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En general, cuando imaginamos un embarazo nos viene a la mente una imagen de alegría, un momento de felicidad y gozo en la vida de la futura madre, de su familia e incluso de sus amistades. Sin embargo, la realidad es que es un proceso complejo, no habiendo dos embarazos que sean iguales y en todo caso nunca están exentos de dificultades de diversa índole, las cuales con suerte no tendrán gravedad alguna pero que nunca se puede descartar que sí la tengan. Por supuesto, aquí nos centraremos en los efectos que esta situación puede tener en la psicología de la mujer embarazada y en especial en aquellos casos en los que por un motivo u otro esta sufre de un proceso de tipo depresivo.

La depresión en el embarazo: Etiología.

La mujer embarazada verá su fisiología alterada durante el embarazo, por lo que conforme pasen las semanas y al tiempo que su futuro hijo o hija va desarrollándose, su propio cuerpo deberá cambiar no solo para dejarle espacio, sino también para adaptar dicho lugar y que este tenga todas las condiciones idóneas para que dicho desarrollo sea correcto. Esto incluye multitud de variables, como destinar recursos como proteínas, sangre, oxígeno y hormonas varias hacia un punto del cuerpo donde normalmente no serían necesarias ¡y además en cantidades muy distintas a lo que sería habitual!

Pero la extrema complejidad de este proceso tiene efectos secundarios inevitables, aunque estos son distintos en cada mujer embarazada porque cada cuerpo interactúa de un modo un poco distinto con dichas variables: mareos, dolores, sofocos, cansancio, aumento del apetito, sangrado, hinchazón en las extremidades y un largo etc. A nivel psicológico la mujer puede llegar a verse sometida a un verdadero torrente emocional, otro efecto secundario de todos estos cambios de los que estamos hablando. Así pues, puede verse embargada de alegría y felicidad, pero también es normal que tenga momentos de apatía, confusión, miedo y estrés, sobre todo si percibe que algún elemento del embarazo no se está dando como debiera. Si estas sensaciones llegan a su límite puede llegar a generar incluso una depresión.

Cabe recordar que no todas las personas deprimidas padecen una depresión, clínicamente hablando, ni todos los procesos depresivos clínicamente significativos son igual de graves, pero el caso es que se calcula que más de un 20% de mujeres embarazadas padecerá síntomas de este tipo durante su embarazo. Este dato puede resultar alarmante, pero ya que en realidad se calcula que un cuarto de las mujeres sufrirá de este trastorno del ánimo a lo largo de su vida, no es para nada sorprendente que esto sea algo también común durante el embarazo, que como ya hemos dicho se trata de uno de los momentos más complejos que enfrentará jamás. Sin embargo, hay que tener claro que cuando este trastorno hace acto de presencia durante un embarazo sucede igual que cuando lo hace en un contexto distinto: es tratable y lo más probable es que la persona logre superar los síntomas que compongan su cuadro clínico.

Lo primero es tener claro que como cualquier otra depresión, las que se dan durante el embarazo son una reacción que puede tener o no un causa externa clara. Así pues, es más probable que se dé cuando existe algún elemento perturbador, como que el feto no se esté desarrollando correctamente, que la gestación no haya sido deseada o que el ambiente familiar esté cargado de tensión, entre otras posibilidades. Además, como ya hemos dicho, la depresión no deja de tener un componente biológico en el cual hay que tener muy en cuenta en este caso el cóctel hormonal al que se ve sometida la futura madre, pues dichas hormonas, aunque puedan estar destinada a ayudar al feto en su desarrollo, afectan también al funcionamiento habitual del cerebro. Y claro, si combinamos este hecho con una vulnerabilidad biológica de base y/o con alguna o varias de las situaciones difíciles ya mencionadas, la aparición de una depresión no es de extrañar.

Algunos de los elementos (factores de depresión) que pueden propiciar la aparición de dicho trastorno en estos casos serían:

  • Historial familiar de depresión u otros trastornos del ánimo.
  • Historial personal de depresión u otros trastornos del ánimo.
  • Haberse sometido a algún tratamiento de fertilidad, sobre todo si este se ha prolongado en el tiempo: Esto es así pues a mayor esfuerzo invertido en este proyecto de vida, más probable es que la mujer perciba que necesita que la gestión salga bien, además de haber podido llegar a este punto habiendo acumulado ya varios eventos traumáticos relacionados con este hecho.
  • Haber sufrido abortos previamente: Por motivos similares al anterior punto, aumentando por ello la vulnerabilidad de la persona.
  • Problemas y complicaciones durante la gestación.
  • Relación de pareja o familiar problemática.
  • Gestación no deseada.
  • Otros eventos vitales estresantes: Problemas económicos, separaciones, ambiente inestable, etc.
  • Haber sido en el pasado víctimas de abusos o haber padecido traumas relacionados o no con un embarazo.

Síntomas.

Deberíamos plantearnos si la persona ha entrado en un episodio depresivo si lleva al menos un par de semanas sintiendo varios de estos síntomas, con una intensidad tal que ha alterado su normal funcionamiento más allá de lo esperable debido a las restricciones físicas que imponga su propia situación como gestante. A mayor número e intensidad de ellos, más probable es que estemos ante una depresión y además más grave será esta.

  • Estado de ánimo deprimido la mayor parte del día: Este es uno de los síntomas principales y por estará presente en la mayoría de los casos, consistiendo en una tristeza persistente, una desesperanza de tal intensidad que impide a la persona vivir su vida con normalidad.
  • Anhedonia: Pérdida de interés o del placer al realizar aquellas actividades que antes sí disfrutaba. Se trata del segundo síntoma principal, debiendo estar presente o bien este o el anterior para considerar el cuadro como de depresión.
  • Dificultades de concentración.
  • Alteración del ciclo de sueño previo: Ya sea durmiendo en exceso o apareciendo insomnio, ya sea este de conciliación o por despertares que interrumpen el sueño impidiendo el descanso.
  • Ideación de muerte: Pudiendo consistir estos pensamientos en ideas suicidas, de hacerse daño o incluso de hacer daño a los demás.
  • Ansiedad: Nerviosismo, hipervigilancia, agitación continuada, etc.
  • Sentirme culpable o inútil sin estar estas ideas justificadas: Por ejemplo, si la mujer se siente mal por no poder hacer todo lo que hacía previamente al embarazo a pesar de que nadie la esté criticando por ello.
  • Alteración de los hábitos alimentarios: Pudiendo comer más que antes o menos, llegando en ambos casos a modificar sustancialmente el peso de la persona, su dieta, los momentos o situaciones en que come, etc.

Consecuencias de la depresión durante el embarazo.

Como ya hemos comentado antes, la depresión es un trastorno tratable y que si es abordado convenientemente puede superarse de modo satisfactorio, siendo entonces sus consecuencias mínimas. En cambio una depresión no tratada tiene como efectos más notables y directos la alteración conductual en la persona a causa de la desaparición de la motivación general y en concreto aquella que se refiere al autocuidado. Una embarazada que no se siente con fuerza para nada, que se siente desesperanzada y que no le ve sentido a nada será probable que se alimente peor, que apenas se mueva e incluso que inicie, mantenga o aumente la ingesta de alcohol, tabaco u otros tóxicos. De hecho, en casos extremos podría llegar a darse en ella un comportamiento suicida.

Todo ello, lógicamente, afectará no solamente a su salud sino también a la del feto y posteriormente bebé, causando abortos, nacimientos prematuros, desarrollo lento o alterado, bajo peso al nacer, etc. Se ha observado incluso que estos recién nacidos muestran con frecuencia un comportamiento alterado, pudiendo mostrarse más inatentos y agitados o bien menos activos. Por suerte, si el trastorno se trata a tiempo y correctamente, es poco probable que aparezcan estos problemas.

Tratamiento.

Si detecta que usted o una mujer embarazada que conozca pudiera estar padeciendo de depresión, es importante actuar rápido. Incluso en caso de duda será preferible consultar a un profesional debido a lo importante que es la actuación preventiva en estos casos, siendo una actuación preventiva a tiempo muy efectiva para evitar que el problema se agrave y sea luego más difícil de tratar.

Ante una depresión, el tratamiento de elección suele ser una combinación de fármacos específicos y psicoterapia. No obstante, puesto que la mujer embarazada debe cuidar de no alterar si puede su organismo con fármacos que puedan afectar el normal desarrollo del feto al pasar a este a través de la placenta, este parte del tratamiento debería ser consultada con el/la ginecólogo/a. En todo caso, se considera que ciertos enfoque psicoterapéuticos son operativos por sí mismos, logrando obtener una alta tasa de éxito si se aplican correctamente.

Por supuesto, existen además una serie de estrategias generales que pueden ayudar a paliar los efectos más generales de una depresión leve, además de prevenir que estas se recrudezcan y se tornen en una versión más grave del trasfondo. Estas son:

  • Realiza ejercicio moderado de forma habitual: Siempre adaptándolo al estado físico de la embarazada y siendo en todo caso ligero, siendo el objetivo que su cuerpo genere la cantidad suficiente de ciertas sustancias (Ej: serotonina) para generarle sensación de bienestar.
  • Alimentarse bien: La dieta que siga es especialmente importante en esta situación, pues en el embarazo además es habitual tener más hambre de lo habitual o sufrir antojos. Se recomienda siempre seguir un régimen sano y variable, con preferencia en este caso por las ingestas de menor cuantía pero más frecuentes, evitando la cafeína, la ingesta excesiva de azúcares, los carbohidratos procesados, los aditivos, etc. En cambio, el pescado azul, rico en Omega 3, favorece tanto al desarrollo del bebé como puede proteger del ánimo depresivo. En cualquier caso, si duda ante cierto alimento consulte a su ginecólogo/a o matrona.
  • Descansar lo suficiente: Dormir menos de lo necesario afecta notablemente no solo al cuerpo sino también a la mente, produciendo desánimo y malhumor, así como eventualmente los síntomas ya comentados que componen la depresión, por lo que es necesario tener un horario de sueño lo más regular posible. Si lo necesita, establezca un horario a tal efecto, estipulando a qué hora debería acostarse y despertarse cada día/noche e intentando seguirlo siempre que pueda.
  • Contar lo que nos sucede y buscar apoyo: Intentar enfrentar una depresión en solitario es muy, muy difícil, por lo que es recomendable siempre contar lo que no está sucediendo y cómo nos sentimos a aquellas personas en quienes confiamos. No solo nos podrán aconsejar sino que su comprensión puede ser fundamental en el camino a la recuperación.
Por supuesto, no hay que olvidar los casos en que la madre empieza a sufrir la depresión tras haber dado a luz, situación similar a la aquí comentada pero que merece que la abordemos en detalle en su propia entrada más adelante.

Bibliografía:

9 meses desde dentro: Una guía diferente del embarazo para descubrir lo que siente tu hijo desde las primeras semanas de vida, de Carme Escales Jiménez y Eduard Gratacós Solsona.

Fertilidad y salud mental.

Hace poco empecé a ver la miniserie de Netflix llamada Behind her eyes. Sin ser mi intención comentar acerca de su calidad o si me gustó más o menos, la saco a colación porque el diálogo de una de las escenas me hizo pensar en un tema que suele causar mucha confusión: ¿Qué diferencia a los terrores nocturnos de las pesadillas? ¿No son lo mismo? ¿Son unos más preocupantes que las otras?

El diálogo en cuestión ocurre en el segundo episodio y es el que sigue:
«Adele: ¿Lo has hablado con un médico?
Louise: De pequeña… Pero dijo que se pasarían con la edad. Al final me acabé acostumbrando. Aunque mis novios no, y cuando intentaban despertarme, les pegaba y me echaba a llorar. Corta bastante el rollo. El médico decía que si los recordaba, no eran terrores nocturnos, así que seguí con mi vida. ¿No queda otra, no?
A: Se equivocaba.
L: ¿Qué?
A: Recordar terrores nocturnos. Es poco común, pero sí pasa.»

Y bien, ¿Cuánto hay de verdad y cuánto de ficción en esta conversación? Efectivamente, los terrores nocturnos son algo distinto a las pesadillas, pero recordar o no la experiencia no es lo único que los distingue. Los terrores, entre otras cosas, pueden llegar a causar más problemas a la persona que los sufre ya que el afectado puede reaccionar con cierta violencia si se le intenta despertar, creándole esto gran confusión y desconcierto. En todo caso, el médico que atendió a Louise no debía haber actualizado sus estudios porque en esto Adele lleva razón: recordar lo que soñamos durante un terror nocturno no es lo habitual, pero sí puede suceder. Además, las pesadillas (igual que el resto de sueños) pueden o no recordarse dependiendo de múltiples factores, por lo que recordar o no la experiencia no sería una característica que nos vaya a ayudar siempre a distinguir unas de otras.


En todo caso, ambos fenómenos son relativamente inofensivos y comunes, sobre todo en niños y niñas, siendo más infrecuentes en adultos. Sin ir más lejos, la inmensa mayoría de los padres y madres serían capaces de recordar alguna ocasión en que tuvieran que ir a consolar a su hijo/a cuando este se despertó aterrado en mitad de la noche. Ante este tipo de sucesos, no es extraño que digan que sufren de pesadillas o de terrores nocturnos, usando ambos términos de forma indistinta, pero como ya he comentado ambos términos se refieren a fenómenos distintos.

Una forma sencilla de distinguirlos es la propia intensidad del suceso. Si logramos tranquilizar a la persona con relativa facilidad probablemente se tratara de una pesadilla, mientras que si costó mucho consolarlo y hacerle entender que lo experimentado había sido un sueño, es más probable que estuviéramos ante un terror nocturno.

Por así decirlo, el terror nocturno es muy similar a la pesadilla, pero genera un miedo más potente, más intenso, percibiéndose como una experiencia más real. Además sus efectos son más vistosos y espectaculares para un observador. Es por esto que pueden llegar a asustar bastante a los padres de los niños que lo sufren, así como a los convivientes de los adultos que también puedan padecerlos. Sin embargo, más allá del susto que nos podemos llevar, hay que clarificar que por norma general no son indicativo de ningún problema médico, ni deberían preocuparnos demasiado.

En todo caso, ambos fenómenos pertenecen a la categoría de trastornos que conocemos como parasomnias, que serían los trastornos del sueño que no lo modifican por cantidad, sino que lo hacen alterando su normal funcionamiento. Otras parasomnias serían el sonambulismo, el bruxismo nocturno y la enuresis nocturna, por ejemplo, todas ellas alteraciones asociadas a conductas anormales durante el sueño.

