Existen ciertos términos que si bien tienen su origen en las diversas disciplinas de la salud, han permeado en la sociedad y se han convertido en palabras de uso más o menos común. Sería el caso de bipolar, psicópata o sociópata, entre muchas otras, palabras que además poseen un significado muy distinto cuando se usan en el ámbito clínico y cuando lo hacemos en una charla menos especializada. Pasa un poco lo mismo con términos como delirium, delirio y demencia, que a veces son usados indistintamente cuando la realidad es que no son lo mismo. Hoy pretendo arrojar un poco de luz sobre este asunto.

En primer lugar hay que entender que se trata de términos clínicos, que sirven a los diversos especialistas de la salud para referirse a trastornos o dolencias concretos. No obstante, puesto que la ciencia médica, la psicología y todo lo que cae entre ambas disciplinas se encuentra en constante evolución debido a las nuevas investigaciones o descubrimientos, estos términos están en constante revisión. Sirva como ejemplo la transición entre la sección pertinente del manual DSM-IV-TR (la 4ª versión del Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders)  y el actual DSM-V, su quinta iteración.

El DSM es la guía más usada para diagnosticar los diversos trastornos de salud mental que una persona puede sufrir, así como trastornos de personalidad. En la 4ª versión encontrábamos como trastornos cognitivos el delirium, la demencia y los trastornos amnésicos. En cambio la 5ª versión, la que se usa actualmente, engloba todo lo anterior en los llamados trastornos neurocognitivos, que pueden ser deliriums, trastornos mayores y leves. Por último, si queremos rizar el rizo deberíamos tener en cuenta también el CIE-10, la clasificación internacional de enfermedades, que sirve para lo mismo pero que es usado principalmente desde el ámbito médico. En este manual encontraríamos los trastornos mentales orgánicos y dentro de estos la demencia por enfermedad de Alzheimer, la demencia vascular, otras demencias, los síndromes amnésicos, y el delirium entre otros.

Con todo esto quiero haceros notar que no existe un consenso clasificatorio, pero que sí existe una división en clara entre delirium y demencias, quedando pues claro que no son lo mismo. Paso ahora a comentarlos por separado de forma breve.

El delirium, conocido también como síndrome confusional agudo se trata en realidad de un suceso transitorio, bastante común en las personas mayores, si bien también lo encontramos en quienes consumen alcohol u otras sustancias desaforadamente.  consiste en una alteración de la consciencia y de las capacidades cognitivas del afectado, siendo en este sentido similar a una demencia, excepto que como he dicho se trata de un síndrome transitorio. Veamos esos síntomas:

  • Alteración de la conciencia: Escasa o ninguna conciencia de que le sucede algo malo.
  • Memoria afectada:  dificultades para recordar sucesos recientes y/o para reconocer a conocidos.
  • Desorientación temporal y/o espacial: dificultad para saber qué día u hora es y/o para reconocer el lugar donde se encuentra.
  • Alucinaciones: percepciones erróneas que serán interpretadas como si fueran reales.
  • Ideas delirantes: creencias distorsionadas que parecen reales para la persona que las sufre, por muy descabelladas que puedan parecer a los demás. Estos serían los delirios, por ejemplo pensar que existe un complot contra uno, estar convencido de ser la reencarnación de un personaje histórico, que cierta persona se ha enamorado de nosotros aunque nos diga reiteradamente lo contrario o que una organización secreta nos vigila constantemente. Así pues, los delirios son un síntoma concreto, siendo el delirium un trastorno, algo muy distinto.
  • Alteraciones del sueño, psicomotoras y emocionales.

Debido a su naturaleza, el delirium se presenta de forma aguda, es decir que su aparición alcanza unas horas o como mucho unos días, presentándose de golpe, no poco a poco. En cambio, si se tratase de una demencia, la aparición de los síntomas sí sería progresiva, pudiendo esta aparición dilatarse a lo largo incluso de los años. Además, mientras que el delirium se va igual de rápido que vino, la demencia aparece para quedarse pues como trastorno neurodegenerativo que es sus síntomas empeoran con el paso de los años. Este tipo de trastornos afectan a los encargados en nuestro organismo de trabajar con la información, los llamados neurotransmisores.

Otra forma de distinguir ambos trastornos es la inquietud que muestra el afectado, siendo que en el delirium aparecen repentinamente temblores y conductas caóticas, sin un objetivo claro, mientras que en las demencias estos síntomas no aparecen en un principio, si bien sí lo hacen más adelante. Lo mismo ocurre con las alucinaciones y delirios, que en la demencia no aparecen en las fases iniciales, mientras que en síndrome confusional son muy comunes. Por otra parte, este último puede ser hipactivo, hiperactivo o mixto.

 

Así pues, mientras que el delirium puede ser provocado por intoxicación, abstinencia, medicación o por otra condición médica, hemos dicho que los trastornos neurodegenerativos pueden poseer una etiología más diversa. Veamos algunos de ellos:

  • Enfermedad de Alzheimer: Consistente en deterioro cognitivo y trastornos conductuales. Se caracteriza por la pérdida de la memoria a corto plazo y de otras capacidades mentales a medida que avanza la enfermedad.
  • Demencia o degeneración frontotemporal: Afecta principalmente al lóbulo frontal del cerebro, si bien puede extenderse más allá de este. Se relaciona como causa de varias enfermedades, entre ellas varias demencias.
  • Demencia de cuerpos de Lewy: Incluye deterioro cognitivo similar al del mal de Alzheimer, además de síntomas similares al Parkinson, como la lentitud de movimientos, rigidez articular y temblores, además de respuestas anormales a diversos fármacos. Resulta muy complicado diagnosticarlo correctamente, por lo que se confunde a menudo con otras demencias.
  • Enfermedades cerebrovasculares: Trastornos que afectan de manera transitoria o permanente la función de una región del cerebro o de una zona más focalizada, causando sintomatología y/o secuelas neurológicas. Requiere atención urgente y especializada.
  • Traumatismo craneoencefálico: Similar a lo anterior, pero producido a causa de un traumatismo que haya dañado el encéfalo.
  • Enfermedad de Parkinson: Enfermedad neurodegenerativa crónica caracterizada por movimientos lentos, rigidez y los archiconocidos temblores.
  • Enfermedad de Huntington: Produce alteración cognitvas y motoras, de progresión muy lenta, pudiendo llegar a dilatarse su curso durante décadas. El rasgo más asociado a esta enfermedad es el movimiento exagerado de las extremidades y los gestos faciales exagerados e igualmente repentinos. Aumenta progresivamente  las dificultades para comunicarse y recordar.
  • Otros: existen muchas condiciones médicas que se incluyen en este grupo, como aquellas que puedan ser provocadas por el consumo de sustancias, la infección del VIH, las enfermedades por priones o los trastornos amnésicos, los cuales se consideran trastornos neurocognitivos mayores a efectos de clasificación diagnóstica.

Por último, en la sección de Recursos os dejo un pequeño resumen acerca de los trastornos neurocognitivos más comunes. Pulsa Aquí.

Fuentes:

¿Qué es el síndrome confusional agudo y cómo diferenciarlo del inicio de una demencia? Por Lucía Pardo

DMS-V, Novedades y criterios diagnósticos. Por CEDE.

¿Qué es el delirium hipoactivo? Por Christian Hosker,

Entre los padres que vienen a consulta para obtener ayuda o apoyo con hijos que padecen Trastorno por Déficit de Atención con o sin Hiperactividad, una preocupación habitual es que estos niños tienden a mostrar dificultades en cuanto a la expresión de las emociones propias y la identificación de las emociones ajenas. Y es que los problemas de tipo emocional en los niños con TDAH son relativamente frecuentes.

Puesto que la correcta percepción de las emociones es vital para desarrollar las propias habilidades sociales, será necesario corregir este déficit, ya que afectará al menor no solo en sus relaciones interpersonales, sino también en su rendimiento escolar y en otras esferas vitales.

Si tomamos en consideración las diversas investigaciones acerca de este tema encontraremos que la mayoría de ellas indican que los afectados por TDAH sufren de este tipo de déficit en menor o mayor medida, según casos. Revisando la bibliografía encontramos que se ve afectado especialmente el reconocimiento de la ira y el miedo, seguidos del asco y sorpresa, y quedando como menos afectadas el resto de emociones existentes. Por tanto el principal foco de problemas en este sentido es el reconocimiento de las emociones negativas.

Para compensar este déficit emocional es necesario que los niños sean educados teniendo en cuenta esta circunstancia, pues se trata de habilidades que pueden ser entrenadas, para lo cual se requerirá un trabajo diario y seguimiento por parte de los padres, y posiblemente un tratamiento psicoeducativo que lo tenga en cuenta. Para ello pueden ser especialmente útiles programas de educación emocional que utilicen el juego terapéutico mediante herramientas apropiadas como por ejemplo el LEGO Education Build Me Emotions, juguetes con los que representar escenas con carga emocional, o incluso otras desarrolladas específicamente su uso psicoeducativo (como el PIAAR-R). Otros elementos útiles son los paneles de emociones, o las herramientas audiovisuales como vídeos o películas sobre los que se puede charlar después o durante su visualización, comentando las emociones de los diversos personajes y analizando junto al niño porqué se sienten así.

