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Como ya he comentado en otras ocasiones, el TDAH (Trastorno por Déficit de atención con o sin Hiperactividad) es una de las consultas más recurrentes en padres y madres que perciben como problemático el comportamiento de sus hijos. De las pautas que estos pueden llevar a cabo en casa ya he hablado previamente, pero resulta evidente que el TDAH puede alterar intensamente la vida del menor en otros contextos, en especial el escolar. Por ello es igualmente importante que los y las docentes estén informados sobre cómo mejor proceder cuando entre su alumnado hay uno o más niños diagnosticados de TDAH, razón por la cual este será el primero de una serie de artículos al respecto.

Antes que nada quizás resulte conveniente recordar que el que un niño se muestre inquieto o se distraiga fácilmente no es sinónimo de TDAH, ya que el trastorno es una condición con implicaciones mucho más graves y diversas, debiendo ser diagnosticado por un especialista. Lo primero y esencial, es tener claro que los síntomas que componen el cuadro no desaparecerán, no «se curan», si bien si se pueden reducir y minimizar. Por ello debemos trabajar en todos los contextos posibles sobre las dificultades que el TDAH provoca a cada niño y niña, siendo especialmente importante el trabajo coordinado entre la familia y la escuela, pues a menudo la conducta del menor es muy distinta en cada uno de estos contextos.

Lo siguiente será tener en cuenta que, aunque cada niño con TDAH se ve afectado de un modo un tanto distinto (por ejemplo, los hay con mayor afectación de la atención que impulsividad, debiendo tenerse en cuenta además variables de personalidad y del ambiente), no debemos comparar unos con otros. Así pues, un niño concreto con TDAH quizás no tenga casi problemas en clase, mientras que otro sí presente diversas alteraciones, interrumpiendo la clase, teniendo dificultades para hacer los deberes, etc. No debemos caer en el error de que el primero se porta mejor que el segundo «a pesar de que ambos tienen TDAH», pues sus circunstancias pueden ser muy distintas, pese al diagnóstico común.

Con ello en mente vemos necesario replantearnos la programación didáctica y efectuar las adaptaciones convenientes, teniendo en cuenta que en general:

  • En el TDAH de tipo inatento el problema principal suele ser la tendencia a distraerse, por lo que presenta dificultades para entender la lección, utilizar la agenda o realizar ejercicios largos.
  • En el TDAH impulsivo tenderá a interrumpir, pudiendo presentar problemas para respetar el turno de palabra, inclusive cuando el docente está explicando la materia.
  • El tipo hiperactivo, por su parte, presenta como principal dificultad la necesidad continuada de moverse, con lo que no pocas veces se levantan de la silla en mitad de la clase, sin motivo aparente.

Otro consejo general, que comparten con cualquier otro niño con cualesquiera condiciones médicas o psicológicas, es que hay que evitar que sus compañeros lo dejen de lado debido a su problema, así como que lo hagan objeto de burla y mofa. Debemos tratar, por supuesto, de no presentar al niño delante de sus compañeros etiquetándolo, evitando siempre marcarlo como distinto del resto. Resulta mucho más conveniente que, cuando se tenga que hacer mención a ello, nos refiramos al TDAH como una característica del menor, en la misma manera en que cada otro niño tendrá sus propias peculiaridades.

Adaptando el aula.

Además de lo dicho, existen actuaciones concretas para llevar a cabo en el aula, adaptándolas eso sí a las características del menor, a su edad y curso lectivo.

  • Uso de mapas conceptuales: Un aspecto común a estos niños es que suelen trabajar mejor con la información visual, por lo que esta forma de resumir los contenidos explicados les puede ayudar mucho a reforzar su aprendizaje al integrarlos mejor.
  • Dividir las tareas complejas: Presentan especiales problemas con los ejercicios complejos (en cuanto a su extensión, no necesariamente por su dificultad), debido a que pueden perder el hilo de lo que estaban haciendo. Dividirlos en subtareas más sencillas les facilitará el afrontarlos.
  • Cuando sea posible, emplear temáticas que sea de su interés: En aquellas tareas donde podamos asignar individualmente temáticas distintas que abordar, buscaremos ofrecerle que las realice en base a aquellas que le sean especialmente motivadoras, ya que estas lograrán más fácilmente captar su atención.
  • Supervisar su aprendizaje: Cuando nos sea factible, es conveniente comprobar que han entendido la explicación. Además, esto es extensible a tareas secundarias al aprendizaje, como el uso de la agenda, que es otro punto en el que suelen fallar mucho. Por ello, conviene revisar si ha apuntado lo que debe y ayudarle si no es el caso, hasta que coja la costumbre y lo haga solo.
  • Darle tiempo: Algunos de los errores comentados pueden obedecer a que sus distracciones les hacen perder el tiempo, con lo que cuando este llega al límite dado para un tarea, se encuentran con que no la han completado. Idealmente les daremos algo más de tiempo cuando haga falta, pero como esto no siempre es posible, puede ser más útil ir dando avisos conforme avance el tiempo para que así retome la actividad.
  • Generar un aula tranquila: El lugar de trabajo debe ser tranquilo, con lo que  buscaremos emplazar al alumno en la zona de clase que más libre de distracciones esté (por ejemplo, lejos de las ventanas o de otros niños y niñas especialmente activos).
  • Clima de confianza: Los niños con TDAH cometen de media más errores en sus ejercicios al poner poca atención al escuchar la explicación del temario y durante la ejecución de la propia tarea. Por ello necesitamos que en clase los niños puedan preguntar toda duda que tengan, generando un ambiente en que se entiendan los errores como una oportunidad de aprender y no como un fracaso. Esta confianza debe hacerse extensible a los propios compañeros del niño, por lo que fomentaremos la colaboración y ayuda entre ellos también.
  • Evaluación continua: Puesto que las fluctuaciones en el rendimiento de estos niños pueden ser mayores que en el resto, será especialmente importante en su caso realizar una verdadera evaluación continua, que tenga en cuenta su esfuerzo y los resultados de aprendizaje relativos. Métodos apropiados para evaluarlos son, entre otros, las listas de control, los diarios de campo, las escalas de estimación, la observación sistemática y los registros anecdóticos.
  • Metodología participativa: Además de lo dicho, involucrar al niño en su aprendizaje haciéndole partícipe del mismo en la medida en que se pueda, resulta especialmente fructífero en niños con TDAH, ya que además de ser más estimulante y motivador, puede evitar que se distraigan tan a menudo.

TDAH y motivación.

Y es que tan importante es facilitar la adaptación del niño a las tareas y a la evaluación, como motivarlo respecto a su educación. El planteamiento es simple: Ante las tareas para las que no estamos motivados nos cuesta más centrarnos, disminuyendo nuestra atención y aumentando la fatiga con mayor velocidad. En cambio, si estamos motivados, nuestras energías se mantienen más tiempo, nos mantenemos más centrados en nuestro objetivo y en los pasos a dar para alcanzarlo. Esto no es distinto para los niños y niñas con TDAH, solo que en su caso la falta de motivación les afecta todavía más. Esto es así porque poseen menor capacidad atencional, por lo que la fatiga y la desmotivación le afecta más todavía.

Por ello no es de extrañar que cuando los niños con TDAH se encuentran con un ambiente educativo poco propicio, acaben sintiéndose a disgusto en clase y rehuyendo sus deberes escolares. Así pues, en su caso será especialmente importante fomentar dicha motivación todo lo que podamos. En este sentido lo que debemos hacer no es distinto de lo que haríamos con cualquier otro niño: Felicitarle cuando realice los ejercicios, no ponerlo en evidencia delante de sus compañeros, adaptando los ejercicios cuando sea posible, animarle a que termine los ejercicios, celebrar las buenas notas y evitar dramatizar los fracasos, transmitiendo siempre un mensaje positivo y de superación, no coercitivo ni punitivo. Todo ello además, redundará en una mejor autoestima por parte del niño.

Hiperactividad en el aula.

Por último quedará el cómo abordar el exceso de conductas motoras en niños con mayor hiperactividad. Para ello buscaremos, por una parte, fomentar un ambiente calmado en el aula y por otra fomentar en el niño el control de sus impulsos. Para lo primero puede ser necesario dedicar unos minutos a relajarnos tras aquellas actividades que hayan requerido al menor moverse, levantarse del asiento o interactuar con elementos del aula o compañeros, o bien al entrar a clase tras educación física, el recreo o al llegar al colegio.

En cuanto a las diversas estrategias que podemos emplear para incrementar el control de los impulsos del niño, así como para extinguir conductas que no sean apropiadas en el aula, serán el tema del que hablaré en la siguiente entrada, pues merecen tratarse en detalle.

En cualquier caso, podemos concluir que un docente con un alumno con TDAH en clase deberá necesariamente comprender las necesidades especiales de dicho alumno y adaptarla a este, aunque esto nunca debe implicar un perjuicio para el resto del alumnado. Se trata de tener en cuenta las características y recursos de cada uno para potenciar sus ventajas y ayudarles a superar sus dificultades. A veces puede ser complicado, pero solo con este objetivo en mente podremos ayudarles a que se comprometan con su propio aprendizaje.

La mayoría, sino todos, hemos sufrido alguna vez la falta de motivación. No es de extrañar por tanto que los más jóvenes también puedan verse afectados por ella y es de hecho uno de los motivos de consulta más comunes. Hoy nos ocuparemos de como lidiar con este tipo de situaciones, pero antes será mejor empezar concretando a qué nos referimos cuando hablamos de motivación.

 

¿Qué es la motivación?

Por motivación nos referimos a un estado mental que nos impulsa hacia un objetivo concreto, para el cual diremos que estamos motivados. Se trataría pues de una fuerza que nos impele a elegir, mantener y dirigir nuestras conductas hacia la consecución de la mencionada meta. En este sentido podemos encontrar motivaciones básicas y comunes a todos, como serían las relativas a las necesidades primarias y secundarias (alimento, bebida, seguridad, por ejemplo), pero a veces necesitamos estar motivados a metas más difusas, como serían los objetivos académicos.

Alimentarse es una de las necesidades básicas.

Estemos hablando de unas u otras la motivación humana se regirá por ciertos principios generales, los cuales nos servirán para aumentar o disminuir la motivación cuando ello sea necesario. Uno de ellos es el referido a las fases motivacionales o fases del ciclo motivacional. Dicho ciclo se divide en Homeóstasis, Aparición, Necesidad, Tensión, Activación y Satisfacción.

El concepto de homeóstasis es en realidad el que define como un organismo vivo es capaz de autoregularse para mantener un equilibrio que necesita para sobrevivir. Este principio se refiere por ejemplo a los procesos químicos que se dan en nuestro cuerpo, pero también a nuestros estados mentales (fijémonos por ejemplo que aunque somos capaces de sentir grandes alegrías y penas, en general tendemos a permanecer en un estado de calma emocional).

Sin embargo, el ciclo no se inicia realmente hasta que aparece un estímulo que genera una necesidad o que bien que el organismo interpreta que le servirá para recuperar la homeóstasis perdida. Así por ejemplo, si tenemos hambre buscaremos comida, pero igualmente cierto es que al presentarnos un plato de aspecto delicioso es este mismo el que nos genera dicha hambre.

Llegados a este punto, el individuo recibe señales de su organismo, indicándole que tiene un necesidad que se traduce en un deseo respecto del objeto necesitado. Esta necesidad provoca un estado de tensión físico y mental que se mantendrá mientras esté insatisfecha y que impulsa al sujeto a su consecución mediante conductas emitidas para rebajar la tensión logrando la meta marcada. Dichas conductas conforman el comportamiento, que será mantenido mientras exista la motivación, no necesariamente siendo este fijo pues muchas veces vamos variando nuestras conductas hasta que logramos nuestro fin, por ejemplo probando diversos métodos, refinando nuestras estrategias, etc.