¿Por qué suceden?

Como vemos, ambos fenómenos son distintos y esto es así porque sus naturalezas y origen son igualmente diferentes. Para entender sus diferencias cabe hablar primero, de forma resumida, sobre cómo funciona el sueño humano. A lo largo de una noche, pasamos por diversos ciclos de sueño, dividiéndose cada uno en diferentes fases. Cada una se asocia a un tipo y nivel de actividad cerebral distinto, produciendo en nosotros efectos también diferentes. La primera división que realizamos es entre las fases NMOR o NREM (fases sin movimientos rápidos oculares o non-rapid eye movement en inglés) y la fase MOR o REM (Fase de movimientos rápidos oculares o de rapid eye movement, en inglés). Estos acrónimos se refieren a los movimientos que hacemos con los ojos durante la fase REM, que serían perfectamente visibles a través de los párpados para un observador, y que son por completo normales. Estos movimientos, simplificando mucho el asunto, se dan por ser esta la fase en que el cerebro está más activo, «más despierto», por así decirlo. Es por eso mismo que es en la fase MOR cuando ocurren la mayor parte de nuestros sueños, incluidas las pesadillas.

La segunda división corresponde a las fases NMOR, ya que de estas no hay una sino cuatro distintas, durante las cuales nuestra mente debería permanecer mucho más inactiva. Para que nos hagamos una idea, si nos despertamos en estas fases lo hacemos mucho más desorientados y nos puede costar recordar dónde estamos y qué estábamos haciendo. Es en estas fases cuando ocurren los terrores nocturnos, los cuales si nos ponemos quisquillosos no serían técnicamente sueños, sino reacciones de miedo intenso que se dan en la transición entre fases y, sobre todo, al pasar de la cuarta fase NREM a la fase REM, es decir, de la fase de sueño más profundo a la de sueño más ligero (y aquella donde suelen darse los sueños). Si todo marcha bien, la transición se dará con suavidad, pero si por cualquier motivo el sujeto la realiza en estado de agitación o miedo, se producirá el terror nocturno.

Los movimientos oculares rápidos ocurren únicamente en la fase REM o MOR, a la cual dan nombre, y son completamente normales.

Las diferentes características de las fases causan que las pesadillas se den más bien entrada la noche o incluso ya llegando la madrugada, despertándose el sujeto asustado por la pesadilla, mientras que los terrores serían más frecuentes cuando lleva solo dos o tres horas durmiendo, no soliendo despertarse solo y si lo hace lo hace muy confuso, desorientado y presa de un intenso miedo que le impide distinguir el sueño de la realidad.

Características

Además de lo ya dicho, durante los terrores el sujeto puede realizar conductas que no se dan durante un sueño normal, siquiera durante las pesadillas, como ponerse en pie, sentarse en la cama, llorar o empezar a gritar expresando el intenso miedo que está sufriendo. Como ante cualquier otra reacción de miedo, su tasa cardíaca y ritmo respiratorio pueden aumentar, así como podrían experimentar sudoración, mover sus extremidades para defenderse de un peligro inexistente o incluso tener los ojos abiertos (aunque en realidad sigan durmiendo). No en vano es un fenómeno íntimamente relacionado con el sonambulismo.

Estos episodios, además, se pueden presentar de forma aislada bien de forma reiterada, con varios episodios antes de que el trastorno desaparezca por completo. En cualquier caso, la tendencia es a que desaparezcan espontáneamente con el paso del tiempo, al ir madurando el sistema nervioso central del sujeto con la edad, por lo que de cara a nuestros hijos lo mejor es restarles importancia, para que al menos no se preocupen en exceso por el suceso y que entiendan que, al fin y al cabo, no se trata más que de sueños, aunque los vivan de forma especialmente vívida.
Y al respecto de lo otro que explica el personaje de Adele en la serie, sería cierto: A diferencia de las pesadillas, que se pueden recordar con relativa facilidad, al día siguiente suele ser complicado recordar los terrores nocturnos, ya que el sujeto estaba profundamente dormido cuando los vivió, así que le resulta muy complicado rescatar alguna imagen mental de su memoria. No obstante, si fue despertado o si el miedo fue tan intenso que despertó él solo, fragmentos del terror nocturno pueden llegar a fijarse en la memoria del sujeto, pudiendo ser recordados después, normalmente como escenas borrosas.

La causa

Cabe preguntarse, si en las fases NMOR nuestro sistema nervioso central o SNC se supone inactivo, ¿Cómo es que se producen estas ensoñaciones? De hecho, la propia pregunta ya da una pista de la respuesta, y es que los terrores nocturnos están provocados por una hiperactivación anómala del sistema nervioso central mientras dormimos. Esto puede ocurrir por muchas causas, la mayoría no patológicas y siendo la más probable la propia inmadurez del SNC, lo que explicaría que estos fenómenos aparezcan más en los infantes. Además, parece existir un fuerte componente genético, pues la mayoría (hasta un 80% según algunos estudios) de los niños y niñas que sufren de terrores nocturnos tendrían algún pariente que también los experimentó en algún momento, o bien que sufrió sonambulismo (el cuál, como ya se ha dicho, es una condición relacionada que se da en las mismas fases y bajo condiciones semejantes). Otras condiciones que podrían inducir la aparición de los terrores serían:
·Cansancio extremo.
·Enfermedades que afecten al SNC.
·Sufrir de estrés.
·Consumo de medicamentos un otras sustancias que alteren el normal funcionamiento del SNC.
·Dormir en un entorno distinto al habitual.
·En general, situaciones que propicien que el sueño sea más ligero de lo normal.

Como vemos, los terrores, si bien no son por sí mismos patológicos, sí son causados por estados de alteración, mientras que las pesadillas serían simplemente sueños con un componente negativo. Es por esto que la mayoría hemos tenido más de una vez pesadillas, pero sin embargo menos del 6% de niños ha padecido terrores nocturnos. En cualquier caso, estos se dan sobre todo entre los cuatro y los doce años de edad, disminuyendo su frecuencia conforme aumenta la edad.

«El sueño de la razón produce monstruos», por Francisco de Goya.

Cómo actuar ante un terror nocturno

Por todo lo dicho, estos eventos pueden causarnos alarma cuando no estamos acostumbrados a ellos. Los padres y madres suelen sentirse impotentes cuando suceden, ya que hay realmente poco que podamos hacer, y el sujeto afectado es de hecho resistente a ser despertado, aunque pueda parecer físicamente muy activo (gritos, movimientos, etc.) por lo que resulta una escena escalofriante de contemplar. En todo caso, lo mejor que podemos hacer ante los terrores nocturnos es sencillamente esperar a que pasen, vigilando a quien lo sufre para evitar que se haga daño. Lo más habitual es que pasados unos minutos (entre uno y diez) se calmen y prosigan su sueño como si tal cosa, sin recordar nada al día siguiente. Por tanto, lo más habitual en estos casos es que lo pasen peor quienes conviven con el sujeto, que él mismo.

Aún así, muchos se preguntarán si no podemos despertar a la persona para terminar antes con el episodio. La respuesta en general sería negativa, pues suele ser muy difícil despertarlos y, incluso si lo logramos, lo único que lograremos será que el pánico permanezca cuando despierte, por lo que lo hará desorientado, confundido y aterrorizado, costándole tranquilizarse y retomar el sueño. Forzar el despertar es, pues, la peor de las opciones. No nos aporta en general ninguna ventaja, pero sí bastantes perjuicios.

Otra pregunta usual es cuál es el tratamiento de este trastorno. La respuesta es, quizás, decepcionante, ya que la cruda realidad es que no existe ninguno que sea realmente efectivo, más allá de reducir las condiciones que contribuyen a su aparición y que ya se han comentado previamente. Por ello, deberíamos buscar reducir el estrés en el día a día del niño, establecer una rutina previa al sueño que favorezca la relajación (evitando actividades o alimentos que produzcan el efecto contrario), intentar evitar que se agote antes de ir a dormir y dejar que descanse suficiente. Si es necesario, se puede realizar un estudio del sueño de la persona afectada para luego aconsejarle ajustes en su rutina que le puedan ayudar a mejorar la calidad del mismo.

Si los terrores son muy frecuentes y se mantienen en el tiempo, sería necesaria una evaluación exhaustiva para determinar si existe alguna alteración neurológica que los estuviera causando de forma secundaria. También, si cuando estos suceden manifiesta un comportamiento agresivo o difícil de controlar (por lo que se pone a sí mismo/a o a quienes le rodean en peligro) o bien si le afectan notoriamente causándole cansancio o somnolencia, podría llegar a ser necesario intervenir para mitigar su aparición. Si tras evaluar la situación el especialista lo considera pertinente, podría implementarse un tratamiento basado en la técnica de los despertares programados, si bien esta se reserva para casos concretos en que se juzga que puede ser útil para reducir la aparición de los terrores nocturnos.

 

Fuentes:

Terrores nocturnos, del Rady Children’s, Hospital de San Diego.

Las pesadillas, por E. Pearl.

Terrores nocturnos, por E. Pearl.

Miedos del sueño (terrores nocturnos), de la Clínica Mayo.

Pesadillas y terrores nocturnos: diferencias y similitudes, por Natala Montoya Nasser.

 

Tanto en psicología clínica como en el ámbito jurídico, el trastorno facticio y la simulación son dos condiciones muy significativas y a tener en cuenta. Ambas se caracterizan por la presencia de síntomas fingidos o producidos de forma intencional (físicos o psicológicos). La diferencia principal entre ambos es que en caso del facticio no existen incentivos externos claros, fingiéndose los síntomas por el mero hecho de querer asumir el papel de enfermo. En la simulación, por su parte, el sujeto obtiene un beneficio directo, como pudiera ser una compensación económica.

Los síntomas, en ambos casos, pueden ser inventados, falsificados, autoinfligidos o ser una exageración de una condición previa real. Quejas habituales son: ánimo deprimido, ideación suicida, problemas de memoria, alucinaciones, síntomas disociativos, dolores, naúseas y vómitos, mareos, pérdidas de conciencia, fiebre y hemorragias. Muchas veces los síntomas de carácter físicos son secundarios al consumo de fármacos o sustancias, que son tomados precisamente para causarlos.

Trastorno facticio

También se le denomina «Producción intencionada o fingimiento de síntomas o incapacidades somáticas o psicológicas», e incluye  el llamado «Síndrome de Münchausen» y el «Paciente peregrino», que es aquel que va cambiando de especialista y consulta cada vez que detecta que se sospecha de sus síntomas, prolongando así su estatus de falso enfermo. El síndrome de Münchausen, por su parte, sería la forma más grave y crónica del trastorno facticio, caracterizada por mitomanía (mentira patológica) y de ser capaz de provocarse los síntomas físicos más graves con tal de lograr prolongar la farsa. Este termino debe su origen a Richard Asher, denominándolo así por el barón alemán Von Münchausen y las exageradas y fantásticas historias a que dio lugar.

Sabremos que nos encontramos ante un caso de trastorno facticio cuando la persona cumpla los siguientes requisitos:

  • Falsifica o finge signos o síntomas, o bien se lesiona.
  • Estos son usados para adoptar ante los demás el rol de enfermo, incapacitado o lesionado.
  • Dicho comportamiento de engaño se realiza aunque el sujeto no obtenga una recompensado clara.
  • Todo lo cual no es explicado por la presencia de otro trastorno mental.

No es raro que estos pacientes posean un conocimiento médico muy por encima de la media, así como de las rutinas del personal sanitario y del normal proceder de las distintas pruebas, ya que llega un punto en que las han vivido repetidamente y por ello las conocen bien. Además, al narrar sus síntomas tienden a hacerlo de un modo especialmente dramático y con explicaciones vagas, así como con inconsistencias si se les piden más detalles.

¿Y si se les enfrenta con pruebas de que sus síntomas son ficticios? Lo más habitual es que lo nieguen, se muestren ofendidos y se marchen, buscando eventualmente ser atendidos en otro centro. En consecuencia, son casos que lamentablemente muchas veces quedan sin tratar, quedando afectadas sus capacidades laborales y sociales.

Trastorno facticio por poderes

Dentro del trastorno facticio encontraríamos a su vez varios subtipos, como aquellos casos en que el sujeto presenta signos y síntomas psicológicos, aquellos en que estos son físicos, y aquellos en que se combinan ambos tipos. Además, encontraríamos el infame trastorno facticio por poderes (o Síndrome de Münchausen por poderes), que es el nombre que damos a aquella situación en que alguien (prototípicamente un padre, madre o ambos) provoca en otra persona (habitualmente su hijo/a) los síntomas, buscando que estos adopten el rol de enfermo (y ellos el de cuidador). Un elemento notablemente habitual en estos casos es que el mencionado cuidador se suele negar a dejar al cuidado en el hospital sin su compañía, pues los síntomas desaparecerían. No es raro que, pese a su comportamiento superficial y verbalizaciones, muestren escasa preocupación real (en tanto que saben que ellos controlan los síntomas).

Al realizar las diversas pruebas médicas, es habitual que los resultados y diagnósticos sean incongruentes con los síntomas en sí y con la información que facilitan estos mal llamados cuidadores, lo que causará confusión entre los médicos. En este caso, por cierto, el diagnóstico se aplica sobre el autor de los actos ¡no sobre la víctima, la cual recibe en todo caso el diagnóstico de víctima de abuso)!

Tratamiento

Autores como Viederman consideran que el trastorno facticio tendría su origen más probable en unas relaciones sociales anómalas durante la infancia y juventud, sobre todo con las figuras parentales y las de autoridad. Cuando la persona crece sin los cuidados apropiados, con carencias emocionales o incluso siendo víctima de abusos y/o abandono, aumentarían las probabilidades de desarrollar más adelante el trastorno. Por ello, entre estos pacientes es común encontrar que en su pasado han sufrido carencias de este tipo.

En cuanto al tratamiento del mismo, puesto que como se ha dicho suelen escabullirse en cuanto se les sugiere que sus síntomas son fingidos o provocados, en su mayoría quedan sin tratar. En cualquier caso se han planteado dos enfoques distintos.

En primer lugar, el confrontativo, que consistiría en mostrar al sujeto de forma clara las pruebas de que sus síntomas son fingidos. Si buscamos que esta confrontación sea menos punitiva, se le puede plantear que sí sufre una enfermedad, pero que esta es de carácter psicológico, explicándole entonces qué es el trastorno facticio. Buscamos con ello reconceptualizar los síntomas y mentiras, ofreciéndole al paciente la atención que demanda y un tratamiento que sí será el correspondiente a su condición real.