Mediante dichas herramientas buscaremos alcanzar objetivos concretos, ordenados desde el más básico hasta el más complejo. Podemos empezar por ejemplo por que el niño descubra o conozca mejor las diversas emociones que tanto él como los demás pueden sentir: Alegría, tristeza, sorpresa, miedo, asco y enfado. Una vez alcanzado este conocimiento podremos plantearnos que el menor aprenda a identificar (y eventualmente usar) cada una de las expresiones y gestos asociados a cada emoción.

El siguiente paso debería ser aprender a identificar las diversas situaciones en las que una persona puede sentir cada una de estas emociones, porqué y cuáles serían las conductas que podrían ir asociadas en casa paso. Al mismo tiempo podemos explicarle al niño y pedirle que explique en que situaciones sentimos cada una de estas emociones, haciéndole ver que cada uno podemos sentirnos de un modo distinto en una misma situación, si bien hay contextos que son considerados universalmente negativos o positivos.

Una vez cumplidos estos objetivos más básicos, podremos empezar a trabajar la empatía, la capacidad para sentir lo que siente el otro al ponernos en su lugar, compartiendo su modo de sentir y por tanto comprendiendo cómo y por qué se siente de un modo u otro, capacidad vital para desarrollarse como persona.

Debe entenderse por cierto, que estas dificultades emocionales, este déficit a la hora de percibir y/o expresar las emociones, no quiere decir que el niño no sienta y padezca como los demás. Sentirá igualmente tristeza, frustración, etc, quizás incluso más si tenemos en cuenta que probablemente no dispone de habilidades suficientes para gestionar dichas emociones de una forma sana, pudiendo intentar reprimirlas o simplemente no sabiendo cómo reaccionar ante ellas.

Si bien estos déficits no se presentan solamente en los niños con TDAH, su tendencia a las conductas impulsivas les hacen más propensos a manifestar respuestas emocionales de carácter disruptivo cuando se enfrentan a un suceso que les hace sentir mal. Por eso es importante hacerle ver no solo que tanto él como los demás poseen emociones, y cómo pueden ser estas expresadas, sino también que entienda cuán importante su correcta gestión puede llegar a ser. Para ello, le expondremos en términos que él pueda entender cómo le afecta en cada aspecto de su vida, por ejemplo en sus relaciones sociales.

No podemos olvidar el papel de la familia en todo esto, siendo como son los principales referentes del niño. Los padres, así como el resto de la familia, deberán aprovechar cada mala gestión del menor y tomarla como una oportunidad para mejorar y no como un fracaso más que añadir a la lista. Juntos, pueden buscar qué ha provocado esta reacción en el niño y ayudarle a buscar alternativas para la expresión de esos sentimientos, de modo que la próxima vez que aparezcan disponga de una alternativa conductual clara.

Otra buena idea para trabajar los problemas emocionales es disponer en casa de un espacio específicamente dedicado a este tipo de tareas: una pared, un mural o una pizarra. En él no solamente el niño sino también el resto de miembros de la familia podrán escribir cómo se sienten en cada momento, sirviendo pues como una herramienta eficaz para expresar sus emociones y sentimientos. Esto servirá  al menor como vía alternativa para hacerse entender, pero también para entender él mismo cómo se sienten los demás. Además, es una oportunidad para que los adultos escriban cuando se sienten mal por algún motivo, pero aun así mostrándose calmados y tranquilos, sirviendo de ejemplo para mostrarle al niño como evitar dejarse llevar por su frustración.

Por supuesto, si bien estos consejos son de carácter general y por tanto son aplicables a la práctica totalidad de casos semejantes a los comentados, si crees necesitar ayuda profesional en forma de consejo o de psicoterapia, no dudes en pedirla contactando conmigo o dejando un mensaje en la caja de comentarios expresando tus dudas.

 

Bibliografía:

Dificultades de reconocimiento emocional facial como déficit primario en niños con trastorno por déficit de atención/hiperactividad: revisión sistemática por D. Rodrigo-Ruiz, J.C. Pérez-González, J. Cejudo

Reconocimiento de emociones en niños con TDAH, por Juan Cruz

Uso de LEGO como herramienta terapéutica para mejorar las habilidades sociales, por LeGoff (en inglés).

TDAH: Actividad para entrenar la Inteligencia Emocional, encontrado en Fundación CADAH

TDAH e inteligencia emocional: el papel de la familia, encontrado en Fundación CADAH

Uno de problemas por los que más a menudo se busca ayuda psicológica hoy en día son los procesos de ansiedad y estrés, y en concreto los producidos por la situación laboral o un ambiente de trabajo excesivamente exigente. Hablaríamos en este caso del Síndrome del Burnout o del trabajador quemado, el cual describe un cuadro de estrés cuyo origen es el trabajo del individuo y que le lleva al agotamiento físico, emocional y/o mental, pudiendo tener esto consecuencias en su salud y su autoestima, introduciéndose estos síntomas poco a poco en la vida del trabajador, de manera que a veces se da cuenta de lo que sucede cuando el Burnout ya domina su vida. A la larga, perderá las ganas de trabajar aunque antes disfrutase de su oficio, pudiendo verse abrumado por la responsabilidad y desarrollando incluso síntomas depresivos.

Descrito por primera vez a finales de los años sesenta para definir los efectos sufridos por algunos agentes de policía de la época, se trata de un conjunto de síntomas consistente en «cansancio emocional, despersonalización y limitación en cuanto a su realización personal, todo ello producto de su actividad laboral». Hoy desgranamos este síndrome y dejamos claro todo lo que hay que saber acerca de él.

¿Qué es?

Se trata de una respuesta extrema al estrés sufrido, un estrés que se mantiene en el tiempo de forma excesiva, llevando al límite a la persona. Este estrés tiene su origen en el contexto laboral y afecta al individuo pudiendo llegar a tener graves consecuencias para el mismo. Las diversas organizaciones y empresas tienen cada vez más en cuenta este síndrome, pues el trabajador que lo sufre afectará a su vez al funcionamiento del grupo, por lo que conviene prevenirlo.

¿Quiénes lo sufren?

No todas las personas tienen las mismas probabilidades de sufrir el Burnout. A continuación enumeramos algunas de las características del puesto y del propio trabajador que pueden hacer que este lo acabe padeciendo:

  • Le da excesiva importancia al trabajo, no existe equilibrio entre la vida laboral y la personal.
  • Tiende a asumir más responsabilidad de la que puede o de la que le correspondería a su puesto.
  • Trabaja de cara al público.
  • Tiene poco control sobre su trabajo, o en todo caso tiene la sensación de que esto es así.
  • Dicho trabajo consiste en tareas monótonas, sin emoción.

Para que alguien sufra de Burnout no necesariamente debe presentar todas estas características, pero sí es cierto que a mayor cantidad de ellas, más probabilidades tendrá de padecerlo.

¿Qué síntomas lo constituyen?

Así pues, es posible que alguno de los lectores haya llegado hasta aquí sospechando que él o ella mismo/a esté padeciendo este síndrome. Si tiene dicha sospecha, debería plantearse una serie de cuestiones para poder salir de dudas.

En primer lugar deberá analizar si cada vez le cuesta más trabajar, o bien si ha llegado a un punto en que le resulta casi imposible desarrollar sus tareas. Si tiene que realizar un gran esfuerzo para ir al lugar de trabajo y/o si una vez allí tiene series dificultades para empezar, y si esto no le ocurre de vez en cuando sino que cada vez es más frecuente o ha llegado a un punto en que tiene estas sensaciones cada día, estaríamos ante un síntoma que puede indicar la existencia de Burnout.

No obstante, quizás siga yendo al trabajo sin demasiado esfuerzo pero cuando se encuentra en él se torna irritable, irascible o impaciente, ya sea con sus compañeros de trabajo o con los propios clientes si los hay. También es posible que este estado de ánimo se extienda posteriormente al resto de aspectos de su vida, como al entorno familiar.

Esto se relaciona normalmente con una sensación de insatisfacción respecto a los logros laborales, de modo que completar un encargo ya no le satisface, simplemente le parece un paso más en un camino interminable que no le lleva a ninguna parte. Ello además puede agriar su carácter, volviéndolo progresivamente más cínico y crítico tanto consigo mismo como con quienes le rodean, sobre todo en el contexto laboral.

Por todo ello es normal sentirse en general desilusionado con el trabajo desempeñado, y además es posible que esa insatisfacción se acabe extendiendo a otras facetas vitales, pudiendo llegar a convertirse en un proceso depresivo. Otros síntomas derivados relacionados son los cambios de apetito, la alteración de los hábitos de sueño, migrañas y otros dolores, así como el consumo de alcohol o drogas a modo de vía de escape ante el estrés o la ansiedad.

Resumiendo todo lo anterior, podemos englobar todos los síntomas en tres apartados, el agotamiento emocional, despersonalización y la falta de realización personal. El agotamiento se produce por las exigencias diarias que ha de superar el trabajador y que poco a poco debilitan su resistencia física, mental y emocional. La despersonalización se refiere en este caso a la presencia de actitudes negativas frente a quienes nos rodean, como la irascibilidad, la negatividad, la apatía o incluso la falta de empatía, que nos lleva a tratarlos de forma distante o agresiva. Por último, la falta de realización engloba la frustración ante la aparente inexistencia de expectativas de mejora y la disminución de la autoestima del trabajador al sentir que el trabajo está por debajo de sus posibilidades o bien que no es significativo, entre otras cosas.

Cuantos más síntomas de los relatados presente alguien, más probable es que esté sufriendo de Burnout, por lo que debería de buscar ayuda profesional para superar dicha situación. Un médico sería el encargado de descartar otros posibles orígenes de algunos de estos síntomas, como alteraciones hormonales, mientras que un profesional en salud mental debería encargarse de ayudarle con el tratamiento.

