y enfado. Una vez alcanzado este conocimiento podremos plantearnos que el menor aprenda a identificar (y eventualmente usar) cada una de las expresiones y gestos asociados a cada emoción.

El siguiente paso debería ser aprender a identificar las diversas situaciones en las que una persona puede sentir cada una de estas emociones, porqué y cuáles serían las conductas que podrían ir asociadas en casa paso. Al mismo tiempo podemos explicarle al niño y pedirle que explique en que situaciones sentimos cada una de estas emociones, haciéndole ver que cada uno podemos sentirnos de un modo distinto en una misma situación, si bien hay contextos que son considerados universalmente negativos o positivos.

Una vez cumplidos estos objetivos más básicos, podremos empezar a trabajar la empatía, la capacidad para sentir lo que siente el otro al ponernos en su lugar, compartiendo su modo de sentir y por tanto comprendiendo cómo y por qué se siente de un modo u otro, capacidad vital para desarrollarse como persona.

Debe entenderse por cierto, que estas dificultades emocionales, este déficit a la hora de percibir y/o expresar las emociones, no quiere decir que el niño no sienta y padezca como los demás. Sentirá igualmente tristeza, frustración, etc, quizás incluso más si tenemos en cuenta que probablemente no dispone de habilidades suficientes para gestionar dichas emociones de una forma sana, pudiendo intentar reprimirlas o simplemente no sabiendo cómo reaccionar ante ellas.

Si bien estos déficits no se presentan solamente en los niños con TDAH, su tendencia a las conductas impulsivas les hacen más propensos a manifestar respuestas emocionales de carácter disruptivo cuando se enfrentan a un suceso que les hace sentir mal. Por eso es importante hacerle ver no solo que tanto él como los demás poseen emociones, y cómo pueden ser estas expresadas, sino también que entienda cuán importante su correcta gestión puede llegar a ser. Para ello, le expondremos en términos que él pueda entender cómo le afecta en cada aspecto de su vida, por ejemplo en sus relaciones sociales.

No podemos olvidar el papel de la familia en todo esto, siendo como son los principales referentes del niño. Los padres, así como el resto de la familia, deberán aprovechar cada mala gestión del menor y tomarla como una oportunidad para mejorar y no como un fracaso más que añadir a la lista. Juntos, pueden buscar qué ha provocado esta reacción en el niño y ayudarle a buscar alternativas para la expresión de esos sentimientos, de modo que la próxima vez que aparezcan disponga de una alternativa conductual clara.

Otra buena idea para trabajar los problemas emocionales es disponer en casa de un espacio específicamente dedicado a este tipo de tareas: una pared, un mural o una pizarra. En él no solamente el niño sino también el resto de miembros de la familia podrán escribir cómo se sienten en cada momento, sirviendo pues como una herramienta eficaz para expresar sus emociones y sentimientos. Esto servirá  al menor como vía alternativa para hacerse entender, pero también para entender él mismo cómo se sienten los demás. Además, es una oportunidad para que los adultos escriban cuando se sienten mal por algún motivo, pero aun así mostrándose calmados y tranquilos, sirviendo de ejemplo para mostrarle al niño como evitar dejarse llevar por su frustración.

Por supuesto, si bien estos consejos son de carácter general y por tanto son aplicables a la práctica totalidad de casos semejantes a los comentados, si crees necesitar ayuda profesional en forma de consejo o de psicoterapia, no dudes en pedirla contactando conmigo o dejando un mensaje en la caja de comentarios expresando tus dudas.

 

Bibliografía:

Dificultades de reconocimiento emocional facial como déficit primario en niños con trastorno por déficit de atención/hiperactividad: revisión sistemática por D. Rodrigo-Ruiz, J.C. Pérez-González, J. Cejudo

Reconocimiento de emociones en niños con TDAH, por Juan Cruz

Uso de LEGO como herramienta terapéutica para mejorar las habilidades sociales, por LeGoff (en inglés).

TDAH: Actividad para entrenar la Inteligencia Emocional, encontrado en Fundación CADAH

TDAH e inteligencia emocional: el papel de la familia, encontrado en Fundación CADAH

Uno de problemas por los que más a menudo se busca ayuda psicológica hoy en día son los procesos de ansiedad y estrés, y en concreto los producidos por la situación laboral o un ambiente de trabajo excesivamente exigente. Hablaríamos en este caso del Síndrome del Burnout o del trabajador quemado, el cual describe un cuadro de estrés cuyo origen es el trabajo del individuo y que le lleva al agotamiento físico, emocional y/o mental, pudiendo tener esto consecuencias en su salud y su autoestima, introduciéndose estos síntomas poco a poco en la vida del trabajador, de manera que a veces se da cuenta de lo que sucede cuando el Burnout ya domina su vida. A la larga, perderá las ganas de trabajar aunque antes disfrutase de su oficio, pudiendo verse abrumado por la responsabilidad y desarrollando incluso síntomas depresivos.