En segundo lugar, el no confrontativo. En este enfoque encontramos las interpretaciones inexactas, en las que se le plantea al paciente los procesos y mecanismos psicológicos del trastorno facticio sin llegar a confrontar los síntomas como falsos, sino simplemente dando cuenta de su origen mental. Por otra parte, el llamado doble cebo consiste en plantear un tratamiento psicológico contra el estrés, aludiendo a que si los síntomas no mejoran se descartarán otros trastornos y por ello se diagnosticaría el facticio.

Simulación

Al principio del texto hemos mencionado otra condición, la simulación. En este caso, el sujeto también presenta síntomas o signos físicos o psicológicos que simula o se autoinflinge, con la diferencia de que en este caso se hace buscando un beneficio directo específico, como pudiera ser una compensación económica o la evitación de ciertas obligaciones, entre otros. Por ello, la «enfermedad» desaparece una vez logrado este objetivo, normalmente de forma brusca. Además, y si bien una misma persona puede mantener una patrón de simulaciones repetidas a lo largo del tiempo, al contrario que el trastorno facticio, la simulación no implica presencia de grado alguno de psicopatología, por lo que puede darse en sujetos sanos por completo.

Aún así, se trata de comportamientos más comunes en personas con escasa autoestima y habilidades sociales, con inadaptación laboral y rasgos de personalidad dependientes y/o antisociales. Con todo ello, no es de extrañar que lo más común cuando se les acusa de fingir sus síntomas no sea simplemente marcharse, como los aquejados del trastorno facticio, sino que se enfadan y se muestran hostiles.

Para detectar estos casos hay que estar atento a elementos como:

  • Síntomas vagos, mal definidos y que no se ajustan a los que presentan las entidades diagnósticas conocidas.
  • Además, estos tienden a ser exagerados, excesivos y con un cierto cariz teatral.
  • Las lesiones suelen ser autoinflingidas, por lo que ante la sospecha será un especialistas forense quien deba analizarlas.
  • Solicita que se le receten sustancias que suelen ser usadas para su abuso.
  • El sujeto no se muestra cooperativo respecto a la repetición de pruebas o al tratamiento.
  • En las pruebas se detectan sustancias y fármacos que no fueron recetados.
  • En la historia clínica hay antecedentes de lesiones y accidentes similares.
  • Los resultados de las pruebas no explican el cuadro clínico.
  • Presenta un trastorno de personalidad antisocial.
  • Hay evidencia de que el paciente obtendrá beneficio económico o de otro tipo en caso de ser diagnosticado.
  • Hay evidencia de que el paciente evitará una situación desagradable o una responsabilidad legal en caso de ser diagnosticado.

Sin embargo, ninguno de estos elementos es necesario ni suficiente para determinar que estamos ante un caso de simulación. En suma, tanto para esta como para el trastorno facticio, el especialista deberá permanecer alerta y ser minucioso en su evaluación, sobre todo en aquellos contextos en que es más probable que se den este tipo de situaciones (como sería el entorno jurídico en el caso de la simulación).

Si has llegado a esta página, probablemente haya sido buscando un psicólogo en Xátiva o alrededores (o quizás simplemente buscando una consulta de psicología en internet). Si es así, en esta web podrás encontrar los servicios que ofrezco, cómo trabajo y cuáles son mis especialidades.

Sin embargo, puede que ya hayas acudido a otros/as terapeutas que no te funcionaron o no lograron ayudarte a superar tus problemas. Aunque esto no siempre es así, a veces ocurre porque algunos terapeutas utilizan técnicas que nunca se ha probado empíricamente que funcionen. Y e que es muy importante, por el bien del paciente y su salud, que se empleen técnicas de eficacia contrastada y no aquellas que por experiencia propia o recomendación nos parece que den resultado.

La psicología es algo más que aplicar el saber popular y aconsejar al paciente, aunque a muchos se les olvide. Así pues, podemos decir que el sustantivo “psicología” y su adjetivo “psicológico” no significan lo mismo fuera y dentro de la disciplina psicológica como ciencia. Lo mismo sucede con palabras relacionadas como “inconsciente”, “conducta”, “pensamiento” o “mental”, siendo términos que poseen significados muy específicos dentro de dicha disciplina.

Dicha confusión tiene dos efectos curiosamente contrarios, pero que se complementan dañando ambos a la imagen de psicólogos y psicólogas. Por una parte, confieren a la psicología y a todo lo relacionado con ella una imagen de falsa ciencia, de escasa coherencia como saber (aunque en realidad se define como la ciencia que busca explicar científicamente los procesos tras la conducta humana). Por otra, la confusión permite que muchas pseudoterapias y bulos semejantes se disfracen de forma más o menos convincente mediante el uso de términos y expresiones como “psico-“, “de la mente” o “cognitivo”.

Ahora bien, según su definición, psicología es solo aquello que busca explicar, predecir y modificar nuestras conductas, nuestros comportamientos (inclusive nuestros pensamientos) empleando los conocimientos y datos que hemos ido acumulando desde el inicio de la disciplina como ciencia, esto es, desde que los psicólogos emplean la metodología científica y por ello solo trabaja con elementos operativizables (objetivables, que pueden ser estudiados objetivamente).

A este respecto existe una clara diferencia entre la psicología de estar por casa y la científica y es que la primera tiende a separar “lo físico” de “lo mental”, cuando la realidad es que nuestra mente funciona siempre en relación al contexto que nos rodea, interactuando con los demás y con las circunstancias que nos toque vivir.

De forma paralela se tiende a percibir una diferencia entre aquello que es biológico y lo que es psicológico, entendiendo algunos a la neurología (por ejemplo) como una ciencia verdadera y no a la psicología. Curiosamente, en la carrera de psicología hay varias asignaturas como Neuropsicología, Neurociencias, Método científico, Fisiología, Psicometría, Psicoestadística, etc.

Cierto es que existe una barrera que aún no hemos logrado sortear entre las Neurociencias y la Psicología, pero cada día estamos más cerca de lograrlo. Dicha barrera consiste en que las primeras son capaces de localizar procesos cerebrales y de otras partes del sistema nervioso que producen fenómenos concretos de nuestra conducta (por ejemplo, cómo procesamos la información que captan nuestros sentidos o porqué ciertas sustancias nos resultan adictivas), pero no logran establecer cómo dichos procesos logran la experiencia subjetiva que llamamos mente, el “yo” que autopercibimos. Por su parte, la psicología es capaz de comprender cómo le afectan diversos factores a esa experiencia subjetiva y como esta condiciona nuestros comportamientos, pero tampoco llega a saber por ahora como ello se relaciona con nuestras estructuras cerebrales por completo. Entre ambas pues, hay por ahora una pregunta sin respuesta.

Sin embargo, el que una trabaje con elementos más tangibles, físicos, no la convierte en más científica que la otra. La conducta parte de una base biológica, que también es estudiada desde la psicología, pues sin ella es igualmente imposible entender la forma en que nos relacionamos con el medio.

La línea entre lo orgánico y lo psicológico queda pues desdibujada, de tan relacionados como están. Esto resultará evidente para cualquiera que haya sufrido alguna vez de estrés o ansiedad, por ejemplo. Cuando uno sufre de estrés, no solo siente un malestar psicológico, sino también (y esto es muchas veces lo que hace sonar las alarmas) síntomas físicos como la caída de pelo, alteraciones estomacales, cutáneas, del sueño e incluso bajadas en nuestras defensas, entre otros. Por eso mismo es que en los casos en que el paciente sufre una enfermedad médica que se prevé de larga duración se aconseja recibir ayuda psicológica, pues lo último que necesita es deprimirse y añadir síntomas a los que ya sufrirá de por sí.

“Pero tal o cual terapia me funcionó/ le funcionó a alguien de mi confianza” pensarán muchos y precisamente este es el pensamiento que perpetúa la existencia de las pseudoterapias, tanto aquellas que se disfrazan de psicología como las que se disfrazan de medicina.

La gente lega (aquellos que no poseen conocimientos específicos en la materia), tienden a explicar los problemas sufridos en base a las propias experiencias previas, tanto las vividas en primera persona como las presenciadas en su entorno o las que conoce porque “todo el mundo sabe que” (saber popular). Si bien estas explicaciones y los consejos que de ellas deriven pueden tener algo de razón y servir como ayuda para salir del bache, lo cierto es que nos la jugamos cada vez que las empleamos pues pueden llegar a crear más perjuicio que beneficio, ya que no siempre van a ser ciertas y aunque lo sean no tienen porqué aplicarse igual a todos los casos, pues repetimos que las circunstancias de cada cual son únicas e intransferibles.

Las causas que originen y mantengan en el tiempo los problemas psicológicos de una persona pueden variar mucho entre individuos, aunque dichos problemas se parezcan entre ellos. Por eso, cada caso requiere una especial atención para que la terapia se adapte a él, pero también en líneas generales deben evitarse aquellas técnicas de las que no se haya probado nunca su eficacia, pues pueden resultar inocuas (si existe mejora es por un mero efecto placebo) o incluso dañinas.

Por eso es importante que el psicólogo analice el caso buscando explicar la génesis del problema mediante los procesos de aprendizaje y otros mecanismos psicológicos experimentalmente demostrados a través de investigaciones consolidadas. Después, se emplearán las técnicas que sepamos que a ciencia cierta (nunca mejor dicho) que funcionan mejor para ese tipo de problemas y en relación a las características del paciente y su contexto. Nuevamente, usaremos los ya mencionados procesos de aprendizaje, pero esta vez de forma activa, buscando no solo solucionar el problema sino también la mejora personal.

Con todo ello, espero haber ayudado a discernir entre lo que es y no es psicología y como esta está presente en ciertas formas de terapia, pero no en otras. De todos modos y a forma de ayuda final, puesto que para alguien ajeno a la profesión puede resultar complicado distinguir entre las psicoterapias validadas científicamente y las que solamente aparentan serlo, adjunto una lista de pseudoterapias, puesto que se trata de métodos que en ningún caso funcionan ni producen un efecto mayor que el mero azar o el del placebo, pudiendo incluso llegar a ser perjudiciales para el afectado. Ten en cuenta que la lista no es ni mucho menos exhaustiva, pues continuamente aparecen nuevas.

  • Acupresión: Curar mediante masajes, presionando zonas del cuerpo.
  • Acupuntura: Emplear agujas que se clavan en zonas concretas del cuerpo.
  • Aromaterapia: El uso de aceites a fin de sanar enfermedades y dolencias, aplicados no solo por vía respiratoria sino también por vía tópica e interna, es decir, a través de la piel, oral, anal y vaginalmente.
  • Auriculoterapia: Medicina Tradicional China en la que se estimulan puntos específicos del pabellón auricular y la oreja para generar un efectos en el organismo.
  • Bioneuroemoción: Presupone que toda enfermedad tiene su origen en la inestabilidad emocional, por lo que la medicina no sería nunca necesaria.
  • Brainspotting: Curación de las dolencias psicológicas mediante el… ¿movimiento de los ojos?
  • Cirugía psíquica: Tal cual, se trata de operar quirúrgicamente de forma telepática.
  • Constelaciones familiares: Se busca la mejora en la vida en base a que los humanos tendríamos un entendimiento inconsciente de las relaciones sociales y familiares.
  • Cristaloterapia: Curar mediante cristales.
  • Cromoterapia: Sanar mediante luces de colores aplicadas sobre la persona.
  • Dieta macrobiótica: Comer según los preceptos del Ying y el Yang.
  • EMDR (Desensibilización por medio de movimientos oculares): Busca curar los traumas estimulando los hemisferios cerebrales.
  • Flores de Bach: Curar las dolencias psíquicas mediante agua de flores y productos similares.
  • Hidroterapia: Curar mediante el agua.
  • Hipnoterapia o terapia hipnótica: Busca provocara un trance en el paciente.
  • Homeopatía: Basada en el principio de que el agua tendría memoria, pudiendo así adquirir propiedades de sustancias curativas.
  • Hoʻoponopono o ho-o-pono-pono: Curación tradicional de origen hawaiano.
  • Iridología o Iriodología: Considera que el ojo se divide en partes que se corresponden con partes del cuerpo.
  • Medicina holística: Considera que el cuerpo humano posee por sí mismo la capacidad de curar toda enfermedad, si se activa de forma correcta.
  • Método Dorn: Escuela específica del quiromasaje.
  • Microinmunoterapia: Se busca modular la respuesta inmunitaria del propio organismo.
  • Naturopatía: Sustituye los medicamentos del tratamiento por remedios naturales, considerando que los hay para todas las dolencias, inclusive las más graves.
  • Nueva medicina germánica: Similar a la Bioneuroemoción.
  • Oligoterapia: Curar con pequeñas dosis de minerales.
  • Orinoterapia: Sanar al ingerir la propia orina. De verdad.
  • Ozonoterapia: Curación mediante la inserción de ozono en diversas partes del cuerpo.
  • Programación Neurolinguística (PNL o NLP): Sanar y mejorar mediante el uso del lenguaje.
  • Psicoanálisis: Curación explorando un teórico inconsciente de donde proceden los problemas de la persona.
  • Psicobiodescodificación: Ver Bioneuroemoción.
  • Psicología positiva: Terapia centrada en los aspectos positivos más que en los negativos.
  • Psicología transpersonal: Psicología a la que se suma espiritualidad.
  • Psicomagia: Psicología y magia. Nada que añadir.
  • Quiropráctica o quiropraxia: Curar y diagnosticar enfermedades diversas mediante masajes y presiones.
  • Reflexología: Similar pero solamente tocando los pies (o a veces las manos, nariz, orejas…).
  • Reiki: Similar, pero siquiera necesitaría tocar al paciente. Medicina por Wi-Fi, vaya.
  • Sanación enteogénica: Llamada también sanación psicodélica, es decir, que usa sustancias alucinógenas.
  • Sanación por arquetipos: Derivado del psicoanálisis al que añadimos un componente espiritual o chamánico.
  • Sanación cuántica: Curar en base a que la intención de un sujeto mueve el mundo subatómico.
  • Sanación pránica: Asume que el cuerpo humano posee un campo energético útil en medicina.
  • Shiatsu: Más masajes curativos, esta vez japoneses.
  • Sofrología o Sofrología Caycediana: Pretende tratar problemas psicológicos mediante la práctica de técnicas budistas y yoga, que buscan relajar al sujeto. Aunque se disfrace de medicina y/o psicología sus practicantes no pertenecen necesariamente a dichas ramas y sus técnicas no poseen respaldo científico alguno.
  • Sonoterapia: Curar mediante sonidos.
  • Talasoterapia: Método curativo que usa el clima y los baños marinos.
  • Técnica de liberación emocional (EFT): Derivada de la acupuntura y el shiatsu.
  • Técnica metamórfica: Más masajes.
  • Terapia Bioenergética: Se basa en que la tensión psíquica es la base de todo nuestro sufrimiento.
  • Terapia Biomagnética: Cura hasta las enfermedades más graves con imanes.
  • Terapia de las megavitaminas: Emplea vitaminas como si fuera lo único necesario para curar la dolencia.
  • Terapia de las ventosas: Curar con ventosas.
  • Terapia de vidas pasadas: Creen en que nuestras encarnaciones previas nos afectan actualmente.
  • Terapia Gerson: Dieta que considera poder curar enfermedades como el cáncer o las demencias.
  • Terapia Gestalt: Psicoterapias con influencias variadas, entre las que se encuentra el psicoanálisis.
  • Terapia Humanista: Híbrido de psicología y filosofía.
  • Terapia neural: Usa cierta sustancias anestésica como medicamento.
  • Terapia ortomolecular: Usa sustancias naturales como vitaminas y enzimas como medicamento.
  • Terapia quelante: Emplea agentes quelantes para eliminar los metales pesados del cuerpo.
  • Terapia radiónica: Utiliza las ondas de radio.
  • Terapia Zonal: Ver reflexología.
  • Thetahealing: Terapia energética creada por una coach espiritual.
  • Toque terapeútico: Imposición de manos curativa similar al Reiki.
  • Vegetoterapia caracteroanalítica: Otra derivada del psicoanálisis.