¿Cuáles son sus efectos a largo plazo?

Una vez ha empezado a instaurarse el síndrome, si no es tratado suele tender a provocar síntomas cada vez más graves, además de trastornos derivados. Si bien no son las únicas, las consecuencias más prominentes son los procesos depresivos y de ansiedad, el aumento del estrés hasta niveles insostenibles, adicciones y abusos de sustancias, insomnio y trastornos alimenticios, así como alteraciones fisiológicas tales como la fatiga continua, enfermedades gastrointestinales, cardiovasculares e infartos, colesterol, diabetes, úlceras, dolores y en mujeres problemas en su ciclo menstrual.

A todo lo anterior habría que añadir el deterioro que la persona sufrirá en sus relaciones personales y familiares, pues la irritabilidad, ánimo deprimido, ansiedad y demás síntomas que afecten a su forma de ser y comportarse, difícilmente se vayan a quedar aislados en el entorno laboral, por lo que otros aspectos de su vida se van a ver eventualmente afectados y perjudicados.

¿Cuales son sus causas?

Hasta ahora hemos ido comentando someramente los diversos aspectos del trabajo y del trabajador que pueden hacer más proclive a este a sufrir de Burnout, pero merece la pena dedicar un apartado a profundizar en ello. El agotamiento y frustración que lo componen pueden ser originados en realidad por diversos factores, pero cuantos más de ellos se den, mayor estrés y por tanto más probabilidades de que aparezca el síndrome. Así mismo, cuanto menos recursos posea el trabajador para resistir dicho estrés, más fácilmente se verá afectado y sobrepasado por este.

Encontramos por tanto que dichos factores pueden ser tanto personales como organizacionales, es decir, características de la persona y del propio puesto de trabajo o del ambiente laboral. En primer lugar encontraríamos la sensación de falta de control, o lo que es lo mismo la percepción, justificada o no, de que el propio trabajador no puede decidir respecto al trabajo que realiza. Por ejemplo, no elige sus objetivos, ni su horario, ni la carga de trabajo, pudiendo esta última ser mucho mayor a lo que pueda manejar, o incluso mucho menor lo que le creará la sensación de no estar aprovechando su potencial.

Es posible que lo anterior se derive realmente de unas expectativas difusas o poco claras respecto a la labor desempeñada o al contexto de la misma. Sucede muchas veces que los trabajadores no son conscientes de las características de su puesto hasta que llevan un tiempo en él. En relación con lo anterior, es posible que no sepa exactamente que se espera de él ante cada situación y esto le genere tensión, preocupación, miedos, y en suma un estrés desmesurado.

Por otra parte, quizás el trabajador conoce perfectamente las características de su puesto, pero considera que este va en contra de sus propios intereses, o bien no se ajusta a las habilidades que posee, lo que le genera incomodidad al desarrollarlo. Además, esto no sería la única característica del trabajo que puede devenir en un desajuste importante, pues si la actividad desarrollada es especialmente monótona, necesitará un esfuerzo adicional para mantener su atención, fatigándose progresivamente y contribuyendo a su agotamiento. Lo mismo sucede si la tarea es muy compleja, por lo que tendría que estar pendiente de demasiados focos, o también si esta es inestable hasta el punto de que nunca sabe que será lo siguiente que deberá hacer, pues en ambos casos también se necesita un mayor esfuerzo atencional.

Otra opción es que la dinámica de trabajo sea verdaderamente disfuncional, por ejemplo si uno o varios compañeros se muestran hostiles con el trabajador por cualquier motivo, menospreciándolo, marginándolo o cargándolo con tareas y responsabilidades que no le corresponden. Dicho trato abusivo también puede ser recibido por parte de un superior, con el agravante que esto supondría. Lógicamente, esto puede estar estrechamente relacionado con el fenómeno del mobbing o acaso laboral, aunque existen claras diferencias entre este y el burnout.

Referente al contexto laboral, encontramos finalmente que si existen diferencias radicales entre los valores organizacionales y los del propio empleado, la falta de coherencia entre las mismos genera un desajuste emocional que a la larga puede contribuir al síndrome.

Otro posible causa añadida sería la existencia de carencias en cuanto a los apoyos sociales, lo que genera la sensación de estar aislado en el trabajo, no integrado con el resto. Esta sensación se puede extender a otros ámbitos de la vida del trabajador, generándole cada vez más estrés. Además, puede ser que el propio trabajo y las exigencias que este impone en cuanto al tiempo y esfuerzo que requiere pueden agravar estos desequilibrios entre el trabajo y la vida más allá de él, por lo que el desencanto con la vida laboral crecerá todavía más, acrecentando el efecto del resto de factores.

¿Qué hacer para superarlo?

El tratamiento del Burnout deberá ser distinto para cada individuo, pues su forma de ser, su contexto, los factores concretos que entren en juego debido a las características del trabajo, e incluso la cultura a la que pertenece el sujeto, otorgan al caso unas características particulares que deben ser siempre tenidas en cuenta. Aún así, hay unos consejos generales que pueden ayudar a superar el problema:

  • Evaluar la situación y las opciones reales: En primer lugar, el burnout se resume en que tenemos un problema con nuestro trabajo. Por tanto, lo primero será analizar dicho problema y pensar en si existe una solución al respecto, o si se trata de un problema pasajero. Si existe un modo de solventarlo, lógicamente deberemos enfocar nuestros esfuerzos en dicha dirección.
  • Lo siguiente es intentar reajustar nuestra actitud, pues si nuestro carácter ha ido agriándose hasta volvernos ariscos, hostiles o cínicos, estaremos aumentando la negatividad de la situación, cuando lo que necesitamos es precisamente volver a restablecer un buen ambiente, tanto en el trabajo como en el resto de ámbitos afectados. La idea es establecer relaciones positivas que sustituyan a las deficientes.
  • En relación con lo anterior, es especialmente importante buscar apoyo en quienes nos rodean, ya sean los propios compañeros de trabajo, como amigos y familiares. Se trata de guardarse los problemas para uno mismo, sino explicarlos a quienes sabemos que nos comprenderán y pueden darnos ese apoyo. Por el contrario, si nos aislamos, nuestro estrés no dejará de crecer y el agotamiento mental y emocional será inevitable. Si además trabajamos en una empresa que dispone de asistencia psicológica para los empleados, puede ser otra fuente de apoyo importante.
  • Como vemos, estamos tratando de eliminar aquellos factores que causan el estrés. No obstante, algunos de estos factores no pueden ser eliminados sin más, pues son intrínsecos al puesto de trabajo desempeñado y aunque idealmente uno podría dejar un trabajo para buscar otro que se adapte más a su forma de ser, esto no va a ser siempre posible. Por tanto, aquellas aspectos del puesto que añadan estrés y agotamiento deben ser administrados, gestionados, para que estos afecten lo mínimo y necesario al trabajador. Lo primero será identificarlos uno por uno, para posteriormente afrontarlos por separado, buscando formas de contener el efecto que causan.
  • Ademas de evitar los factores negativos, conviene aumentar los estímulos positivos. Ocurre con frecuencia que el trabajo exigente absorbe al trabajador hasta el punto de negarle el tiempo y las ganas de continuar con las actividades que normalmente disfruta. Para atenuar los síntomas y eventualmente hacer que remitan, es vital devolver la satisfacción al afectado. Por ello es importante buscar tiempo para hacer lo que nos gusta y estar con la gente que queremos.
  • Por último, un pequeño consejo. Es un hecho que el estrés, la ansiedad y el ánimo deprimido afectan no solo a nuestra mentalidad, sino también a nuestro organismo. Este vínculo fisiológico puede ser usado también para enfrentar el burnout, ya que si nos obligamos a movernos, a hacer ejercicio, estaremos sin darnos cuenta enfrentando esos síntomas y allanando el camino para superarlos. Y es que la actividad física, sin necesidad de ser intensa pero sí regular, puede ser perfecta para dejar el trabajo aparcado y no pensar en él por un rato, liberando además el estrés acumulado.

Si considera usted que puede estar empezando a sufrir consecuencias negativas por el trabajo que desempeña, considere seguir estos consejos. No obstante, si cree que su problema posee tal intensidad o ha estado presente durante tanto tiempo que no puede superarlo de forma tan sencilla, recomendamos buscar la ayuda de un especialista cualificado.

 

Referencias:

Desgaste profesional (burnout), personalidad y salud percibida, por Moreno-Jiménez, González y Garrosa.

Comprendiendo el burnout, por Maslach.

Burnout (Síndrome del trabajador quemado): cómo detectarlo y tomar medidas, por García-Allen

Job burnout, por Maslach, Schaufeli y Leiter.

El síndrome de quemarse por el trabajo (burnout): Grupos profesionales de riesgo, de Gil-Monte y Moreno-Jiménez.

Aunque en cada caso concreto se usan técnicas adaptadas al mismo, existen algunas más prevalentes debido a su efectividad demostrada y su utilidad general. Sería el caso de las llamadas autoinstrucciones, una técnica de corte cognitivo cuyo fin es ayudar a quién las usa a cambiar aquellos aspectos de su comportamiento, forma de ser, actitud o estado de ánimo que considera que debería mejorar por algún motivo.