Descrito por primera vez a finales de los años sesenta para definir los efectos sufridos por algunos agentes de policía de la época, se trata de un conjunto de síntomas consistente en «cansancio emocional, despersonalización y limitación en cuanto a su realización personal, todo ello producto de su actividad laboral». Hoy desgranamos este síndrome y dejamos claro todo lo que hay que saber acerca de él.

¿Qué es?

Se trata de una respuesta extrema al estrés sufrido, un estrés que se mantiene en el tiempo de forma excesiva, llevando al límite a la persona. Este estrés tiene su origen en el contexto laboral y afecta al individuo pudiendo llegar a tener graves consecuencias para el mismo. Las diversas organizaciones y empresas tienen cada vez más en cuenta este síndrome, pues el trabajador que lo sufre afectará a su vez al funcionamiento del grupo, por lo que conviene prevenirlo.

¿Quiénes lo sufren?

No todas las personas tienen las mismas probabilidades de sufrir el Burnout. A continuación enumeramos algunas de las características del puesto y del propio trabajador que pueden hacer que este lo acabe padeciendo:

  • Le da excesiva importancia al trabajo, no existe equilibrio entre la vida laboral y la personal.
  • Tiende a asumir más responsabilidad de la que puede o de la que le correspondería a su puesto.
  • Trabaja de cara al público.
  • Tiene poco control sobre su trabajo, o en todo caso tiene la sensación de que esto es así.
  • Dicho trabajo consiste en tareas monótonas, sin emoción.

Para que alguien sufra de Burnout no necesariamente debe presentar todas estas características, pero sí es cierto que a mayor cantidad de ellas, más probabilidades tendrá de padecerlo.

¿Qué síntomas lo constituyen?

Así pues, es posible que alguno de los lectores haya llegado hasta aquí sospechando que él o ella mismo/a esté padeciendo este síndrome. Si tiene dicha sospecha, debería plantearse una serie de cuestiones para poder salir de dudas.

En primer lugar deberá analizar si cada vez le cuesta más trabajar, o bien si ha llegado a un punto en que le resulta casi imposible desarrollar sus tareas. Si tiene que realizar un gran esfuerzo para ir al lugar de trabajo y/o si una vez allí tiene series dificultades para empezar, y si esto no le ocurre de vez en cuando sino que cada vez es más frecuente o ha llegado a un punto en que tiene estas sensaciones cada día, estaríamos ante un síntoma que puede indicar la existencia de Burnout.

No obstante, quizás siga yendo al trabajo sin demasiado esfuerzo pero cuando se encuentra en él se torna irritable, irascible o impaciente, ya sea con sus compañeros de trabajo o con los propios clientes si los hay. También es posible que este estado de ánimo se extienda posteriormente al resto de aspectos de su vida, como al entorno familiar.

Esto se relaciona normalmente con una sensación de insatisfacción respecto a los logros laborales, de modo que completar un encargo ya no le satisface, simplemente le parece un paso más en un camino interminable que no le lleva a ninguna parte. Ello además puede agriar su carácter, volviéndolo progresivamente más cínico y crítico tanto consigo mismo como con quienes le rodean, sobre todo en el contexto laboral.

Por todo ello es normal sentirse en general desilusionado con el trabajo desempeñado, y además es posible que esa insatisfacción se acabe extendiendo a otras facetas vitales, pudiendo llegar a convertirse en un proceso depresivo. Otros síntomas derivados relacionados son los cambios de apetito, la alteración de los hábitos de sueño, migrañas y otros dolores, así como el consumo de alcohol o drogas a modo de vía de escape ante el estrés o la ansiedad.

Resumiendo todo lo anterior, podemos englobar todos los síntomas en tres apartados, el agotamiento emocional, despersonalización y la falta de realización personal. El agotamiento se produce por las exigencias diarias que ha de superar el trabajador y que poco a poco debilitan su resistencia física, mental y emocional. La despersonalización se refiere en este caso a la presencia de actitudes negativas frente a quienes nos rodean, como la irascibilidad, la negatividad, la apatía o incluso la falta de empatía, que nos lleva a tratarlos de forma distante o agresiva. Por último, la falta de realización engloba la frustración ante la aparente inexistencia de expectativas de mejora y la disminución de la autoestima del trabajador al sentir que el trabajo está por debajo de sus posibilidades o bien que no es significativo, entre otras cosas.