Si crees que necesitas ayuda de un profesional evita a cualquiera que se anuncie con las palabras anteriores pues son, en el mejor de los casos, un timo, y en el peor una amenaza a tu salud. Discúlpenme si he ofendido las creencias de alguien, pero considero que la salud de las personas es un tema serio con el que no deberíamos jugárnosla. Ten en cuenta que si has sido afectado por alguna de ellas, puedes denunciar el caso y solicitar una evaluación de los daños causados, tanto físicos como psicológicos.

Y recuerda además que, si te encuentras por la zona de Xátiva o alrededores, puedes contactar conmigo. Y en el caso de que necesites un especialista distinto por las características de tu problema, me comprometo a ayudarte a buscar uno que emplee métodos fiables que te puedan ayudar a superarlo.

Última actualización: 05/06/2019.

 

Cristian García Castells

Colegiado nºCV13551

c/ Av. Corts Valencianes (Adexa), Xátiva, CP: 46800 (Solicitar cita previa).

Tel. 690 76 05 57 (respondo llamadas y Whatsapp).

E-Mail: cgcastells@gmail.com

 

 

El siguiente texto en cursiva es una adaptación del artículo «The Narcissistic Father» (El padre narcisista), publicado en Psychology Today por Mark Banschick, publicada originalmente en nuestra antigua web.

«La mitad del daño que se hace en este mundo es producido por gente que quiere sentirse importante. No buscan necesariamente dañar a los demás, pero cuando lo hacen no les importa, ya que o bien no se dan ni cuenta o bien lo justifican para mantener la valoración positiva que hacen de sí mismos» T.S. Eliot.

Es probable que antaño pensaras  que cuando tuvieras veintitantos y sobre todo cuando llegaras a la treintena de años ya habrías alcanzado cierta cantidad de éxito en tu vida. Tu carrera laboral estaría en marcha, tendrías tu domicilio, una relación estable y alguno de tus otros deseos y objetivos  ya cumplidos.

Sin embargo, en la mayoría de casos seguro que muchos de estos proyectos vitales están lejos de satisfacerse. Esto por supuesto afecta a la confianza que tienes en ti mismo y puede que si miras atrás y piensas en tu infancia te venga a la mente tu padre, una persona llena de confianza, exitosa, popular, con amigos y trabajo, que nunca dudaba de sí mismo, no como tu.

Cuando acudía a un evento social, tu padre conocía a todo el mundo, todos le prestaban atención y casi toda la acción parecía girar a su alrededor. Si lo pensamos ¿es posible que tanta confianza pudiera llegar a ser arrogancia? Si lo anterior coincide con tu caso es posible que fueras criado por un padre (o madre) con rasgos de personalidad narcisistas. Si este es tu caso, ¿cómo puede que te afectase?

Cada familia es un caso concreto y por tanto cada una forma una estructura social con sus propias reglas, secretos y patrones de conducta. Como dicha estructura es la única que conocemos en nuestra infancia tendemos a actuar, no siempre de forma consciente, como si todas las madres y padres estuvieran hechos con el mismo molde que los nuestros y es por ello que cuando oímos de progenitores muy distintos a los nuestros, pensamos que es porque en general son distintos a la media. Esto es, tendemos a pensar en nuestros padres como la norma general. Por eso, si creciste con un padre narcisista, posiblemente nunca lo supiste y en su lugar siempre asumiste que todos los padres se comportaban y pensaban de forma similar.

Para saber si realmente conocemos a alguien con una personalidad narcisista, expliquemos que distingue a estos individuos del resto, y en concreto cuando ejercen su rol de padre:

  • Centrados sobre todo en sí mismos, vanidosos: Se ven y hablan de sí mismos como si fueran importantes, se creen superiores y por tanto capaces de logros que los demás no.
  • Usan a la gente en su propio beneficio: Utilizan a los demás aprovechándose de ellos, pudiendo contactar con cada uno solo cuando le conviene, ignorándolos después. En general, consideran que los demás deberían ayudarles y ofrecerles lo que piden, esté este pensamiento justificado o no.
  • Son carismáticos: En general, atraen la atención e incluso la admiración de la gente, saboreando además esa atención. Les encanta ser el centro de las miradas, pues de hecho creen que lo merecen.
  • Fantasean en exceso: En este caso no hablamos de una imaginación como los demás, sino de personas tendentes a fantasear acerca de sus éxitos, prestigio y capacidades. Además, a menudo exageran sus logros, de forma tan natural que hasta ellos mismos se los creen y en consecuencia sus metas son poco realistas.
  • No se toman bien las críticas: Las críticas les hieren en exceso, incluso las justificadas y que intentan no ofenderles, por lo que suelen reaccionar mal ante ellas, ignorando a quienes las emiten, eliminándolos de sus vidas o incluso tratando de devolverles el daño, según casos.
  • Cuando se enfadan dan miedo: No necesariamente son personas violentas, pero cuando se enfadan expresan de forma muy evidente este disgusto, ya sea con gritos, insultos, o algunos de ellos llegando incluso a agredir a quien les ha contrariado.
  • Son distantes y poco empáticos: Lo anterior es debido a que, independientemente de lo emocionales que son, tienen problemas para usar la empatía, mostrándose en general indiferentes ante los sentimientos ajenos. Como dijimos, no necesariamente desean el mal ajeno, y puede que hasta cierto punto se preocupen de quienes le rodean, pero desde luego no es su punto fuerte al estar tan centrados en sí mismos.
  • Buscan constantemente la gratificación y aprobación social: A pesar de su ego desmedido, necesitan saber que los demás les valoran igual que ellos mismos. Es por ello que los padres narcisistas pasan más tiempo sin su familia que otros padres. Además, fácilmente valoren más la opinión de personas externas a la familia, sobre todo cuanto más influyentes las consideren, que lo que piensen de él sus hijos.
  • Siempre hacen lo que les gusta: Como dijimos, los narcisistas tienen problemas para ponerse en la piel de los demás, y es por ello que cuando han de realizar actividades con otros tenderán a proponer actividades que les gusten a ellos mismos. Esta actitud incluye sus interacciones con sus propios hijos, y cuando estos les pidan jugar con ellos el padre normalmente intentará que el niño juegue a alguna cosa que a él le gusta, asumiendo que al niño «lógicamente» también le gustará.
  • Les gusta presumir de sus allegados casi tanto como de sí mismos: Esto incluye sobre todo a sus hijos, ya que sobre ellos pueden permitirse cierto control que con los demás no. Por tanto, si estos resultan tener cualidades sobre las que presumir, las magnificarán, mientras que si tienen defectos tenderán a no mencionarlos o incluso negar su existencia, al menos frente a los demás ya que la actitud en familia puede ser muy distinta. 
  • Es difícil conseguir de ellos lo que (emocionalmente) necesitamos: Este aspecto es especialmente importante al ejercer su rol de padre o madre, pues aunque cumplan con sus obligaciones a nivel material, no suelen hacerlo en otros niveles más sutiles. Por ejemplo,  su hijo/a requerirá su atención y afecto pero solo atenderá dichas necesidades de forma esporádica y seguramente cuando al propio padre le venga bien.

Puede que las características antes mencionadas te suenen de algo, puede que no. Hay que tener en cuenta que un individuo con personalidad narcisista no suele poseer todos los rasgos descritos, aunque sí presentará la mayoría. Por otra parte nos podemos encontrar con sujetos que muestren unas pocas de estas características y en este caso hablaríamos de alguien con rasgos narcisistas, no de un desorden de personalidad en sí mismo.

El problema inherente a la clasificación de los trastornos de personalidad

Para lo mayoría de la gente la palabra narcisista no significa exactamente lo mismo que para los psicólogos y además como hemos visto podríamos encontrar rasgos narcisistas en muchos de nosotros, pero no hay que preocuparse pues esto es bastante normal y dista mucho de llegar a ser un trastorno de personalidad.

El término narcisista, entendido como un trastorno en sí y aunque útil desde el punto de vista clínico,  no está exento de controversia. En realidad, como muchos diagnósticos psicológicos,  es una clasificación un tanto arbitraria y responde más a su utilidad a la hora de organizar nuestro conocimiento al respecto de este tipo de casos que a descripciones reales de individuos concretos y es por ello que los rasgos antes descritos no son una lista que el sujeto debe cumplir para recibir el diagnóstico y si más bien unos criterios acumulativos, de modo que si se reúne cierta cantidad de ellos podrá ser diagnosticado.

Por supuesto, como todos los trastornos psicológicos, los rasgos descritos han de ser expresados con una intensidad y/o en una forma tal que cause algún perjuicio al individuo. Según el DSM-V, una personalidad narcisista se define por ser un patrón de personalidad tendente a «grandiosidad, necesidad de admiración y falta de empatía». 

Buscan ser admirados, y consideran tener más derechos que los demás debido a que se creen más importantes, son abusivos, faltos de empatía, sienten fácilmente celos cuando otros logran lo que ellos no y además son arrogantes. Otra característica típica es la falta de respeto a los límites sociales, debido a sus dificultades para darse cuenta de las necesidades ajenas.

Teniendo todo esto en cuenta, volvamos al tema que nos ocupaba, que es cómo puede afectar un padre narcisista a sus hijos e hijas.

El padre narcisista

Un padre narcisista podría causar daño psicológico a sus hijos, por ejemplo, mostrándose indiferentes a los lazos entre ambos, manipulando a sus hijos para obtener su afecto e ignorando las necesidades de estos en favor de las suyas propias. Además, puesto que la imagen que proyectan hacia los demás es tan importante para ellos, exigen la perfección en sus hijos para así poder incluirlos en esa imagen perfecta que muestran al resto, pues consideran a sus hijos como sus logros. Esto puede causar en el hijo una presión continua por mejorar en todo lo que hace, piensa o dice. Teniendo en cuenta la falta de comprensión que tiene un menor respecto a un adulto, este no se dará cuenta de lo que sucede y o bien intente cumplir los deseos de su padre, lo cual muchas veces será imposible y le costará gran sufrimiento, o bien elegirá eventualmente ignorar las exigencias paternas, con lo que igualmente sufrirá el mencionado daño psicológico y la relación padre-hijo quedará perjudicada.

Veamos algunas de las formas en que un padre narcisista puede afectar a su hijo o hija:

Los hijos/as de padres narcisistas, normalmente refieren no sentirse satisfechos con sus necesidades de atención por parte del padre, lo cual puede agravarse si tienen hermanos con los que tendrán que competir. De pequeños pueden recibir halagos del padre, pero conforme crecen estos desaparecen o bien siguen siendo igual de superficiales (lo cual es más probable en el caso de las niñas), por lo que cada vez demuestran ser más insuficientes. Lógicamente esto puede afectar el desarrollo de su personalidad hasta llegar a la adultez, siendo la distancia paternofilial un tema que causa preocupación y desasosiego, de modo que posiblemente busquen el éxito para obtener la aprobación paterna, aunque esto por supuesto no la garantiza.

Puesto que con un padre así nunca será suficiente, las relaciones sociales y familiares que posteriormente se desarrollen se verán ciertamente condicionadas. Al crecer, estas personas pueden verse más afectadas cuando sean rechazadas por otros, podrían sentirse demasiado ansiosas ante compromisos y por tanto evitarlos, o buscar tan desesperadamente el éxito que nunca tengan suficiente. Adoptar para sí mismas la personalidad narcisista es también otra de las posibilidades, con las evidentes consecuencias negativas que ello comporta.

Además, si el niño tiende a compararse con la figura paterna posiblemente no sentirá jamás que pueda alcanzarlo. La comparación será todavía más evidente si el padre compite directamente con el hijo o si se posiciona como modelo a seguir e imitar.

Como naturalmente un niño no puede vencer a su padre en casi ninguna circunstancia que implique una competición, cuando finalmente el niño sea adulto habrá interiorizado la idea de que su padre es categóricamente mejor que él en todo. Aun así, es posible que el menor (y también cuando ya sea adulto) intente lograr el éxito en cualquier ámbito de su vida para así conseguir la atención paterna y algo que se parezca a un atisbo de orgullo por parte del progenitor. No obstante, por mucho éxito que logre, un padre narcisista no mostrará generalmente ese orgullo, aunque a veces pueda sentirlo, y esto afectará gravemente a la relación entre ambos.

Insistimos en que una de las peores posibilidades es que el hijo acabe imitando el patrón de conducta y personalidad del padre y se convierta a su vez en un narcisista, compensando la falta de amor recibido mediante un gran amor propio, que aun así necesitará de la aprobación externa continua.

Por tanto, ¿cómo podemos enfrentar esta situación cuando creemos que nuestra infancia fue afectada de un modo similar al descrito?