Además, es una técnica sencilla, por lo que puede ser usada incluso en tratamientos que tengan como sujeto a niños o adolescentes. Eso sí, para que el entrenamiento en autoinstrucciones tenga el efecto deseado deberá ser aplicado de forma constante y sistemática, esto es, siempre que se de la situación a cambiar sin excepción. ¡Dijimos que era simple, no que fuese fácil!

Las autoinstrucciones, también llamadas autoverbalizaciones, consisten en mensajes en las que el receptor es el propio emisor, cuyo fin es guiar las propias conductas o pensamientos, cambiándolos por aquellos que consideramos más útiles y adaptados.

El primer paso es escoger un momento en que nos sintamos calmados, tranquilos y emocionalmente en paz, para meditar acerca de aquello que queremos cambiar y pensemos en qué nos podríamos decir a nosotros mismos en esos momentos si pudiéramos mandarnos un mensaje. Veamos un par de ejemplos:

  • Si sabemos que ciertas situaciones nos deprimen o crean ansiedad, podemos pensar en un mensaje que nos ayude a relativizar la gravedad de esa situación, como por ejemplo “Cuando esto pase estaré mejor”, “Voy a mejorar”, “Puedo con esto”. No hay un mensaje universal que le sirva a todo el mundo y por eso debe adaptarse a la persona en cuestión.
  • Tal vez lo que tememos son aquellos contextos en que otras veces hemos consumido alcohol de forma abusiva o alguna droga, ya que quizás volvamos a hacerlo y sabemos que aunque en el momento nos es difícil evitarlo, luego nos arrepentiremos. En este caso las autoinstrucciones podrían ser “Si logro evitarlo luego me sentiré más satisfecho”, “Si consumo luego me arrepentiré” o “Puedo hacerlo”, entre muchos otros.
  • Como ya dijimos antes, esta técnica puede ser útil cuando el sujeto que recibe el tratamiento es un niño o niña, pues la sencillez de la tarea les facilita su uso y aplicación en el momento oportuno, aunque como en el caso de los adultos requerirá de motivación para lograr el éxito. Un ejemplo de este tipo sería el tratamiento de las fobias infantiles y el uso de frases como “No hay nada que temer”, “Cada vez tengo menos miedo”, “Puedo hacerlo” o cualquier otra que el menor crea que le vaya a ayudar a superar esos instantes.

Aunque la técnica no implica necesariamente la verbalización de las frases, pues pueden ser dichas mentalmente, es conveniente hacerlo siempre que sea posible, e incluso en aquellas situaciones en que no nos sea posible (por ejemplo al intentar relajarse al empezar una presentación ante unos potenciales clientes) deberíamos repetir las palabras mentalmente, definiendo el pensamiento y no dejándolo como uno vago y generalista. Así pues, diremos “Puedo hacerlo” (o cualquier otra frases elegida) en voz alta, con toda la energía y seguridad posibles. Si al decirla titubeamos, la repetiremos hasta que la pronunciemos de forma clara, como lo haríamos si estuviésemos animando a otra persona. En caso de necesitar emitir la autoinstrucción sin verbalizarla, la repetiremos mentalmente varias veces empleando la misma energía y seguridad que utilizaríamos si lo hiciésemos de forma hablada.

Si queremos enseñarle la técnica a un niño, lo mejor es predicar con el ejemplo ejecutando una tarea similar a la que él deberá realizar posteriormente, al mismo tiempo que nos hablamos a nosotros mismos, describiendo los pasos que vamos dando para completar la acción y planteándonos posibles dudas que a él le puedan surgir en su momento, respondiendo a las mismas con las autoinstrucciones apropiadas.

Siguiendo el ejemplo anterior, podríamos servirle como ejemplo yendo al baño por la noche. Imaginando cómo debe sentirse él, o pidiéndole antes que nos describa esos momentos, andaremos por el corredor dirigiéndonos al baño, dándole realismo al ejemplo verbalizando que tenemos miedo, pero luego utilizando una de las frases que él tendrá que usar, dejando ver cómo nos causa efecto y nos ayuda a continuar. Si tras el ejemplo el niño expresa otras dudas a las tratadas se puede repetir el ejemplo incorporándolas: “¿y sí hay un monstruo en la oscuridad?”, “Espera, sé que no hay nada en la oscuridad, los monstruos no existen, solo son sombras”, “Puedo ir al baño solo”.

Tanto en el caso de niños como en el de adultos la técnica debe ponerse en práctica y entrenarse para ganar así efectividad. Cuando el sujeto emita sus primeras autoinstrucciones seguramente lo haga con cierta duda, pero conforme vaya usándolas y compruebe como le infunden fuerzas y ánimos, pronto las usará con más convicción.

Por supuesto el entrenamiento y aplicación van a variar según sujeto y caso, pero en líneas generales se trata de recordarnos a nosotros mismos aquellas ideas que tenemos claras cuando somos objetivos pero que tendemos a ignorar cuando estamos más afectados por nuestras emociones (miedo, euforia, tristeza, etc). Hay que tener en cuenta que dichos sentimientos tienden a dominar y definir nuestra forma de pensar, pero si logramos dirigir conscientemente estos pensamientos, entonces las emociones tendrán una influencia menor en nosotros, desapareciendo antes y retornándonos el control. Y no solo eso, pues también son útiles para conseguir prepararse ante situaciones de riesgo, mejorar la atención en la tarea y entrenar nuestra capacidad de organización, entre otros.

Por todo lo dicho se entiende que podemos encontrar diversos tipos de autoinstrucciones. Veamos:

  • Autoafirmaciones: Afirmamos con convicción una idea, como nuestro objetivo o el convencimiento de que sabemos que podemos lograrlo.
  • Autointerrogaciones: Preguntarse a uno mismo qué se puede hacer en un momento determinado, qué formas alternativas existen de actuar a las ya realizadas, qué se ha entendido de la situación, o de qué datos se dispone. Busca evitar el estancamiento del pensamiento, pues obliga a no fijarse en un curso de acción o inacción, promoviendo la proactividad y la capacidad de resolución de problemas.
  • Análisis de la tarea: Se trata de instrucciones que indican los pasos a seguir y su sucesión lógica para poder enfrentarse a problemas concretos o situaciones conflictivas para el sujeto.
  • Autocomprobaciones: En relación con el anterior, busca corroborar un resultado y si existe un error en el mismo o se puede mejorar, analizar qué falló o qué puede mejorarse y cómo (“¿He preguntado con educación?”, “¿Hice mi trabajo lo mejor que pude?”, “¿Me he exigido más de lo debido?”, ¿He intentado hacerlo sin buscar ayuda de otros”?)
  • Autorefuerzo: Felicitaciones que nos damos a nosotros mismos. Tienen la virtud de energizarnos y cambiar nuestra perspectiva a una más positiva. Son especialmente útiles cuando la situación a superar involucra sensaciones negativas como el miedo, la ansiedad, la apatía o el desánimo. Cuando logremos sobreponernos a esas emociones debemos reconocernos el mérito para favorecer el buen ánimo de cara a futuras situaciones similares, lo que a su vez mejorará nuestra probabilidad de éxito. Además, empleadas cuando no se logre un objetivo a corto plazo ayudan a poner en perspectiva lo sucedido y mantener una buena actitud: “Hoy ha sido un mal día, pero lo he aguantado bien.”, “Hoy he consumido, pero hacía años que no. Aprenderé de lo sucedido y ahora resistiré todavía más”, “He logrado llegar hasta el final del pasillo solo, ya no me da tanto miedo como antes”.

No obstante, los adultos no estamos acostumbrados a verbalizar nuestra decisiones y pensamientos si no es para decírselos a otros, por lo que utilizar esta técnica (o enseñársela a un menor) puede entrañar cierta dificultad, pero en verdad resulta mucho más efectiva cuando se ha practicado y verbalizado la instrucción literalmente (o enseñado al niño sirviéndole como ejemplo antes), por lo que consideramos que es un tiempo bien invertido y por tanto el terapeuta debería dedicar unos momento a explicar algunos fundamentos que expliquen porqué funciona.

Por decirlo brevemente, aunque convendrá explayarse en ello en futuras entradas, la mente humana tiene dificultades para centrarse plenamente en dos tareas o pensamientos distintos. Por así decirlo, si dedicamos toda nuestra atención a darnos a nosotros mismos una orden contraria al sentimiento que surge espontáneamente en ese momento, nuestro pensamiento va a verse modificado forzosamente al no poder sentirnos a la vez, por ejemplo, alegres y tristes.

Otro aspecto interesante es que nuestras verbalizaciones nos condicionan, somos por así decirlo esclavos del lenguaje. Por eso una persona en estado depresivo suele hablar de sí mismo y de cuanto le rodea de forma crítica, valorándose cada vez peor y deprimiéndose más y más. Pero por suerte esto funciona en los dos sentidos y de este modo alguien que insista  en que se va a sentir alegre y que hable de sí mismo ante los demás de un modo positivo, acabará más fácilmente por sentirse satisfecho, contento y esperanzado.

De igual modo una persona que se expresa acerca de sí mismo recalcando que está superando sus problemas pasados es más probable que continúe luchando contra ellos, y también alguien podría superar sus fobias si verbaliza que va a superarlas de forma continuada y sistemática. Eso sí, es importante que las verbalizaciones se hagan con convencimiento, pues de nada sirve repetir diez veces cada día “no tengo miedo” si en el fondo se tienen dudas al respecto. Se trata pues, de expresar y sentir que se puede superar el problema en cuestión.