Cuantos más síntomas de los relatados presente alguien, más probable es que esté sufriendo de Burnout, por lo que debería de buscar ayuda profesional para superar dicha situación. Un médico sería el encargado de descartar otros posibles orígenes de algunos de estos síntomas, como alteraciones hormonales, mientras que un profesional en salud mental debería encargarse de ayudarle con el tratamiento.

¿Cuáles son sus efectos a largo plazo?

Una vez ha empezado a instaurarse el síndrome, si no es tratado suele tender a provocar síntomas cada vez más graves, además de trastornos derivados. Si bien no son las únicas, las consecuencias más prominentes son los procesos depresivos y de ansiedad, el aumento del estrés hasta niveles insostenibles, adicciones y abusos de sustancias, insomnio y trastornos alimenticios, así como alteraciones fisiológicas tales como la fatiga continua, enfermedades gastrointestinales, cardiovasculares e infartos, colesterol, diabetes, úlceras, dolores y en mujeres problemas en su ciclo menstrual.

A todo lo anterior habría que añadir el deterioro que la persona sufrirá en sus relaciones personales y familiares, pues la irritabilidad, ánimo deprimido, ansiedad y demás síntomas que afecten a su forma de ser y comportarse, difícilmente se vayan a quedar aislados en el entorno laboral, por lo que otros aspectos de su vida se van a ver eventualmente afectados y perjudicados.

¿Cuales son sus causas?

Hasta ahora hemos ido comentando someramente los diversos aspectos del trabajo y del trabajador que pueden hacer más proclive a este a sufrir de Burnout, pero merece la pena dedicar un apartado a profundizar en ello. El agotamiento y frustración que lo componen pueden ser originados en realidad por diversos factores, pero cuantos más de ellos se den, mayor estrés y por tanto más probabilidades de que aparezca el síndrome. Así mismo, cuanto menos recursos posea el trabajador para resistir dicho estrés, más fácilmente se verá afectado y sobrepasado por este.

Encontramos por tanto que dichos factores pueden ser tanto personales como organizacionales, es decir, características de la persona y del propio puesto de trabajo o del ambiente laboral. En primer lugar encontraríamos la sensación de falta de control, o lo que es lo mismo la percepción, justificada o no, de que el propio trabajador no puede decidir respecto al trabajo que realiza. Por ejemplo, no elige sus objetivos, ni su horario, ni la carga de trabajo, pudiendo esta última ser mucho mayor a lo que pueda manejar, o incluso mucho menor lo que le creará la sensación de no estar aprovechando su potencial.

Es posible que lo anterior se derive realmente de unas expectativas difusas o poco claras respecto a la labor desempeñada o al contexto de la misma. Sucede muchas veces que los trabajadores no son conscientes de las características de su puesto hasta que llevan un tiempo en él. En relación con lo anterior, es posible que no sepa exactamente que se espera de él ante cada situación y esto le genere tensión, preocupación, miedos, y en suma un estrés desmesurado.

Por otra parte, quizás el trabajador conoce perfectamente las características de su puesto, pero considera que este va en contra de sus propios intereses, o bien no se ajusta a las habilidades que posee, lo que le genera incomodidad al desarrollarlo. Además, esto no sería la única característica del trabajo que puede devenir en un desajuste importante, pues si la actividad desarrollada es especialmente monótona, necesitará un esfuerzo adicional para mantener su atención, fatigándose progresivamente y contribuyendo a su agotamiento. Lo mismo sucede si la tarea es muy compleja, por lo que tendría que estar pendiente de demasiados focos, o también si esta es inestable hasta el punto de que nunca sabe que será lo siguiente que deberá hacer, pues en ambos casos también se necesita un mayor esfuerzo atencional.

Otra opción es que la dinámica de trabajo sea verdaderamente disfuncional, por ejemplo si uno o varios compañeros se muestran hostiles con el trabajador por cualquier motivo, menospreciándolo, marginándolo o cargándolo con tareas y responsabilidades que no le corresponden. Dicho trato abusivo también puede ser recibido por parte de un superior, con el agravante que esto supondría. Lógicamente, esto puede estar estrechamente relacionado con el fenómeno del mobbing o acaso laboral, aunque existen claras diferencias entre este y el burnout.

Referente al contexto laboral, encontramos finalmente que si existen diferencias radicales entre los valores organizacionales y los del propio empleado, la falta de coherencia entre las mismos genera un desajuste emocional que a la larga puede contribuir al síndrome.