El ser humano lleva milenios perfeccionando las conductas que le sirven para cubrir sus necesidades.

Finalmente, si todo va bien el sujeto logra la satisfacción que le otorga el lograr su meta, retorna al estado de equilibrio buscado hasta que este se vea alterado nuevamente. Al satisfacerse el sujeto habrá librado la tensión acumulada, pero ¿qué ocurre si esta tensión se sigue acumulando al no lograrse la meta?

Y es que este ciclo no puede prolongarse eternamente. Si la necesidad no se satisface al pasar cierto tiempo (que variará según el tipo de necesidad y otros factores) el sujeto podría acabar padeciendo efectos adversos, como por ejemplo presentar reacciones emocionales intensas y negativas, ansiedad, aislamiento o efectos fisiológicos como insomnio, problemas de circulación o digestivos. También podría comportarse de forma aparentemente ilógica o agresiva, así como perder el interés y mostrarse apático. Esta sería la llamada frustración.

 

¿Cómo podemos gestionarla?

Teniendo en mente lo anterior ya sabríamos que existen ciertos factores que afectan a nuestra motivación, por lo que cabría plantearse si podemos hacer algo para aumentarla. Por supuesto, lo que sigue no son ni mucho menos fórmulas mágicas, pero padres, madres y tutores que vean necesario trabajar la motivación de los menores a su cargo deberían tener todo esto en cuenta.

Lo primero que debemos de entender es que una diferencia fundamental entre niños y adultos es que los primeros no son plenamente responsables y conscientes de sus acciones, cosa que irá cambiando con la edad. Hasta que llegue ese momento, recae en buena parte sobre los padres el enseñarles el valor del esfuerzo y la perseverancia, no obstante también tendremos que educarles (y puede que aprender nosotros mismos) para que tengan expectativas adecuadas.

Y es que si imponemos unas metas demasiado elevadas, cuando estas no se alcancen el sujeto sufrirá una gran frustración, pues si se había creado una buena motivación al respecto, la tensión generada en consecuencia no podrá ser liberada convenientemente. Y cuando digo «imponemos» no me refiero solo a cuando se le exige el cumplimiento de una meta literalmente impuesta, sino también cuando sin darnos cuenta les hacemos creer que lo lograrán aun sin tener nosotros una base fundamentada para ello. Si un niño ha suspendido los dos primeros trimestres de una asignatura, debemos alentarlo a aprobar, pero no sería buena idea hacerle creer que sacará un diez en el tercero, pues lo que sucedería en este caso es que si aprueba con menos nota en vez de alegrarse se sentirá decepcionado. Además, cuando marcamos metas realistas, si luego las sobrepasamos con creces (por ejemplo si el niño del ejemplo saca finalmente un diez) ¡la alegría será mayúscula!

Vemos pues la importancia de fijarse metas adecuadas. Por ello, podemos ayudar a los más pequeños a establecerse objetivos en momentos puntuales como podría ser el principio de un curso lectivo. Para ello, cuanto más concretas sean estas mejor, pues así evitaremos equívocos en cuanto a su consecución. Por la misma razón, idealmente estas deberían ser mensurables, como sería el caso de obtener una nota concreta o emitir una acción dada una cantidad determinada de veces cada cierto tiempo.

Por otra parte, un problema con el que nos encontramos con cierta asiduidad es que los menores no acaban de entender la importancia que pueden tener ciertas metas. Por ello, será importante tomarnos un momento (o los que hagan falta) para explicarles por qué es importante lograrlas.

Además de elogiar el esfuerzo, es importante animarlos. Esto es así porque, si bien los elogios tienen a remarcar la alegría cuando vemos el resultado tras un esfuerzo, las palabras de aliento ayudan reforzar dicho esfuerzo en el mismo momento en que este se está produciendo. ¡La combinación de ambas es una de las mejores herramientas de las que disponemos a la hora de motivar a los jóvenes!

Por supuesto, y siempre adaptándonos a la edad y características del menor, será necesario implicarnos en su aprendizaje, participar en él. Si nosotros no mostramos interés en estas actividades, difícilmente podremos lograr que lo sientan ellos. No se trata de sentarse junta a ellos para hacer los deberes cuando sea necesario, sino también extender dicha actitud positiva frente al aprendizaje yendo a museos, bibliotecas y parques naturales, buscando siempre fomentar el aspecto educativo de estos entornos, pero sin olvidarnos de hacerlo de manera que se lo pasen lo mejor posible, asociando así sensaciones agradables al aprendizaje.

Aprendizaje y recompensas

A pesar de lo dicho, cada individuo es distinto a los demás, no pudiéndose encontrar dos personas que piensen o sienta igual a la otra en todo. Esto es debido a que nuestras personalidades son resultado de un cúmulo enorme de factores sumados, algunos de los cuales los poseemos desde que nacemos, pero muchos otros teniendo que ver con nuestro contexto y experiencias. Esto es importante si queremos entender a los demás, inclusive si pretendemos motivarlos, pues podemos encontrar que lo que a uno le motiva muchísimo en otro no produce más que indiferencia o incluso rechazo. Por ejemplo, prometer a un joven que lo llevaremos a cierto partido importante de fútbol si cumple con sus obligaciones podría favorecer mucho dicho cumplimiento, mientras que en el caso de otro quizás lo visualice más como un castigo que otra cosa. Por ello es importantísimo tener bien claros los gustos y preferencias de la persona en cuestión, debiendo evitar imponer los nuestros ya que a veces lo hacemos de forma inconsciente.

También entra aquí en juego la probabilidad percibida de obtener dicha recompensa, ya que el esfuerzo tiende a ser mayor cuando el sujeto prevé que este tiene grandes probabilidades de producir la recompensa. Esto implica varias cosas, siendo la primera que si un niño o niña percibe cierta asignatura o tarea como muy complicada o inalcanzable, por muy grande que sea la recompensa puede que no se esfuerce al entender que dicho esfuerzo no se traducirá finalmente en el premio asociado (de ahí lo que decíamos de marcarse metas plausibles). Por otra parte, si cuando prometemos un premio no siempre lo cumplimos, podrían empezar a percibir que no merece la pena esforzarse pues no necesariamente conseguirán el premio prometido, al depender este de otros factores fuera de su alcance, como la voluntad última del progenitor, cuestiones económicas, etc. Por ello siempre recomiendo ser consecuente con los premios y castigos, aplicándolos de forma sistemática y sin excepciones, de forma que el sujeto asocie las acciones que queremos reforzar con la recompensa, y las que queremos que evite con el castigo al que las hemos emparejado.

 

Aprendizaje social

Como vemos, la motivación del individuo no se ve influida solo por la propia voluntad de este, sino también por multitud de factores externos a él. En concreto vemos la importancia que tiene en ello el entorno social. Algunos autores han concreta el mecanismo por el que este aprendizaje sucede en los siguientes pasos: Estímulo, Respuesta, Enseñanza social, Recompensa-Castigo, Análisis del resultado.

El ciclo del aprendizaje social empieza pues también al aparecer el estímulo, actuando el sujeto en cuestión ante esta aparición. Es decir, que emitirá una respuesta ante dicho estímulo. Sin embargo, este tipo de aprendizaje difiere del que se deriva de la propia experiencia en que tras esa acción se dará la intervención de un segundo individuo el cual tendrá más o menos influencia en el primero según la relación que medie entre ambos. Así, los padres, madres y el profesorado suelen ser figuras de referencia muy importantes para los menores y por ello podrán influir más que otros en su comportamiento.

Y es que su papel será el de enseñar al menor, tutelarle, juzgando su comportamiento, la acción emitida e informándole de si ha sido adecuada o no, y en su caso como podría mejorarla. A esto lo llamamos enseñanza social. Si embargo, para modificar el comportamiento del sujeto, la sociedad, mediante los sujetos encargados de ello como los que ya hemos mencionado, recompensará los comportamientos positivos y castigará los negativos. Este sistema  de recompensa-castigo es normalmente aplicado tanto en el hogar familiar, como en clase e incluso en la sociedad en general, derivándose de él el conjunto de normas sociales que imperan en ella y la vertebran.

En general, las recompensas tenderán a aumentar la probabilidad de que la conducta premiada se dé en el futuro, siendo pues reforzada. Si se llega a un punto en que el sujeto suele emitir respuestas semejantes ante situaciones análogas, diremos que el comportamiento ha sido aprendido. Para que esto suceda el sujeto analizará los resultados, evaluando tanto los que son consecuencia directa como los derivados de esta estructura social.

Cabe comentar, respecto al castigo, que este es en general menos efectivo que la recompensa. Por ello, si bien aporta un valor añadido al aprendizaje, se recomienda que este vaya acompañado de recompensas cuando se emitan las conductas que deseamos que el sujeto emita, pues el mero castigo indica al sujeto que conductas debe evitar, pero no ofrece posibilidades de ampliar su repertorio conductual y por tanto no da alternativas a esas conductas.

 

¿Cómo motivar?

Teniendo en cuenta todo lo anterior, queda claro que la motivación es necesaria cuando se requiere cambiar la conducta de un sujeto. Los menores no son ni muchos menos una excepción, con lo cual deberemos motivarlos para que se involucren en dicho proceso de cambio. Para ello, deberemos cuidar la forma en que nos comunicamos con ellos, pues las reprimendas continuadas y desaforadas merman su autoestima, aumentando la tensión en la relación y funcionando como castigo, que como hemos visto sirve para restringir el repertorio conductual sin ofrecer alternativas. Deberemos evitar pues mensajes como estos:

  • «Siempre haces igual»: Se recalca no solo una mala acción, sino la presunción de que el menor no va a cambiar y por lo tanto no existe esta opción.
  • «Eres desordenado/un desastre/un vago/un mentiroso»: Igualmente, afirmaciones como esta definen categóricamente al individuo, que asumirá que es tal y como le dicen y por tanto se comportará en consonancia.
  • «¿Por qué no aprendes de tu hermano?»: Cuando los comparamos con sus hermanos, con sus compañeros de clase o en general con otras personas, minamos su autoestima en tanto que les estamos diciendo a grandes rasgos que son menos válidos o capaces que ellos.
  • «Nunca llegarás a nada / Así no llegarás a nada»: Un mensaje de desesperanza que aporta bien poco.
  • «Me tienes harto/a»: Expresa rechazo, no por la acción emitida, sino por la persona que recibe el mensaje.
  • «Cada día te portas peor»: Sea cierto o no, mensajes como este implícitamente dan a entender que el menor es menos apreciado, menos querido y menos valorado, cada día que pasa.
  • «¿Cuándo vas a aprender?»: Pregunta normalmente emitida en tono de desprecio, siendo en realidad una afirmación oculta que envía el mensaje de que el niño no puede mejorar ni se espera que lo haga.

Como vemos, la forma en la que hablamos afecta y mucho a quien recibe este mensaje. Para evitar el efecto negativo de las frases anteriores, podemos emplear en su lugar algunas más semejantes a las siguientes:

  • Sé que tu intención es buena.
  • Sé que eres capaz.
  • Tranquilo/a, mejorarás.
  • Confío en ti.
  • Si necesitas algo, pídelo y te ayudaré en lo que pueda.
  • ¡Que bueno/a eres!
  • Lo harás muy bien.
  • Estoy orgulloso/a de ti.
  • No te preocupas, poco a poco te va saliendo mejor.
  • Ya sé que crees que no se te da bien hacer esto, pero tienes otras muchas cualidades.
  • Sabemos que fue sin querer.
  • ¡Felicidades!
  • Sabía que lo lograrías.
  • ¡Tú puedes!