  • Acude a terapia: Este puede que sea un consejo obvio, pero puede ayudarnos a entender lo que nos pasa, cómo nos afecta nuestro padre y cómo, si es posible, podemos reencontrarnos con él aceptando que su peculiar forma de ser no nos debe afectar más, disfrutando de su presencia sin sentirnos empequeñecer.
  • Acepta a tu padre: Puede que sea arrogante y que su necesidad de atención constante pueda llegar a ser exasperante, pero la mejor opción es aceptarlo. No me refiero con esto a permitirle que nos dañe sin consecuencias, pero es mejor pensar en él como un padre al que podemos querer a pesar de sus defectos. Si le negamos el poder de dañarnos, ya solo queda aprovechar lo que pueda ofrecernos. Lo cual nos lleva al siguiente punto.
  • No dejes que te haga daño: Cuando interactuemos con él y tenga, por ejemplo, un arranque de ira, puedes simplemente marcharte, no sin antes dejar claro que lo haces porque esa situación no es constructiva ni te aporta nada. Deja que sea su problema, no el tuyo.
  • Corta los lazos: Por supuesto no es la solución preferible, pero en aquellos casos en que el padre sea especialmente peligroso o presente una actitud exageradamente nociva sí puede ser la mejor opción. Cuando llegamos a adultos, nosotros decidimos y no hay motivo para permitirle que nos convierta en víctima de sus comportamientos abusivos.
  • Limitar su influencia: La larga sombra del padre narcisista nos puede influir más de lo que pensamos, pudiendo llegar el hijo a identificarse con el patrón de conducta social que presente el progenitor. Por otra parte puede que el hijo/a desarrolle un carácter ansioso, pues ha aprendido que no puede confiar en que los demás le presten atención cuando lo necesite. Por eso, hay que intentar a toda costa evitar esa influencia.
  • Ten expectativas realistas: No esperes que tu relación con la persona narcisista se base en el respeto mutuo y el afecto recíproco. Ellos son egoístas por naturaleza y no suelen postergar sus necesidades para atender las ajenas. Como adulto, debes aprender a entender la situación y como decíamos no dejar que te afecte, en la medida de lo posible. Para esto es indispensable mantener unas expectativas realistas, de modo que sepamos qué podemos esperar y qué no de esa persona.
  • Aprende cómo tratarlo: Cuando necesitas algo de una persona narcisista, convéncelo de que obtendrá algún beneficio con ello. No se trata de mentirle, pero estará más a favor de tu causa si además de lo que tú puedas obtener él también sea participe de ese éxito.
  • No dejes que sus juicios nublen el tuyo: O lo que es lo mismo, no dejes que sus críticas te hagan pensar que eres menos importante de lo que eres realmente. En relación a esto, puede que no te interese confiarles cierta información o compartir con ellos tus éxitos a la espera de su reconocimiento. Si sabes que seguramente no recibirás el trato que mereces, busca apoyo en alguien en quién sí confíes.
  • El conformismo es una opción: Puede parecer un mal apaño pero en estos casos no debemos descartarlo, pues al interactuar con un padre narcisista del cual no queremos alejarnos permanentemente, puede ser más fácil y requerir menos esfuerzo aceptar sus deseos si creemos que la discusión no nos será útil en este caso concreto. Ojo, no digo que debamos acatar sus órdenes en general, pero sí que en algunas ocasiones podemos valorar la situación y si no nos afecta negativamente, simplemente seguirle la corriente.
  • El enfrentamiento también es una opción: En general los narcisistas se suelen salir con la suya porque los demás se lo permiten, aunque sea por su pasividad. Lógicamente, si estamos decididos a impedir esto deberemos mantener firme nuestra postura ante ellos y además expresarles que su actitud nos resulta inaceptable. Fácilmente esto provoque una reacción negativa por su parte, quizás su enfado, pero llegados a ese punto no hay que dejar que nos afecte y hemos de recordar que como adultos podemos comprender mejor la situación y a nuestro padre, siendo por tanto menos vulnerables a sus actos. Recordemos eso sí, que los narcisistas odian las críticas.
  • Compadécete de él: Sí, su arrogancia no facilita que simpaticemos con él, pero si lo piensas un momento, alguien que necesita cumplidos, atención y la aprobación de los demás de forma continua, en realidad bien merece que nos compadezcamos de él, pues también sufre por ello. Esta es una buena forma de mejorar la relación con un padre narcisista, pues hasta cierto punto nos puede valer la pena, aunque a él le cueste entender nuestra nueva actitud. Al fin y al cabo él no tiene más remedio que convivir con sí mismo, mientras que nosotros siempre tenemos la opción de salir de la habitación.

Dicho lo anterior, aunque es difícil lidiar con un padre narcisista sin verse afectado, seguro que también te has encontrado a lo largo de tu vida con otras personas que también te han influido, y en su caso para mejor. En concreto puede que en tu propia familia puedas encontrar individuos con los que te sientas más identificado o con los que simplemente tienes una mejor relación, como puede ser tu madre, hermano/a o abuelo/a. También podemos encontrar personas afines en las que confiar en amistades o en otros contextos, como pueden ser profesores, entrenadores, terapeutas, compañeros de trabajo, etc. 

Por supuesto, es importante en estos casos tener claro nuestra propia valía. Nuestra grandeza no depende de nuestros éxitos, ya que existen muchas más cosas en la vida. Hay ahí fuera grandes hombres y mujeres de los que nunca oiremos hablar pues el mundo no reconoce sus talentos, pero no por eso son menos importantes.

Un último apunte

A todo lo anterior, añadiremos un aspecto del padre narcisista relacionado con nuestra especialidad. En los casos de guarda y custodia de menores, normalmente nos encontramos con un padre y una madre que luchan por dicha custodia y que se enfrentan en un procedimiento judicial, pues por las razones que fuere no han conseguido llegar a un acuerdo sobre cómo repartirse el tiempo que pasan sus hijos menores en común con cada uno.

Dejando de lado casos en que alguno de los dos progenitores incumple gravemente su rol como tal, sea agrediendo o abusando del menor o simplemente siendo negligente con los cuidados que debería proporcionarle, nos encontraremos a dos personas que creen por igual que están capacitados para ser padres y habitualmente, que el otro progenitor no.

Incluso en los casos en que la motivación es la adecuada, podemos encontrarnos con que uno de estos padres no cuida adecuadamente al menor pero además no reconoce sus faltas. No pocos veces nos encontramos un padre que está verdadera y genuinamente convencido de que ejerce su papel de forma estupenda e inmejorable, añadiendo que además la prueba está en que sus hijos le adoran, aunque luego comprobamos a través de esos mismo hijos y mediante otro tipo de pruebas que esa persona descuida notablemente los cuidados que los menores necesitan.

En este tipo de casos, no es raro que los menores en cuestión tengan cubiertas sus necesidades físicas (alimento, vivienda, ropa e incluso caprichos) pero que luego no compartan tiempo de ocio con el progenitor y que este no escuche ni se interese por lo que les ocurre a estos, ni por como se sienten. El resultado es un padre que cree que lo está haciendo todo perfecto y merece (¿os suena?) elogios al respecto, mostrándose sorprendido cuando otros no interpretan la situación igual que él y aún más cuando son los propios menores los que refieren no sentirse queridos por el progenitor.

El resultado en estos casos es que los niños sienten cada vez menos apego al romperse la unión familiar, pues les resulta imposible no comparar el trato recibido por ambos padres. Si hay un padre narcisista, llevará las de perder y poco a poco la relación padre-hijo irá dañándose, algo que en muchas ocasiones el adulto recrimina al menor y achaca a que el otro progenitor le está adoctrinando en su contra. Como decía el texto de Banschick hacia el final, compadeceos del narcisista, pues su conducta y actitud le conducen con toda probabilidad a la soledad.

 

Padecer pensamientos intrusivos es algo muy molesto, que puede llegar a causar gran sufrimiento. Molesto por una parte porque estos pensamientos tienden a ser negativos, alterando nuestra percepción del mundo y de nosotros mismos, y por otra porque crean sensación de impotencia e indefensión en quienes los sufren, muchas veces al parecer que estos pensamientos son incontrolables.

Pero ¿Qué son los pensamientos intrusivos?

En psicología llamamos pensamientos intrusivos a aquellas ideaciones que nos vienen a la mente sin nosotros desearlo. Es un fenómeno que tanto las personas sanas como aquellas que sufren algún trastorno pueden sufrir, pero son conocidos por ser uno de los síntomas principales de los trastornos de ansiedad, donde suelen tomar la forma de preocupaciones o miedos, tengan estos fundamento o no. Están presentes en este y otros tipo de problemas psicológicos, pero en todo caso afectarán más al sujeto cuando más recurrentes sean.

Para quien no ha sufrido esta problemática nunca puede resultar un tanto extraño que alguien no pueda controlar sus propios pensamientos, pero en realidad esto es habitual y nos pasa a todos en nuestro día a día. Para entenderlo, debemos comprender antes que nuestra mente es una máquina de crear ideas, cuya finalidad es crear respuestas con las que adaptarnos a las diversas situaciones que debemos enfrentar. Así, si generamos más ideas, es más probable que demos con una respuesta óptima a nuestros problemas.

Esta máquina nunca cesa en su funcionamiento, creando contenidos de todo tipo que pueden versar sobre cualquier tema (salud propia o de seres queridos, relaciones sentimentales, conflictos laborales y un largo etcétera). Pero entonces, si todos tenemos pensamientos sobre estos temas, ¿por qué para algunas personas resultan un problema?

Las investigaciones al respecto dejan claro que el elemento diferenciador no es el contenido, sino el significado que se le atribuye a este.  Así, un pensamiento interpretado como extraño o desagradable será desechado si no se le da importancia, si el sujeto considera que no es importante. En este caso el pensamiento no tendría mayores consecuencias, pero si se le da importancia al pensamiento, por ejemplo dándole un significado catastrofista («debe pasarme algo grave», «estos pensamientos no son normales») lo estaremos interpretando como una amenaza y esto es lo que activa la ansiedad. Una vez entramos en esta dinámica, la propia tensión sufrida facilita el pensar que cualquiera de estas preocupaciones puede tener una base real («me he imaginado que mi padre parecía estar enfermo pero, ¿efectivamente puede pasar, verdad?») con lo cual el pensamiento es validado por el sujeto y aumentan las posibilidades de que este surja de nuevo en el futuro, aumentando esta probabilidad con el paso del tiempo si no se hace algo al respecto.

Estos significados nocivos que sirven de combustible a la aparición reiterada de los pensamientos intrusivos pueden tomar varias formas, siendo las más comunes:

  • Valoración moral negativa: Considerar que al tener el pensamiento se debe ser mala persona, creer que en realidad se desea el daño y/o sufrimiento ajeno.
  • Considerarlos síntoma de alteraciones psicológicas: Interpretar que algo no anda bien en nosotros, que padecemos un trastorno o que nuestras capacidades cognitivas se desvanecen (temor a la demencia).

En todo caso, son interpretaciones erróneas que únicamente sirven como catalizador del pensamiento intrusivo y la ansiedad asociada. En suma, cuanto más nos inquieta el pensamiento, más nos esforzamos en que desaparezca pero más fuerte se hace, pues la mente reacciona de un modo paradójico (al intentar no pensar en algo, pensamos en ello). Es como el famoso ejemplo en el que alguien dice «No pienses en un elefante» y al momento nos descubrimos pensando en el elefante para acto seguido intentar no pensar en él, aunque por supuesto ya hemos fracasado.

De lo anterior se concluye que el método menos efectivo para no pensar en algo es intentar evitarlo. Si ya resulta casi imposible con el ejemplo del elefante, que a priori no debería tener ninguna carga emocional específica, lo será más todavía con pensamientos en los que estamos implicados personalmente. Al experimentar una ansiedad cada vez mayor y empecinarnos en intentar evitar dichos pensamientos podemos desarrollar otros síntomas relacionados y trastornos de ansiedad específicos, todo ello según diversos factores de vulnerabilidad, como las propias características de personalidad de la persona.

Una de estas consecuencias serían las obsesiones, pensamientos e impulsos incontrolables y reiterados que aparecen en ciertas situaciones a pesar de los esfuerzos del sujeto por evitarlos. Se trata por tanto de pensamientos intrusivos ya asentados en la mente de la persona. Por supuesto, estas ideaciones causarán sufrimiento en el sujeto afectado, pudiendo este reaccionar intentando sustituirlos mediante acciones compensatorias a las que denominamos manías o compulsiones en terminología psicológica.

¿Cómo podemos gestionar los pensamientos intrusivos?

Por ahora nos bastará con saber que es importante saber reaccionar frente a los pensamientos intrusivos, minimizando su efecto y su influjo. Así pues, ¿cómo debemos reaccionar cuando surgen?

En primer lugar, deberíamos evitar:

  • Pensar que un pensamiento es una amenaza o problema por sí mismo: Cuanto más lo dramaticemos, más nos implicamos emocionalmente y más efecto negativo tendrá, aumentando además la probabilidad de reaparecer. Recuerda que un pensamiento es solo es eso, un pensamiento. Todos padecemos pensamientos extraños de cuando en cuanto, no siendo algo de lo que preocuparse por sí mismo.
  • Evitar situaciones, contextos o elementos que temamos que puedan disparar estos pensamientos: Si empezamos a evitarlos, estaremos dando validez a esos pensamientos y además nos limitaremos, perjudicando gravemente nuestra calidad de vida.
  • Hablar en exceso sobre estos pensamientos con los demás: Buscar su apoyo o consejos puede ser beneficioso, pero si se hace en exceso resultará en realidad en un perjuicio. Y es que este desahogo no deja de ser temporal, reforzando la sensación de que no podemos solucionarlo nosotros solos, afectando a nuestra autoestima y aumentando la dependencia interpersonal.
  • Realizar acciones o rituales que nos hagan sentir menos ansiosos o temerosos: Estas son las manías o compulsiones que antes mencionábamos y al igual que el anterior punto, no soluciona el problema, afecta a la calidad de vida del sujeto y en realidad supone agravar el problema en lugar de solucionarlo.
  • Intentar dejar de tener el pensamiento: Recordemos, al intentar activamente de no pensar en algo, en lugar de apartar de nuestra mente la idea lo que sucederá es que el pensamiento se fortalecerá.