Otro posible causa añadida sería la existencia de carencias en cuanto a los apoyos sociales, lo que genera la sensación de estar aislado en el trabajo, no integrado con el resto. Esta sensación se puede extender a otros ámbitos de la vida del trabajador, generándole cada vez más estrés. Además, puede ser que el propio trabajo y las exigencias que este impone en cuanto al tiempo y esfuerzo que requiere pueden agravar estos desequilibrios entre el trabajo y la vida más allá de él, por lo que el desencanto con la vida laboral crecerá todavía más, acrecentando el efecto del resto de factores.

¿Qué hacer para superarlo?

El tratamiento del Burnout deberá ser distinto para cada individuo, pues su forma de ser, su contexto, los factores concretos que entren en juego debido a las características del trabajo, e incluso la cultura a la que pertenece el sujeto, otorgan al caso unas características particulares que deben ser siempre tenidas en cuenta. Aún así, hay unos consejos generales que pueden ayudar a superar el problema:

  • Evaluar la situación y las opciones reales: En primer lugar, el burnout se resume en que tenemos un problema con nuestro trabajo. Por tanto, lo primero será analizar dicho problema y pensar en si existe una solución al respecto, o si se trata de un problema pasajero. Si existe un modo de solventarlo, lógicamente deberemos enfocar nuestros esfuerzos en dicha dirección.
  • Lo siguiente es intentar reajustar nuestra actitud, pues si nuestro carácter ha ido agriándose hasta volvernos ariscos, hostiles o cínicos, estaremos aumentando la negatividad de la situación, cuando lo que necesitamos es precisamente volver a restablecer un buen ambiente, tanto en el trabajo como en el resto de ámbitos afectados. La idea es establecer relaciones positivas que sustituyan a las deficientes.
  • En relación con lo anterior, es especialmente importante buscar apoyo en quienes nos rodean, ya sean los propios compañeros de trabajo, como amigos y familiares. Se trata de guardarse los problemas para uno mismo, sino explicarlos a quienes sabemos que nos comprenderán y pueden darnos ese apoyo. Por el contrario, si nos aislamos, nuestro estrés no dejará de crecer y el agotamiento mental y emocional será inevitable. Si además trabajamos en una empresa que dispone de asistencia psicológica para los empleados, puede ser otra fuente de apoyo importante.
  • Como vemos, estamos tratando de eliminar aquellos factores que causan el estrés. No obstante, algunos de estos factores no pueden ser eliminados sin más, pues son intrínsecos al puesto de trabajo desempeñado y aunque idealmente uno podría dejar un trabajo para buscar otro que se adapte más a su forma de ser, esto no va a ser siempre posible. Por tanto, aquellas aspectos del puesto que añadan estrés y agotamiento deben ser administrados, gestionados, para que estos afecten lo mínimo y necesario al trabajador. Lo primero será identificarlos uno por uno, para posteriormente afrontarlos por separado, buscando formas de contener el efecto que causan.
  • Ademas de evitar los factores negativos, conviene aumentar los estímulos positivos. Ocurre con frecuencia que el trabajo exigente absorbe al trabajador hasta el punto de negarle el tiempo y las ganas de continuar con las actividades que normalmente disfruta. Para atenuar los síntomas y eventualmente hacer que remitan, es vital devolver la satisfacción al afectado. Por ello es importante buscar tiempo para hacer lo que nos gusta y estar con la gente que queremos.
  • Por último, un pequeño consejo. Es un hecho que el estrés, la ansiedad y el ánimo deprimido afectan no solo a nuestra mentalidad, sino también a nuestro organismo. Este vínculo fisiológico puede ser usado también para enfrentar el burnout, ya que si nos obligamos a movernos, a hacer ejercicio, estaremos sin darnos cuenta enfrentando esos síntomas y allanando el camino para superarlos. Y es que la actividad física, sin necesidad de ser intensa pero sí regular, puede ser perfecta para dejar el trabajo aparcado y no pensar en él por un rato, liberando además el estrés acumulado.

Si considera usted que puede estar empezando a sufrir consecuencias negativas por el trabajo que desempeña, considere seguir estos consejos. No obstante, si cree que su problema posee tal intensidad o ha estado presente durante tanto tiempo que no puede superarlo de forma tan sencilla, recomendamos buscar la ayuda de un especialista cualificado.

 

Referencias:

Desgaste profesional (burnout), personalidad y salud percibida, por Moreno-Jiménez, González y Garrosa.

Comprendiendo el burnout, por Maslach.

Burnout (Síndrome del trabajador quemado): cómo detectarlo y tomar medidas, por García-Allen

Job burnout, por Maslach, Schaufeli y Leiter.

El síndrome de quemarse por el trabajo (burnout): Grupos profesionales de riesgo, de Gil-Monte y Moreno-Jiménez.