Y recuerda que si necesitas consejo al respecto, si buscas ayuda profesional o si simplemente consideras que tu hija/o necesita clases particulares especializadas, no dudes en contactarme.

 

Fuentes:

Se acerca, una vez más, el día en que los ciudadanos de España harán valer su derecho al voto a fin de elegir quienes les representarán durante cuatro años, en principio. Puesto que cuatro años no es poco tiempo, hay mucha gente que no para de darle vueltas al asunto, intentando averiguar qué partido se ajusta más a sus intereses o cómo hacer que su voto sea un “voto útil”. Otros en cambio tiene muy claro a quién irá dirigido el suyo, siendo muy difícil que cambien su decisión de aquí a entonces. Aun así, a día de hoy vemos que, independientemente de las inclinaciones políticas de cada uno, existen gran variedad de partidos a los que votar, por lo que los resultados son más imprevisibles que nunca. Cabe preguntarse pues, qué causa estas variaciones en el voto entre individuos y porqué estas son tan esquivas de predecir de cara a los resultados definitivos. Hoy vengo a hablar de la psicología del votante y de las estrategias empleadas por los candidatos a fin de aprovecharla.

Y es que preguntarse por qué votamos como lo hacemos equivale en cierta manera a preguntarse cuáles son las estrategias de persuasión de los propios políticos, pues estos, actuando conforme a sus objetivos últimos y siendo asesorados, lo que finalmente buscan siempre es que se les vote. Hay que aclarar esto, pues no pretendo aquí realizar un análisis sobre qué partido es mejor o peor, ya que hay gente mucho más cualificada para ello. Lo que aquí quiero hacer ver es que cada uno de los potenciales candidatos utiliza, aunque no siempre sea evidente, estrategias similares, aplicadas eso sí de un modo afín a su ideario.

Estrategias de persuasión

No todos tenemos la misma capacidad de persuasión y esto es debido a varios factores, algunos de los cuales podemos controlar, mientras que otros no tanto. Por eso lo partidos no eligen siempre al candidato más capaz para gobernar, sino el que lo es para persuadir, para convencer. Para ello, uno de los aspectos a tener en cuenta es el atractivo de dicho candidato.

Si hablamos del atractivo de una persona, probablemente nos vengan a la cabeza sus rasgos físicos y en concreto una buena presencia, unos rasgos agradables, pero el atractivo de un individuo no se limita solo a esto. Así pues, a lo anterior hay que añadir la capacidad para evocar familiaridad, parecido, al potencial votante. Y es que cuanto más nos veamos reflejados en el candidato, más probable es que lo relacionemos con nuestro ideario y por ello más fácil será que lo votemos.

En este apartado encontramos la razón de que cada candidato elija una u otra vestimenta e incluso su peinado, pero también el modo en que expresa sus ideas, el rango de edad de los actuales candidatos (que en general, tienden a intentar dar una imagen de renovación, de cambio respecto a los anteriores gobernantes, independientemente de sus ideas y propuestas). El caso más evidente es quizás el de Pablo Iglesias, quien manifestaba comprar su ropa en Alcampo, apelando así a la humildad, si bien sus rivales en aquel entonces utilizaban precisamente este hecho para desprestigiarlo ante el electorado, apelando pues a diferentes sectores de este.

En relación a lo anterior encontraríamos pues la semejanza con el votante, importantísima hasta el punto que cada candidato tiende a parecerse a aquellos quienes desea que le voten, siendo difícil a veces distinguir hasta que punto dicha semejanza forma parte de su verdadera persona y hasta donde de un personaje ideado para apelar a determinados sectores del electorado. En todo caso, resulta relativamente sencillo ver a qué sectores intenta acercarse cada uno. Así, el líder de Podemos viste con ropa que podría llevar casi cualquiera, sin usar corbatas ni chaquetas, siendo también su icónica coleta otro elemento que le hace destacar frente a sus oponentes.

Por su parte, Albert Rivera también rompe, hasta cierto punto, con la imagen estereotípica del político promedio, alternando la vestimenta típica con otra más distendida, apelando igualmente a aquellos que están hartos de la política que ha venido haciéndose en España desde hace años, pero alejándose a un tiempo del movimiento de izquierdas surgido del 15M que sí ha querido heredar Podemos.

Estos intentos por conseguir que el votante, sobre todo el que aún está indeciso, se sienta identificado, no es una estrategia que se aplique solamente a los propios candidatos, sino que incluso los propios partidos en su conjunto lo emplean, empezando por sus nombres. No es baladí que el PSOE enarbole como bandera de sus políticas y propuestas que es el partido «socialista y obrero», el partido de los trabajadores (como lo es la inmensa mayoría del electorado). Tampoco es casualidad que el PP sea el partido popular (el del pueblo, vaya), ni lo es el nombre de partidos de más reciente creación como Ciudadanos (apelando este al 100% de la población votante) o Podemos, rebautizado como Unidas Podemos, que no solo intenta aprovechar la semejanza sino en su caso también apela a los deseos de muchos de que el sistema político cambie, así como al cada vez más presente movimiento feminista, siendo por tanto a la vez una suerte de eslogan.

El mensajero y el mensaje

Por supuesto, para que todo esto funcione se debe tener en cuenta no solo las características del candidato, sino también las del votante al que se apela, para así poder adaptar y refinar el mensaje y la forma en que este es entregado. Una de estas características a tener en cuenta es la edad, dato importantísimo si quieren que el mensaje llegue a cuanta más gente posible y conecte con ellos. Por tanto, no nos extrañará ver que la edad media de los candidatos ha bajado notablemente respecto a anteriores candidatos, poseyendo los actuales una apariencia más jovial, mostrando en general una actitud más distendida. Esto, además de en todo lo ya dicho, influye también en los referentes usados por varios candidatos en los últimos tiempos: Star Wars, el Señor de los Anillos, Juego de Tronos, etc. Todo ello apela al lenguaje audiovisual, capaz de conectar más fácilmente con nuevas generaciones, que no necesariamente relacionan la capacidad de gestión política con trajes encorsetados y sobria seriedad.

Además de en la forma en que se entregará el mensaje, la edad también afecta en lo que dicho mensaje debería contener para convencer a los potenciales votantes. No es, por supuesto, una ley escrita en piedra ni que pueda aplicarse a todos, pero sí hay estudios psicológicos que nos indican que los humanos tendemos a desarrollar un pensamientos más conservador conforme envejecemos, al menos respecto a las ideas que teníamos cuando éramos más jóvenes. Esto explica porqué cada nueva generación desarrolla ideas que a la anterior le suelen parecer alocadas, excesivas y trasnochadas, pero también porqué la edad del votante promedio es más elevada en los partidos más clásicos que en los de nueva creación, circunstancia de la que todos ellos son conscientes.

La emoción no es cosa menor

Hasta ahora hemos hablado de diversos factores los cuales intervienen en los procesos de persuasión, pero si no añadiéramos un elemento más al cóctel estos serían extremadamente mecánicos y por ello mucho más predecibles de lo que en realidad son. Dicho elemento no es otro que las emociones, pues el ser humano no es una criatura meramente racional ni mucho menos (por suerte).

Y es que solo hay que ver un discurso, casi cualquiera nos vale, de cualquiera de los candidatos para ver que apelan continuamente a la emocionalidad del electorado. Ya no es solo que mencionen temas sensibles como el feminismo, la inmigración o el independentismo (y el miedo o la simpatía que todo ello pueda generar) de forma continuada, sino que lo hacen con exaltación: «Haremos historia», «España es una nación digna», «hay esperanza», «el presidente golpista», «traidor a nuestra nación», «un futuro mejor» y un largo etc. Cierto es que unos partidos tienden más a utilizar mensajes positivos, esperanzadores, mientras que otros usan más el alarmismo y la defensividad contra amenazas ficticias o reales, pero en ambos casos se está jugando con dos caras de una misma moneda, que es la emoción que sentimos ante la exposición de ciertas ideas.

Este es quizás el aspecto más negativo, más recriminable, de las estrategias empleadas por nuestros políticos, puesto que no solo suman la emoción a su discurso, sino que fundamentan este en ellas, ignorando muchas veces los datos en favor de la energía emocional. Buscan, por tanto, que actuemos impulsivamente, llevados por el calor del momento. Como políticos, resulta lógico que actúen así para ganar votos, pues está demostrado que la mayor parte de los votantes no atiende tanto a los datos como a la simpatía que le infunde el candidato y como concuerdan las palabras de este con sus ideas y creencias. Por tanto, no buscamos tanto la verdad como a alguien que aparentemente hable dándonos la razón, confirmando nuestra forma de pensar, aunque lo que diga no sea necesariamente verdad.

Recordemos, las emociones básicas son el miedo, la alegría, la tristeza, la ira, el asco y la sorpresa, y todas ellas juegan un papel, mayor o menor, en el discurso de los candidatos. Sin embargo, los expertos en persuasión dividen las estrategias en dos grupos, las que usan la ruta central y las que usan la periférica. La primera se refiere a los argumentos, al mensaje, mientras que la segunda habla de elementos periféricos a este, como son las emociones implicadas. Este segundo grupo llega con más fuerza e impacto al receptor, pero también lo agota antes, pudiendo hacer que se canse de escuchar siempre lo mismo. Y en buena parte esto explica porque la intención de voto nunca acaba de cuadrar del todo con los resultados finales. Se trata de una carrera de fondo, pero en los días previos a la votación todos los candidatos echan los restos e intentan lograr cuantos más votos mejor aprovechando esa impulsividad.

En el debate, Albert Rivera intentaba no tanto dar un mensaje sino dar una impresión concreta sobre él y sus oponentes.

No me lo creo

Todo lo mencionado acaba encauzándose a un mismo objetivo, parecer más creíble que los demás, inspirar más confianza. La cuestión es simple: Igual que no dejaríamos a nuestros hijos al cuidado de cualquiera, no nos puede dar igual quien gestione nuestro país. Pero nótese que no he dicho «ser más creíble» sino «parecer más creíble», ya que puesto que nadie puede ver el futuro, lo único que podemos hacer es escoger en quien depositar nuestra confianza y votarle. Esto también explica porque los candidatos se afanan no solo en crearse una imagen, sino también en destruir la de los demás, sobre todo la de sus principales competidores. Saben que muchos votantes desconfían de los políticos en general, por lo que les resulta útil generar desconfianza respecto a sus adversarios para que estos votos dubitativos puedan acabar recayendo sobre ellos en el último momento.

Así pues la credibilidad es clave y cada candidato hace todo lo posible por mejorar su reputación de cara a los votantes. No se trata ya de ser simpático, cercano, sino también alguien en quien podemos confiar. Cada cual apelará a varias estrategias en este sentido, como sacar a colación datos de la gestión ejercida previamente por el partido, compararse con otros referentes políticos o éticos u ofrecer propuestas específicas en su programa.

En conclusión, ¿podemos saber cómo concluirán las presentes elecciones? Difícilmente, pero ser conscientes de las mencionadas estrategias puede ayudarnos a centrarnos en los argumentos de cada candidato a la hora de ejercer nuestro derecho a voto en las mejores condiciones posibles.

En nuestro blog hablamos mucho sobre el TDAH y de hecho otras veces ya hemos comentado diversos aspectos y características de esta afección, inclusive algunos tratamientos. Si bien entre los tratamientos de 1ª elección encontramos las terapias de conducta, la realidad es que son muchos los niños y niñas que reciben tratamiento farmacológico, siendo el metilfenidato uno de los más usados. A veces incluso se usan dichos tratamientos sin un complemento psicológico que les aporte estrategias a ellos y a sus cuidadores para poder aprovechar mejor los beneficios de dicha medicación.