Otra opción es usar las instrucciones como un diagrama de flujo, planificando así los pasos a seguir. Este uso es especialmente interesante para mejorar la capacidad de resolución de problemas, tanto a nivel práctico como académico:

  • Paso 1: “Voy a leer el ejercicio.”
  • Paso 2: “¿He entendido lo que leí?”
  • “No lo he entendido, mejor lo vuelvo a leer (paso 1)” o bien “Lo he entendido (paso 3)”.
  • Paso 3: “Qué es lo que debo hacer?”
  • Paso 4: “Haré el ejercicio prestando atención, intentando no distraerme. Si pasa, volveré a él para continuarlo.”
  • Paso 5: “Ahora a repasarlo”
  • “Me he equivocado. No pasa nada, empezaré de nuevo y esta vez me saldrá mejor porque he tomado nota de mi error. (Paso 4)” o bien “Lo he hecho correctamente, ¡muy bien!”

Un último aspecto a tener en cuenta pero que no por ello es menos importante es el uso de tarjetas para reforzar las autoinstrucciones. Podemos hacerlas a mano o utilizando cartulinas tamaño tarjeta que suelen vender en cualquier papelería. Otro día nos explayaremos más en este concepto, pero la idea es escribir en ellas una o varias frases motivadoras o autoinstrucciones y poder llevarlas siempre encima, por ejemplo en la cartera, de modo que podamos recurrir a ellas en momentos de necesidad, leerlas y recordar que todo pasa, que podemos lograrlo y que lo vamos a superar.

Fuentes:

Entrenamiento en autoinstrucciones, Departamento de Educación, Universidad, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón.

 

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La psicología como ciencia aplicada está cada vez más presente en nuestras vidas, pudiendo encontrarla en el ya clásico ámbito terapéutico, el judicial en su modalidad forense, el educativo y muchos otros entre los cuales se encuentra aquel del que me gustaría hablar hoy, el de las emergencias.

La psicología de emergencia es aquella que centra sus esfuerzos en estudiar y posteriormente aplicar el conocimiento psicológico a las situaciones de crisis o catastróficas y a evitar o paliar las consecuencias que estas tienen en los individuos afectados. Y es que ante un desastre los individuos y los grupos humanos que conforman pueden verse perjudicados, tanto antes como después y durante el evento en cuestión.

Para mitigar los efectos perniciosos que de estas situaciones se puede derivar, el psicólogo de emergencias posee estrategias para intervenir urgentemente, mitigando los daños psicológicos y las respuestas no adaptativas, facilitando además la posterior rehabilitación. Por tanto, no se busca eliminar un sufrimiento que en realidad normalmente no podrá ignorarse, sino apoyar a las personas de modo que sufran lo justo y necesario, superen la situación y, cuando su entorno se estabilice nuevamente, tengan una mayor probabilidad de recuperarse sin secuelas.

¿Qué es una emergencia?

Aunque pueda parecer una pregunta banal, conviene preguntarse qué entiende la psicología como una emergencia y qué diferencias hay entre cada situación desde el punto de vista del psicólogo.

Empezaríamos diferenciando entre situaciones individuales o colectivas, según afecten a una persona en particular o a un grupo más o menos grande de gente. Por otro lado estos sucesos pueden tener distinto origen y forma, pudiendo ser naturales, tecnológicos, bélicos o sociales:

  • Naturales: Categoría referidas a sucesos causados naturalmente como pueden ser los terremotos, tornados o inundaciones, pero también pandemias o ataques de animales salvajes. En general estos sucesos suelen afectar a individuos de forma aleatoria pero se dan con más probabilidad en zonas geográficas proclives a ello (en el caso de los fenómenos climáticos o geológicos) o con un mayor déficit sanitario (bacteriológicos).
  • Tecnológicos: Aquellos sucesos acaecidos por deficiencias en las infraestructuras creadas por la humanidad o accidentes, como pueden ser los derrumbes, incendios industriales, inundaciones al romperse diques o presas, accidentes ferroviarios, aéreos o de circulación.
  • Bélicos: La guerra, con sus consecuentes ataques que normalmente afectan no solo al bando opuesto sino también a la población civil con bombardeos, armas químicas y nucleares, asaltos armados y campos de minas entre otros. Se diferencia del anterior grupo en que si aquel era producto de defectos o fallos, los sucesos bélicos se producen por voluntad en el sentido de que los elementos usados se han ideado para dañar o incluso matar.
  • Sociales: Categoría referida a los actos terroristas (al no formar parte estos de una guerra abierta), el hambre sufrida por los más desfavorecidos, actos de secuestro o revoluciones y manifestaciones que derivan en violencia. Funciona pues como cajón de sastre, pero aúna situaciones cuyo origen es activa o pasivamente humano.

Y esto nos lleva al siguiente aspecto a tener en cuenta, que es la existencia o ausencia de intencionalidad. Como hemos visto, la catástrofe puede sobrevenir debido a numerosos factores, como los fallos mecánicos, fenómenos naturales y humanos. Sin embargo entre estos últimos se puede distinguir entre los que son causados accidentalmente y aquellos que en cambio suceden a propósito.

Víctimas de terrorismo

Entre ambos tipos de catástrofe no hay mucha diferencia aparente en cuanto a las consecuencias, pues en los dos casos podemos prever una situación de emergencia debido a las consecuencias negativas que surgirán de forma inmediata. No obstante, el saber que lo sucedido es obra de un individuo concreto y que este lo ha causado intencionalmente puede producir efectos distintos en cuando al daño psicológico sufrido, el mantenimiento o no de las secuelas y los potenciales trastornos que podrían aparecen en las víctimas.

En concreto, es más probable que los efectos negativos sufridos sean más intensos y las secuelas más severas y duraderas cuando la emergencia haya sido causada por un autor intencional. La diferencia estriba en que la mente humana necesita asumir la inevitabilidad de lo sucedido para aceptarlo como una desgracia que no podía haber evitado, pero esto resulta mucho más difícil cuando se sabe que lo ocurrido ha sido por decisión de un individuo. Superar la crisis será en esta caso más complicado pues además de la tristeza y la ansiedad, los afectados han de lidiar con la rabia y la impotencia que sienten.

Por poner un ejemplo, la persona que sufre un atentado ha de retomar su ritmo de vida normal superando las posibles secuelas físicas sufridas, pero además lo ha de hacer con la consciencia de que en cualquier momento se puede producir un nuevo ataque de forma inesperada, lo cual a priori él o ella no podrá prever. A partir de ese momento, ciertas etnias o grupos, algunas declaraciones políticas, noticias e incluso lugares, serán percibidos e interpretados desde el particular prisma de la víctima. Por supuesto que todo ello se puede superar, pero no podemos desdeñar las dificultades añadidas a las ya existentes en el resto de catástrofes.

Otro elemento que determinará la gravedad de las lesiones y secuelas psíquicas sufridas será en grado en que la persona fue afectada (Taylor y Frazer, 1981-1987). Así encontraríamos:

  • Víctimas de primer grado o reales: Las que sufren el impacto y daño de forma directa.
  • De segundo grado: Familiares o amigos de las víctimas reales, que sufren la angustia y preocupación en el momento e inmediatez posterior, y el estrés derivado de ello y el que se genera durante la posterior recuperación.
  • De tercer grado o víctimas ocultas: Integran los equipos de respuesta ante la emergencia, quienes se ven afectados por el peligro al que se exponen y por el desgaste emocional y mental que supone tal situación.
  • De cuarto grado: Grupo referido a la comunidad en su conjunto, en el sentido de que esta se ve sacudida por los hechos y todos sus miembros se ven afectados emocional y materialmente en grado diverso.
  • De quinto grado: Aquellos que tienen conocimiento de los hechos a través de los medios de comunicación, quienes a pesar de la distancia puede sentirse en peligro por diversos motivos.
  • De sexto grado: Este último grupo se refiere a las personas que no se encontraban en el lugar de los hechos pero podrían haber estado, por ejemplo si pretendían ir de vacaciones a cierto lugar donde finalmente no fueron y en esas fechas ocurrió allí una desgracia. En este grupo el sentimiento predominante es la culpa, aunque por lo general el sujeto no tenga responsabilidad alguna en los hechos y no podría haberlos evitado o paliado.

Para clarificar lo anterior, son los primeros grados o niveles los que sufren mayores lesiones, en más cantidad y con mayor probabilidad de generar secuelas. Un caso práctico reciente sería el del atentado perpetrado en Barcelona el pasado mes de Agosto. En este ejemplo las víctimas de primer grado serían los muertos y heridos en el acto terrorista, mientras que las de segundo grados serían todas aquellas personas cercanas emocionalmente a esas víctimas, como pueden ser sus familias y amigos íntimos.

El tercer nivel corresponde a las fuerzas policiales, militares, bomberos, equipos médicos y paramédicos, así como profesionales de la salud mental que brindaron su apoyo a las víctimas en los momentos posteriores al atentado. El cuarto grado en este ejemplo son los habitantes de la ciudad catalana, quienes aunque no presenciaran el suceso pueden sentir la amenaza que se ha cernido sobre ellos.

En quinto lugar tenemos al resto de España e incluso parte del extranjero donde también tuvo repercusión la noticia. En el mismo sentido que el anterior grupo, es difícil no sentirse amenazado ante un peligro que parece surgir de la nada, de forma impredecible y con una capacidad dañina tan grande. La lejanía atenúa en cierta medida esas sensaciones y sentimientos, pero esta no siempre es garantía de seguridad como sucede en el caso que nos ocupa. El hecho de que los atentados se sucedan con cierta continuidad desde hace un tiempo y parezcan ampliar cada vez más sus objetivos hace difícil desdeñar el potencial peligro. Sin ir más lejos, la ciudad de Xátiva, aparentemente sin relación alguna con Barcelona, estaba en alerta durante esos mismos días al estar celebrándose la Feria, evento al cual acuden miles de personas, y haber sido amenazada por grupos terroristas con anterioridad.