En lugar de ello, lo que haremos es:

  • No dar al pensamiento mayor importancia: Como ya hemos dicho, estos pensamientos son algo normal que le sucede en mayor o menor medida al todo el mundo, convirtiéndose en problema cuando nos obsesionamos con ellos.
  • Exponernos a las situaciones o contextos que evoquen los pensamientos molestos: Por ejemplo, si sabemos que ir a comprar dispara en nosotros pensamientos o temores que nos producen malestar, es buena idea mentalizarse e ir a comprar. Una vez allí, posiblemente aparezca el pensamiento intrusivo pero podemos seguir con la actividad programada y al terminar, comprobar que el pensamiento simplemente nos puede haber producido malestar y nada más. Se trata pues de habituarse a estas situaciones y una vez más no darle importancia al pensamiento negativo.
  • Realizar ejercicio diariamente: Nuestra mente en realidad es producto de nuestro cuerpo y se ve afectada por el estado de este. Los pensamientos que esta produce son más manejables si hemos liberado energía, al estar más relajados. Esto reduce la intensidad de los pensamientos y aumenta las probabilidades de gestionarlos correctamente.
  • Dejar de dar rienda suelta a nuestros rituales o manías (si los tenemos): Si ya has adquirido compulsiones que te alivian en tu ansiedad, es mejor dejar de realizarlas cuanto antes. Lo normal será que durante un tiempo te sientas peor, más ansioso, pero tras esta primera fase la ansiedad terminará por disminuir hasta que te acostumbres a tu ausencia y desaparezca. Recuerda que los rituales no son más que un parche que te pone trabas en tu vida y no soluciona el problema. Tu objetivo debe ser en cambio aceptar la situación hasta que esta poco a poco deje de afectarte tanto.
  • Dedica un tiempo concreto a preocuparte: Si llevas ya un tiempo sufriendo estos pensamientos, es ciertamente difícil aprender a evitarlos de la noche a la mañana. Por ello puede ser buena idea establecer en un horario diario un espacio de quince minutos, siempre a la misma hora, para poder centrarnos en esta preocupación y analizar qué hay de verdad o no en ella, intentando ser siempre objetivos. Pondremos una alarma o cronómetro y en cuanto suene debemos asumir que ya le hemos dedicado al tema el tiempo necesario, dejándolo estar hasta el día siguiente. Así, cuando durante el día nos asalte el pensamiento, evitamos esa incomodidad que sentimos al intentar simplemente ignorarlo, pues sabemos que lo que estamos haciendo es postergar el pensar en ello, pero que le vamos a dedicar nuestro tiempo más adelante.
  • Concienciarte de que no necesitas enfrentarte a los pensamientos negativos: Como ya hemos reiterado, la mayoría de las personas tienen este tipo de pensamientos de cuando en cuando, pero simplemente los desechan y los dejan pasar. Un pensamiento solo es eso mismo, un pensamiento, no un indicativo de una realidad presente o futura, por lo que cuanto mayor nuestra aceptación de los mismos como algo normal y sin importancia, menor será la probabilidad de que se perpetúe su aparición.

Por supuesto, si aun siguiendo estos consejos no nos vemos capaces de superar la situación y consideramos que está afectando a nuestra calidad de vida, sería recomendable visitar a un profesional de la salud mental que estudie nuestra situación, las características única de nuestro caso y nos dé consejos específicos y adaptados para poder pensar de un modo más saludable.

 

REFERENCIAS

Pensamientos intrusivos, por Elena Miro.

​Pensamientos intrusivos: por qué aparecen y cómo gestionarlos, por Esther Cabezas Gutiérrez

La paradoja del procesamiento irónico o el problema del oso blanco.

Manual de psicopatología y trastornos psicológicos, por V. E. Caballo, I. C. Salazar y J. Carrobles.

Manual para el tratamiento cognitivo-conductual de los trastornos psicológicos, por V. E. Caballo.

Como dije en anteriores entradas, el TDAH es un trastorno complejo del que aún estamos aprendiendo día a día, lo que en parte explica toda la desinformación y confusiones que hay al respecto. Por ello quisiera hacer un repaso a los principales modelos explicativos y si anteriormente hablé del modelo de Barkley, hoy lo haré del de Brown, un modelo explicativo centrado en la afectación de las capacidades cognitivas complejas.

Brown considera que hay seis funciones ejecutivas afectadas: Activación, Concentración, Esfuerzo, Emoción, Memoria y Acción, las cuales le sirven al individuo para poder desenvolverse día a día. Mediante estos elementos, el profesor Thomas Brown pretende explicar por ejemplo por qué un niño con TDAH parecer ser capaz de ver la tele o jugar a la consola sin problemas, pero sí padece ante tareas más complejas. Veamos.

La Activación es la capacidad de empezar una tarea, priorizándola por encima de otras, capacidad bastante afectada en los niños y niñas que padecen TDAH, quienes por su edad nos parece a veces que ya deberían saber distinguir la importancia de ciertas actividades (como hacer los deberes o estudiar). Al no realizarse la activación correctamente, se posponen las tareas, dejándolas para más adelante, solo realizándolas cuando el plazo está a punto de terminarse o cuando se vuelven muy urgentes, a veces siquiera eso.

Es por ello que luego deben llevarlas a cabo atropelladamente, con prisas y cometiendo errores en el proceso, que seguramente no hubieran hecho de realizarla con previsión. Lo peor es que estos niños y niñas se pueden acostumbrar a este ritmo de trabajo, siendo para ellos habitual no hacer el trabajo en el momento y luego tener que hacerlo a toda prisa, no aprendiendo a dosificar sus esfuerzos.

La Concentración por otra parte, es la capacidad de mantenerse la atención centrada en una tarea, función igualmente alterada en los sujetos que padecen TDAH. Tanto niños como adultos se distraerán muy fácilmente con cualquier estímulo ajeno a la tarea en cuestión (música, la vibración del móvil o incluso sus propios pensamientos, entre otros). Por ello dan la impresión de quedarse soñando despiertos con asiduidad.

El Esfuerzo es la función requerida cuando el sujeto debe permanecer procesando y trabajando con la información cuando empiezan a agotarse. Los afectados por TDAH suelen acabar sin problema proyectos de corta duración o que les motiven mucho, manifestando grandes dificultades cuando la tarea a realizar requiere un trabajo sostenido en el tiempo. Esto se relaciona con las dos funciones antes mencionadas, pues al tardar en activarse, empiezan más tarde, al tiempo que se cansan más pronto que otros debido a las dificultades para concentrarse, lo que les causa un mayor agotamiento y desgaste, requiriendo pues mayor esfuerzo para terminar el trabajo.

Por otra parte estaría la Emoción, término referido efectivamente a la capacidad para gestionar las propias emociones, que también suele estar afectada en quienes padecen TDAH, si bien este síntoma parece ser menos conocido que los otros. Sobre todo en los menores, quienes suelen tener bastantes dificultades para lidiar con sus frustraciones y sus emociones, positivas y negativas. En este sentido el menor parecerá más inmadura que sus pares, manifestando conductas y actitudes que normalmente se asocian con niños de menor edad. Cuando estos niños y niñas sienten rabia, por ejemplo, parece que les sea imposible atender o pensar en otra cosa, no logrando calmarse hasta que tras un rato se les pasa.

Por ello podemos describir a estos niños como más sensibles a los problemas emocionales, reaccionando más acaloradamente a las discusiones, reprimendas, preocupaciones y demás, agravando esto sus dificultades atencionales. Si cuando estamos preocupados, tristes o enfadados nos cuesta más concentrarnos, en el caso del TDAH este efecto es todavía mayor.

En quinto lugar el modelo lista como función afectada a la Memoria, ya que si bien su memoria a largo plazo está en perfectas condiciones, estos sujetos pueden ver afectada su capacidad para recordar qué se les ha dicho hace unos instantes, qué tenían que hacer o incluso lo que iban a decir ellos mismos. Esto sucede por las dificultades para mantener las ideas en mente, pues cualquier distracción hace que cambien el foco atencional, sustituyendo la idea que se tenía por otro pensamiento no relacionado. Así mismo, manifiestan problemas para recordar información ya memorizada, pero pueden acordarse de esos mismos datos cuando no los necesitan. Podemos decir que memorizan la información, pero que a la hora de recuperarla de la memoria padecen dificultades, una vez más por los problemas de concentración.

Vemos que cada función se relaciona con las demás, pero aún queda una, la llamada Acción, referida al poder regular las propias acciones. Cuando imaginamos un niño que padece TDAH, no es difícil imaginar que le cueste contenerse en sus conductas, pero esta afectación aparece incluso en los niños que no poseen este síntoma. Esto es debido a la impulsividad, síntoma que les impele a manifestar una conducta nada más se presenta esta en su mente, sin reflexionar sobre su conveniencia. Además, presentan problemas para contextualizar dichas acciones, pudiendo tener dificultades para percibir los sentimientos ajenos en un primer momento, no porque no los entienda sino porque no atienden a las claves que los indican. Con todo ello sumado, los niños con TDAH suelen actuar y luego tener además dificultades para rectificar dicha acción si esta resultó ser poco oportuna.

Así mismo, sufren problemas para regular el ritmo de sus acciones, pudiendo saltar de una a otra, dejándolas a medio hacer (incluso aquellas que les gustan), no pudiendo disminuir su ritmo cuando la tarea requiere ir con cuidado o acelerarlo si deben terminarla a tiempo.

Este modelo resulta interesante para explicar la sintomatología del TDAH, ya que la gran mayoría de afectados, niños y adultos, por este trastorno, sufren problemas en las seis funciones mencionadas de forma crónica, sufriendo por ello afectación en su día a día.

 

Fuentes:

Modelos explicativos de las FFEE en el TDAH, en Fundación CADAH

Modelo del Trastorno de Déficit de Atención desarrollado por el Dr. Brown

Attention Deficit Disorder: The Unfocused Mind in Children and Adults, por Thomas E. Brown.

Manual de Diagnóstico y Tratamiento de TDAH. Por Soutullo y Díez.

Existen ciertos términos que si bien tienen su origen en las diversas disciplinas de la salud, han permeado en la sociedad y se han convertido en palabras de uso más o menos común. Sería el caso de bipolar, psicópata o sociópata, entre muchas otras, palabras que además poseen un significado muy distinto cuando se usan en el ámbito clínico y cuando lo hacemos en una charla menos especializada. Pasa un poco lo mismo con términos como delirium, delirio y demencia, que a veces son usados indistintamente cuando la realidad es que no son lo mismo. Hoy pretendo arrojar un poco de luz sobre este asunto.

En primer lugar hay que entender que se trata de términos clínicos, que sirven a los diversos especialistas de la salud para referirse a trastornos o dolencias concretos. No obstante, puesto que la ciencia médica, la psicología y todo lo que cae entre ambas disciplinas se encuentra en constante evolución debido a las nuevas investigaciones o descubrimientos, estos términos están en constante revisión. Sirva como ejemplo la transición entre la sección pertinente del manual DSM-IV-TR (la 4ª versión del Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders)  y el actual DSM-V, su quinta iteración.

El DSM es la guía más usada para diagnosticar los diversos trastornos de salud mental que una persona puede sufrir, así como trastornos de personalidad. En la 4ª versión encontrábamos como trastornos cognitivos el delirium, la demencia y los trastornos amnésicos. En cambio la 5ª versión, la que se usa actualmente, engloba todo lo anterior en los llamados trastornos neurocognitivos, que pueden ser deliriums, trastornos mayores y leves. Por último, si queremos rizar el rizo deberíamos tener en cuenta también el CIE-10, la clasificación internacional de enfermedades, que sirve para lo mismo pero que es usado principalmente desde el ámbito médico. En este manual encontraríamos los trastornos mentales orgánicos y dentro de estos la demencia por enfermedad de Alzheimer, la demencia vascular, otras demencias, los síndromes amnésicos, y el delirium entre otros.

Con todo esto quiero haceros notar que no existe un consenso clasificatorio, pero que sí existe una división en clara entre delirium y demencias, quedando pues claro que no son lo mismo. Paso ahora a comentarlos por separado de forma breve.

El delirium, conocido también como síndrome confusional agudo se trata en realidad de un suceso transitorio, bastante común en las personas mayores, si bien también lo encontramos en quienes consumen alcohol u otras sustancias desaforadamente.  consiste en una alteración de la consciencia y de las capacidades cognitivas del afectado, siendo en este sentido similar a una demencia, excepto que como he dicho se trata de un síndrome transitorio. Veamos esos síntomas:

  • Alteración de la conciencia: Escasa o ninguna conciencia de que le sucede algo malo.
  • Memoria afectada:  dificultades para recordar sucesos recientes y/o para reconocer a conocidos.
  • Desorientación temporal y/o espacial: dificultad para saber qué día u hora es y/o para reconocer el lugar donde se encuentra.
  • Alucinaciones: percepciones erróneas que serán interpretadas como si fueran reales.
  • Ideas delirantes: creencias distorsionadas que parecen reales para la persona que las sufre, por muy descabelladas que puedan parecer a los demás. Estos serían los delirios, por ejemplo pensar que existe un complot contra uno, estar convencido de ser la reencarnación de un personaje histórico, que cierta persona se ha enamorado de nosotros aunque nos diga reiteradamente lo contrario o que una organización secreta nos vigila constantemente. Así pues, los delirios son un síntoma concreto, siendo el delirium un trastorno, algo muy distinto.
  • Alteraciones del sueño, psicomotoras y emocionales.

Debido a su naturaleza, el delirium se presenta de forma aguda, es decir que su aparición alcanza unas horas o como mucho unos días, presentándose de golpe, no poco a poco. En cambio, si se tratase de una demencia, la aparición de los síntomas sí sería progresiva, pudiendo esta aparición dilatarse a lo largo incluso de los años. Además, mientras que el delirium se va igual de rápido que vino, la demencia aparece para quedarse pues como trastorno neurodegenerativo que es sus síntomas empeoran con el paso de los años. Este tipo de trastornos afectan a los encargados en nuestro organismo de trabajar con la información, los llamados neurotransmisores.

Otra forma de distinguir ambos trastornos es la inquietud que muestra el afectado, siendo que en el delirium aparecen repentinamente temblores y conductas caóticas, sin un objetivo claro, mientras que en las demencias estos síntomas no aparecen en un principio, si bien sí lo hacen más adelante. Lo mismo ocurre con las alucinaciones y delirios, que en la demencia no aparecen en las fases iniciales, mientras que en síndrome confusional son muy comunes. Por otra parte, este último puede ser hipactivo, hiperactivo o mixto.