Todos sabemos que los fármacos, si bien resultan de gran ayuda cuando son usados correctamente, suelen conllevar una serie de efectos secundarios que merece tener muy en cuenta, debiendo evaluarse para cada caso particular la relación coste/beneficio de cada opción, eligiéndose el tratamiento más adecuado disponible.

En todo caso, como decíamos uno de los fármacos de uso más frecuente para tratar el TDAH es el metilfenidato, por lo que consideramos interesante hablar de sus características según las últimas investigaciones.

Eventos adversos no graves

Este apartado se refiere a alteraciones nocivas pero que no ponen directamente en peligro la salud del menor, como puedan ser las alteraciones del sueño, la disminución del apetito, las cefaleas, los dolores abdominales y, paradójicamente, el nerviosismo: Estos son algunos de los efectos negativos más comunes (afectando de un 10% a un 15% de los niños y niñas tratados), si bien ninguno de ellos implica un riesgo directo o grave para la salud del menor. Hay que tener en cuenta que estos efectos suelen ser leves y causados por cambios en la dosis o en el horario en que se toma la medicación.

En cuanto a la falta de apetito, debe vigilarse si esta llega a estar tan presente que produce descenso del peso, en cuyo caso merecería la pena aumentar la ingesta en la merienda y cena, al ser el desayuno y la comida las ingestas tendentes a ser más ligeras por haber tomado recientemente la medicación. Discutible es el uso de batidos, barritas o suplemento vitanímicos como sustitutivos, siendo en los países desarrollados muy extraño que un menor sufra de hipovitaminosis y por tanto sirviendo más como efecto placebo para los padres que no como un remedio real. No se recomienda usar medicamentos que estimulen el apetito, ya que suelen contener antihistamínicos o derivados de neurolépticos que podrían producir somnolencia y producir rigidez muscular, así como aumentar la falta de atención.

En relación a lo anterior, no se han identificado alteraciones neurohormonales que pudieran asociarse a alteraciones en el crecimiento, si bien sí que se ha encontrado cierto retraso en el crecimiento asociado al TDAH en sí mismo (no a ningún tratamiento). Estos retrasos se normalizan en la adolescencia del menor, por lo que los niños y niñas afectados por el TDAH crecen más lentamente pero finalmente logrando una talla promedio.

En cuando al nerviosismo, se debe al llamado efecto rebote que producen los fármacos de vida media corta, consistiéndo en la exacerbación o empeoramiento de los síntomas pasadas de tres a cinco horas tras tomar la dosis. Se puede paliar distribuyendo la dosis a lo largo del día, añadiendo una dosis baja tras terminar la jornada lectiva, o bien utilizando metilfenidato en su forma de liberación prolongada o clonidina (un agonista α-adrenérgico).

Las alteraciones del sueño normalmente toman la forma de insomnio de conciliación, para el cual también se puede hacer uso de la clonidina, antihistamínicos suaves o benzodiazepinas, siempre según el criterio del especialista que lleve el caso.

Eventos adversos graves

No son pocos quienes opinan que los peligros de estos medicamentos son demasiado importantes como para considerar siquiera usarlos, creyendo que la probabilidad de eventos adversos graves es demasiado elevada. Estos eventos se definen como aquellos que pueden causar un daño fatal o irreversible al sujeto que los toma, como sería el caso de las arritmias o incluso el riesgo de infarto. Dicha preocupación es compresible, pero es necesario atender a los datos de los que disponemos y no solamente a «lo que se dice».

Ciertamente, existe cierta alarma social en relación a la salud cardíaca de los menores que toman estimulantes como el metilfenidato o las anfetaminas, la cual se origina en el año 2005, cuando el Sistema de Salud Canadiense retiró de las farmacias el Adderall (un compuesto de anfetaminas que no se vende en Europa) por una supuesta implicación en varios casos de muerte súbita, si bien tras ello se investigó lo sucedido y se determinó que no estaban relacionados con el uso del medicamento y de hecho fue aprobado nuevamente al poco tiempo.

En suma, la retirada del Adderall fue precipitada y no se basó en ninguna evidencia, sembrando el pánico entre padres y médicos injustificadamente. Tras la investigación pertinente, se concluyó que las tasas de muerte súbita en niños que toman el medicamento son idénticas a las de población general de niños, por lo que no altera las probabilidades de estos sucesos.

Lamentablemente, la alarma creada y la desinformación que llevó a ella creó preocupación y miedos que aún hoy están muy presentes. Hay que decir que hoy día aún se realizan investigaciones al respecto, por lo que cada vez tenemos más datos que nos aseguran lo seguro que es usar estos medicamentos. Para que nos hagamos una idea, estadísticamente el riesgo para la vida del menor es treinta veces menor en el caso del uso de metilfenidato que si se sube a un coche.

Otro tema que suele preocupar a padres y madres es si a largo plazo sus hijos podrían desarrollar problemas de abuso de sustancias, argumentando normalmente que estos puedan ver como normal y/o aceptable la ingesta de químicos. Existen varios estudios al respecto y todo parece indicar que los adolescentes tratados con estimulantes como el metilfenidato tienden a tener menos problemas en este sentido que aquellos que no reciben tratamiento.

Aspectos positivos

Para terminar, y aunque los desarrollaremos en más detalle en futuras entradas, como aspectos positivos el metilfenidato mejora los síntomas principales del TDAH, así como el comportamiento general y la calidad de vida, aunque la magnitud de estos efectos es variable entre sujetos. La investigación ha demostrado que el metilfenidato resulta eficaz (alrededor del 70% de éxito), siéndolo todavía más cuando se usa en un plan terapéutico mayor (incluyendo intervenciones psicosociales), permitiendo a los niños y niñas estar sentados y concentrados en el aula y disminuyendo el rechazo que sufren por parte de sus compañeros.
La evidencia en cambio apunta a que un TDAH no tratado podría desembocar en fracaso escolar, abuso de sustancias y aumento del riesgo de verse envueltos en problemas con la ley. Como vemos, serían estos problemas con cierto componente social, que hacen pensar que los síntomas no tratados pueden crear desarraigo social en el sujeto, siendo este el origen de los problemas posteriores.
Con todo lo dicho hasta este momento, podemos afirmar que el tratamiento con metilfenidato aporta beneficios, mientras que los efectos secundarios adversos que pueden surgir son controlables, siguiendo siempre las pautas del especialista.

Nota del Editor: Pese a los consejos previamente apuntados, si tú o tus hijos tenéis prescrito algún psicofármaco, no dejéis de tomarlo ni modifiquéis las tomas sin consultar antes al especialista que lo recetó. El TDAH es un trastorno sobre el que cada día aprendemos más y los tratamientos habitualmente usados tienen en cuenta los datos disponibles y buscan siempre la mejor relación coste/beneficio para el paciente. Si temes estar sufriendo algún efecto adverso, comunícaselo para que realice, en su caso, las comprobaciones pertinentes.

Fuentes:

Methylphenidate for attention deficit hyperactivity disorder (ADHD) in children and adolescents – assessment of adverse events in non-randomised studies, por Jakob Storebø, Nadia Pedersen, Erica Ramstad, Maja Lærke Kielsholm, Signe Sofie Nielsen, Helle B Krogh, Carlos R Moreira-Maia, Frederik L Magnusson, Mathilde Holmskov, Trine Gerner, Maria Skoog, Susanne Rosendal, Camilla Groth, Donna Gillies, Kirsten Buch Rasmussen, Dorothy Gauci, Morris Zwi, Richard Kirubakaran, Sasja J Håkonsen, Lise Aagaard, Erik Simonsen, Christian Gluud.

O su resumen en castellano AQUÍ.

El trastorno de déficit de atención/hiperactividad en la consulta del pediatra. Algunas sugerencias. Por J.Artigas Pallarés.

Metilfenidato para el TDAH en niños y adolescentes: un análisis de sus efectos. Por Mauro Colombo.

Guía de Práctica Clínica sobre las Intervenciones Terapéuticas en el Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH).

Como dije en anteriores entradas, el TDAH es un trastorno complejo del que aún estamos aprendiendo día a día, lo que en parte explica toda la desinformación y confusiones que hay al respecto. Por ello quisiera hacer un repaso a los principales modelos explicativos y si anteriormente hablé del modelo de Barkley, hoy lo haré del de Brown, un modelo explicativo centrado en la afectación de las capacidades cognitivas complejas.

Brown considera que hay seis funciones ejecutivas afectadas: Activación, Concentración, Esfuerzo, Emoción, Memoria y Acción, las cuales le sirven al individuo para poder desenvolverse día a día. Mediante estos elementos, el profesor Thomas Brown pretende explicar por ejemplo por qué un niño con TDAH parecer ser capaz de ver la tele o jugar a la consola sin problemas, pero sí padece ante tareas más complejas. Veamos.

La Activación es la capacidad de empezar una tarea, priorizándola por encima de otras, capacidad bastante afectada en los niños y niñas que padecen TDAH, quienes por su edad nos parece a veces que ya deberían saber distinguir la importancia de ciertas actividades (como hacer los deberes o estudiar). Al no realizarse la activación correctamente, se posponen las tareas, dejándolas para más adelante, solo realizándolas cuando el plazo está a punto de terminarse o cuando se vuelven muy urgentes, a veces siquiera eso.

Es por ello que luego deben llevarlas a cabo atropelladamente, con prisas y cometiendo errores en el proceso, que seguramente no hubieran hecho de realizarla con previsión. Lo peor es que estos niños y niñas se pueden acostumbrar a este ritmo de trabajo, siendo para ellos habitual no hacer el trabajo en el momento y luego tener que hacerlo a toda prisa, no aprendiendo a dosificar sus esfuerzos.

La Concentración por otra parte, es la capacidad de mantenerse la atención centrada en una tarea, función igualmente alterada en los sujetos que padecen TDAH. Tanto niños como adultos se distraerán muy fácilmente con cualquier estímulo ajeno a la tarea en cuestión (música, la vibración del móvil o incluso sus propios pensamientos, entre otros). Por ello dan la impresión de quedarse soñando despiertos con asiduidad.

El Esfuerzo es la función requerida cuando el sujeto debe permanecer procesando y trabajando con la información cuando empiezan a agotarse. Los afectados por TDAH suelen acabar sin problema proyectos de corta duración o que les motiven mucho, manifestando grandes dificultades cuando la tarea a realizar requiere un trabajo sostenido en el tiempo. Esto se relaciona con las dos funciones antes mencionadas, pues al tardar en activarse, empiezan más tarde, al tiempo que se cansan más pronto que otros debido a las dificultades para concentrarse, lo que les causa un mayor agotamiento y desgaste, requiriendo pues mayor esfuerzo para terminar el trabajo.

Por otra parte estaría la Emoción, término referido efectivamente a la capacidad para gestionar las propias emociones, que también suele estar afectada en quienes padecen TDAH, si bien este síntoma parece ser menos conocido que los otros. Sobre todo en los menores, quienes suelen tener bastantes dificultades para lidiar con sus frustraciones y sus emociones, positivas y negativas. En este sentido el menor parecerá más inmadura que sus pares, manifestando conductas y actitudes que normalmente se asocian con niños de menor edad. Cuando estos niños y niñas sienten rabia, por ejemplo, parece que les sea imposible atender o pensar en otra cosa, no logrando calmarse hasta que tras un rato se les pasa.