El sexto grupo englobaría a las personas que, en este caso, planeaban estar en Barcelona esos días pero finalmente no fueron, así como a los propios habitantes de la ciudad o turistas que pensaban transitar la zona de la Rambla pero no lo hicieron en ese justo momento, por fortuna para ellos.

Lesiones y secuelas psicológicas

Los daños psicológicos que sufren las víctimas de una catástrofe de alguno de los tipos mencionados pueden tomar formas muy diversas. Es deber del psicólogo de emergencias saber discernir entre los diversos síntomas posibles y atribuirles una gravedad y prioridad, así como conocer el tratamiento urgente adecuado. Nótese que dichos tratamientos no son equivalentes a los de las diversas psicoterapias usadas para cada trastorno, ya que aquí deberá adaptarse al contexto del suceso, así como a la urgencia del momento.

Las secuelas psicológicas que sufra cada individuo vienen determinadas por la combinación del suceso, el contexto y características de este, más los propios factores personales de la persona en cuestión, como su personalidad, experiencias vitales, apoyos, etc.

La sintomatología más típica son los estados emocionales relacionados con el miedo y la ansiedad, que pueden tomar la forma entre otros de bloqueos o parálisis similares a la catatonia, ataques de pánico o el desarrollo posterior de fobias. Hablamos de miedos pero de entre ellos destaca sobre todo uno, el miedo de muerte, que se refiere a la angustia generada por el miedo a morir o a que mueran seres queridos, con el consiguiente malestar que esto causa en el individuo.

Es precisamente este miedo a morir un elemento que añade todavía más peligro al suceso catastrófico. Cuando el sujeto se encuentra entre un grupo y sucede un evento que entraña un evidente peligro, se activan los instintos de supervivencia de la persona y la toma de decisiones pasa a su estado más básico. No les pasa a todos pero si a una mayoría, que en estas situaciones buscará el refugio del grupo, despersonalizando sus acciones e imitando al resto. Por ejemplo, si se oye una explosión y todo el mundo se marcha corriendo en una dirección, la mayoría tenderá a seguir esa misma dirección y mezclarse con la estampida, a riesgo de sufrir lesiones debido a la violencia implícita en la marea de gente que luchará por salvarse.

En próximas entradas desarrollaré en detalle estas posibles consecuencias psicológicas y la labor del psicólogo de emergencias.

Bibliografía:

Impacto psicológica en el trabajo de emergencias y desastres en equipos de primera respuesta. Por A. Palacios, L. Condori y V. Ego-Aguirre.

La psicología de emergencias: una nueva profesión. Por MJ Ochoa.

La depresión es uno de los trastornos psicológicos más conocidos y uno de los principales motivos de consulta, pues resulta relativamente común entre la población actual. Sin embargo, el conocimiento popular no es el mismo que el clínico y es por ello que muchas veces no se sabe identificar el problema correctamente ni tratarlo a tiempo. La siguiente pretende ser una guía introductoria que pueda ayudar a paliar dicho problema, ofreciendo información general respecto a este trastorno, contrastada y útil.

¿Qué es la depresión?

La depresión, como ahora veremos, es un enemigo silencioso que entra en nuestras vidas poco a poco y sin avisar, de modo que cuando se apodera del día a día de la persona esta puede no darse cuenta hasta que ya es demasiado tarde. Sus síntomas más habituales son un estado general de tristeza, acompañado con apatía, incapacidad para disfrutar y algunos efectos somáticos que pueden ser confundidos con otras patologías y con los que hay que estar por tanto muy atentos (por ejemplo, el cansancio o el dolor).

Podemos dividir estos síntomas en cuatro categorías: cognitivos, afectivos, conductuales o motores y somáticos. Los tres se relacionan y vertebran alrededor de lo que suele ser llamada la Triada depresiva, es decir pensamientos negativos respecto a uno mismo, el mundo que nos rodea y el futuro que nos espera. El individuo se sentirá mal consigo mismo, percibirá el mundo como un lugar hostil del que puede esperar poco o nada y por tanto intuirá que su futuro no va a mejorar y posiblemente empeore, lo cual le producirá aún más desánimo y propiciará que no haga nada por cambiar su situación al sentir que nada importa.

Tipos de trastornos depresivos

El DSM-V, el Manual diagnóstico y estadístico de trastornos mentales, aúna varias patologías con características similares en un grupo llamado “Trastornos depresivos” y los define como aquellos que afectan a la normal regulación del estado de ánimo. Incluye la depresión mayor y la distimia entre otros y aunque no es conveniente ahora ahondar en los detalles que los diferencian, hay que decir que todos ellos comparten como característica la presencia de un ánimo triste, apático o irritable, así como cambios somáticos y cognitivos que afectan al individuo en su normal funcionamiento diario, diferenciándose unos de otros en su duración, gravedad, persistencia y origen.

Posiblemente el más conocido y el que quizás tenga en mente el lector es el Trastorno de depresión mayor, el cual podría ser resumido como un estado de tristeza muy intenso que se prolonga en el tiempo de forma no adaptativa. El manual ofrece una lista de síntomas a buscar que indicarían la presencia de este trastorno:

  1. Cinco o más de los siguientes durante al menos dos semanas (requiriéndose la presencia del número 1 o el número 2):

    1. Estado de ánimo deprimido la mayor parte del día, sentimientos de tristeza y desesperanza.

    2. Pérdida de interés por casi todas las actividades durante la mayor parte del día o bien del placer que antes se obtenía de ellas.

    3. Modificación importante del peso corporal sin hacer dieta o sin mediar trastorno médico o medicación, o pérdida de apetito casi todos los días.

    4. Dificultades generales para dormir o ganas de dormir continuamente.

    5. Agitación o inmovilidad la mayor parte de los días, observada por los demás no siendo válida pues la simple sensación subjetiva informada por el paciente.

    6. Fatiga o pérdida de energía.

    7. Sentimientos de inutilidad o culpabilidad excesiva o inapropiada, pudiendo llegar a ser delirante.

    8. Pérdida de la capacidad para pensar, concentrarse o decidir.

    9. Pensamientos de muerte recurrentes, ideas suicidas aun sin un plan determinado, intentos de suicidio o elaboración de un plan concreto para ello.

  2. Los anteriores síntomas causan malestar significativo, deterioro social o laboral y afectan a otras áreas del normal funcionamiento de la persona.

  3. Los síntomas no pueden atribuirse a efectos de alguna sustancia o afección médica.

  4. Los síntomas no se explican mejor por un trastorno esquizoafectivo, esquizofrenia, esquizofreniforme, psicótico o cualquier otro. Esta distinción debe ser realizada por un especialista que pueda descartar este tipo de problemas.

  5. No haber sufrido nunca episodios maníacos o hipomaníacos, aunque este punto no se aplica si dichos episodios pudieron ser originados por el consumo de sustancias o por una afección médica.

Diagnóstico

En base a los anteriores síntomas se debe emitir diagnóstico. No obstante, resulta notable que la lista de síntomas no tiene en cuenta el posible origen y causas del trastorno, careciendo pues de contexto.

Para dotar al diagnóstico de dicho contexto, de un marco teórico desde el cual analizar lo que le sucede a la persona se emplea el análisis funcional, consistente en definir el problema mediante sus elementos contextuales, los antecedentes personales y sociales sean estos próximos en el tiempo o del pasado, así como las consecuencias que todo ello tiene en el sujeto.

Para realizarlo se debe tener en mente una teoría validada que respalde el análisis y el futuro tratamiento, si bien todas tendrán varios elementos en común como considerar como punto central del trastorno la emoción llamada tristeza. Dicha emoción se origina ante una pérdida, ya sea esta material, emocional, social o del tipo que sea, que afecta al sujeto empezando este a sentirse triste, una reacción no voluntaria cuya función es la de pedir ayuda a quienes nos rodean. El problema viene cuando por algún motivo esta reacción emocional se prolonga en el tiempo demasiado o alcanza una intensidad que impide a la persona actuar normalmente y recuperar su ritmo de vida normal, convirtiéndose en patológica y dando lugar a la depresión.

Por supuesto, el problema es bastante más complicado que esto y habría que tener en cuenta la bioquímica humana y cómo esta se ve afectada por el proceso depresivo, creando un bucle en su cuerpo que le impide salir de la situación, pues ese desajuste tiende a perpetuar el estado de ánimo negativo y apático. Sin entrar en detalles, me gustaría explicar que la depresión debe entenderse al mismo tiempo como una alteración de nuestro cuerpo, pero también de nuestra mente y es precisamente esta una de las clave para superar el problema, como veremos más adelante.

Teorías acerca de la depresión

Existen diversas teorías que explican los procesos depresivos de las cuales mencionaré las principales y las que considero que aportan más a la hora de comprender este tipo de trastornos. En primer lugar tenemos la teoría conductual, que considera como el origen de la depresión la falta de refuerzos, es decir que la persona ha aprendido que sus acciones no reciben el premio que espera, por lo que actuar es inútil. El problema es que al dejar de actuar, recibe cada vez menos refuerzos y por tanto la depresión se acrecenta y perpetúa. Siguiendo este razonamiento encontramos que el tratamiento debería consistir en reemprender la actividad buscando la recompensa de nuevo y una vez se logre recibir reforzamiento nuevamente se romperá el círculo de inactividad y pasividad, el sujeto se sentirá mejor y volverá poco a poco a su ritmo de vida normal.