 

Así pues, mientras que el delirium puede ser provocado por intoxicación, abstinencia, medicación o por otra condición médica, hemos dicho que los trastornos neurodegenerativos pueden poseer una etiología más diversa. Veamos algunos de ellos:

  • Enfermedad de Alzheimer: Consistente en deterioro cognitivo y trastornos conductuales. Se caracteriza por la pérdida de la memoria a corto plazo y de otras capacidades mentales a medida que avanza la enfermedad.
  • Demencia o degeneración frontotemporal: Afecta principalmente al lóbulo frontal del cerebro, si bien puede extenderse más allá de este. Se relaciona como causa de varias enfermedades, entre ellas varias demencias.
  • Demencia de cuerpos de Lewy: Incluye deterioro cognitivo similar al del mal de Alzheimer, además de síntomas similares al Parkinson, como la lentitud de movimientos, rigidez articular y temblores, además de respuestas anormales a diversos fármacos. Resulta muy complicado diagnosticarlo correctamente, por lo que se confunde a menudo con otras demencias.
  • Enfermedades cerebrovasculares: Trastornos que afectan de manera transitoria o permanente la función de una región del cerebro o de una zona más focalizada, causando sintomatología y/o secuelas neurológicas. Requiere atención urgente y especializada.
  • Traumatismo craneoencefálico: Similar a lo anterior, pero producido a causa de un traumatismo que haya dañado el encéfalo.
  • Enfermedad de Parkinson: Enfermedad neurodegenerativa crónica caracterizada por movimientos lentos, rigidez y los archiconocidos temblores.
  • Enfermedad de Huntington: Produce alteración cognitvas y motoras, de progresión muy lenta, pudiendo llegar a dilatarse su curso durante décadas. El rasgo más asociado a esta enfermedad es el movimiento exagerado de las extremidades y los gestos faciales exagerados e igualmente repentinos. Aumenta progresivamente  las dificultades para comunicarse y recordar.
  • Otros: existen muchas condiciones médicas que se incluyen en este grupo, como aquellas que puedan ser provocadas por el consumo de sustancias, la infección del VIH, las enfermedades por priones o los trastornos amnésicos, los cuales se consideran trastornos neurocognitivos mayores a efectos de clasificación diagnóstica.

Por último, en la sección de Recursos os dejo un pequeño resumen acerca de los trastornos neurocognitivos más comunes. Pulsa Aquí.

Fuentes:

¿Qué es el síndrome confusional agudo y cómo diferenciarlo del inicio de una demencia? Por Lucía Pardo

DMS-V, Novedades y criterios diagnósticos. Por CEDE.

¿Qué es el delirium hipoactivo? Por Christian Hosker,

Uno de problemas por los que más a menudo se busca ayuda psicológica hoy en día son los procesos de ansiedad y estrés, y en concreto los producidos por la situación laboral o un ambiente de trabajo excesivamente exigente. Hablaríamos en este caso del Síndrome del Burnout o del trabajador quemado, el cual describe un cuadro de estrés cuyo origen es el trabajo del individuo y que le lleva al agotamiento físico, emocional y/o mental, pudiendo tener esto consecuencias en su salud y su autoestima, introduciéndose estos síntomas poco a poco en la vida del trabajador, de manera que a veces se da cuenta de lo que sucede cuando el Burnout ya domina su vida. A la larga, perderá las ganas de trabajar aunque antes disfrutase de su oficio, pudiendo verse abrumado por la responsabilidad y desarrollando incluso síntomas depresivos.

Descrito por primera vez a finales de los años sesenta para definir los efectos sufridos por algunos agentes de policía de la época, se trata de un conjunto de síntomas consistente en «cansancio emocional, despersonalización y limitación en cuanto a su realización personal, todo ello producto de su actividad laboral». Hoy desgranamos este síndrome y dejamos claro todo lo que hay que saber acerca de él.

¿Qué es?

Se trata de una respuesta extrema al estrés sufrido, un estrés que se mantiene en el tiempo de forma excesiva, llevando al límite a la persona. Este estrés tiene su origen en el contexto laboral y afecta al individuo pudiendo llegar a tener graves consecuencias para el mismo. Las diversas organizaciones y empresas tienen cada vez más en cuenta este síndrome, pues el trabajador que lo sufre afectará a su vez al funcionamiento del grupo, por lo que conviene prevenirlo.

¿Quiénes lo sufren?

No todas las personas tienen las mismas probabilidades de sufrir el Burnout. A continuación enumeramos algunas de las características del puesto y del propio trabajador que pueden hacer que este lo acabe padeciendo:

  • Le da excesiva importancia al trabajo, no existe equilibrio entre la vida laboral y la personal.
  • Tiende a asumir más responsabilidad de la que puede o de la que le correspondería a su puesto.
  • Trabaja de cara al público.
  • Tiene poco control sobre su trabajo, o en todo caso tiene la sensación de que esto es así.
  • Dicho trabajo consiste en tareas monótonas, sin emoción.

Para que alguien sufra de Burnout no necesariamente debe presentar todas estas características, pero sí es cierto que a mayor cantidad de ellas, más probabilidades tendrá de padecerlo.

¿Qué síntomas lo constituyen?

Así pues, es posible que alguno de los lectores haya llegado hasta aquí sospechando que él o ella mismo/a esté padeciendo este síndrome. Si tiene dicha sospecha, debería plantearse una serie de cuestiones para poder salir de dudas.

En primer lugar deberá analizar si cada vez le cuesta más trabajar, o bien si ha llegado a un punto en que le resulta casi imposible desarrollar sus tareas. Si tiene que realizar un gran esfuerzo para ir al lugar de trabajo y/o si una vez allí tiene series dificultades para empezar, y si esto no le ocurre de vez en cuando sino que cada vez es más frecuente o ha llegado a un punto en que tiene estas sensaciones cada día, estaríamos ante un síntoma que puede indicar la existencia de Burnout.

No obstante, quizás siga yendo al trabajo sin demasiado esfuerzo pero cuando se encuentra en él se torna irritable, irascible o impaciente, ya sea con sus compañeros de trabajo o con los propios clientes si los hay. También es posible que este estado de ánimo se extienda posteriormente al resto de aspectos de su vida, como al entorno familiar.

Esto se relaciona normalmente con una sensación de insatisfacción respecto a los logros laborales, de modo que completar un encargo ya no le satisface, simplemente le parece un paso más en un camino interminable que no le lleva a ninguna parte. Ello además puede agriar su carácter, volviéndolo progresivamente más cínico y crítico tanto consigo mismo como con quienes le rodean, sobre todo en el contexto laboral.

Por todo ello es normal sentirse en general desilusionado con el trabajo desempeñado, y además es posible que esa insatisfacción se acabe extendiendo a otras facetas vitales, pudiendo llegar a convertirse en un proceso depresivo. Otros síntomas derivados relacionados son los cambios de apetito, la alteración de los hábitos de sueño, migrañas y otros dolores, así como el consumo de alcohol o drogas a modo de vía de escape ante el estrés o la ansiedad.

Resumiendo todo lo anterior, podemos englobar todos los síntomas en tres apartados, el agotamiento emocional, despersonalización y la falta de realización personal. El agotamiento se produce por las exigencias diarias que ha de superar el trabajador y que poco a poco debilitan su resistencia física, mental y emocional. La despersonalización se refiere en este caso a la presencia de actitudes negativas frente a quienes nos rodean, como la irascibilidad, la negatividad, la apatía o incluso la falta de empatía, que nos lleva a tratarlos de forma distante o agresiva. Por último, la falta de realización engloba la frustración ante la aparente inexistencia de expectativas de mejora y la disminución de la autoestima del trabajador al sentir que el trabajo está por debajo de sus posibilidades o bien que no es significativo, entre otras cosas.

Cuantos más síntomas de los relatados presente alguien, más probable es que esté sufriendo de Burnout, por lo que debería de buscar ayuda profesional para superar dicha situación. Un médico sería el encargado de descartar otros posibles orígenes de algunos de estos síntomas, como alteraciones hormonales, mientras que un profesional en salud mental debería encargarse de ayudarle con el tratamiento.

¿Cuáles son sus efectos a largo plazo?

Una vez ha empezado a instaurarse el síndrome, si no es tratado suele tender a provocar síntomas cada vez más graves, además de trastornos derivados. Si bien no son las únicas, las consecuencias más prominentes son los procesos depresivos y de ansiedad, el aumento del estrés hasta niveles insostenibles, adicciones y abusos de sustancias, insomnio y trastornos alimenticios, así como alteraciones fisiológicas tales como la fatiga continua, enfermedades gastrointestinales, cardiovasculares e infartos, colesterol, diabetes, úlceras, dolores y en mujeres problemas en su ciclo menstrual.

A todo lo anterior habría que añadir el deterioro que la persona sufrirá en sus relaciones personales y familiares, pues la irritabilidad, ánimo deprimido, ansiedad y demás síntomas que afecten a su forma de ser y comportarse, difícilmente se vayan a quedar aislados en el entorno laboral, por lo que otros aspectos de su vida se van a ver eventualmente afectados y perjudicados.

¿Cuales son sus causas?

Hasta ahora hemos ido comentando someramente los diversos aspectos del trabajo y del trabajador que pueden hacer más proclive a este a sufrir de Burnout, pero merece la pena dedicar un apartado a profundizar en ello. El agotamiento y frustración que lo componen pueden ser originados en realidad por diversos factores, pero cuantos más de ellos se den, mayor estrés y por tanto más probabilidades de que aparezca el síndrome. Así mismo, cuanto menos recursos posea el trabajador para resistir dicho estrés, más fácilmente se verá afectado y sobrepasado por este.

Encontramos por tanto que dichos factores pueden ser tanto personales como organizacionales, es decir, características de la persona y del propio puesto de trabajo o del ambiente laboral. En primer lugar encontraríamos la sensación de falta de control, o lo que es lo mismo la percepción, justificada o no, de que el propio trabajador no puede decidir respecto al trabajo que realiza. Por ejemplo, no elige sus objetivos, ni su horario, ni la carga de trabajo, pudiendo esta última ser mucho mayor a lo que pueda manejar, o incluso mucho menor lo que le creará la sensación de no estar aprovechando su potencial.

Es posible que lo anterior se derive realmente de unas expectativas difusas o poco claras respecto a la labor desempeñada o al contexto de la misma. Sucede muchas veces que los trabajadores no son conscientes de las características de su puesto hasta que llevan un tiempo en él. En relación con lo anterior, es posible que no sepa exactamente que se espera de él ante cada situación y esto le genere tensión, preocupación, miedos, y en suma un estrés desmesurado.

Por otra parte, quizás el trabajador conoce perfectamente las características de su puesto, pero considera que este va en contra de sus propios intereses, o bien no se ajusta a las habilidades que posee, lo que le genera incomodidad al desarrollarlo. Además, esto no sería la única característica del trabajo que puede devenir en un desajuste importante, pues si la actividad desarrollada es especialmente monótona, necesitará un esfuerzo adicional para mantener su atención, fatigándose progresivamente y contribuyendo a su agotamiento. Lo mismo sucede si la tarea es muy compleja, por lo que tendría que estar pendiente de demasiados focos, o también si esta es inestable hasta el punto de que nunca sabe que será lo siguiente que deberá hacer, pues en ambos casos también se necesita un mayor esfuerzo atencional.

Otra opción es que la dinámica de trabajo sea verdaderamente disfuncional, por ejemplo si uno o varios compañeros se muestran hostiles con el trabajador por cualquier motivo, menospreciándolo, marginándolo o cargándolo con tareas y responsabilidades que no le corresponden. Dicho trato abusivo también puede ser recibido por parte de un superior, con el agravante que esto supondría. Lógicamente, esto puede estar estrechamente relacionado con el fenómeno del mobbing o acaso laboral, aunque existen claras diferencias entre este y el burnout.

Referente al contexto laboral, encontramos finalmente que si existen diferencias radicales entre los valores organizacionales y los del propio empleado, la falta de coherencia entre las mismos genera un desajuste emocional que a la larga puede contribuir al síndrome.

Otro posible causa añadida sería la existencia de carencias en cuanto a los apoyos sociales, lo que genera la sensación de estar aislado en el trabajo, no integrado con el resto. Esta sensación se puede extender a otros ámbitos de la vida del trabajador, generándole cada vez más estrés. Además, puede ser que el propio trabajo y las exigencias que este impone en cuanto al tiempo y esfuerzo que requiere pueden agravar estos desequilibrios entre el trabajo y la vida más allá de él, por lo que el desencanto con la vida laboral crecerá todavía más, acrecentando el efecto del resto de factores.

¿Qué hacer para superarlo?

El tratamiento del Burnout deberá ser distinto para cada individuo, pues su forma de ser, su contexto, los factores concretos que entren en juego debido a las características del trabajo, e incluso la cultura a la que pertenece el sujeto, otorgan al caso unas características particulares que deben ser siempre tenidas en cuenta. Aún así, hay unos consejos generales que pueden ayudar a superar el problema:

  • Evaluar la situación y las opciones reales: En primer lugar, el burnout se resume en que tenemos un problema con nuestro trabajo. Por tanto, lo primero será analizar dicho problema y pensar en si existe una solución al respecto, o si se trata de un problema pasajero. Si existe un modo de solventarlo, lógicamente deberemos enfocar nuestros esfuerzos en dicha dirección.
  • Lo siguiente es intentar reajustar nuestra actitud, pues si nuestro carácter ha ido agriándose hasta volvernos ariscos, hostiles o cínicos, estaremos aumentando la negatividad de la situación, cuando lo que necesitamos es precisamente volver a restablecer un buen ambiente, tanto en el trabajo como en el resto de ámbitos afectados. La idea es establecer relaciones positivas que sustituyan a las deficientes.
  • En relación con lo anterior, es especialmente importante buscar apoyo en quienes nos rodean, ya sean los propios compañeros de trabajo, como amigos y familiares. Se trata de guardarse los problemas para uno mismo, sino explicarlos a quienes sabemos que nos comprenderán y pueden darnos ese apoyo. Por el contrario, si nos aislamos, nuestro estrés no dejará de crecer y el agotamiento mental y emocional será inevitable. Si además trabajamos en una empresa que dispone de asistencia psicológica para los empleados, puede ser otra fuente de apoyo importante.
  • Como vemos, estamos tratando de eliminar aquellos factores que causan el estrés. No obstante, algunos de estos factores no pueden ser eliminados sin más, pues son intrínsecos al puesto de trabajo desempeñado y aunque idealmente uno podría dejar un trabajo para buscar otro que se adapte más a su forma de ser, esto no va a ser siempre posible. Por tanto, aquellas aspectos del puesto que añadan estrés y agotamiento deben ser administrados, gestionados, para que estos afecten lo mínimo y necesario al trabajador. Lo primero será identificarlos uno por uno, para posteriormente afrontarlos por separado, buscando formas de contener el efecto que causan.
  • Ademas de evitar los factores negativos, conviene aumentar los estímulos positivos. Ocurre con frecuencia que el trabajo exigente absorbe al trabajador hasta el punto de negarle el tiempo y las ganas de continuar con las actividades que normalmente disfruta. Para atenuar los síntomas y eventualmente hacer que remitan, es vital devolver la satisfacción al afectado. Por ello es importante buscar tiempo para hacer lo que nos gusta y estar con la gente que queremos.
  • Por último, un pequeño consejo. Es un hecho que el estrés, la ansiedad y el ánimo deprimido afectan no solo a nuestra mentalidad, sino también a nuestro organismo. Este vínculo fisiológico puede ser usado también para enfrentar el burnout, ya que si nos obligamos a movernos, a hacer ejercicio, estaremos sin darnos cuenta enfrentando esos síntomas y allanando el camino para superarlos. Y es que la actividad física, sin necesidad de ser intensa pero sí regular, puede ser perfecta para dejar el trabajo aparcado y no pensar en él por un rato, liberando además el estrés acumulado.