Por ello podemos describir a estos niños como más sensibles a los problemas emocionales, reaccionando más acaloradamente a las discusiones, reprimendas, preocupaciones y demás, agravando esto sus dificultades atencionales. Si cuando estamos preocupados, tristes o enfadados nos cuesta más concentrarnos, en el caso del TDAH este efecto es todavía mayor.

En quinto lugar el modelo lista como función afectada a la Memoria, ya que si bien su memoria a largo plazo está en perfectas condiciones, estos sujetos pueden ver afectada su capacidad para recordar qué se les ha dicho hace unos instantes, qué tenían que hacer o incluso lo que iban a decir ellos mismos. Esto sucede por las dificultades para mantener las ideas en mente, pues cualquier distracción hace que cambien el foco atencional, sustituyendo la idea que se tenía por otro pensamiento no relacionado. Así mismo, manifiestan problemas para recordar información ya memorizada, pero pueden acordarse de esos mismos datos cuando no los necesitan. Podemos decir que memorizan la información, pero que a la hora de recuperarla de la memoria padecen dificultades, una vez más por los problemas de concentración.

Vemos que cada función se relaciona con las demás, pero aún queda una, la llamada Acción, referida al poder regular las propias acciones. Cuando imaginamos un niño que padece TDAH, no es difícil imaginar que le cueste contenerse en sus conductas, pero esta afectación aparece incluso en los niños que no poseen este síntoma. Esto es debido a la impulsividad, síntoma que les impele a manifestar una conducta nada más se presenta esta en su mente, sin reflexionar sobre su conveniencia. Además, presentan problemas para contextualizar dichas acciones, pudiendo tener dificultades para percibir los sentimientos ajenos en un primer momento, no porque no los entienda sino porque no atienden a las claves que los indican. Con todo ello sumado, los niños con TDAH suelen actuar y luego tener además dificultades para rectificar dicha acción si esta resultó ser poco oportuna.

Así mismo, sufren problemas para regular el ritmo de sus acciones, pudiendo saltar de una a otra, dejándolas a medio hacer (incluso aquellas que les gustan), no pudiendo disminuir su ritmo cuando la tarea requiere ir con cuidado o acelerarlo si deben terminarla a tiempo.

Este modelo resulta interesante para explicar la sintomatología del TDAH, ya que la gran mayoría de afectados, niños y adultos, por este trastorno, sufren problemas en las seis funciones mencionadas de forma crónica, sufriendo por ello afectación en su día a día.

 

Fuentes:

Modelos explicativos de las FFEE en el TDAH, en Fundación CADAH

Modelo del Trastorno de Déficit de Atención desarrollado por el Dr. Brown

Attention Deficit Disorder: The Unfocused Mind in Children and Adults, por Thomas E. Brown.

Manual de Diagnóstico y Tratamiento de TDAH. Por Soutullo y Díez.

Rusell Barkley es un psicólogo nortemaericano referente en el estudio del TDAH. Tras décadas de estudio ha desarrollado un modelo explicativo que nos puede ayudar a entender mejor en qué consiste y cómo funciona este trastorno.

En dicho modelo se desarrollan varios conceptos que lo vertebran, siendo el primero la capacidad para la Inhibición de la respuesta, que engloba los procesos referidos a la habilidad para no responder ante un determinado estímulo, vital para interactuar correctamente con nuestro medio. A su vez podemos dividir esta capacidad en tres distintas:

  • Inhibición de la respuesta automática: Esto es, el poder crear a propósito un retraso antes de emitir la respuesta, no cediendo al primer impulso. Los niños y niñas afectados por TDAH tienen dificultades en este sentido y es por ello que muchas veces hacen y dicen lo primero que se les cruza por la cabeza.
  • Interrupción de la respuesta ya iniciada: Igualmente, a veces debemos detener una acción ya empezada cuando esta no está dando los resultados deseados. Para ello hay que evaluar los resultados que estamos obteniendo, cambiando de respuesta si la actual no resulta eficaz. Una vez más, esto resulta difícil para los afectos por el déficit de atención, por lo que pueden presentar dificultades para corregir sus errores, empecinándose en sus acciones y opiniones.
  • Protección de la acción: Se refiere a cuando nuestra conducta, que tiene un objetivo final, se ve interferida por elementos externos como puede ser una distracción. Para superar estos obstáculos se requiere mantener la evaluación sobre la acción, de modo que se percibe rápidamente cuando el elemento distractorio la está dificultando. Según este modelo, quienes sufren de TDAH presentan dificultades para terminar tareas prolongadas o complejas precisamente por esto, ya que cualquier elemento puede interrumpir la acción, dificultando además el retomarla.

Los dispositivos móviles, fuente ilimitada de distracciones.

Si lo aplicamos a un caso concreto y mundano, un niño que deba estudiar deberá antes superar su primer impulso (no estudiar, probablemente), tener en mente la conducta alternativa a ese primer impulso y darse cuenta de que esa alternativa es mejor opción (mejor me pongo a estudiar) y empezar a hacerlo. Incluso llegados a este punto, que ya puede suponer un esfuerzo, deberá mantenerlo durante el tiempo requerido, ignorando distracciones y manteniendo sus acciones enfocadas al objetivo final, que será saberse la materia.

Por otra parte encontramos que es igualmente importante el autocontrol, que se refiere a la capacidad para ser consciente de las consecuencias de nuestros actos en todo momento, ajustando la propia conducta para que dichas consecuencias sean las apropiadas. Como vemos, implica que para, por ejemplo, no golpear a un compañero de clase que le está molestando, un niño no solo debe saber y entender porqué no debe hacerlo, sino ser capaz de controlar su conducta y elegir emitir otra, como pedirle por favor que pare, decírselo al maestro, etc.

Funciones ejecutivas

El modelo relaciona estas capacidades directamente con cuatro funciones ejecutivas, procesos cognitivos relacionados entre otras cosas con la toma de decisiones. La primera sería la memoria de trabajo no verbal, que es la capacidad de recordar elementos anteriormente percibidos, para luego trabajar mentalmente con estos elementos, prediciendo futuras situaciones relacionadas. Por ejemplo, se utiliza este mecanismo para deducir, en base a nuestras experiencias, qué pasará si saltamos desde determinada altura.

Por otra parte, también tenemos la memoria de trabajo verbal, que implica el uso del lenguaje sin emitir conductas de habla, es decir hablándose a sí mismo mentalmente. Este lenguaje interior nos permite reflexionar y autocorregirnos, siendo la base de la conducta moral y además fundamental para resolver problemas y decidir cómo actuar. En los casos de TDAH se encuentra un retraso en el desarrollo de estas habilidades por lo que un niño con este trastorno podría parecer que se comporta como si tuviera algunos años menos.

Igualmente importante es la Autorregulación del humor, de la motivación, la activación y la intensidad de la emoción. Esta función implica que la persona es capaz de controlar hasta cierto punto su respuesta emocional ante una situación, decidiendo pues si quiere mantenerla, suprimirla o si la guarda para sí mismo. Los afectados por TDAH padecen dificultades para retrasar la respuesta emocional inicial, por lo que con frecuencia sufre de explosiones afectivas ante las situaciones que le resulten frustrantes. Además, esto implica que también tendrá dificultades para automotivarse ante una tarea que no le resulte agradable, por lo que le costará más esforzarse hasta finalizarla.

Por último, encontramos la función de Reconstrucción mental, capacidad referida al poder combinar mentalmente varias acciones creando conductas más complejas, por lo que se puede elegir la mejor forma de abordar un problema, buscando nuevas formas de actuar ante él.

Opino que lo más interesante del modelo de Barkley es lo bien que muestra que la afectación del TDAH no se limita solo a sus aspectos más obvios, como la falta de atención o la agitación constante, sino que afecta al sujeto de un modo bastante más sutil que puede pasar desapercibido pero no por eso es menos relevante. Por ello debería ser tenido muy en cuenta tanto a la hora de realizar un tratamiento, como al interactuar con estos niños ya sea en clase o en casa.

 

Fuentes:

ADHD and the Nature of Self-Control. Por Russell A. Barkley.

Tomar El Control Del TDAH En La Edad Adulta. Por Rusell A. Barkley.

Niños hiperactivos: Cómo comprender y atender sus necesidades especiales. Por Rusell A. Barkley.

Manual de Diagnóstico y Tratamiento de TDAH. Por Soutullo y Díez.

Existen ciertos términos que si bien tienen su origen en las diversas disciplinas de la salud, han permeado en la sociedad y se han convertido en palabras de uso más o menos común. Sería el caso de bipolar, psicópata o sociópata, entre muchas otras, palabras que además poseen un significado muy distinto cuando se usan en el ámbito clínico y cuando lo hacemos en una charla menos especializada. Pasa un poco lo mismo con términos como delirium, delirio y demencia, que a veces son usados indistintamente cuando la realidad es que no son lo mismo. Hoy pretendo arrojar un poco de luz sobre este asunto.

En primer lugar hay que entender que se trata de términos clínicos, que sirven a los diversos especialistas de la salud para referirse a trastornos o dolencias concretos. No obstante, puesto que la ciencia médica, la psicología y todo lo que cae entre ambas disciplinas se encuentra en constante evolución debido a las nuevas investigaciones o descubrimientos, estos términos están en constante revisión. Sirva como ejemplo la transición entre la sección pertinente del manual DSM-IV-TR (la 4ª versión del Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders)  y el actual DSM-V, su quinta iteración.

El DSM es la guía más usada para diagnosticar los diversos trastornos de salud mental que una persona puede sufrir, así como trastornos de personalidad. En la 4ª versión encontrábamos como trastornos cognitivos el delirium, la demencia y los trastornos amnésicos. En cambio la 5ª versión, la que se usa actualmente, engloba todo lo anterior en los llamados trastornos neurocognitivos, que pueden ser deliriums, trastornos mayores y leves. Por último, si queremos rizar el rizo deberíamos tener en cuenta también el CIE-10, la clasificación internacional de enfermedades, que sirve para lo mismo pero que es usado principalmente desde el ámbito médico. En este manual encontraríamos los trastornos mentales orgánicos y dentro de estos la demencia por enfermedad de Alzheimer, la demencia vascular, otras demencias, los síndromes amnésicos, y el delirium entre otros.

Con todo esto quiero haceros notar que no existe un consenso clasificatorio, pero que sí existe una división en clara entre delirium y demencias, quedando pues claro que no son lo mismo. Paso ahora a comentarlos por separado de forma breve.

El delirium, conocido también como síndrome confusional agudo se trata en realidad de un suceso transitorio, bastante común en las personas mayores, si bien también lo encontramos en quienes consumen alcohol u otras sustancias desaforadamente.  consiste en una alteración de la consciencia y de las capacidades cognitivas del afectado, siendo en este sentido similar a una demencia, excepto que como he dicho se trata de un síndrome transitorio. Veamos esos síntomas:

  • Alteración de la conciencia: Escasa o ninguna conciencia de que le sucede algo malo.
  • Memoria afectada:  dificultades para recordar sucesos recientes y/o para reconocer a conocidos.
  • Desorientación temporal y/o espacial: dificultad para saber qué día u hora es y/o para reconocer el lugar donde se encuentra.
  • Alucinaciones: percepciones erróneas que serán interpretadas como si fueran reales.
  • Ideas delirantes: creencias distorsionadas que parecen reales para la persona que las sufre, por muy descabelladas que puedan parecer a los demás. Estos serían los delirios, por ejemplo pensar que existe un complot contra uno, estar convencido de ser la reencarnación de un personaje histórico, que cierta persona se ha enamorado de nosotros aunque nos diga reiteradamente lo contrario o que una organización secreta nos vigila constantemente. Así pues, los delirios son un síntoma concreto, siendo el delirium un trastorno, algo muy distinto.
  • Alteraciones del sueño, psicomotoras y emocionales.