Por ello es muy importante la forma de plantear el problema a la persona y cuando este nos diga que no quiere hacer nada porque no le apetece y que lo hará cuando tenga ganas, hay que hacerle ver que ha de hacer justo lo contrario. No esperar sino actuar y en cuanto las actividades le proporcionen el ansiado refuerzo es cuándo empezará a sentirse mejor.

Otra teoría de importancia capital para entender los trastornos depresivos es la cognitiva, la cual interpreta que son resultado de la propia forma de pensar del paciente, afectada por lo que llamamos distorsiones cognitivas. Estas distorsiones consisten en la percepción errónea de la realidad de forma generalmente negativa. Este sesgo hace al sujeto valorar negativamente su contexto, su futuro y a sí mismo/a.

Por tanto es muy importante saber reconocer este tipo de pensamientos negativos espontáneos, analizarlos y procurar cambiarlos por otros más racionales y objetivos. Es buena idea por ejemplo hacerle saber al sujeto que cuanto más piense acerca de un tema, en realidad cada vez tenderá a dedicarle menos esfuerzo cognitivo y automatizará esas ideas, generalizando su aplicación a otros contextos similares y estableciendo un filtro depresivo que le hará verlo todo más negativamente.

Si en cambio el sujeto entiende cómo funcionan sus pensamientos automáticos estará más preparado para analizarlos de forma racional, aunque en muchas ocasiones será complicado cambiarlos y además evitar que retornen. Es por ello que la batalla contra la depresión puede ser difícil, aunque desde luego no imposible de vencer.

Una distorsión cognitiva bastante habitual sería la indefensión aprendida, término que indica una sensación de desesperanza tal que el sujeto no actúa ni intenta resolver sus problemas, pues piensa que nada de lo que haga saldrá bien ni servirá de nada. Como vemos, enlaza con la teoría conductual.

Por último, no puedo olvidar las teorías de cariz biológico, centradas en los desequilibrios en nuestro organismo que propician la aparición de la depresión y su mantenimiento. Mediante estudios enmarcados en estas teorías sabemos cómo nos afecta biológicamente la inactividad y los estados depresivos o de apatía, así como también cómo superarlos. Y es que esta química funciona en dos sentidos, pues si un cambio en los neurotransmisores nos produce esas sensaciones y nos lleva a la inactividad, cosa que afecta todavía más a nuestra química interna, también es cierto que si empezamos a movernos, a realizar actividades y recuperamos nuestros refuerzos sociales y materiales, romperemos la cadena y recompondremos nuestro equilibrio interno. Por supuesto, otros aportes al respecto serían los fármacos antidepresivos, de los que hablaré en otra ocasión.

Como vemos, aunque cada teoría se centrar en unos elementos concretos, nada impide combinarlas y analizar cada caso individualmente teniendo todo esto en cuenta, pero centrándonos en el paciente en particular, su contexto y vivencias.

Tratamiento

Así pues, según el tipo de problema, las características de la persona y su situación, se podrá abordar el trastorno con un tratamiento u otro, según el especialista considere más adecuado. Existen tratamientos farmacológicos y otros más centrados en los síntomas conductuales, pero hoy me centraré en el tipo de psicoterapia más popular al ser la que ha demostrado obtener mejores resultados, la terapia cognitiva-conductual, que además es la que uso habitualmente junto con ciertas aportaciones de la psicoterapia interpersonal.

Este tipo de tratamiento propone varios objetivos agrupados en dos grupos:

  • Aprender a evaluar las situaciones y sucesos de forma realista y objetiva, no sesgada ni negativa.

    • Aprender a tener en cuenta todos los datos disponibles y no solo aquellos que confirmen las ideas sesgadas.

    • Saber formular explicaciones alternativas a las automáticas, más racionales.

    • Uso de experimentos conductuales, es decir, implementar nuevos comportamientos que generen nuevas oportunidades y resultados distintos a los que se venían produciendo, buscando así una mejora en cuanto a la resolución de problemas y la interacción social.

  • Recuperar y mejorar las relaciones sociales, eliminando los déficits al respecto:

    • Entrenar en habilidades sociales para evitar el sufrimiento excesivo no adaptativo en las relaciones propias.

    • Mejorar el autoconcepto y la autopercepción, es decir, la forma en que el sujeto se ve a sí mismo y los atributos que considera tener.

    • Aprender a asumir las pérdidas, ya sean amistades, familiares o simples pérdidas materiales por importantes que puedan parecer.

    • Eliminar el déficit interpersonal, que en la depresión suele tomar forma de aislamiento social.

    • Cambiar la conducta pasiva o agresiva por una más asertiva. La asertividad consiste en la defensa de los propios intereses y opiniones, respetando al interlocutor y lo que intenta comunicarnos, mejorando pues el entendimiento entre ambas partes y la relación.

Para cumplirlos, el psicoterapeuta utilizará diversas técnicas de tipo conductual y cognitivo, siendo empleadas las primeras generalmente al principio del tratamiento a fin de que el sujeto recupere su normal funcionamiento cuanto antes mejor, y las segundas se van agregando poco a poco para evitar nuevas distorsiones cognitivas e ideaciones depresivas (pensamientos negativos y automáticos). En suma se trata de ayudar al paciente a recuperar su vida y luego darle herramientas para que la preserve, evitando así recaídas.

Algunas de estas técnicas son la programación de actividades y el compromiso de cumplirlas, el entrenamiento en asertividad, la observación y registro del pensamiento propio, la práctica cognitiva, modificación de la autopercepción y autoconcepto, así como el aprendizaje e información respecto a la relación entre depresión, pensamiento, sentimiento, sensación y conducta. Cada una de estas técnicas tiene su utilidad y se utilizarán o no según el caso concreto. Para no dilatar el texto, las explicaré en futuras entradas.

Bibliografía:

DSM-5. Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales.

La Depresión, por J.A. García Higuera.

Terapia cognitiva de Beck para la depresión, por Elia Roca

Todos tenemos emociones y sentimientos, es algo natural en el ser humano. Sin embargo, bien cierto es que a veces estas emociones nos pueden perjudicar al nublar nuestro juicio, haciéndonos tomar malas decisiones. Además, cada uno tiene una forma de sentir y de expresar dichas emociones, por lo que las personas especialmente proclives a las emociones intensas pueden tener más dificultades en este sentido.

Un claro ejemplo sería el de quienes sufren el Trastorno por Déficit de Atención con o sin Hiperactividad (TDAH), pues manifiestan mayores dificultades para dejar de lado actividades que les resultan placenteras e interesantes. Debido a su impulsividad, se dejan llevar por las emociones como la alegría y les cuesta detenerse a considerar qué consecuencias tendrá su conducta. Por ejemplo podrían pasarse una cantidad de horas excesiva jugando a la videoconsola en lugar de trabajar o entrar a comprar algo que han visto en un escaparate sin reflexionar sobre su precio o sobre si lo necesitan realmente.

Por supuesto, los problemas de gestión emocional no solamente tienen su origen en trastornos psicológicos, sino que también pueden deberse a la forma de ser de la persona o a conductas e ideas aprendidas y reforzadas a lo largo de los años. Sin embargo, en todos los casos sería recomendable modificar este patrón de comportarse y sentir, aumentando la capacidad de control emocional y logrando expresar nuestras emociones de una forma más saludable.

Problemas derivados de no controlar las emociones

Una persona que por algún motivo se deja llevar frecuentemente por sus emociones puede padecer gran diversidad de problemas. Algunos ejemplos serían:

  • Conductas impulsivas: Es decir, actuar dejándose llevar por las emociones sin detenerse a pensar antes en sus consecuencias, por ejemplo dimitiendo en cuanto nos sentimos presionados aun cuando nos es vital el trabajo y no tenemos perspectiva de encontrar otro empleo.

  • Falta de motivación: Cuando las emociones son tan intensas aparecen dificultades para empezar, mantener y finalizar tareas que no resultan intrínsecamente interesantes. Las actividades placenteras lo son mucho, mientras que las aburridas o desagradables lo son más que para el resto.

  • Contarlo todo a todos: Aunque se nos diga lo contrario muchas veces, nadie comparte sus sentimientos continuamente y esto es porque a menos que estos sean intensos no tenemos realmente la necesidad de hacerlo. Una emocionalidad excesiva implicará expresar las emociones de forma continua, incluso en contextos poco apropiados como el trabajo, intentando calmar a tus hijos, etc. No obstante, es muy importante aceptar las emociones propias y expresarlas, pero hay que saber cómo y cuándo hacerlo.

  • Olvidar el punto de vista de los demás: Si tenemos siempre muy presentes nuestras emociones, nos es más difícil dejarlas un momento de lado para atender a cómo se siente el otro para poder así atender a sus necesidades y/o solucionar una disputa. Sería el caso de aquellas personas que parecen dramatizar excesivamente sus problemas, pero en cambio no atienden a los de sus conocidos o les restan importancia.