Si considera usted que puede estar empezando a sufrir consecuencias negativas por el trabajo que desempeña, considere seguir estos consejos. No obstante, si cree que su problema posee tal intensidad o ha estado presente durante tanto tiempo que no puede superarlo de forma tan sencilla, recomendamos buscar la ayuda de un especialista cualificado.

 

Referencias:

Desgaste profesional (burnout), personalidad y salud percibida, por Moreno-Jiménez, González y Garrosa.

Comprendiendo el burnout, por Maslach.

Burnout (Síndrome del trabajador quemado): cómo detectarlo y tomar medidas, por García-Allen

Job burnout, por Maslach, Schaufeli y Leiter.

El síndrome de quemarse por el trabajo (burnout): Grupos profesionales de riesgo, de Gil-Monte y Moreno-Jiménez.

La depresión es uno de los trastornos psicológicos más conocidos y uno de los principales motivos de consulta, pues resulta relativamente común entre la población actual. Sin embargo, el conocimiento popular no es el mismo que el clínico y es por ello que muchas veces no se sabe identificar el problema correctamente ni tratarlo a tiempo. La siguiente pretende ser una guía introductoria que pueda ayudar a paliar dicho problema, ofreciendo información general respecto a este trastorno, contrastada y útil.

¿Qué es la depresión?

La depresión, como ahora veremos, es un enemigo silencioso que entra en nuestras vidas poco a poco y sin avisar, de modo que cuando se apodera del día a día de la persona esta puede no darse cuenta hasta que ya es demasiado tarde. Sus síntomas más habituales son un estado general de tristeza, acompañado con apatía, incapacidad para disfrutar y algunos efectos somáticos que pueden ser confundidos con otras patologías y con los que hay que estar por tanto muy atentos (por ejemplo, el cansancio o el dolor).

Podemos dividir estos síntomas en cuatro categorías: cognitivos, afectivos, conductuales o motores y somáticos. Los tres se relacionan y vertebran alrededor de lo que suele ser llamada la Triada depresiva, es decir pensamientos negativos respecto a uno mismo, el mundo que nos rodea y el futuro que nos espera. El individuo se sentirá mal consigo mismo, percibirá el mundo como un lugar hostil del que puede esperar poco o nada y por tanto intuirá que su futuro no va a mejorar y posiblemente empeore, lo cual le producirá aún más desánimo y propiciará que no haga nada por cambiar su situación al sentir que nada importa.

Tipos de trastornos depresivos

El DSM-V, el Manual diagnóstico y estadístico de trastornos mentales, aúna varias patologías con características similares en un grupo llamado “Trastornos depresivos” y los define como aquellos que afectan a la normal regulación del estado de ánimo. Incluye la depresión mayor y la distimia entre otros y aunque no es conveniente ahora ahondar en los detalles que los diferencian, hay que decir que todos ellos comparten como característica la presencia de un ánimo triste, apático o irritable, así como cambios somáticos y cognitivos que afectan al individuo en su normal funcionamiento diario, diferenciándose unos de otros en su duración, gravedad, persistencia y origen.

Posiblemente el más conocido y el que quizás tenga en mente el lector es el Trastorno de depresión mayor, el cual podría ser resumido como un estado de tristeza muy intenso que se prolonga en el tiempo de forma no adaptativa. El manual ofrece una lista de síntomas a buscar que indicarían la presencia de este trastorno:

  1. Cinco o más de los siguientes durante al menos dos semanas (requiriéndose la presencia del número 1 o el número 2):

    1. Estado de ánimo deprimido la mayor parte del día, sentimientos de tristeza y desesperanza.

    2. Pérdida de interés por casi todas las actividades durante la mayor parte del día o bien del placer que antes se obtenía de ellas.

    3. Modificación importante del peso corporal sin hacer dieta o sin mediar trastorno médico o medicación, o pérdida de apetito casi todos los días.

    4. Dificultades generales para dormir o ganas de dormir continuamente.

    5. Agitación o inmovilidad la mayor parte de los días, observada por los demás no siendo válida pues la simple sensación subjetiva informada por el paciente.

    6. Fatiga o pérdida de energía.

    7. Sentimientos de inutilidad o culpabilidad excesiva o inapropiada, pudiendo llegar a ser delirante.

    8. Pérdida de la capacidad para pensar, concentrarse o decidir.

    9. Pensamientos de muerte recurrentes, ideas suicidas aun sin un plan determinado, intentos de suicidio o elaboración de un plan concreto para ello.

  2. Los anteriores síntomas causan malestar significativo, deterioro social o laboral y afectan a otras áreas del normal funcionamiento de la persona.

  3. Los síntomas no pueden atribuirse a efectos de alguna sustancia o afección médica.

  4. Los síntomas no se explican mejor por un trastorno esquizoafectivo, esquizofrenia, esquizofreniforme, psicótico o cualquier otro. Esta distinción debe ser realizada por un especialista que pueda descartar este tipo de problemas.

  5. No haber sufrido nunca episodios maníacos o hipomaníacos, aunque este punto no se aplica si dichos episodios pudieron ser originados por el consumo de sustancias o por una afección médica.

Diagnóstico

En base a los anteriores síntomas se debe emitir diagnóstico. No obstante, resulta notable que la lista de síntomas no tiene en cuenta el posible origen y causas del trastorno, careciendo pues de contexto.

Para dotar al diagnóstico de dicho contexto, de un marco teórico desde el cual analizar lo que le sucede a la persona se emplea el análisis funcional, consistente en definir el problema mediante sus elementos contextuales, los antecedentes personales y sociales sean estos próximos en el tiempo o del pasado, así como las consecuencias que todo ello tiene en el sujeto.

Para realizarlo se debe tener en mente una teoría validada que respalde el análisis y el futuro tratamiento, si bien todas tendrán varios elementos en común como considerar como punto central del trastorno la emoción llamada tristeza. Dicha emoción se origina ante una pérdida, ya sea esta material, emocional, social o del tipo que sea, que afecta al sujeto empezando este a sentirse triste, una reacción no voluntaria cuya función es la de pedir ayuda a quienes nos rodean. El problema viene cuando por algún motivo esta reacción emocional se prolonga en el tiempo demasiado o alcanza una intensidad que impide a la persona actuar normalmente y recuperar su ritmo de vida normal, convirtiéndose en patológica y dando lugar a la depresión.

Por supuesto, el problema es bastante más complicado que esto y habría que tener en cuenta la bioquímica humana y cómo esta se ve afectada por el proceso depresivo, creando un bucle en su cuerpo que le impide salir de la situación, pues ese desajuste tiende a perpetuar el estado de ánimo negativo y apático. Sin entrar en detalles, me gustaría explicar que la depresión debe entenderse al mismo tiempo como una alteración de nuestro cuerpo, pero también de nuestra mente y es precisamente esta una de las clave para superar el problema, como veremos más adelante.

Teorías acerca de la depresión

Existen diversas teorías que explican los procesos depresivos de las cuales mencionaré las principales y las que considero que aportan más a la hora de comprender este tipo de trastornos. En primer lugar tenemos la teoría conductual, que considera como el origen de la depresión la falta de refuerzos, es decir que la persona ha aprendido que sus acciones no reciben el premio que espera, por lo que actuar es inútil. El problema es que al dejar de actuar, recibe cada vez menos refuerzos y por tanto la depresión se acrecenta y perpetúa. Siguiendo este razonamiento encontramos que el tratamiento debería consistir en reemprender la actividad buscando la recompensa de nuevo y una vez se logre recibir reforzamiento nuevamente se romperá el círculo de inactividad y pasividad, el sujeto se sentirá mejor y volverá poco a poco a su ritmo de vida normal.

Por ello es muy importante la forma de plantear el problema a la persona y cuando este nos diga que no quiere hacer nada porque no le apetece y que lo hará cuando tenga ganas, hay que hacerle ver que ha de hacer justo lo contrario. No esperar sino actuar y en cuanto las actividades le proporcionen el ansiado refuerzo es cuándo empezará a sentirse mejor.

Otra teoría de importancia capital para entender los trastornos depresivos es la cognitiva, la cual interpreta que son resultado de la propia forma de pensar del paciente, afectada por lo que llamamos distorsiones cognitivas. Estas distorsiones consisten en la percepción errónea de la realidad de forma generalmente negativa. Este sesgo hace al sujeto valorar negativamente su contexto, su futuro y a sí mismo/a.

Por tanto es muy importante saber reconocer este tipo de pensamientos negativos espontáneos, analizarlos y procurar cambiarlos por otros más racionales y objetivos. Es buena idea por ejemplo hacerle saber al sujeto que cuanto más piense acerca de un tema, en realidad cada vez tenderá a dedicarle menos esfuerzo cognitivo y automatizará esas ideas, generalizando su aplicación a otros contextos similares y estableciendo un filtro depresivo que le hará verlo todo más negativamente.

Si en cambio el sujeto entiende cómo funcionan sus pensamientos automáticos estará más preparado para analizarlos de forma racional, aunque en muchas ocasiones será complicado cambiarlos y además evitar que retornen. Es por ello que la batalla contra la depresión puede ser difícil, aunque desde luego no imposible de vencer.

Una distorsión cognitiva bastante habitual sería la indefensión aprendida, término que indica una sensación de desesperanza tal que el sujeto no actúa ni intenta resolver sus problemas, pues piensa que nada de lo que haga saldrá bien ni servirá de nada. Como vemos, enlaza con la teoría conductual.

Por último, no puedo olvidar las teorías de cariz biológico, centradas en los desequilibrios en nuestro organismo que propician la aparición de la depresión y su mantenimiento. Mediante estudios enmarcados en estas teorías sabemos cómo nos afecta biológicamente la inactividad y los estados depresivos o de apatía, así como también cómo superarlos. Y es que esta química funciona en dos sentidos, pues si un cambio en los neurotransmisores nos produce esas sensaciones y nos lleva a la inactividad, cosa que afecta todavía más a nuestra química interna, también es cierto que si empezamos a movernos, a realizar actividades y recuperamos nuestros refuerzos sociales y materiales, romperemos la cadena y recompondremos nuestro equilibrio interno. Por supuesto, otros aportes al respecto serían los fármacos antidepresivos, de los que hablaré en otra ocasión.

Como vemos, aunque cada teoría se centrar en unos elementos concretos, nada impide combinarlas y analizar cada caso individualmente teniendo todo esto en cuenta, pero centrándonos en el paciente en particular, su contexto y vivencias.

Tratamiento

Así pues, según el tipo de problema, las características de la persona y su situación, se podrá abordar el trastorno con un tratamiento u otro, según el especialista considere más adecuado. Existen tratamientos farmacológicos y otros más centrados en los síntomas conductuales, pero hoy me centraré en el tipo de psicoterapia más popular al ser la que ha demostrado obtener mejores resultados, la terapia cognitiva-conductual, que además es la que uso habitualmente junto con ciertas aportaciones de la psicoterapia interpersonal.

Este tipo de tratamiento propone varios objetivos agrupados en dos grupos:

  • Aprender a evaluar las situaciones y sucesos de forma realista y objetiva, no sesgada ni negativa.

    • Aprender a tener en cuenta todos los datos disponibles y no solo aquellos que confirmen las ideas sesgadas.

    • Saber formular explicaciones alternativas a las automáticas, más racionales.

    • Uso de experimentos conductuales, es decir, implementar nuevos comportamientos que generen nuevas oportunidades y resultados distintos a los que se venían produciendo, buscando así una mejora en cuanto a la resolución de problemas y la interacción social.

  • Recuperar y mejorar las relaciones sociales, eliminando los déficits al respecto:

    • Entrenar en habilidades sociales para evitar el sufrimiento excesivo no adaptativo en las relaciones propias.

    • Mejorar el autoconcepto y la autopercepción, es decir, la forma en que el sujeto se ve a sí mismo y los atributos que considera tener.

    • Aprender a asumir las pérdidas, ya sean amistades, familiares o simples pérdidas materiales por importantes que puedan parecer.

    • Eliminar el déficit interpersonal, que en la depresión suele tomar forma de aislamiento social.

    • Cambiar la conducta pasiva o agresiva por una más asertiva. La asertividad consiste en la defensa de los propios intereses y opiniones, respetando al interlocutor y lo que intenta comunicarnos, mejorando pues el entendimiento entre ambas partes y la relación.

Para cumplirlos, el psicoterapeuta utilizará diversas técnicas de tipo conductual y cognitivo, siendo empleadas las primeras generalmente al principio del tratamiento a fin de que el sujeto recupere su normal funcionamiento cuanto antes mejor, y las segundas se van agregando poco a poco para evitar nuevas distorsiones cognitivas e ideaciones depresivas (pensamientos negativos y automáticos). En suma se trata de ayudar al paciente a recuperar su vida y luego darle herramientas para que la preserve, evitando así recaídas.

Algunas de estas técnicas son la programación de actividades y el compromiso de cumplirlas, el entrenamiento en asertividad, la observación y registro del pensamiento propio, la práctica cognitiva, modificación de la autopercepción y autoconcepto, así como el aprendizaje e información respecto a la relación entre depresión, pensamiento, sentimiento, sensación y conducta. Cada una de estas técnicas tiene su utilidad y se utilizarán o no según el caso concreto. Para no dilatar el texto, las explicaré en futuras entradas.

Bibliografía:

DSM-5. Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales.

La Depresión, por J.A. García Higuera.

Terapia cognitiva de Beck para la depresión, por Elia Roca