Debido a su naturaleza, el delirium se presenta de forma aguda, es decir que su aparición alcanza unas horas o como mucho unos días, presentándose de golpe, no poco a poco. En cambio, si se tratase de una demencia, la aparición de los síntomas sí sería progresiva, pudiendo esta aparición dilatarse a lo largo incluso de los años. Además, mientras que el delirium se va igual de rápido que vino, la demencia aparece para quedarse pues como trastorno neurodegenerativo que es sus síntomas empeoran con el paso de los años. Este tipo de trastornos afectan a los encargados en nuestro organismo de trabajar con la información, los llamados neurotransmisores.

Otra forma de distinguir ambos trastornos es la inquietud que muestra el afectado, siendo que en el delirium aparecen repentinamente temblores y conductas caóticas, sin un objetivo claro, mientras que en las demencias estos síntomas no aparecen en un principio, si bien sí lo hacen más adelante. Lo mismo ocurre con las alucinaciones y delirios, que en la demencia no aparecen en las fases iniciales, mientras que en síndrome confusional son muy comunes. Por otra parte, este último puede ser hipactivo, hiperactivo o mixto.

 

Así pues, mientras que el delirium puede ser provocado por intoxicación, abstinencia, medicación o por otra condición médica, hemos dicho que los trastornos neurodegenerativos pueden poseer una etiología más diversa. Veamos algunos de ellos:

  • Enfermedad de Alzheimer: Consistente en deterioro cognitivo y trastornos conductuales. Se caracteriza por la pérdida de la memoria a corto plazo y de otras capacidades mentales a medida que avanza la enfermedad.
  • Demencia o degeneración frontotemporal: Afecta principalmente al lóbulo frontal del cerebro, si bien puede extenderse más allá de este. Se relaciona como causa de varias enfermedades, entre ellas varias demencias.
  • Demencia de cuerpos de Lewy: Incluye deterioro cognitivo similar al del mal de Alzheimer, además de síntomas similares al Parkinson, como la lentitud de movimientos, rigidez articular y temblores, además de respuestas anormales a diversos fármacos. Resulta muy complicado diagnosticarlo correctamente, por lo que se confunde a menudo con otras demencias.
  • Enfermedades cerebrovasculares: Trastornos que afectan de manera transitoria o permanente la función de una región del cerebro o de una zona más focalizada, causando sintomatología y/o secuelas neurológicas. Requiere atención urgente y especializada.
  • Traumatismo craneoencefálico: Similar a lo anterior, pero producido a causa de un traumatismo que haya dañado el encéfalo.
  • Enfermedad de Parkinson: Enfermedad neurodegenerativa crónica caracterizada por movimientos lentos, rigidez y los archiconocidos temblores.
  • Enfermedad de Huntington: Produce alteración cognitvas y motoras, de progresión muy lenta, pudiendo llegar a dilatarse su curso durante décadas. El rasgo más asociado a esta enfermedad es el movimiento exagerado de las extremidades y los gestos faciales exagerados e igualmente repentinos. Aumenta progresivamente  las dificultades para comunicarse y recordar.
  • Otros: existen muchas condiciones médicas que se incluyen en este grupo, como aquellas que puedan ser provocadas por el consumo de sustancias, la infección del VIH, las enfermedades por priones o los trastornos amnésicos, los cuales se consideran trastornos neurocognitivos mayores a efectos de clasificación diagnóstica.

Por último, en la sección de Recursos os dejo un pequeño resumen acerca de los trastornos neurocognitivos más comunes. Pulsa Aquí.

Fuentes:

¿Qué es el síndrome confusional agudo y cómo diferenciarlo del inicio de una demencia? Por Lucía Pardo

DMS-V, Novedades y criterios diagnósticos. Por CEDE.

¿Qué es el delirium hipoactivo? Por Christian Hosker,

Entre los padres que vienen a consulta para obtener ayuda o apoyo con hijos que padecen Trastorno por Déficit de Atención con o sin Hiperactividad, una preocupación habitual es que estos niños tienden a mostrar dificultades en cuanto a la expresión de las emociones propias y la identificación de las emociones ajenas. Y es que los problemas de tipo emocional en los niños con TDAH son relativamente frecuentes.

Puesto que la correcta percepción de las emociones es vital para desarrollar las propias habilidades sociales, será necesario corregir este déficit, ya que afectará al menor no solo en sus relaciones interpersonales, sino también en su rendimiento escolar y en otras esferas vitales.

Si tomamos en consideración las diversas investigaciones acerca de este tema encontraremos que la mayoría de ellas indican que los afectados por TDAH sufren de este tipo de déficit en menor o mayor medida, según casos. Revisando la bibliografía encontramos que se ve afectado especialmente el reconocimiento de la ira y el miedo, seguidos del asco y sorpresa, y quedando como menos afectadas el resto de emociones existentes. Por tanto el principal foco de problemas en este sentido es el reconocimiento de las emociones negativas.

Para compensar este déficit emocional es necesario que los niños sean educados teniendo en cuenta esta circunstancia, pues se trata de habilidades que pueden ser entrenadas, para lo cual se requerirá un trabajo diario y seguimiento por parte de los padres, y posiblemente un tratamiento psicoeducativo que lo tenga en cuenta. Para ello pueden ser especialmente útiles programas de educación emocional que utilicen el juego terapéutico mediante herramientas apropiadas como por ejemplo el LEGO Education Build Me Emotions, juguetes con los que representar escenas con carga emocional, o incluso otras desarrolladas específicamente su uso psicoeducativo (como el PIAAR-R). Otros elementos útiles son los paneles de emociones, o las herramientas audiovisuales como vídeos o películas sobre los que se puede charlar después o durante su visualización, comentando las emociones de los diversos personajes y analizando junto al niño porqué se sienten así.

Mediante dichas herramientas buscaremos alcanzar objetivos concretos, ordenados desde el más básico hasta el más complejo. Podemos empezar por ejemplo por que el niño descubra o conozca mejor las diversas emociones que tanto él como los demás pueden sentir: Alegría, tristeza, sorpresa, miedo, asco y enfado. Una vez alcanzado este conocimiento podremos plantearnos que el menor aprenda a identificar (y eventualmente usar) cada una de las expresiones y gestos asociados a cada emoción.

El siguiente paso debería ser aprender a identificar las diversas situaciones en las que una persona puede sentir cada una de estas emociones, porqué y cuáles serían las conductas que podrían ir asociadas en casa paso. Al mismo tiempo podemos explicarle al niño y pedirle que explique en que situaciones sentimos cada una de estas emociones, haciéndole ver que cada uno podemos sentirnos de un modo distinto en una misma situación, si bien hay contextos que son considerados universalmente negativos o positivos.

Una vez cumplidos estos objetivos más básicos, podremos empezar a trabajar la empatía, la capacidad para sentir lo que siente el otro al ponernos en su lugar, compartiendo su modo de sentir y por tanto comprendiendo cómo y por qué se siente de un modo u otro, capacidad vital para desarrollarse como persona.

Debe entenderse por cierto, que estas dificultades emocionales, este déficit a la hora de percibir y/o expresar las emociones, no quiere decir que el niño no sienta y padezca como los demás. Sentirá igualmente tristeza, frustración, etc, quizás incluso más si tenemos en cuenta que probablemente no dispone de habilidades suficientes para gestionar dichas emociones de una forma sana, pudiendo intentar reprimirlas o simplemente no sabiendo cómo reaccionar ante ellas.

Si bien estos déficits no se presentan solamente en los niños con TDAH, su tendencia a las conductas impulsivas les hacen más propensos a manifestar respuestas emocionales de carácter disruptivo cuando se enfrentan a un suceso que les hace sentir mal. Por eso es importante hacerle ver no solo que tanto él como los demás poseen emociones, y cómo pueden ser estas expresadas, sino también que entienda cuán importante su correcta gestión puede llegar a ser. Para ello, le expondremos en términos que él pueda entender cómo le afecta en cada aspecto de su vida, por ejemplo en sus relaciones sociales.

No podemos olvidar el papel de la familia en todo esto, siendo como son los principales referentes del niño. Los padres, así como el resto de la familia, deberán aprovechar cada mala gestión del menor y tomarla como una oportunidad para mejorar y no como un fracaso más que añadir a la lista. Juntos, pueden buscar qué ha provocado esta reacción en el niño y ayudarle a buscar alternativas para la expresión de esos sentimientos, de modo que la próxima vez que aparezcan disponga de una alternativa conductual clara.

Otra buena idea para trabajar los problemas emocionales es disponer en casa de un espacio específicamente dedicado a este tipo de tareas: una pared, un mural o una pizarra. En él no solamente el niño sino también el resto de miembros de la familia podrán escribir cómo se sienten en cada momento, sirviendo pues como una herramienta eficaz para expresar sus emociones y sentimientos. Esto servirá  al menor como vía alternativa para hacerse entender, pero también para entender él mismo cómo se sienten los demás. Además, es una oportunidad para que los adultos escriban cuando se sienten mal por algún motivo, pero aun así mostrándose calmados y tranquilos, sirviendo de ejemplo para mostrarle al niño como evitar dejarse llevar por su frustración.

Por supuesto, si bien estos consejos son de carácter general y por tanto son aplicables a la práctica totalidad de casos semejantes a los comentados, si crees necesitar ayuda profesional en forma de consejo o de psicoterapia, no dudes en pedirla contactando conmigo o dejando un mensaje en la caja de comentarios expresando tus dudas.

 

Bibliografía:

Dificultades de reconocimiento emocional facial como déficit primario en niños con trastorno por déficit de atención/hiperactividad: revisión sistemática por D. Rodrigo-Ruiz, J.C. Pérez-González, J. Cejudo

Reconocimiento de emociones en niños con TDAH, por Juan Cruz

Uso de LEGO como herramienta terapéutica para mejorar las habilidades sociales, por LeGoff (en inglés).

TDAH: Actividad para entrenar la Inteligencia Emocional, encontrado en Fundación CADAH

TDAH e inteligencia emocional: el papel de la familia, encontrado en Fundación CADAH

Un motivo bastante frecuente entre las consultas que recibo, y que tienen como potencial paciente al hijo o hija del consultante, son las dificultades importantes para rendir académicamente. Además, podemos comprobar como una cantidad importante de estos padres consideran que su hijo está sobradamente capacitado para lograr mejores resultados, siendo a veces esta opinión respaldada por el profesorado encargado del menor.

Sin querer nunca generalizar, creo que sí podemos considerar que una amplia cantidad de esos niños y niñas efectivamente podrían obtener notas, si bien no perfectas sí mucho mejores. Cabe pues preguntarse que les ocurre y qué podemos hacer para ayudarles, ¿se trata de falta de motivación o hay algo más?

Por fortuna la psicología se lleva planteando desde sus inicios preguntas como la anterior y si bien ha concluido que la motivación es un factor extremadamente importante para llevar a buen término nuestras tareas y objetivos, no es ni mucho menos la única variable. Otra característica sería la presencia o no de la capacidad de cumplir dichos objetivos, pero por hoy me centraré en un factor que ha tendido a ser un tanto olvidado: la reflexividad o capacidad de reflexionar.

Cada persona es única, poseyendo miles de variables no sólo físicas sino también mentales que la diferencian de los demás y por tanto que condicionan cómo se relaciona con el mundo que le rodea. Estas características mentales configuran los llamados estilos cognitivos, que a su vez representan modos distintos de procesar y trabajar con la información que percibimos del ambiente en forma de estímulos.