  • Mostrar continua y/o excesivamente emociones negativas, como la ira: Las emociones negativas tienen su razón de ser. Mediante ellas logramos que los demás sepan cuando algo nos molesta o cuando nos sentimos mal y necesitamos su ayuda o que rectifiquen su comportamiento, actuando pues una herramienta social. Sin embargo, expresar de forma continuada nuestras frustraciones hace que los demás les resten importancia al interpretar que nos sentimos así a la mínima y que por tanto ellos nada pueden hacer. Lógicamente esto resulta pernicioso en cuanto al mantenimiento de nuestras relaciones con familia, amigos, pareja o incluso en contextos laborales o académicos.

Cómo gestionar nuestras emociones

Como vemos, evitar este tipo de problemas es vital y para ello lo primero es tener claro cuando nos sucede. Si crees que es tu caso o el de alguien que conoces, la solución estriba en aprender mejores métodos para gestionar nuestro estrés, estrategias para controlar las emociones cuando no sea conveniente expresarlas y saber detectar cuáles son esas situaciones. Estos son algunos consejos que podrán servirte para mejorar tu gestión emocional:

  • Gestionar el estrés: Todo el mundo se siente abrumado y estresado alguna vez. El estrés, aunque no sea algo necesariamente negativo pues nos ayuda a centrarnos en la tarea y afrontarla, sí que lo es cuando excede nuestros recursos y nos sobrepasa. Para evitar llegar a tu límite, en la medida en que te sea posible organiza tu trabajo y tareas, declina aquellos encargos que sepas que no podrás realizar en estos momentos y mantente activo pero evitando agotarte. Se trata de buscar un equilibrio, de modo que el progreso en tus obligaciones sea continuo pero que tengas espacio para ti mismo y tu descanso, tanto físico como mental.

  • Duerme suficiente: Consejo básico, pero que a muchos se nos olvida con frecuencia. Si duermes las horas necesarias (7 u 8 horas cada noche, según persona), al despertar te será más sencillo mantener una actitud positiva y menos reactiva emocionalmente hablando.

  • Reserva tiempo para ti mismo: Es muy importante poder hacer lo que uno quiere de cuando en cuando. Nos pasa a menudo que cuando no estamos trabajando tenemos otras obligaciones que cumplir e incluso cuando cumplimos con esta aún hay otras cosas que aunque nos gusten, tenemos que hacer sí o sí y esto no siempre resulta satisfactorio, como puede ser por ejemplo pasar el día con la familia o con los amigos si ya habíamos quedado previamente con ellos. Por eso es importante intentar reservar momentos que pertenezcan a uno mismo, momentos en que decidas solamente tú qué te apetece hacer y lo hagas. Quizás hagas ejercicio, vayas al cine o dediques tiempo a tus hobbies, tal vez incluso al final quieras compartir tu tiempo con tus seres queridos, pero en todo caso será tu decisión y no una imposición, y esto es lo importante. De esta forma obtendremos un poco de reposo mental que rebajará nuestro nivel de estrés.

  • Haz ejercicio: La actividad física regular también ayuda a reducir los niveles de estrés y ansiedad. No es importante el tipo de ejercicio que realices siempre y cuando lo hagas con regularidad, por lo que puedes escoger aquel que te agrade o convenga más. Tu propio organismo lo agradecerá y su química propiciará que te mantengas positivo.

  • Evita situaciones que te afecten emocionalmente: Cuando te veas superado por la ira o la tristeza, toma nota de qué ha sucedido para que te sientas así y si es posible evita este tipo de situaciones en un futuro. Esto es importante ya que resulta más sencillo evitar una emoción que controlarla una vez se ha generado. Por supuesto, resulta imposible evitar todas las situaciones que te produzcan malestar, pero no se trata de huir siempre de todas ellas pues como dije antes las emociones tienen un propósito y utilidad. Lo que en realidad se debe hacer es valorar cuales merecen la pena según el desgaste emocional que potencialmente pueden causar y cuáles no.

  • Prepárate para cuando no puedas evitarlas: Cómo dije antes, no siempre podemos evitar las situaciones que nos alteran, así que conviene tener pensado de antemano cómo actuaremos si ocurren. Por ejemplo, si por alguna razón esperamos que se produzca una discusión con otra persona por un motivo específico, podemos imaginar los diferentes comportamientos y respuestas que puede presentar y cuál sería la mejor conducta a seguir según las consecuencias de cada opción. Tener una respuesta preparada para cada posibilidad minimizará las posibilidades de quedarnos bloqueados y vernos superados por nuestras emociones. Si la ocasión lo permite puedes incluso redactar algunos apuntes para repasar antes del evento, sería el caso por ejemplo de una entrevista de trabajo.

  • Ponte en el lugar del otro: Cuanto más relación tenemos con las personas, más tendemos a liberar nuestras emociones ante ellos, siendo esto un acto de confianza o debido a la mera costumbre de tenerlos siempre cerca. Sin embargo, esta costumbre también puede provocar que nuestra primera reacción ante ellos sea la expresión emocional, la cual recordemos que dificulta atender a las emociones ajenas, lo cual a su vez complica entender su punto de vista y el entendimiento mutuo. Aunque cuando nos sentimos presionados, estresados o atacados tendemos a justificar nuestra forma de sentir y por defecto creemos que tenemos razón, hay veces en que reaccionamos contra los demás por motivos que no necesariamente tienen relación con nuestro interlocutor o con sus acciones. Por eso deberíamos intentar hacer un esfuerzo por entender los puntos de vista ajenos, lo cual nos ayudará a establecer un diálogo pacífico y además a controlar nuestras emociones.

  • Buscar tratamiento cuando sea necesario: A veces las respuestas emocionales no adaptativas se deben a trastornos de diferente índole y además algunos de ellos propician la aparición de otros. Por ejemplo los adultos con TDAH presentan más a menudo ansiedad y procesos depresivos. Cuando aparecen síntomas de este tipo y no se recibe tratamiento, el control emocional empeora cada vez más en una espiral de negatividad que difícilmente se solucione de forma espontánea. Por ello, si es necesario no dudes en buscar ayuda profesional.

  • Tómate un respiro: He hablado de dedicar tiempo a uno mismo pero, ¿qué pasa cuando necesitamos un momento para calmarnos ahora mismo? Puede darse el caso por ejemplo en que una discusión vaya tensando cada vez más a quienes intervienen en ella, frustrándolos y aumentado su enfado en vez de ir este a menos. En esos casos quizás lo mejor sea tomarse unos minutos para reflexionar y calmarse. Por ello, si ves que esto sería lo más inteligente en tu caso, indícalo a la otra persona y pídele por favor que te deje pensar un momento, añadiendo si es necesario que no pretendes evadir el tema, sino calmarte para lograr solucionar el problema. Por otra parte, ten en cuenta que todos podemos vernos sobrepasados por nuestras emociones, así que si es tu interlocutor quién te pide un momento de pausa, no dudes y concédeselo.

  • Separa la acción de la reacción emocional: Es un hecho que nuestras emociones influyen notablemente en nuestras acciones, pero eso no quiere decir que estemos obligados a actuar según nos dicte nuestra forma de sentir. Para evitar que una emoción nos lleve irremisiblemente a una acción debemos ser plenamente conscientes de cómo nos sentimos y saber también cómo nos afecta esto. Para ello existen varias técnicas, siendo una de las más populares el Mindfulness.

  • Informa a los demás de tus patrones emocionales: Cada persona es un mundo, pero aun así tendemos a pensar que el resto vive y siente las cosas igual que nosotros. Quizás los demás puedan tener dificultades para entender tus reacciones y esto crea conflicto entre vosotros. Para evitarlo, explica a aquellos con quien tengas mayor relación (familia, amigos íntimos, etc.) que a veces te dejas llevar sin querer por tus emociones, pero que luego reflexionas y recapacitas. Esto te puede ayudar a que sepan que en vez de reaccionar ante tus arranques emocionales, suele ser más conveniente dejarte un momento para que te relajes y luego proseguir el diálogo. Además, les puedes dar alguna pauta que creas que te puede ayudar a identificar aquellos momentos en que tus emociones te están dominando, así como a mejorar en su control. Ten en cuenta que este consejo tiene por objetivo ser una ayuda en el camino hacia el mejor control emocional, no una excusa para justificarte cuando no logres dicho control.

  • Recuerda que por muy intensa que sea la emoción que sientes, acabará desapareciendo: Parece una obviedad, pero tener esto en cuenta te ayudará a verlo todo con otros ojos. Ser consciente de que la alegría que te produce comprar algo nuevo se desvanece rápidamente te ayudará a contenerte a la próxima. Si algún amigo hace algo que te ofende, espera a calmarte para reaccionar si es posible, pues estando tranquilo y relajado verás las cosas de forma mucho más objetiva y podrás tomar una mejor decisión.

  • Tras una discusión, explícate una vez te hayas calmado: Aunque sigas todos estos consejos, a veces las cosas saldrán mal, es inevitable. Cuando esto ocurra, una vez te hayas calmado, analiza lo que ha pasado y si has dicho o hecho algo que tras reflexionarlo, crees que no hubieras debido. Si es el caso, explica a los afectados qué razones te llevaron a ello, como te sentías y lo que piensas ahora. Probablemente los demás no interpreten lo sucedido igual que tú, pero no niegues su punto de vista porque tiene la misma validez que el tuyo. Tú sabes cómo te sentías, pero ellos también saben cómo actuaste. Explica si hace falta que tus intenciones no eran maliciosas y recuerda, una disculpa sincera nunca viene mal.

Fuentes:

Understand Your Brain, Get More Done, by ARI TUCKMAN.

15 ways to get your unwanted emotion.