Sin entrar aquí en detalle podemos decir que estas características hacen que la persona trabaje más o menos eficientemente. De estos estilos cognitivos, hoy me quiero centrar en la Reflexividad-Impulsividad o R-I, características referidas normalmente en pareja ya que una persona reflexiva no puede ser impulsiva y viceversa, al ser los polos opuestos de un mismo atributo. Por supuesto no se trata de de un fenómeno binario donde todo es o blanco o negro ya que en realidad cada persona poseerá un grado distinto de este atributo, más tendente hacia un polo u otro según el caso.

 

Pero, ¿qué es eso de la Reflexividad-Impulsividad?

Si bien esta variable supone un continuo entre dos polos, la capacidad de Reflexión máxima en un extremo y la Impulsividad incontrolable en el otro, esto no quiere decir que estemos hablando de una sola característica unitaria ya que podemos encontrar además todo un espectro intermedio entre los dos. Por otra parte, tampoco se trata de un atributo simple, pues la Reflexividad tiene varios efectos en la forma de pensar y actuar de la persona.

El primero de ellos sería la capacidad de gestionar el tiempo que precede a la emisión de una respuesta, denominándose dicho espacio de tiempo latencia temporal o demora de la respuesta. Esta característica se relaciona muy estrechamente con la adecuación o efectividad de la repuesta emitida, pues si el sujeto se toma un momento para reflexionar y analizar los datos de que dispone logrará reducir la incertidumbre al mínimo. Se entiende que es preferible una respuesta correcta rápida a una lenta, pero también debe tenerse en cuenta que según lo anterior para la mayoría de los sujetos lanzarse a responder sin tomarse ese momento de reflexión aumentará las probabilidades de emitir una respuesta fallida o incorrecta. Entiéndase además que esto es aplicable a decisiones cotidianas como elegir qué productos necesitamos al ir de compras, qué herramienta elegir para realizar alguna reparación casera y por supuesto cómo realizar correctamente un ejercicio académico concreto.

Otro aspecto importante de este estilo cognitivo es que afecta a la precisión de la respuesta, o lo que es lo mismo, lo acertada que esta es respecto a lo que se pedía. Podemos detectar diversos niveles de efectividad al responder, siendo el acierto lo ideal, encontrando en segundo lugar la respuesta adecuada pero incompleta (por ejemplo relatar los hechos de una batalla histórica sobre la que se preguntaba, pero de forma escueta), la adecuada no correcta (decir un año incorrecto cuando se preguntaba la fecha de un hecho) y por último la respuesta no adecuada y por tanto incorrecta (realizar una operación matemática incorrectamente desde la base al no haberse fijado en el símbolo que la misma indicaba, como realizar una suma en vez de una resta).

El tipo de respuesta emitida según la clasificación de calidad anterior dependerá, lógicamente, de la profundidad de nuestro análisis de los datos que se nos ofrecen para el ejercicio. Además hay que tener en cuenta que para realizar un buen análisis la mayor parte de los sujetos requieren dedicarle a este un tiempo significativo.

Por tanto y teniendo en cuenta que los sujetos impulsivos dedican poco tiempo a analizar los datos que se les facilitan, no estarán atendiendo a las claves del ejercicio y actuarán con premura, buscando terminar rápido en lugar de estudiar qué estrategia seguir para obtener el resultado más eficiente. De todo ello derivará el uso de estrategias poco efectivas para resolver dichos ejercicios, que redundarán en una mayor cantidad de errores y respuestas incorrectas.

Los sujetos más reflexivos, por su parte, tenderán habitualmente a realizar un mejor análisis de la información, permaneciendo atentos a los enunciados y a los datos que estos ofrecen, meditando acerca de que estrategia será la mejor a seguir en base a ellos. Se podría decir que emplean más tiempo en realizar el ejercicio, pero como se equivocarán menos y no tendrán que repetirlo hasta encontrar la solución, podemos afirmar que si tomamos para el cómputo el tiempo total empleado hasta emitir la respuesta correcta, el tiempo total utilizado será paradójicamente menor.

En resumen, no es de extrañar que el estilo cognitivo R-I tenga mucho que ver con la educación del sujeto, en el sentido de que afecta directamente a su rendimiento académico, y con esto no me refiero solamente a obtener mejores calificaciones sino también a asimilar mejor la información que se les transmite, aprendiendo por tanto más y mejor los sujetos reflexivos que los impulsivos.

Así mismo, la R-I se relaciona con la capacidad atencional de la persona, tendiendo los reflexivos a poseer mejor capacidad de atención selectiva y sostenida, es decir que discriminan mejor qué estímulos son importantes pudiendo centrar sus esfuerzos en ellos y no en las distracciones, pudiendo además prolongar esta atención durante más tiempo si es necesario, por ejemplo ante un ejercicio extenso. Además, también influye en la capacidad para controlar los propios movimientos corporales, siendo más fácil para los reflexivos inhibirlos cuando saben que deben estar quietos para realizar una tarea (como sería el caso de la mayor parte de los ejercicios académicos).

Por último también es reseñable que la variable R-I afecta a otras características del sujeto, como la capacidad para el autocontrol, el uso del lenguaje para regular la propia conducta, el correcto uso de las diversas destrezas metacognitivas, la resolución de problemas, los rasgos de personalidad, el desarrollo intelectual y por supuesto, el aprendizaje en general. En todo lo dicho resulta más beneficioso ser reflexivo que impulsivo.

¿Se puede incrementar la reflexividad?

Teniendo clara la importancia de la posición que adopta el sujeto en el eje R-I, cabría preguntarse si dicha variable es estable o si puede ser modificada de alguna manera, ya que en el segundo caso podríamos mejorar muchos aspectos de la vida de la persona en cuestión. Si nos centramos nuevamente en los menores, encontramos que podrían mejorar además su rendimiento académico, en algunos casos por mucho.

Y es que cualquier educador podrá referir una larga ristra de casos de alumnos con bajo rendimiento cuyas dificultades parecen tener origen en su falta de atención o impulsividad. Estos aspectos junto a la ya antes mencionada dificultad para regular la propia conducta y mantener la calma forman la triada de síntomas que constituyen el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad. Hoy no me centraré en estos casos pero quería mencionarlos para clarificar que todo lo que aquí se explica, si bien no hablo específicamente de los afectados por este trastorno, es igualmente aplicable a ellos.

Presenten TDAH o simplemente sean niños especialmente impulsivos, hablaríamos de alumnos que a veces no contestan o lo hacen con respuestas inadecuadas a tal punto que resulta evidente que no han entendido o escuchado la pregunta. Sucede con estos mismos alumnos que si se les reformula la pregunta o se les plantea en otro momento resulta que realmente sí conocen la respuesta a la misma, demostrando pues que poseen un nivel intelectual y conocimientos suficientes para desenvolverse en el ámbito académico.

Entonces, ¿qué les sucede a estos alumnos? La respuesta muchas veces es que no logran detenerse a pensar en qué se les ha pedido, qué deben hacer, por lo que emiten una contestación incorrecta o incluso no responden, pudiendo llegar a ignorar que se les había planteado una pregunta siquiera (por ejemplo, no leyendo la segunda parte de un ejercicio).

Ante lo anterior, la reacción más natural por parte del educador y también por parte de los padres suele ser explicarles que deben fijarse más, ser más cuidadosos y atender a lo que se les pide. Son pues, consejos generales que si bien pueden tener cierto efecto positivo, carecen de concreción suficiente como para ser significativamente efectivos en la mayoría de casos.

No obstante, esto no implica que no se pueda mejorar la reflexividad, si bien sí serán necesarias herramientas diseñadas específicamente para tal efecto, respaldadas además por estudios científicos que las avalen. La realidad es que si se usan este tipo de técnicas de forma sistemática se puede enseñar a ser más reflexivos a los alumnos, de la misma forma en que se les puede enseñar matemáticas o lengua, por ejemplo. Además, una vez realizado este aprendizaje estos mismos alumnos mejorarán su rendimiento general al poder aprovechar mejor su capacidad intelectiva, sus conocimientos y sus destrezas.

¿Cómo podemos mejorar la reflexividad?

Podemos encontrar múltiples estudios que respaldan todo lo dicho, pero el referente que nos resultará más cercano son las investigaciones llevadas a cabo por B. Gargallo et Cols. Sin entrar en detalles al respecto (podréis encontrar enlaces a estas investigaciones al final del texto, en el apartado «Fuentes»), Gargallo diseñó un programa para aumentar la atención y la reflexividad (el PIAR-R), consistente en fichas de ejercicios de diversa índole que en lugar de buscar que el alumno asimile ciertos conocimientos, lo que buscan es ofrecerles nuevas formas de contemplar la realización de ejercicios. El objetivo es otorgarles nuevas estrategias al respecto y favorecer que ganen consciencia sobre la mejoría en las respuestas que se da cuando se toman un momento para integrar las instrucciones y los datos ofrecidos.

Además, se comprobó que las mejoras obtenidas perduran en el tiempo, con lo que no estaríamos ante una mejora temporal. Igualmente, se constató que estas nuevas habilidades se traducen a su vez en un aumento de las calificaciones académicas. El programa en cuestión es de uso muy sencillo y no requiere de conocimientos específicos por parte del educador o psicopedagogo que lo administre.

Este y otros programas similares consisten en una serie de fichas de ejercicios, pensados para ser aplicados a lo largo de varias semanas y que van aumentando su dificultad, en el sentido de que exigen al alumno cada vez más reflexividad y concentración, pero no conocimientos previos de ningún tipo. Se trata de actividades dinámicas, que usan además el juego o el dibujo para que el niño no se aburra al realizarlas. Además, a estas se les sumará el uso de diversas técnicas y estrategias relacionadas:

  • Demora forzada: Los alumnos han de esperar obligatoriamente antes de responder al ejercicio, por lo que no pueden terminar rápido aunque quieran. Se busca con esto que ante la imposibilidad de acabar al momento, usen ese tiempo para estudiar los datos y repasar lo que se les pide.
  • Análisis de detalles: Se trata de enseñar al sujeto un procedimiento consistente en una serie de pasos ideados para integrar toda la información existente y poder aplicarlo eficientemente. Una vez aprendido el procedimiento se puede aplicar en los ejercicios futuros, disminuyendo las probabilidades de emitir respuestas inadecuadas o sesgadas.
  • Autoinstrucciones: Consisten en verbalizaciones internas cuya intención es favorecer el autoncontrol del sujeto.
  • Modelado participativo: Se trata de dar ejemplo al alumno sobre cómo actuar ante ciertas situaciones o ejercicios, realizándolos antes el educador o responsable del niño o niña.
  • Entrenamiento en solución de problemas: Basado en el planteamiento de problemas imaginarios, no necesariamente académicos, planteando diversas soluciones y analizando cada una de ellas, sus consecuencias, coste y riesgos. De esta forma se promueve que ante un problema no se elija una solución inmediata si no que antes el sujeto se plantee el mejor curso de acción.
  • Reforzamiento: Se refuerzan las conductas que queremos se produzcan de nuevo en un futuro, sobre todo utilizando reforzadores sociales, como la aprobación, dar ánimos, reconocer el esfuerzo, etc. También se pueden usar recompensas materiales, por ejemplo utilizando programas de puntos.

Aunando todo lo anterior, podremos aumentar suficiente la capacidad para la reflexión, lo que redundará en una notable mejora en su rendimiento académico y en otros ámbitos de su vida igualmente importantes. Si tienes interés en este tipo de entrenamiento educativo, alguna duda al respecto o te gustaría obtener más información al respecto, no dudes en dejar un comentario o concertar una cita informativa.

 

Fuentes:

El estilo cognitivo R-I en el 2º ciclo de educación primaria: diferencias entre los sistemas de clasificación e implicaciones educativas..Por F.D. Fernández y F.J. Hinojo.

El estilo cognitivo R-I: su modificabilidad en la práctica educativa, un programa de intervención. Por Gargallo y Castillejo.

Aunque en cada caso concreto se usan técnicas adaptadas al mismo, existen algunas más prevalentes debido a su efectividad demostrada y su utilidad general. Sería el caso de las llamadas autoinstrucciones, una técnica de corte cognitivo cuyo fin es ayudar a quién las usa a cambiar aquellos aspectos de su comportamiento, forma de ser, actitud o estado de ánimo que considera que debería mejorar por algún motivo.

Además, es una técnica sencilla, por lo que puede ser usada incluso en tratamientos que tengan como sujeto a niños o adolescentes. Eso sí, para que el entrenamiento en autoinstrucciones tenga el efecto deseado deberá ser aplicado de forma constante y sistemática, esto es, siempre que se de la situación a cambiar sin excepción. ¡Dijimos que era simple, no que fuese fácil!

Las autoinstrucciones, también llamadas autoverbalizaciones, consisten en mensajes en las que el receptor es el propio emisor, cuyo fin es guiar las propias conductas o pensamientos, cambiándolos por aquellos que consideramos más útiles y adaptados.

El primer paso es escoger un momento en que nos sintamos calmados, tranquilos y emocionalmente en paz, para meditar acerca de aquello que queremos cambiar y pensemos en qué nos podríamos decir a nosotros mismos en esos momentos si pudiéramos mandarnos un mensaje. Veamos un par de ejemplos:

  • Si sabemos que ciertas situaciones nos deprimen o crean ansiedad, podemos pensar en un mensaje que nos ayude a relativizar la gravedad de esa situación, como por ejemplo “Cuando esto pase estaré mejor”, “Voy a mejorar”, “Puedo con esto”. No hay un mensaje universal que le sirva a todo el mundo y por eso debe adaptarse a la persona en cuestión.
  • Tal vez lo que tememos son aquellos contextos en que otras veces hemos consumido alcohol de forma abusiva o alguna droga, ya que quizás volvamos a hacerlo y sabemos que aunque en el momento nos es difícil evitarlo, luego nos arrepentiremos. En este caso las autoinstrucciones podrían ser “Si logro evitarlo luego me sentiré más satisfecho”, “Si consumo luego me arrepentiré” o “Puedo hacerlo”, entre muchos otros.
  • Como ya dijimos antes, esta técnica puede ser útil cuando el sujeto que recibe el tratamiento es un niño o niña, pues la sencillez de la tarea les facilita su uso y aplicación en el momento oportuno, aunque como en el caso de los adultos requerirá de motivación para lograr el éxito. Un ejemplo de este tipo sería el tratamiento de las fobias infantiles y el uso de frases como “No hay nada que temer”, “Cada vez tengo menos miedo”, “Puedo hacerlo” o cualquier otra que el menor crea que le vaya a ayudar a superar esos instantes.

Aunque la técnica no implica necesariamente la verbalización de las frases, pues pueden ser dichas mentalmente, es conveniente hacerlo siempre que sea posible, e incluso en aquellas situaciones en que no nos sea posible (por ejemplo al intentar relajarse al empezar una presentación ante unos potenciales clientes) deberíamos repetir las palabras mentalmente, definiendo el pensamiento y no dejándolo como uno vago y generalista. Así pues, diremos “Puedo hacerlo” (o cualquier otra frases elegida) en voz alta, con toda la energía y seguridad posibles. Si al decirla titubeamos, la repetiremos hasta que la pronunciemos de forma clara, como lo haríamos si estuviésemos animando a otra persona. En caso de necesitar emitir la autoinstrucción sin verbalizarla, la repetiremos mentalmente varias veces empleando la misma energía y seguridad que utilizaríamos si lo hiciésemos de forma hablada.

Si queremos enseñarle la técnica a un niño, lo mejor es predicar con el ejemplo ejecutando una tarea similar a la que él deberá realizar posteriormente, al mismo tiempo que nos hablamos a nosotros mismos, describiendo los pasos que vamos dando para completar la acción y planteándonos posibles dudas que a él le puedan surgir en su momento, respondiendo a las mismas con las autoinstrucciones apropiadas.

Siguiendo el ejemplo anterior, podríamos servirle como ejemplo yendo al baño por la noche. Imaginando cómo debe sentirse él, o pidiéndole antes que nos describa esos momentos, andaremos por el corredor dirigiéndonos al baño, dándole realismo al ejemplo verbalizando que tenemos miedo, pero luego utilizando una de las frases que él tendrá que usar, dejando ver cómo nos causa efecto y nos ayuda a continuar. Si tras el ejemplo el niño expresa otras dudas a las tratadas se puede repetir el ejemplo incorporándolas: “¿y sí hay un monstruo en la oscuridad?”, “Espera, sé que no hay nada en la oscuridad, los monstruos no existen, solo son sombras”, “Puedo ir al baño solo”.

Tanto en el caso de niños como en el de adultos la técnica debe ponerse en práctica y entrenarse para ganar así efectividad. Cuando el sujeto emita sus primeras autoinstrucciones seguramente lo haga con cierta duda, pero conforme vaya usándolas y compruebe como le infunden fuerzas y ánimos, pronto las usará con más convicción.

Por supuesto el entrenamiento y aplicación van a variar según sujeto y caso, pero en líneas generales se trata de recordarnos a nosotros mismos aquellas ideas que tenemos claras cuando somos objetivos pero que tendemos a ignorar cuando estamos más afectados por nuestras emociones (miedo, euforia, tristeza, etc). Hay que tener en cuenta que dichos sentimientos tienden a dominar y definir nuestra forma de pensar, pero si logramos dirigir conscientemente estos pensamientos, entonces las emociones tendrán una influencia menor en nosotros, desapareciendo antes y retornándonos el control. Y no solo eso, pues también son útiles para conseguir prepararse ante situaciones de riesgo, mejorar la atención en la tarea y entrenar nuestra capacidad de organización, entre otros.

Por todo lo dicho se entiende que podemos encontrar diversos tipos de autoinstrucciones. Veamos:

  • Autoafirmaciones: Afirmamos con convicción una idea, como nuestro objetivo o el convencimiento de que sabemos que podemos lograrlo.
  • Autointerrogaciones: Preguntarse a uno mismo qué se puede hacer en un momento determinado, qué formas alternativas existen de actuar a las ya realizadas, qué se ha entendido de la situación, o de qué datos se dispone. Busca evitar el estancamiento del pensamiento, pues obliga a no fijarse en un curso de acción o inacción, promoviendo la proactividad y la capacidad de resolución de problemas.
  • Análisis de la tarea: Se trata de instrucciones que indican los pasos a seguir y su sucesión lógica para poder enfrentarse a problemas concretos o situaciones conflictivas para el sujeto.
  • Autocomprobaciones: En relación con el anterior, busca corroborar un resultado y si existe un error en el mismo o se puede mejorar, analizar qué falló o qué puede mejorarse y cómo (“¿He preguntado con educación?”, “¿Hice mi trabajo lo mejor que pude?”, “¿Me he exigido más de lo debido?”, ¿He intentado hacerlo sin buscar ayuda de otros”?)
  • Autorefuerzo: Felicitaciones que nos damos a nosotros mismos. Tienen la virtud de energizarnos y cambiar nuestra perspectiva a una más positiva. Son especialmente útiles cuando la situación a superar involucra sensaciones negativas como el miedo, la ansiedad, la apatía o el desánimo. Cuando logremos sobreponernos a esas emociones debemos reconocernos el mérito para favorecer el buen ánimo de cara a futuras situaciones similares, lo que a su vez mejorará nuestra probabilidad de éxito. Además, empleadas cuando no se logre un objetivo a corto plazo ayudan a poner en perspectiva lo sucedido y mantener una buena actitud: “Hoy ha sido un mal día, pero lo he aguantado bien.”, “Hoy he consumido, pero hacía años que no. Aprenderé de lo sucedido y ahora resistiré todavía más”, “He logrado llegar hasta el final del pasillo solo, ya no me da tanto miedo como antes”.

No obstante, los adultos no estamos acostumbrados a verbalizar nuestra decisiones y pensamientos si no es para decírselos a otros, por lo que utilizar esta técnica (o enseñársela a un menor) puede entrañar cierta dificultad, pero en verdad resulta mucho más efectiva cuando se ha practicado y verbalizado la instrucción literalmente (o enseñado al niño sirviéndole como ejemplo antes), por lo que consideramos que es un tiempo bien invertido y por tanto el terapeuta debería dedicar unos momento a explicar algunos fundamentos que expliquen porqué funciona.

Por decirlo brevemente, aunque convendrá explayarse en ello en futuras entradas, la mente humana tiene dificultades para centrarse plenamente en dos tareas o pensamientos distintos. Por así decirlo, si dedicamos toda nuestra atención a darnos a nosotros mismos una orden contraria al sentimiento que surge espontáneamente en ese momento, nuestro pensamiento va a verse modificado forzosamente al no poder sentirnos a la vez, por ejemplo, alegres y tristes.

Otro aspecto interesante es que nuestras verbalizaciones nos condicionan, somos por así decirlo esclavos del lenguaje. Por eso una persona en estado depresivo suele hablar de sí mismo y de cuanto le rodea de forma crítica, valorándose cada vez peor y deprimiéndose más y más. Pero por suerte esto funciona en los dos sentidos y de este modo alguien que insista  en que se va a sentir alegre y que hable de sí mismo ante los demás de un modo positivo, acabará más fácilmente por sentirse satisfecho, contento y esperanzado.

De igual modo una persona que se expresa acerca de sí mismo recalcando que está superando sus problemas pasados es más probable que continúe luchando contra ellos, y también alguien podría superar sus fobias si verbaliza que va a superarlas de forma continuada y sistemática. Eso sí, es importante que las verbalizaciones se hagan con convencimiento, pues de nada sirve repetir diez veces cada día “no tengo miedo” si en el fondo se tienen dudas al respecto. Se trata pues, de expresar y sentir que se puede superar el problema en cuestión.

Otra opción es usar las instrucciones como un diagrama de flujo, planificando así los pasos a seguir. Este uso es especialmente interesante para mejorar la capacidad de resolución de problemas, tanto a nivel práctico como académico:

  • Paso 1: “Voy a leer el ejercicio.”
  • Paso 2: “¿He entendido lo que leí?”
  • “No lo he entendido, mejor lo vuelvo a leer (paso 1)” o bien “Lo he entendido (paso 3)”.
  • Paso 3: “Qué es lo que debo hacer?”
  • Paso 4: “Haré el ejercicio prestando atención, intentando no distraerme. Si pasa, volveré a él para continuarlo.”
  • Paso 5: “Ahora a repasarlo”
  • “Me he equivocado. No pasa nada, empezaré de nuevo y esta vez me saldrá mejor porque he tomado nota de mi error. (Paso 4)” o bien “Lo he hecho correctamente, ¡muy bien!”

Un último aspecto a tener en cuenta pero que no por ello es menos importante es el uso de tarjetas para reforzar las autoinstrucciones. Podemos hacerlas a mano o utilizando cartulinas tamaño tarjeta que suelen vender en cualquier papelería. Otro día nos explayaremos más en este concepto, pero la idea es escribir en ellas una o varias frases motivadoras o autoinstrucciones y poder llevarlas siempre encima, por ejemplo en la cartera, de modo que podamos recurrir a ellas en momentos de necesidad, leerlas y recordar que todo pasa, que podemos lograrlo y que lo vamos a superar.

Fuentes:

Entrenamiento en autoinstrucciones, Departamento de Educación, Universidad, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón.

 

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